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EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO II
La segunda parte de la más extraña trilogía de la literatura fantástica, publicada por entregas.
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29 de Agosto, 2010    General

Interludio (I)

    I: SOBRE LOS CABALLEROS DEL VIENTO NEGRO

      A mediados de la década de 950-960, un fenómeno en expansión domina la historia del Reino de Nerdelkrag: el auge, en la región central de su vasto territorio, de diversos credos heréticos. la Iglesia llevaba para entonces mucho tiempo observando, impotente, cómo su autoridad se resentía en esa zona, no obstante el accionar de su brazo armado, los Caballeros de la orden de las Milicias de San leonardo: algo así como monjes guerreros con poder de policía religiosa, aunque extremadamente polémicos por intervenir en otros asuntos que quedaban fuera de su competencia. Entre los no eclesiásticos, el trato impartido a los herejes era muy dispar. Buena parte de los barones los combatía aunque más no fuera porque de ello dependían en gran medida sus facvores y fueros, pero siempre había alguno más imparcial, justo y tolerante, que sufría duras pruebas y tribulaciones por tales virtudes. Entre los vasallos de los grandes barones, a quienes debían fielidad teórica, pero contra quienes fraguaban alzamientos y traiciones por causas razonables o baladíes, la postura respecto a los herejes dependía a menudo de la lealtad que los uniera a su señor o de la rivalidad que los dividiera a ellos mismos entre sí. Se estima de todos modos que, en su pico más alto, la adhesión de los vasallos a la causa hereje fue muy elevada, y hay quienes piensan que pudo llegar a un cincuenta por ciento, porcentaje que, de todos modos, habría tenido altas y bajas. Por mezquinos que fueran sus móviles al alistarse en uno u otro bando, es preciso reconocer que, por el camino, varios de estos nobles de provincia -sin importar de qué lado estuvieran- hallaron acicates más espirituales y dignos. Pero a despecho de estas honrosas excepciones, el problema hereje se había vuelto un pretexto más para justificar las querellas feudales.

      La cosa se complicaba porque los herejes tenían sus propios paladines, unos Caballeros de lúgubre armadura negra envueltos en múltiples misterios. Para empezar, operaban en forma ilegal. Desde hacía tiempo, estos Caballeros eran conocidos como la Orden del Viento Negro. Hallándose en acción, mantenían siempre bajas las viseras de sus yelmos, por lo que no se sabía quiénes eran. Surgieron en forma progresiva y por eso, al principio, se pensó que eran uno o dos individuos, hasta qie no quedó más remedio que admitir que toda una hueste armada desafiaba la autoridad del Rey, operando sin su reconocimiento, aprobación o permiso. Esto los hacía aún más enigmáticos, puesto que alimentar y equipar a tantos guerreros requería de mucho dinero. Varios nobles, los Banqueros Haraldssen y los judíos fueron minuciosamente investigados y absueltos: no se obtuvieron pruebas concluyentes de que estuvieran apoyando en secreto a la clandestina Orden. Mientras tanto, ésta ganaba más y más popularidad entre las masas. Fascinaba la imagen de tétricos ángeles de la guarda y el misterioso anonimato de sus Caballeros. Además, no sólo protegían a los herejes, sino a cualquiera que se hallara en estado de debilidad o indefensión. Se los asociaba a la causa hereje más que nada debido al asunto del Monte Desolación: un volcán de Nemorea que estalló en violenta y súbita erupción luego de un sueño de siglos. De tal desgracia se culpó a brujas, herejes y otros excluidos sociales, ya fuera por provocarla directamente mediante artes negras o por desatar la ira de Dios con su comportamiento impío y escandaloso. Fue, hasta donde se sabe, la primera vez que los Caballeros del Viento Negro ampararon a los herejes tras sus escudos y espadas.

      Las crónicas más duras y adversas describen a los Caballeros del Viento Negro como cobardes que utilizaban métodos de lucha innobles y solapados, tales como la emboscada, y como forajidos que vivían del bandolerismo. Esta última acusación era otro intento por explicar cómo la Orden se sustentaba económicamente, pero a menudo aparece teñida de malicia e interés.

      Porque lo cierto es que la más antigua Orden de Caballería del Reino, los Custodios de la Doble Rosa, no podía menos que inquietarse ante los advenedizos, como llamaban a los Caballeros del Viento Negro. Los enemigos de hoy, en política, pueden ser loa amigos de mañana; y se temía que el Rey, tal vez presionado por el pueblo, terminara amnistiando a aquellos proscritos más próximos al heroísmo que a la villanía. El temor era tanto más lógico cuanto que los Custodios de la Doble Rosa ya no volverían a ser lo que, alguna vez, habían sido. Su Orden había nacido con el mismo Reino, en 744, para defenderlo de los enemigos que entonces acosaban sus fronteras: los Bersiker en el Norte y los súndaros en el Este. Ostentaban un glorioso pasado en tal sentido; pero ahora, en su mayoría se hallaban corrompidos, anquilosados por el dilema de defender  la Justicia, la Ley o al Rey (a menudo las tres cosas divergían), o simplemente dormidos en los laureles obtenidos por sus legendarios ancestros. Algunos debieron avergonzarse, sin duda, de que su propia inacción llevara al pueblo a confiar en otros paladines que no fueran ellos; pero siempre es más fácil achacar a otros los defectos de uno, sobre todo si se está acuciado por el interés. Y así, en su mayor parte los Caballeros Custodios de la Doble Rosa, temerosos de perder sus títulos, posesiones y el favor real, prefirieron creer y hacer creer a los demás que la Orden del Viento Negro era una amenaza que urgía extirpar.

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publicado por ekeledudu a las 17:17 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
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SOBRE MÍ
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Eduardo Esteban Ferreyra

Soy un escritor muy ambicioso en lo creativo, y de esa ambición nació EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO, novela fantástica en tres volúmenes bastante original, aunque no necesariamente bien escrita; eso deben decidirlo los lectores. El presente es el segundo volumen; al primero podrán acceder en el enlace EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO I: INICIO. Quedan invitados a sufrir esta singular ofensa a la literatura

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