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EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO II
La segunda parte de la más extraña trilogía de la literatura fantástica, publicada por entregas.
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17 de Diciembre, 2010    General

IX

IX

      A esa misma hora, en Drakenstadt, un muchacho de veintiún años daba vueltas y más vueltas en su lecho en la cuadra del Rokkersbjorg, donde se acuartelaban la mayoría de los Caballeros acudidos en defensa de la ciudad. No era el único: entre las sombras distinguía a otros revolviéndose en sus propios lechos y cuchicheando entre ellos.

      ¿Habrán terminado ya? ¿Habrá salido todo bien?, se preguntó nervioso. Escuchó su nombre pronunciado en un murmullo varias camas más allá, y sintió su rostro enrojecer. Efectivamente, ése era él. Tenía la desgracia de serlo.

      Y él era Calímaco de Antilonia, Caballero Custodio de la Doble Rosa, de la estirpe de San Marciano, el León de Antilonia, el santo guerrero. Credenciales ciertamente muy impresionantes, pero que de nada valen si detrás no hay algo sólido respaldándolas. Títulos altisonantes que pueden jugar en contra a quien los posee, si no es digno de ellos.

      Y éste era el caso, porque Calímaco era El Cobarde, María Magdalena: el que, apenas llegado al frente de batalla, se había puesto a llorar de terror. Y que luego se había sumado a la lucha, no por dignidad o por sentido del deber, sino porque aquel terror había sido superado por otro.

      Todavía podía ver en su mente el rostro espantoso de Dunnarswrad, el medio ogro, gritándole con ese potente vozarrón suyo, llamándolo cobarde y profiriendo todo tipo de amenazas. Todavía podía ver en su mente, también, aquel gigantesco y poderoso puño cerrado, agitándose muy cerca de su cara: un puño del que, por su apariencia, se habría dicho que era capaz de demoler hasta el muro más recio.

      Apretó los dientes con odio, pensando en aquel sujeto que lo había alzado en vilo, exhibiéndolo ante todo el mundo. Varios le habían pedido que luchara contra aquel feo y corrosivo sentimiento, y eso era lo que Calímaco hacía; pero con poco éxito.

       Anhelaba, en el fondo de su corazón, que Dunnarswrad muriera o desertara, y desapareciera así de su vida. Pensaba con amargura que aquella misma noche habría sido una excelente oportunidad para librarse de él, ya que varios hombres habían sido enviados a una peligrosa misión. ¡Si hubieran incluido en ella a Dunnarswrad!...

        Pero no sólo no lo incluyeron a él, sino que quienes en este momento se están exponiendo al peligro son dos de los mejores amigos que tengo aquí, pensó.

      Hacía casi dos semanas, en la noche del 22 al 23 de diciembre de 958, tres Jarlewurms habían derribado la Muralla Sur de Drakenstadt y entrado en el Zodarsweick, el barrio más meridional de la ciudad. Uno de ellos, Talorcan el Negro, había caído bajo la espada de Maarten Sygfriedson, Maarten el Bravo, como empezaba a conocérselo tras tan portentosa hazaña. Pero los otros dos se habían refugiado en los bosques, renuentes tanto a invadir solos la ciudad como a volver junto a los otros Jarlewurms.

      Además, era un misterio qué había sido del otrora pacifista Bermudo, el gran Jarlwurm con la rara capacidad de mimetizarse con el paisaje circundante, y a quien se había visto por última vez en el islote hasta entonces conocido como Justizesholmele, pero que pronto pasaría a llamarse Bermudosholmele.

      No se sabía que otros Jarlewurms hubieran logrado remontar el río burlando las poderosas defensas de la Muralla Oeste de la mitad oriental de Drakenstadt, pero estos tres, aparte de varios Thröllewurms que también andaban haciendo maldades por ahí, eran motivo de enorme preocupación en la ciudad. Se había invitado a los pobladores a evacuar la zona, a lo que no todos habían accedido. Quienes consintieron fueron escoltados hasta ser puestos a salvo, o al menos tan a salvo como pudieran estarlo en aquellas circunstancias. Pero una parte del ganado quedó atrás por imposición de las autoridades militares que, desde la muerte del Duque Olav y mientras durara el período de luto, tenían en sus manos el destino de Drakenstadt y de todo el Ducado de Norcrest.
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publicado por ekeledudu a las 11:45 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
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SOBRE MÍ
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Eduardo Esteban Ferreyra

Soy un escritor muy ambicioso en lo creativo, y de esa ambición nació EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO, novela fantástica en tres volúmenes bastante original, aunque no necesariamente bien escrita; eso deben decidirlo los lectores. El presente es el segundo volumen; al primero podrán acceder en el enlace EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO I: INICIO. Quedan invitados a sufrir esta singular ofensa a la literatura

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