LIV
Los días siguientes fueron de intensa actividad en la medida en que lo permitieron las condiciones climáticas. Los dos grupos de muchachos venidos de Kvissensborg siguieron con sus labores, la construcción de botes por un lado y las prácticas de escalamiento, siempre bajo supervisión, por otro. Como ello insumiría mucha de la madera ya estacionada, Balduino decidió ir con sus hombres a talar más árboles para reponerla.
-Ven-dijo ya in situ Ulvgang a Kehlensneiter-. Tú y yo nos ocuparemos de éste-y señaló un pino enorme.
Kehlensneiter obedecía calladamente las órdenes sin delatar jamás sus emociones, caso de que las tuviera; lo que era por demás dudoso, por cierto. Ulvgang quería conservarlo bajo control. Sabiéndolo extremadamente impredecible, temía el infierno que era capaz de desatar al menor descuido.
Aunque mal hecho para la labor en tierra firme, talar árboles incluido, Tarian estaba también allí. Balduino lo había puesto en pareja con Adam, quien resultaba todavía más inútil que Tarian, puesto que ponía mucha menos voluntad que éste. Habitualmente, no se llevaban mal los dos, pero ese día algo parecía irritar a Adam. Tal vez no fuera más que aquello que expresó en airadas protestas a su compañero de tareas de turno:
-Tarian, tú estás loco... Este maldito árbol no es para nosotros; tardaríamos diez años en voltearlo. Busquemos algún otro que nos convenga más.
Tarian, en efecto, había elegido un coloso arbóreo, relativamente cerca de aquel otro elegido por Ulvgang. Padre e hijo, cada uno por sus propias razones, se evitaban mutuamente ahora; de modo que llamó la atención de Ulvgang que Tarian no buscase un sitio más alejado de él. Se preguntó por un momento si la elección de aquel pino tendría más que ver con el desafío que representaba derribar aquel coloso vegetal que con proximidades o lejanías a tal o cual persona, hasta que, observándolo con disimulo, lo vio mirar de soslayo a Kehlensneiter y comprendió que en realidad quería vigilar por su cuenta a éste.
-Espera un momento-dijo Ulvgang a Kehlensneiter, cuando éste se disponía a asestar el primer hachazo-. Aguardemos la aprobación del señor Cabellos de Fuego.
Otros hacían exactamente eso, entre ellos Hendryk y Hundi, que trabajaban en equipo ese día y habían elegido un pino bastante frondoso. Mirando distraídamente a su alrededor, Hendryk distinguió con asombro una silueta intrusa, una figura que no estaba en el grupo al momento de llegar a los bosques, pero que ahora se había sumado a él.
-¿Ese mocoso no es el monaguillo de Fray Bartolomeo?-preguntó-. ¿Qué hace aquí, siguiendo al señor Cabellos de Fuego a todas partes?
Hundi se volvió en la dirección señalada por Hendryk con la cabeza.
-Ah, sí-respondió-. Es Hansi Friedrikson. Empezó a rondar por Vindsborg por curiosidad, cuando nos vio instalados ahí. Thorvald y Karl quisieron correrlo diciéndole que éramos piratas peligrosos, con lo que sólo consiguieron interesarlo más... Y luego vino el señor Cabellos de Fuego y entonces sí que Hansi se nos pegó como las garrapatas a mis perros... Pero últimamente no está tanto con nosotros. Debe haberse quedado remoloneando en la cama y su padre habrá decidido irse a pescar sin él... Y ahora que despertó, alguien le dijo que estábamos aquí, y nos ha seguido... Supongo.
Hendryk, quien camino al bosque había arrancado un tallo seco y quebradizo a causa del frío, lo mordisqueaba distraídamente por uno de los extremos, pensativo. En eso se acercó Balduino, siempre seguido de Hansi.
-Hmmm... No, éste no-dijo el pelirrojo, mirando pensativo el espeso ramaje.
-¿Se puede saber por qué?-preguntó Hendryk, desconcertado-. Es un ejemplar excelente.
-Hay buenos cuellos de Jarlewurms ahí arriba-contestó Balduino, señalando la frondosa copa.
Hendryk y Hundi se miraron entre sí, perplejos; y el segundo de los nombrados miró hacia lo alto. Cuando quiso preguntarle algo a Balduino, éste ya se había alejado en dirección a Ulvgang y Kehlensneiter.
-Creo que no debiste golpearlo tanto...-murmuró Hundi.
Hendryk no le prestó atención. Acababa de notar que Hansi seguía allí y lo estaba mirando fijamente. Al parecer creía reconocerlo de algún lado.
-¿Qué miras tanto, pillastre?... Esto es lo que había tras las largas barbas que veías durante la misa en la prisión-dijo Hendryk, señalando su propio semblante y hablando de costado, pues seguía mascando el tallo de hierba-. Y yo que tú, me guardaría de acercarme tan despreocupadamente a un Kveisung.
Hansi sonrió con desprecio casi olímpico.
-¿Y qué?... ¡Si yo también navego!-replicó, con aires de viejo lobo de mar.
Hendryk se quedó de una pieza ante el alarde, pero Hundi entendió, y sonrió: no hacía tanto Hansi, a bordo de la barca pesquera de Freyrstrand, había vivido su primera tormenta en alta mar. Nada verdaderamente grave, algo bastante rutinario; pero Hansi, asustadísimo, se había pasado buena parte de la tempestad de rodillas, rogando clemencia a los Cielos. Lo que no le impedía ahora, pasado el momento de susto, verse a sí mismo como un bravo y curtido marino capaz de afrontar cualquier riesgo.
-Hmmm... Pero tengo entendido que no fuiste de gran ayuda cuando hace poco os pescó un temporal en alta mar, ¿no?-se mofó Hundi.
-Al contrario: fue gracias a mí que no zozobramos-contestó Hansi, todavía más jactancioso.
-¡Si te la pasaste rezando hasta que amainó la tormenta!-exclamó Hundi.
-Pues por eso mismo-replicó Hansi, ahora convertido en el summum de la pedantería-. Mantuve la calma e hice mi parte... Tengo influencias poderosas allá arriba.
-Mejor esfúmate, mocoso-gruñó Hendryk-. El alarde, el descaro y la exageración sientan bien en los marinos, pero tú ya te pasas de la raya. Si empiezas así, a los veinte no te soportará nadie. Supongo que repites palabras aprendidas... Lo malo es que pareces ser muy bueno para aprender.
Hansi estaba a punto de replicar algo, cuando oyó que Balduino lo llamaba... E inmediatamente, una atmósfera de pánico pareció apoderarse del bosque, con gritos, alarma y corridas. Durante unos instantes, la confusión dominó la escena en la que un montón de gente apiñada forcejeaba con denuedo. Por encima de la horrible voz ronca de Kehlensneiter, jadeando quién sabía qué, varias voces lo instaban a gritos a calmarse.
Breves segundos duró aquel caos, hasta que la escena, si no apaciguado, al menos se hubo esclarecido en parte. Varios pares de manos aferraban a Kehlensneiter, tratando de impedirle asesinar a Balduino. La violenta e impredecible naturaleza del Kveisung acababa de manifestarse en Vindsborg por vez primera.