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¡Sorpréndeme!
EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO II
La segunda parte de la más extraña trilogía de la literatura fantástica, publicada por entregas.
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11 de Marzo, 2011    General

LV

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      Honney no presenció el súbito arrebato de furor de Kehlensneiter, pues se hallaba de guardia en el torreón. Más tarde, Anders fue a relevarlo y le refirió el incidente:

        -Nos tomó por sorpresa a todos... Sólo por un pelo no mató Kehlensneiter a Balduino. Se le ocurrió a este llamar a Hansi, y por alguna razón esto puso como loco a Kehlensneiter...

         -Es que también él se llama Hans, y habrá creído que el señor Cabellos de Fuego lo llamaba a él-interrumpió Honney-. Kehlensneiter odia su nombre, nunca supe por qué. Dicen que en Broddervarsholm, a uno que lo llamó varias veces por su nombre para hacerlo enojar, le arrancó las tripas y se las puso al cuello como si fueran una bufanda. Esto quizás sea una exageración, pero era cosa sabida que, si llamabas a Kehlensneiter por su verdadero nombre, eras hombre muerto. Que yo sepa, sólo toleró que una persona lo hiciera: Engel, su compinche... Pero continúa. Decías que Kehlensneiter se puso como loco; ¿qué pasó luego?

        -Por suerte en ese momento no tenía armas en la mano, ni siquiera el hacha, que sostenía Ulvgang; pero igual se arrojó sobre Balduino con intención de estrangularlo. Ulvgang se le tiró encima, Thorvald se le tiró encima... Incluso, cosa rara, Adam. Sí, ya sé que suena increíble, que Adam detesta a Balduino-admitió Adam cuando Honney hizo una mueca escéptica-, pero esta vez trató de ayudarlo. Sin embargo, los forcejeos de estos tres eran inútiles para contener a Kehlensneiter, hasta que Tarian se interpuso entre él y Balduino. Sólo entonces Kehlensneiter se sofrenó. "¡Kehlensneiter!", gritó Ulvgang, señalando a Hansi, que acababa de acercarse al lugar de los hechos-. ¡Ese es Hansi! ¡A él llamaba el señor Cabellos de Fuego!"

         Anders hizo una pausa, recordando la mirada espantosa de Kehlensneiter que seguía el índice de Ulvgang en dirección a Hansi. Este se había estremecido de pavor, como si se lo estuviera sentenciando a muerte. Las horribles pupilas violáceas seguían encendidas de furor, por lo que era entendible que cualquiera, y más todavía un niño, temiera por su pellejo ante mirada semejante.

       -Y Kehlensneiter se relajó un poco, porque se dio cuenta de que había metido la pata, y además porque Tarian lo aferraba con suavidad, y creo que ese contacto lo calma un poco. Pero nos miró con rabia y odio a todos los demás, como si fuéramos sus enemigos. Ya sé que no nos quiere, pero en ese momento parecía que le hubiéramos hecho una ofensa personal...

       Honney suspiró.

   -Supongo que Kehlensneiter volverá a la mazmorra, ¿no?

        -Seré sincero: espero que sí... Pero no creo que sea ésa la intención de Balduino, porque se encerró con Kehlensneiter para hablar con él. Tarian los acompaña, por supuesto.

       -Muy bien, grumete, que tengas una buena guardia-concluyó Honney, iniciando el descenso de la escalinata de piedra.

       Hacía frío afuera, en la playa, pero no nevaba. Por supuesto, acorde a la época del año, ya estaba oscuro. Había dos o tres fogatas encendidas, y gente en torno a ellas. Junto a la que congregaba más gente estaban Ulvgang, Ursula, Andrusier, Adler y los Björnson. Honney fue a unírseles.

      Le hubiera gustado hacer preguntas abiertamente acerca de lo que se iba a hacer, pero frente a Ursula prefería callarse, y desconfiaba también de Adler. Sabiamente, pues éste se hallaba sopesando el ambiente para luego informar sobre el mismo a Balduino con disimulo. Tal vez por eso todos se hallaban absolutamente mudos, y apenas si abrieron la boca para saludar a Honney.

         Pero entonces dijo Andrusier, señalando con la cabeza a Thorvald, quien se hallaba solitario, distante de cualquier hoguera:

         -Mirad al viejo tonto. No sólo se caga de frío, sino que desatiende su deber lógico de vigilarnos...

         El será tonto, pero tú eres directamente imbécil, pensó Honney. No podía Andrusier haber hecho comentario más desafortunado frente a Ursula y Adler: después de todo, sólo los sospechosos de mala conducta necesitan vigilancias. Y criticando así a Thorvald por no vigilar al grupo, ponía en evidencia que sobre éste planeaban posibles malas intenciones.

        -Más bien, yo diría que es inteligente-discrepó Ulvgang-. ¿Por qué iba a preocuparse, a su edad, por algo que pueda pasar y que, si ha de suceder, ocurrirá pese a lo que él haga para evitarlo?

        -O tal vez tiene espías apostados...-gruñó Andrusier, receloso, y pensando casi seguramente en Ursula o Adler.

         Como quien no quiere la cosa, Honney le dio un puntapié con disimulo.

   -No hay necesidad de espías-replicó tranquilamente Ulvgang-. El señor Cabellos de Fuego envía a Kehlensneiter de regreso a las mazmorras, y nosotros se lo permitimos o seguimos en Vindsborg. O el señor Cabellos de Fuego intenta enviar a Kehlensneiter a las mazmorras, pero nosotros se lo impedimos, matamos al señor Cabellos de Fuego y nos fugamos. O lo que sea. Thorvald lo sabe. Sabe que estamos en condiciones de hacer lo que nos venga en gana; que si nos amotinamos, el señor Cabellos de Fuego y sus incondicionales de siempre podrán matar a algunos pero no sofocar el alzamiento entero ni detener a quienes decidan irse de cualquier manera. Se ve obligado a confiar en la lealtad de todo el mundo... Tal vez porque la traición siempre se castigó con al muerte en Broddervarsholm.

         Honney sonrió malignamente.

         -Pero no estamos en Broddervarsholm-señaló.

         -Exacto-aprobó Ulvgang.

          Adler no supo cómo interpretar la situación. Una parte de él seguía temiendo a Ulvgang y su banda pirata, y ellos posiblemente lo supieran. Y Honney era malo de verdad. A él le gustaba dar miedo y regodearse en el temor de su víctima de turno, aunque no precisara hacerlo ni temiera daños por parte de dicha víctima. Tal vez aquel diálogo tuviera algo que ver con eso... O quizás escondiera algo peor.

   -La pregunta es si vale la pena que nos marchemos-murmuró Ulvgang-; y si nos vamos, adónde, y a hacer qué.

      -Por Kehlensneiter nosotros no nos jugamos-aclaró per Björnson.

    -Lo que hagamos, lo haremos por nosotros mismos-añadió Wilhelm.

  -¡Ellos tienen razón, Ulvgang!-intervino apasionadamente Adler, y la luz de la fogata realzó sus cicatrices de viruela-. Hasta al señor Cabellos de Fuego, a quien sin embargo quiso liquidar, ve Kehlensneiter como compañero antes que cualquiera de nosotros, tú incluido. Es más, puede que contra mí nada tenga; ¡pero a ti te odia!... ¿No ves cómo reprime su ira cuando te tiene cerca? Desde que lo detuvisteis en aquel intento de impedir que siguieran torturando a Tarian, luego de lo cual le cortaron nariz y orejas, dejó de veros como camaradas.

        -Veo que todo el mundo adopta posturas poco coherentes hoy...-intervino Ursula, mirando de soslayo primero a Ulvgang y luego a Adam, que se hallaba solo, calentándose al amor de la fogata más lejana-. Hasta ese alfeñique, que de detestar al señor Cabellos de Fuego pasó hoy a salvarle la vida...

       -Un lapsus cualquiera lo tiene-replicó Andrusier, burlón.

      -O le salió de adentro el Caballero-murmuró Adler, más para sí mismo que para los demás.

       -¿Qué quieres decir?-preguntó Ursula, con expresión divertida.

         Adler se dijo entonces que, tal vez, abrir la boca no había sido sabio; pero ya estaba hecho.

        -Lo reconoció Méntor-contestó al fin-. Ya sabéis, el Drake, el dragón volador... Adam fue un Caballero de la Orden del Viento Negro.

       Fue sólo un segundo de silencio estupefacto antes de que todos los presentes estallaran en carcajadas.

        -¡Seguro!... ¡Yo también!... ¡Todos fuimos Caballeros!-exclamó Andrusier.

       -¡Si ese raquítico consumido por Sales de las Brujas puede serlo, no veo por qué yo no!-rio Ursula.

          -Idiotas, bajad la voz... ¡Os digo que es cierto!-gruñó Adler, molesto.

       En ese momento, Hendryk se incorporó al grupo, preguntándose qué sería tan chistoso.

        -Basta de tonterías. Qué bueno que viniste, Hendryk-dijo Ulvgang-. Cuando hace pocos días llegaste aquí, quisiste convencernos de que nos fugáramos. ¿Sigues con esa idea en mente?

        Hendryk vaciló antes de responder.

       -El Lemming quía al señor Cabellos de Fuego. Podemos ser parte del oleaje que acabe con él. Si no lo hacemos, lo seguiremos en su travesía suicida. Muchos moriremos.

       -¿Estás seguro de lo que dices?-preguntó Honney-. En momentos como éste me pregunto si no serás todo lo charlatán que dice Snarki.

        -Totalmente seguro. Seremos olas o lemmings. No hay otras opciones.

        -Pues la verdad es que el papel de ola no me gusta-reflexionó Ulvgang-, y ser lemming suena mejor que ir a prisión.

       -¡Pero tenemos todavía un buen montón de riquezas escondidas!-protestó Hendryk-. Podemos huir y repartirlas entre todos... Y cuando digo entre todos, quiero decir entre todos-y miró de uno en uno a los Björnson, a Ursula y a Adler.

       -Aunque fuera cierto lo que dices...-empezó a rebatir Per.

       -...en este caso unos son más compañeros que otros-continuó Wilhelm.

       -Lo prueba el que estemos considerando la idea de eliminar al señor Cabellos de Fuego...

       -...siendo que, hasta hoy mismo, también él era un compañero más para nosotros.

        -Y sabemos que un gran tesoro excita codicias...

        -...y que la parte de cada uno es mayor cuanto menor es el número de personas entre las que hay que repartir.

        -Tratamos de decir que, compañeros, hasta aquí todos lo hemos sido...

         -...porque nos hermanaba la desgracia de la prisión.

        -Ahora se nos promete un tesoro...

        -...pero las promesas son sólo palabras...

        -...que se desvanecen pronto, como un soplo de viento.

        -El tesoro que ahora se repartiría entre todos, fue conquistado sólo por algunos...

          -...y puede que alguien recuerde eso a la hora de repartirlo...

           -...con lo cual, entrlos excluidos en el reparto estaríamos nosotros...

         -...a menos, claro, que intentáramos tomar por la fuerza lo que se nos haya prometido...

          -Pero en ese caso, de compañerismo, nada.

          -Nos mataríamos unos a otros.

         -Y en cambio, aquí tenemos una vida agradable.

          -Así que, si el tesoro es el gran incentivo para escapar...

        -...con nosotros no cuentes-concluyó Wilhelm.

        -Además, gusano, diste al señor Cabellos de Fuego tu palabra de serle fiel al menos por dos meses-increpó Ursula a Hendryk-. Yo soy Ursula, de la noble casa de Kaldern... y por lo tanto, libre y sin motivos para huir de nada y hacia ningún lugar. Y tu propuesta me suena a traición. Yo no traiciono, y menos por dinero. Riquezas no faltan en Kaldern. Yo misma soy muy rica.

         De improviso, para sorpresa general, Adler prorrumpió en carcajadas.

        -Lo siento-se disculpó cuando logró recobrar medianamente la seriedad-. Es que imaginé cómo podrían haber sido las cosas si en el único secuestro del que participé hubiéramos elegido de víctima, sin saber de quién se trataba, a Ursula-y ya totalmente serio, miró a Hendryk y añadió:-. Per y Wilhelm tienen razón. No tenemos una mala vida aquí.

         -Sí, bien; pero y cuando volvamos a prisión, ¿qué?-preguntó Hendryk, triunfante.

         -No creo que el señor Cabellos de Fuego nos deje volver a prisión así como así-respondió Adler.

          -Yo no estaría tan seguro de eso, muchachos-dijo Andrusier-. El señor Cabellos de Fuego tiene extrañas nociones acerca del compañerismo. Acordaos de aquellos objetos que encontramos en la playa y que nos negó alegando que había que devolverlos.

         -Eran míos, si no te molesta recordarlo-terció Ursula, indignada-. Ibais a robarme lo que era mío... ¿Y ahora pretendéis tentarme con riquezas que tampoco son vuestras, y mucho menos mías? 

      -En ese entonces no te conocíamos-alegó Hendryk.

       -¡Qué hablas, si tú ni estabas todavía en Vindsborg!-exclamó Ursula.

        -Pero dice le verdad-saltó Honney, volviéndose hacia ella-. Hendryk, o cualquier otro de los nuestros, no necesita estar con nosotros para saber cómo pensamos y sentimos, pues él mismo piensa y siente como un Kveisung-añadió con orgullo-. Y tú eras entonces una desconocida y, como tal, una enemiga en potencia; mientras que ahora eres una compañera.

         -Y por lo que planeáis ahora contra el señor Cabellos de Fuego, ya veo en cuánto estimáis el compañerismo-respondió sarcásticamente Ursula.

      -Pero él no es un compañero sino un enemigo aunque nos hayamos servido de él durante un tiempo-rebatió Hendryk-. A un enemigo se lo puede traicionar sin miramientos.

          -¿Enemigo, el señor Cabellos de Fuego?... Mal informado estás, si es que tú mismo no eres como un colador, que retiene sólo lo que le conviene. Porque en el incidente del que hablaba Andrusier,  salvo mi cinturón, que quise conservar por ser un obsequio que los mismos dioses hicieron a la Casa de Kaldern, el resto de las cosas fue a parar a los patanes de tus camaradas, sin que él se quedara con nada. ¿No es eso compañerismo?... ¡No es culpa del señor Cabellos de Fuego si estos consumados asnos dilapidaron esas chucherías en hundir sus salchichas en lo que ellos mismos describieron como un guiso podrido en el que sólo faltaban los gusanos, la vagina de Erika, y si no les quedó nada, salvo el lógico miedo de haberse contagiado de alguna porquería!... Y además, ¿qué, acaso el señor Cabellos de Fuego no te sacó a ti mismo de la mazmorra?

          -Sí... Para que le sea útil-aclaró Hendryk-. Y a esa misma mazmorra volverá a enviarme, cuando haya cumplido mi función.

          -Pretextas eso para que la traición te resulte más llevadera. Hasta hoy a la mañana, se suponía que todos éramos compañeros, incluyendo al señor Cabellos de Fuego, ¿o no, Andrusier, Honney, Ulvgang?... 

         -Y cuando estábamos en la cárcel, quedó claro que ya desde antes del famoso episodio luego del cual le cortaron nariz y orejas, Kehlensneiter ya consideraba como traidores a algunos de vosotros-observó Adler.

         Y Honney empalideció, pues ese algunos le estaba dedicado casi exclusivamente a él.

         -Adler-arguyó Ulvgang-: Honney y Mälermann, a quien Dios guarde, lideraron en su momento un motín en mi contra, pero volví a confiar en ambos, y no me equivoqué, puesto que me fueron leales. Y si yo me guardo de recordar a Honney ese episodio, que fue más un desafío que una auténtica traición, nadie tiene por qué hacerlo, y mucho menos tú; ¿quedó claro?

          -¡Pero no necesitas decirme a mí todo eso, capitán!-replicó Adler, en un tono inusitadamente osado y burlón, que se permitía sólo por estar seguro de que esta vez saldría impune. Había cosas más importantes y urgentes que escarmentarlo-. ¡A Kehlensneiter es a quien debes aclarárselo, y dudo mucho que sea así de comprensivo!... ¡Kehlensneiter, que tanto os quiere!... ¡Y pensar que por lealtad a él es que estáis considerando la idea de traicionar al señor Cabellos de Fuego!

          -No menosprecies la fuerza de los buenos recuerdos-contestó Ulvgang, pensativo.

          -Son sólo recuerdos, Ulvgang-se lamentó Andrusier-. Creo que el Kehlensneiter que conocimos murió en la cárcel, intentando, sin conseguirlo, que Tarian no fuera torturado. El que vemos ahora entre nosotros, nada tiene que ver con aquél...

         Cayó un triste silencio entre el grupo, como si a partir de las palabras de Andrusier se descubriese que de verdad Kehlensneiter estaba muerto, y las voces se acallaran a modo de honra fúnebre.

        -De todos modos... Para qué engañarme... Yo no tengo opción-gruñó Ulvgang.

         -¿Cómo que no? ¡Claro que la tienes!... Todos la tenemos-contestó Hendryk.

          -Yo no. Tarian está libre gracias al señor Cabellos de Fuego-contestó Ulvgang-. Esa es una gran deuda. No importa: supongamos que yo decidiese ignorar esa deuda. El caso es que, de todos modos, el señor Cabellos de Fuego no nos dejaría ir así como así. Lucharía contra nosotros, y Tarian se pondría de su lado. Para él, el señor Cabellos de Fuego es su salvador, el que puso fin a sus penurias en la mazmorra; y yo, un padre indiferente. Se crearía así una situación en la que tal vez yo, para escapar, debería matar a mi propio hijo.

        -Hombre, matar a tu propio hijo... No hay necesidad de ser tan drásticos, podemos encontrar formas...-insinuó Hendryk. No quiso concluir la frase en presencia de Ursula y Adler, sin duda incondicionales a Balduino.

         -Ulvgang-dijo entonces Per-: si huimos, el señor Cabellos de Fuego tal vez sea considerado cómplice nuestro, o algo así...

         -... Y si Tarian decidiera quedarse con él, compartiría la culpa que le achacasen-concluyó Wilhelm.

         -¡Oyelos, que hablan sensatamente!-aconsejó Ursula a Ulvgang-. Hiciste grandes renuncias para que Tarian fuera reconocido inocente y pudiera limpiar su nombre; ¿y dejarás ahora que vuelva a prisión, acusado una vez más de fechorías ajenas? ¡Eso podría suceder ai por traicionar vosotros al señor Cabellos de Fuego éste se viera acusado siendo inocente!

         -Lo sé, ¡lo sé!-exclamó Ulvgang, irritado-. He pensado en todo eso. Los sueños de libertad me seducen tanto como a cualquiera, pero ahora soy más prisionero que nunca... No, Hendryk. Entiendo tu postura: eres el más joven de todos nosotros, salvo Tarian. Comprendo que sientas que aún tienes futuro, que no quieras pudrirte en la mazmorra... Pero tienes la suerte de nunca haber estado enamorado...-se interrumpió-. Que por el bien de mi propio hijo deba guardar distancias entre él y yo, hacer como que no me importa nada de él, no significa que aquí mismo, manteniéndome apartado de él, no pueda mirarlo se soslayo y soñar con que le doy un abrazo de oso, e imaginar que él se enorgullece de mí, y ser feliz al verlo feliz y sonriente... Y además, ya es hora de que sapáis la verdad: si nos hiciéramos a la mar como en los viejos tiempos, muy otro panorama encontraríamos. Los Kveisunger son ahora unos desalmados sin códigos... Bah, bueno, lo eran inmediatamente antes de la invasión de los Wurms. Vaya a saber si ahora queda alguno vivo...

        Honney sonrió burlonamente.

          -Capitán-dijo-, lo que nos hayan dicho...

         -Lo que nos han dicho es la verdad-cortó Ulvgang, tajante-. Hablé a solas con el judío amigo del señor Cabellos de Fuego, el tal Benjamin, cuando estuvo aquí. Todo indica que ese tal Blotin Thorfinn llegó adonde llegó sólo porque mató a Skazar.

           -Skazar... Skazar...-gruñó Ursula-. ¡Ah, sí! El monstruo de la Schuldernsgrabe, en Broddervarsholm, ¿no? Esa bestia marina que devoraba a quienes infringían vuestras reglas, ¿no es así?...

          -Exacto; pero ese Blotin Thorfinn, ¿de dónde salió?

           -Es, o era, un capitán Kveisung que repitió nuestra hazaña en Drakenstadt al mando de una gran flota-contestó Ulvgang-. Pero a nosotros no nos persiguieron hasta nuestros reductos sino hasta que apareció Thorvald con su gente, mientras que este Thorfinn fue pan comido para sus enemigos casi desde el principio, y su eliminación se decidió enseguida. ¿Sabéis qué hizo la diferencia?: con nosotros, la gente sabía que padecería saqueo y nada más. Respetábamos las vidas de quienes nos dejaban hacer lo nuestro... Pero este Thorfinn, no. No había nada que perder enfrentándolo; al contrario, me contó el judío que, hasta donde se sabía por boca de los Kveisunger tomados prisioneros, Thorfinn había ganado prestigio tras matar a un monstruo muy famoso al que se tenía encerrado en Broddervarsholm. ¡Ese tiene que haber sido Skazar!

         -El tipo que vino antes del judío, el que le tiró la comida a los perros de Hundi para fingir que se la tragaba él y fracasó en su intento, dijo algo completamente distinto. El parecía creer que ya nosotros solíamos matar niños por placer y cosas por el estilo en nuestras épocas de gloria-discutió Honney.

          -Porque eso le habían dicho, y se trataba de cosas lejanas en el tiempo y acerca de las cuales es más fácil exagerar. Pero las fechorías de Thorfinn son recientes, y el judío las supo por cartas que le envió el Príncipe Thorstein Eyjolvson, de Ulvergard: el Gran Maestre del Viento Negro. Exagerar en cosas perfectamente comprobables es una tontería, porque se corre el riesgo de quedar más como bufón que como valiente... Por lo poco que sabemos de él, Thorstein Eyjolvson no era así, al contrario.

         -¿Quieres decir entonces que este Thorfinn liquidó a Skazar, el fundamento de nuestras leyes, y que por lo tanto desde entonces no hay ley en Broddervarsholm?-preguntó Andrusier.

          -Eso parecería-confirmó Ulvgang.

           -¡Pero es una locura! ¡Un disparate! ¡Una necedad!-exclamó Hendryk-. ¡Hasta nosotros necesitamos regirnos por normas y principios!

         La conversación se interrumpió allí mismo, pues en ese momento salió Balduino de Vindsborg, apareciendo en lo alto de la escalinata de piedra y llamando a todo el mundo. Sin pérdida de tiempo hubo una respuesta general a la convocatoria.

       -Ahora podéis entrar. Ya se ha dicho todo cuanto debía ser dicho-comunicó el pelirrojo.

       Como informe, resultaba harto escueto. Honney decidió que quería más detalles:

          -¿Y Kehlensneiter?-preguntó.

          -Está adentro. No tiene hambre, así que se acostó sin esperar la cena-contestó Balduino.

          -Pero, ¿qué harás con él?-preguntó Andrusier.

          -Por el momento, nada, Andrusier. Las cosas seguirán como hasta ahora.

         Parecía tan lógico que la decisión fuera enviar a Kehlensneiter de regreso a las mazmorras, que hubo dudas acerca de si Balduino hablaba en serio; sin embargo, éste no acostumbraba hacer bromas de esa clase. Al verlo entrar, hubo que admitir que no había chiste en la respuesta. Todos quedaron perplejos, salvo Hendryk, quien reaccionó como si despertara de un sueño absurdo a una realidad más lógica:

         -Debí imaginarlo... El lemming se lanzó de cabeza a enfrentar el oleaje-gruñó-. Vuestro querido señor Cabellos de Fuego es un condenado bastardo. Como si no nos fuera ya bastante difícil elegir qué hacer, ahora viene a complicarnos más con este imprudente gesto de humanidad.


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publicado por ekeledudu a las 13:39 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
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Eduardo Esteban Ferreyra

Soy un escritor muy ambicioso en lo creativo, y de esa ambición nació EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO, novela fantástica en tres volúmenes bastante original, aunque no necesariamente bien escrita; eso deben decidirlo los lectores. El presente es el segundo volumen; al primero podrán acceder en el enlace EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO I: INICIO. Quedan invitados a sufrir esta singular ofensa a la literatura

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