IV
Andy, mientras tanto, había llevado los caballos al establo. Allí cepillaba el primero de ellos, el de Bruno, a la luz de una vela, cuando oyó que alguien lo llamaba. Era un joven más o menos de sus años, que vivía hora y pico de distancia más al sur, y que venía totalmente falto de aliento debido a raíz de lo que debía haber sido una agotadora carrera, una prueba física dura hasta para alguien ágil y joven.
-Andy-jadeó el recién llegado-; vi llamaradas a lo lejos... Como relámpagos.
Andy sonrió y le palmeó afectuosamente la espalda.
-¿Se acercaban hacia aquí?-preguntó.
-No sé... Creo que no.
-Entonces no hay mucho que podamos hacer, Rob.
-Pero... ¿Son Jarlewurms?
-Son Jarlewurms-confirmó Andy; y como Rob no parecía muy a gusto por la relativa tranquilidad que acompañaba a estas palabras, añadió:-. Mira, en la posada hay ocho tipos, Caballeros cuatro de ellos, que van hacia el Norte. Los otros son sus escuderos. Si algo sucediera, ellos nos defenderían.
-¿No mientes?
-Claro que no, tonto... ¿O de dónde crees que salieron todos estos caballos, si no? Pero ven conmigo y los verás con tus propios ojos.
Andy dejó a un lado el cepillo y salió de la caballeriza, precedido por Rob. Luego tomó él la delantera hacia la entrada de la posada; pero al abrir la puerta vio una escena que lo paralizó de pánico.
Reiner se había apoderado de Wally, la hermana de nueve años de Andy, y la amenazaba con una daga colocada a la altura de su garganta. La infortunada niña tenía el rostro deformado de terror, pero no se atravía a mover siquiera el menor músculo, como no fuese para respirar.
Los padres de Andy estaban contra la pared más lejana; la menor de las niñas lloraba en brazos de su madre. Dónde se encontraban la hermana mayor, Hildi, y Meinard, el segundo varón, era un misterio. Andy se sintió inquieto, pero su padre, con la mirada, le imploró que supiera controlarse.
-Bueno, bueno... Me temo que alguien ha llegado demasiado pronto-dijo Reiner-. No quería hacer esto, pero así es la vida... Ni se te ocurra hacer nada estúpido, muchacho, o mato a esta mocosa frente a tus ojos, y durante el resto de tu vida cargarás con la culpa de no haber sabido quedarte quieto cuando se te ordenó que lo hicieras. Entra...y lo mismo ése que te acompaña. ¿Quién es?
-Un amigo-repuso Andy, completamente pálido, mientras terminaba de franquear la puerta seguido por Rob.
-¿Y qué hace aquí a estas horas?
-Vio llamaradas de Jarlewurms a lo lejos. Vino a avisar, es el sistema que tenemos aquí para protegernos en caso de que se le ocurrieran venir a este sitio. Tendréis que manteneros alertas.
Andy dijo la última frase por decir algo, pero mucho antes de oir la risa burlona de Reiner supo que no era más que una necedad.
-Claro, tú estabas haciendo de palafrenero y te perdiste de unas cuantas cosas-dijo Reiner. Había bebido lo suficiente para que toda su vileza supurara con la fluidez de la sangre a través de un corte profundo, pero no lo bastante para que, embotados sus sentidos, dejase de ser peligroso.
Los otros dos Caballeros, Gottfried y Hunnberth, no daban particulares motivos de alerta, pero de alguna manera repugnaban más. Se mantenían hieráticos, altivos, como ignorantes de cuanto sucedía a su alrededor, sin agallas para sumarse abiertamente a la mala causa de Reiner ni tampoco para oponérsele o al menos repudiarla. Sólo los tres jóvenes y frívolos escuderos mostraban una actitud coherente aunque pusilánime. Miraban asustados a sus señores, cuyas libertinas costumbres consentían y hasta imitaban a veces; pero sólo ahora se veían obligados a admitir la verdad acerca de ciertos murmullos oídos de soslayo. En qué medida tenían sus amos las manos empapadas de sangre inocente, mejor ni imaginarlo.
-¿Qué vais a hacer con nosotros?-preguntó Andy.
-Lo que vosotros decidáis que hagamos. Tu hermana se mostró un tanto arisca con Hunnberth. Que sea más cortés, y nosotros podremos pensar en serlo. A menos, claro, que estés dispuesto a tomar su lugar.
-¿El?-preguntó Hunnberth, repugnado-. ¿Estás loco, Reiner? No soy sodomita, me gusta la chica, no él.
-A mí también, pero la insolencia de este mozo no puede quedar impune. Si no se lo humilla...
Pero no hubo ocasión de enterarse de qué ocurriría si no se humillaba a Andy, porque en ese momento se oyeron pasos descendiendo a la carrera, estruendosamente, los peldaños que llevaban a los aposentos del primer piso.
-¡Posadero! ¡Posadero!-bramaba la voz de Bruno-. ¡Pulgas!... ¡Esto es el colmo!
Reiner no perdió el control. Retiró la daga de la garganta de la pequeña Wally.
-Date vuelta para que él no te vea llorar, y si igual te ve y pregunta por qué, le dices que te caíste... o juro que te mato de una forma que no desearías imaginar-susurró; y la niña obedeció al instante, mientras Reiner componía una sonrisa falsa y hacía como que la acariciaba, pero sin que su diestra soltara la daga, cuya punta dirigía ahora contra el corazón de Wally. Al mismo tiempo hizo una señal al posadero, y éste salió al encuentro de Bruno.
-¡Esto es el colmo!-le repitió Bruno, rabiosamente, en cuanto llegó a la planta baja-. ¿No podías al menos darme una habitación decente?... No pretendo que sólo porque sea Caballero me guardes la deferencia que pretenden ciertas personas, ¡pero voy a luchar contra los Wurms!... ¿En tan poco se valora eso aquí?
-Lo siento, señor-se disculpó el posadero, temblando-. Es que hace rato que nadie se detiene aquí. Cambiaré las sábanas...
-¡Cambiar las sábanas! ¡No me hagas reír! ¿Qué solucionará eso? ¡Si ahí hay cientos, por no decir miles de pulgas!
-Mi hija habrá equivocado la habitación...
-Hasta para un patán ese cuarto sería inhumano. No pasaré la noche en este lugar. Cenaré y me iré. ¿Ya está ese ciervo?
-Falta un poco, señor...
-¿TODAVÍA NO ESTÁ LISTO?-bramó Bruno, fuera de sí-. ¡ESTE LUGAR NO ES UNA POSADA, ES UNA MIERDA!
En ese momento vio Andy que Hildi y Meinard, con semblantes sombríos y preocupados, aparecían al pie de la escalera. Reiner los llamó al orden con una mirada.
-Un consejo, Bruno-dijo acto seguido-: ve y acuéstate en el lugar más libre de pulgas que encuentres. Y reflexiona hasta qué punto gentes como éstas merecen tus sacrificios. Todavía estás a tiempo de volver con nosotros, si así lo deseas.
-Para ti es fácil decirlo, porque no estuviste arriba. No creo que haya ni un solo rincón libre de pulgas en este lugar. Además, Reiner, no tengo intenciones de volver atrás. Por el contrario, haré un último intento por persuadiros de que vengáis conmigo.
Reiner puso cara de contrariedad, cosa que Bruno no advirtió, porque se había vuelto a dar órdenes al posadero. Era la oportunidad que Reiner esperaba. Se inclinó sobre el oído de Wally.
-Esfúmate-.ordenó-. Y ya sabes: si nota que lloraste, dices que te caíste o lo que sea. Si le cuentas una sola palabra, te hago pedazos.
Wally huyó a acurrucarse bajo la protección de Andy y Rob, los más próximos fisicamente a ella. Hubo múltiples suspiros de alivio, no sólo entre los miembros de la familia, sino entre los tres escuderos Bruno, mientras tanto, volvió a ocupar su sitio en la mesa de los Caballeros..
-Tomaré una copa más de vino con vosotros y me iré-anunció-. Y me iré con vosotros... Espero.
-Creo que sobre eso ya nos dijimos todo cuanto teníamos para decirnos, Bruno-contestó Reiner.
-No todo. Han sido demasiados años de amistad para darla por terminada tan pronto, ¿no crees?
Reiner envainó discretamente la daga. La estupidez de Bruno lo hacía molesto de veras, y en este momento, despojado de la cota de mallas y con el pecho cubierto apenas por una simple camisa, se hallaba muy desprotegido. Se lo podía matar fácilmente... Pero el asesinato de un hijo y hermano de duques no era broma. Y además, en otro tiempo Bruno había sido parte del grupo, lo que complicaba un poco, a cualquier ser dotado de un mínimo de conciencia, la tarea de eliminarlo.
-De acuerdo-concedió Reiner-. Habla. Di algo que ya no hayamos escuchado.
A espaldas de Bruno, los cuatro hijos mayores del posadero: Hildi, Andy, Meinar y Wally, estaban reunidos en inquietante conciliábulo, tal vez proyectando venganza entre susurros. Por alguna razón, el tal Andy inspiraba especial desconfianza a Reinar: no se comportaba de un modo del todo normal para un villano.
Y más allá, el posadero y su esposa cuchicheaban por su lado. Tal vez planearan envenenar a los cuatro Caballeros. En este momento, la mujer se disponía a llevar vino a la mesa de estos últimos. Reiner maliciaba algo en el ambiente, y no estaba de humor para atender a la estúpida perorata de Bruno.
-Yo digo que pasemos la noche aquí y descansemos lo mejor que podamos, con pulgas o sin ellas-propuso para ganar tiempo, mientras la mujer escanciaba el vino-. Mañana tendremos la cabeza más fresca y pensaremos mejor.
-No. Dejé a Wilfred puliendo y engrasando mi armadura. Cuando termine, él y yo nos iremos, y entonces decidiréis si venís con nosotros, o seguiréis vuestro propio camino; pero mientras tanto, propongo un brindis... ¡Por la amistad que nos une!
Aun sabiendo, quién más, quién menos, que aquélla era una premisa absurda, chistosa casi, y que ya ninguna amistad unía de verdad a Bruno con sus compañeros de mesa, los cuatro se pusieron de pie como un solo hombre y entrechocaron sus copas en total derroche de hipocresía. De reojo, Reiner seguía pendiente de los cuatro hijos del posadero. Ahora sólo quedaban allí los varones: Andy, Meinard y el amigo del primero, Rob.
Pensó que el peligro estaba en ellos o en el posadero y su esposa. No analizó la artificiosidad del brindis, y luego no tuvo tiempo de hacerlo; no después de que Bruno le arrojara vino en la cara y lo golpease con la pesada copa de madera en la desprotegida frente.Acto seguido, el agresor arrebató a Reiner la espada de éste.
-¿Qué haces?...¡Traidor!-exclamóHunnberth, indignado, desenvainando su propia espada.
-Somos tres contra uno, desgraciado, date por muerto-amenazó Gottfried.
Todavía aturdido por el golpe, Reiner escuchó el chischás del combate con espadas que sobrevino a continuación. No buscó la suya. Se sabía despojado de ella, pero además no estaba en condiciones de luchar contra nadie en este momento. Bregó por mantenerse en pie, tarea difícil si la había, ya que el golpe había sido asestado con mucho entusiasmo.
Alguien acababa de echarle hacia atrás el capuchón de mallas metálicas. Distinguió la figura de Andy quien, armado de la tranca de la puerta, lo golpeó sin pérdida de tiempo en la cabeza. Fue un solo, valiente golpe. Nada de lo que no pudiera reponerse si se le daba tiempo; sin embargo, y aunque Andy a continuación pasó a atacar a otro, Reiner estuvo seguro de que no viviría mucho más; de que le había llegado su hora. Por alguna razón, toda su vida, en rápida sucesión de imágenes, pareció desfilar en segundos por su mente. Supo entonces que en algún momento se había vuelto un malvado. El descubrimiento le asombró pero, aunque no lo alborozó especialmente, tampoco le produjo disgusto o rechazo. Las gentes inferiores le parecían tan ridículamente míseras y absurdas, que no le era posible verlas sino como a siervos, o incluso como ganado. ¿Le habría gustado a él que lo tratasen así, de haber ocupado una posición social baja? No... Pero no era la cuestión, pues estaba en una de las más altas, por suerte, y podía seguir escalando; y era espléndido hacer saber todo eso a los demás.
Fue como si en ese momento una poderosa voz, inaudible para otras personas, le confirmara una sentencia de muerte.
Sí, tal vez la merezca, pensó dócilmente. Sabía que el hecho de que la vida le concediera una segunda oportunidad sería inútil; que no modificaría un ápice su conducta. Aun así, su instinto de conservación lo espoleaba a defenderse; de modo que se esforzó por sobreponerse al dolor y el mareo que lo aquejaban, a fin de presentar batalla dignamente.