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¡Sorpréndeme!
EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO II
La segunda parte de la más extraña trilogía de la literatura fantástica, publicada por entregas.
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19 de Septiembre, 2010    General

II

II

      Los ocho forasteros se congregaron en torno a dos mesas ostensiblemente separadas. En cada una de ellas, de algún modo, había una persona que parecía desentonar respecto a las otras.

      Alrededor de la primera había cuatro jóvenes Caballeros de rostros aristocráticos y cuerpos bien formados y revestidos de armadura, que cuchicheaban en voz baja. Tres de ellos padecían la insignificancia de aquellos que por su riqueza, posición social o bello rostro se creen mejores que los demás. El cuarto tenía el aire distinguido de quienes no se creen superiores a cualquier otro y sin embargo, tratando de superarse sólo a sí mismos, llegan a ser mejores que la mayoría: un mozo de melena negra ondulada, barba y bigotes bien cuidados y ojos grises. Tal vez sólo fuera un poco más que un petimetre, pero su mirada estaba limpia y revelaba en él cualidades de valor.

      La otra mesa era la de los escuderos. Tres de ellos parecían salidos de un mismo molde, tan aristocráticos ellos como los amos a los que servían, de rostros jóvenes y hermosos, y expresión dañina y estúpida como la de tantos adolescentes que sin deseos de inclinarse hacia el mal, de todos modos lo hacen por sus acciones. Lo más triste era que se veía que, en el ambiente superficial en el que se criaban y harían carrera, tampoco había perspectivas de progreso moral o intelectual a medida que fueran entrando en la adultez. Wilfred, el cuarentón rechoncho cuyo semblante era cualquier cosa menos aristocrático, estaba sentado junto a ellos; espiritualmente, sin embargo, se hallaba a miles de leguas de distancia. También en esta mesa se oían cuchicheos, de los que Wilfred no participaba.

      El posadero, su esposa y una hija algo mayor que su hermano Andy, por turnos, fueron llevando a las mesas vino, pan y vino. Había la promesa de un ciervo asado que demoraba en llegar, porque ni cocinado estaba al detenerse los jinetes en la posada. La tardanza pareció provocar algunas impaciencias en la mesa de los Caballeros.

      -Ya viene ese ciervo, señores-dijo gentilmente la hija del posadero.

      -No hay problema, no hay problema... ¿Te han dicho cuán bonita eres?-preguntó uno de los Caballeros, sonriendo de forma desagradable.

      Para una muchacha cándida y pueblerina, un cumplido es una valiosa perla, pero no si viene de boca de un rufián, por mucha armadura que éste lleve. Y en este caso se notaba que el aire de gentilhombre era  tan sólo una simple máscara tras la que se agazapaba precisamente un rufián en toda regla.

      -No-contestó la chica, tensa.

      -Pues ahora ya te lo han dicho.

      -Bueno... Gracias.

      Y la joven hizo una cortés aunque desganada inclinación de cabeza, y puso pies en polvorosa.

      -Por cierto-dijo otro de los Caballeros, antes de que ella terminara de esfumarse-: ¿sabes si es verdad que Drakenstadt ha caído bajo los Wurms?

      -Eso fue lo que se dijo en un principio, pero no es cierto. Drakenstadt sigue en pie-fue la respuesta.

      El que había hecho la pregunta se volvió hacia sus compañeros de mesa.

      -¿Habéis oido? Drakenstadt sigue en pie: era verdad lo que nos habían dicho-afirmó en un murmullo-. Eso significa que podemos cenar, dormir y al alba regresar por donde vinimos.

      -No haremos tal cosa-dijo el muchacho de mirada limpia-. Nuestro deber es estar en el frente de batalla, y allí estaremos.

      -Tú, tal vez; pero no yo-terció otro.

      -Reiner, mi hermano es el Duque de Pfaffensbjorg, y tu señor feudal. Y él está luchando contra los Wurms. Tu lugar, como el mío, es a su lado.

      -Lo sería, si él así me lo hubiese requerido; pero no me lo exigió.

      -¿Y no te avergüenza su ejemplo?

      -No me vengas con ésas, Bruno. Tampoco a ti se te movió un pelo cuando Oskar acudió al llamado del Gran Maestre Diego de Cernes Mortes, ni tampoco después, cuando te envió un mensaje pidiéndote que lo siguieras en su loca aventura. Dijiste, con razón, que el asunto no te inspiraba mucha confianza; que ahora que sabías que Diego de Cernes Mortes estaba en extraña complicidad con esa Orden de forajidos y falsos Caballeros, ni loco partirías hacia el Norte dejando tus heredades a merced de éstos. Lo que Oskar ganará será que al volver a casa, y eso si es que regresa, encontrará un usurpador usufructuando sus castillos, palacios y tierras.

      -Entre todos podríamos luchar para recuperar todo eso-rebatió Bruno-. Pero Diego de Cernes Mortes está muerto, y Drakenstadt se vio a punto de caer, siga ahora en pie o no. De veras se combate muy duro en el Norte.

      -¿Y nosotros qué tenemos que ver con ello?... ¡Si Drakenstadt es atacada, el problema es de Drakenstadt, no nuestro!

       -Drakenstadt, Ramtala, Gullinbjorg y no sabemos cuántos puertos más. Y si todos ellos caen, los Wurms seguirán avanzando. Al sur de Norcrest, la siguiente baronía es Pfaffensbjorg, la nuestra.

      -Y allí los detendremos, si fuera necesario.

      -Lo dices como si fuera tan fácil.

      -¿Por qué no?... Soy optimista.

      -O necio.

      -¿Y a qué viene todo esto, después de todo?-preguntó Reiner, con expresión de fastidio-. Tú quieres ir a pelear a Drakenstadt, ¿no?... ¡Pues ve, hombre, y déjame tranquilo!

      -Por nuestra amistad, te pido que me acompañes.

      -¿Tan luego tú te atreves a hablar de amistad?-dijo burlonamente Reiner-. Ya vi qué significa esa palabra para ti.

      Como Bruno tenía la conciencia tranquila, le preguntó, sorprendido, qué quería decir.

      -Hace apenas un rato, te pusiste de parte de ese mocoso insolente en contra mía. Entre amigos, eso no se hace. Para serte sincero, tu gesto me decepcionó.

      La respuesta a tan increíble reproche tardó en llegar.

      -Reiner, no puedo creer que me eches en cara eso-dijo al fin Bruno-. Si exigimos respeto de los villanos, hemos de ser los primeros en demostrarlo hacia otros. Tus modales con ese muchacho fueron dignos de un zafio, mientras que conmigo, porque lo defendí, su comportamiento fue el de un príncipe. No importa. Supongamos que obré mal. Creo que, aun así, no por ello merezco que se me deje solo en un momento de peligro.

       -El caso es que no estás en peligro, pero te obstinas en salir al encuentro de lo que pueda amenazarte. Si ahora mismo estuvieras en riesgo, yo sería el primero en desenvainar mi espada en tu defensa. Y si decides volver con nosotros, perdonaré el que no me apoyaras hoy y seguiremos siendo amigos, como siempre.

      -Cenemos primero-propuso otro de los Caballeros-. Hay tiempo de sobra para discutir esto.

       -No hay qué discutir-dijo secamente Bruno, inevitablemente amargado-. Seguiré camino hacia el Norte. Quien quiera acompañarme, será bienvenido. Al que no, que le vaya bien.

      -¡Bueno!-aprobó Reiner-. He ahí una decisión... medianamente sensata, digamos.

      Y se echó al coleto la segunda copa de la noche.

      -Bruno, reflexiona.pidió el que había sugerido cenar primero y debatir después-. No es culpa tuya que tu hermano fuera lo bastante tonto para inmiscuirse en asuntos que no le concernían. Nada te obliga a seguirlo.

       -Voy porque quiero, no porque esté obligado, Hunnberth-contestó Bruno con aspereza-. Y permíteme recordarte, si no te molesta, que ese hermano lo bastante tonto para mezclarse en asuntos que no le incumben es el Duque de Pfaffensbjorg: tu señor feudal.

       -¿Te has fijado en que el posadero, antes de atendernos, nos preguntó si íbamos hacia el Norte o hacia el Sur?-preguntó Hunnberth-. ¿Crees que el hecho de que seamos Caballeros le importa en lo más mínimo? ¡No!... No es más que un miedoso que quiere guarecerse tras nuestras anchas espaldas. Se mostró amable sólo porque le dijimos que íbamos hacia el Norte... Es decir, a combatir contra losWurms.

       -En ese caso, está desperdiciando las tres cuartas partes de su comida y su bebida-replicó bruscamente Bruno.

      Hunnberth reaccionó como fiera herida.

      -¡Bueno, haz lo que quieras!...-explotó, furioso-. ¡Ve a Drakenstadt y al mismo Infierno, si quieres!... ¡Tratar de hacerte entrar en razón es malgastar tiempo y paciencia!

       -Haces que nos sintamos como canallas-repochó a Bruno el cuarto Caballero.

       -Pues cualquier cosa ofensiva que haya podido decir, dala por no dicha, Gottfried-contestó fríamente Bruno.

       -Pero irás a Drakenstadt.

       -Sí, iré a Drakenstadt.

       -No seas tonto. No te hagas esto ni nos lo hagas a nosotros, no nos hagas sentir como si fuéramos basura. Sé sensato: regresa con nosotros.

       Bruno no respondió; estaba cansado de tanto discutir, y si parecía como que la propuesta lo estaba tentando, quizás al menos lo dejaran en paz por un rato.

       Son palabras, y nada más. Vendrán conmigo, llegado el momento, pensó; pero íntimamente comprendió que era hora de ser valiente; de reconocer que sus amigos no eran tales, y que nunca lo habían sido. Lo unían a ellos buenos recuerdos de francachelas y partidas de caza, de bailes y torneos, de noches de bebida y putas. Y nada más. Con sus súbditos eran a menudo descorteses. Descorteses... y cosas aún peores. Bruno se había encargado en su momento de que su hermano Oskar, Duque de Pfaffensbjorg, ignorara ciertos rumores un tanto siniestros respecto a la conducta de sus vasallos. Un hombre, claro, debe ser tolerante y comprensivo con sus amigos. Al fin y al cabo, nadie es perfecto... Lástima que hacía tiempo que las faltas de los presuntos amigos de Bruno habían rebasado el límite de la tolerancia y comprensión admisibles.

      Y él había sido cómplice por su permisividad y encubrimiento. Estaba sucio, salpicado de cieno hediondo en el que otros se habían revolcado: sus amigos... Los mismos que ahora iban a dejarlo solo. Un castigo que por su complicidad tenía merecido, pensándolo bien.

       Pero tenía miedo. Había visto en el horizonte, hacia el Norte, resplandores lejanos, semejantes a fucilazos. Se decía que era el fuego de losJarlewurms que, por la noche, podía verse desde muy lejos.

       Mejor solo que mal acompañado, pensó. Imaginó qué panorama hallaría al regresar a casa, si por gracia de Dios volvía. Tal vez sus falsos amigos, y no la Orden de los advenedizos, se hubieran apropiado de sus posesiones. Ironías del destino...

      -El ciervo demora demasiado, y yo no tengo hambre-dijo, poniéndose de pie-. Me voy a dormir.

       -¿Por qué mejor no eres sincero y confiesas que te molesta nuestra compañía?-preguntó desafiantemente Reiner.

       -No hace falta aclararlo. Lo doy por sabido-respondió Bruno, sin vacilar; y ante tal réplica, Reiner se encogió de hombros y sonrió con sorna, pero los otros dos, que al parecer no esperaban una respuesta así, se miraron con cara de desolación.

       En la mesa de los escuderos, Wilfred se puso de pie.

      -Os ayudaré a quitaros la armadura, señor-dijo.

      -Sí, Wilfred, gracias-contestó Bruno-. Conducidnos hasta nuestros aposentos, Maese, por favor-dijo al posadero.

       -Hildi, encárgate de ello-dijo a su vez el posadero a su hija. Ya no estaba tan honrado por la visita de aquel grupo, y aunque en principio no fuera sabio dejar que su hija quedara a solas con dos desconocidos, confiaba en el honor de Bruno, y en cambio le repugnaba la idea de dejarla con esa desagradable chusma que quedaba en el comedor.

       Bruno y Wilfred siguieron a Hildi por una escalera, pasando junto a otro muchacho, éste de unos trece años, y dos niñas que tendrían nueve y siete años aproximadamente.

      -Qué servicial es Wilfred... Y tal vez para más faenas de las que sospechamos-dijo burlonamente Reiner, en tono confidencial, a sus dos camaradas-. Mira con gran cariño a Bruno. Temo que no sea muy bueno para defender los pasajes estrechos de su propio cuerpo, si es que me entendéis...

      Y los otros dos festejaron la gracia con sonrisas desganadas. Ellos no se sentían tan cómodos como Reiner. Ellos eran conscientes de que en algún momento de sus vidas se habían convertido en bichos dañinos. No iban a desandar ese camino, el más cómodo. Aun así, era el camino ancho, el que llevaba al Infierno; y a veces, como ahora, se acordaban.

 

 

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publicado por ekeledudu a las 14:21 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
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SOBRE MÍ
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Eduardo Esteban Ferreyra

Soy un escritor muy ambicioso en lo creativo, y de esa ambición nació EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO, novela fantástica en tres volúmenes bastante original, aunque no necesariamente bien escrita; eso deben decidirlo los lectores. El presente es el segundo volumen; al primero podrán acceder en el enlace EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO I: INICIO. Quedan invitados a sufrir esta singular ofensa a la literatura

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