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¡Sorpréndeme!
EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO II
La segunda parte de la más extraña trilogía de la literatura fantástica, publicada por entregas.
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23 de Marzo, 2011    General

LX

LX

      Ese mismo domingo, Hansi acompañó a Fray Bartolomeo, como siempre, en el oficio de las restantes misas del día. Luego de las mismas, volvió a Vindsborg trayendo un papel escrito por el cura y destinado a Balduino.

       Este echó un vistazo a la misiva, puso cara extraña, entre agobiado y dolorido, y abolló el papel antes de arrojarlo al suelo en un súbito ataque de mal humor.

       -¡Latín!-gruñó-. ¿Qué sé yo de latín?

       Anders tomó el papel, lo desarrugó y asumió la tarea de hallar pistas que aportaran indicios del contenido del mensaje.

       -Aquí dice algo... algo como... como Herminium, Herminius o algo así-murmuró-. Creo que Fray Bartolomeo trata de decirte algo acerca de Herminia.

        -¿Sí?... ¡Brillante, Anders, no sé qué haría sin ti-ironizó Balduino-. Bueno, iré a ver qué quiere ese cura tonto-y añadió, dirigiéndose a Hansi:-. Ni idea tienes de lo que trataba de decirme, ¿no?

        -No, señor Cabellos de Fuego; pero ahora que recuerdo, iba a estar en casa de Herminia-contestó Hansi.

    -Pues sí que brincará de alegría la vieja cascarrabias cuando me vea llegar...-dijo Balduino-. Tan luego ella, que cuida de estar a buena distancia de todo el mundo, debe soportar en su hogar a un tiempo a Wjoland, a Fray Bartolomeo y ahora a mí. ¿Qué querrá este cura?...

      Aquel domingo no hubo tormenta de nieve, pero hacía un frío glacial, intensificado por fuertes ráfagas de viento. A Balduino no le hizo mucha gracia salir con semejante clima, máxime teniendo en cuenta que no partía a casa de Gudrun; pero hizo de tripas corazón y, encaramado a lomos de Svartwulk, se puso en camino.

       Al llegar vio al prognato Hrumwald, el primo de Kurt, hachando innecesaria y desganadamente leña, con cara pensativa y melancólica. Balduino desmontó y gritó, mientras ataba su caballo:

      -¡Eh, Hrumwald!... ¡Apúrate un poco, hombre, que te vas a congelar!

       Fue dudoso que Hrumwald lo hubiera oído. Cuando Balduino, tras golpear la puerta de la cabaña de Herminia, aguardaba a que alguien atendiera, volvió nuevamente la cabeza hacia el porquero. ¡Había que tener ganas para perder así el tiempo a la intemperie con semejante día!...

       -¡Balduino!-exclamó alegremente Wjoland cuando atendió la puerta y vio quién venía de visita-. ¿Pasa algo malo?-inquirió, notando que él miraba hacia otra dirección.

        -Ah, Wjoland, ¿cómo estás?... No, nada malo, sólo pensaba si Hrumwald estará del todo en sus cabales, perdiendo el tiempo de esa forma, así, a cielo abierto... Me muero de frío y él ahí, tan campante...

        -¡Ah, eso ya se lo dije yo!... ¡Hrumwald!-gritó-. ¡Deja eso y ven a tomar un trago!-se volvió hacia Balduino-. No lo entiendo. Ninguna necesidad tiene de venir, pues podríamos arreglarnos solas Herminia y yo. He cuidado cerdos, gallinas y vacas antes. Sé lo que hay que hacer.

       -Bueno, no sé... Tal vez no venga mal un hombre que se encargue de las faenas más pesadas, como cortar leña.

      -Sí, Balduino, ¡pero la leñera está que revienta!...

       El pelirrojo se volvió a ver a Hrumwald una vez más, y advirtió que éste miraba a Wjoland con el mismo anhelo desesperanzado de la flor que busca al sol en el cielo cubierto de negros nubarrones. De inmediato comprendió que el amor, y no el frío era lo que de verdad ponía en riesgo la salud de Hrumwald. Y era un hombre increíblemente bueno, casi tan cándido como un niño... ¿Por qué tenía que ser tan feo? El propio Balduino, a su lado, se sentía casi apuesto.

        Y aquel hombre tan feo había puesto sus ojos nada menos que en una hermosa mujer como Wjoland, que hasta a Anders había desairado. Tratándose de otro, a Balduino le habría importado menos; pero siendo Hrumwald, que era todo bondad y sencillez, el asunto le dolía como si el que amara sin ser correspondido fuera él. Se preguntó qué pensaría Wjoland, y si estaría al tanto de los sentimientos del porquero. No parecía ser de esas mujeres crueles que seducen a los hombres para solazarse en el sufrimiento que les provocan, pero todas las extrañezas y contradicciones de su personalidad hacían imposible estar seguro de nada al respecto.

      -¡Pero pasa, pasa!...-insistió Wjoland-. Disculpa mi descortesía. ¿Vienes por algún asunto en especial, o sólo de visita?

       -Busco a Fray Bartolomeo. Tengo entendido que se encuentra aquí... Aunque ahora que lo pienso, no he visto su asno.

        -¿No?... ¡Qué raro! Fray Bartolomeo está aquí, sí. Ven, te llevaré con él. Está con Herminia... Pero dime, ¿no vas a saludarme cortésmente, ahora que he aprendido?

        -¿Estás segura de haber aprendido bien?-preguntó Balduino, con desconfianza-. Conservo mi nariz en buen estado, y quisiera que así continúe...

       -¡No es nada del otro mundo!-protestó Wjoland-. Sólo hay que poner atención, y es lo que hago ahora.

        -Si tú lo dices...-gruñó Balduino, receloso aún; y galantemente, haciendo gala de exquisitos modales de gentilhombre, alzó la mano derecha de Wjoland con su propia diestra, y la besó.

       Por lo visto, Wjoland  había aprendido.

      En la habitación contigua se oían voces que Balduino reconocía ahora como pertenecientes a Fray Bartolomeo y Herminia, esta última con una inusual nota de quejumbre. Cuando en compañía de Wjoland pasó a ese cuarto, vio a la vieja en cama, con expresión de miseria. Sin embargo, esto duró poco. Ni bien vio al pelirrojo, Herminia pareció estallar de emocionado asombro.

       -¡Viniste a visitarme!...-exclamó, en apariencia casi al borde del llanto.

        Fray Bartolomeo se volvió hacia Balduino con cara de horrorizada súplica, pero fue innecesaria. ¿Qué iba a decir el recién llegado: De ningún modo vine por vos. Si estiráseis la pata y os fuerais con el Diablo, éste se haría bueno y suplicaría misericordia al Todopoderoso con tal de librarse de semejante castigo? Desde luego que no, y menos ahora que a la vieja cascarrabias la asaltaba un lapsus de súbita ternura.

       -Señora, un buen líder se preocupa por todos sus subalternos-contestó, sonriendo-; y vos sois tan parte de mi dotación como cualquier otro.

       Y acercándose al lecho, tomó la diestra de Herminia y la besó, tal como había hecho con la de Wjoland. A diferencia de ésta, la anciana al menos nunca había atacado a puñetazos a nadie, y menos para corresponder a una gentileza; si bien su carácter avinagrado hacía suponer que a veces no le faltaban ganas.

       -Viniste...-murmuró la anciana, mirando a Balduino con sus ojos grises llenos de adoración, y aferrando ansiosamente las manos de él con las suyas, arrugadas y venerables, como lo haría una abuela con el más querido de sus nietos.

       Poco habituado a efusiones de esa clase, el pelirrojo no sabía ahora qué hacer, qué pretextar para escabullirse. Recordó entonces algo que le había dicho Thorvald meses atrás: que la vieja en el fondo lo adoraba, porque veía en él la imagen de su difunto hijo, tal como ella pensaba que habría llegado a ser de haber vivido hasta llegar al menos a esa edad. Tal pensamiento dulcificó y relajó a Balduino. Se inclinó sobre la anciana y le besó la frente, fantaseando que en realidad había sido adoptado por quienes pensaba eran sus padres, y que su verdadera madre era aquella mujer vieja y gruñona, pero a su manera querible. Tal pensamiento avivó su ternura, y su sonrisa se volvió más amable y pronunciada.

      -Tengo que hacer-dijo al fin-, pero regresaré para cerciorarme personalmente de que estéis mejorando; así que ved de hallaros más recuperada la próxima vez... Fray Bartolomeo, ¿me haríais la merced de venir conmigo un momento?

        Y asintieron lo mismo el cura que la enferma, y tras despedirse de ésta con tanta galantería como al llegar, Balduino pasó a la otra habitación, seguido  de Fray Bartolomeo.

         -¿Puede saberse qué significa ese mensaje que me enviásteis?... Hablo Bersik, cernio y algo de súndaro, pero no latín-dijo el pelirrojo.

      -Pues culto como eres, supuse que sí lo entendías-replicó fray Bartolomeo-. Te pedía que fueses a casa de Thomen, pues alguien debía venir aquí a cuidar de la salud espiritual de Herminia... No puedo estar en dos lugares a la vez.

        -¿Y por qué simplemente no le pedisteis a Hansi que me diera de palabra el recado?

       -Porque Hansi se mortificó durante mucho tiempo luego de que, debido a un arrebato de celos, deseó para sus adentros que Thommy muriera, temiendo más tarde que su deseo se volviera realidad; así que prefiero que no sepa nada hasta que se consuma el hecho, si por fuera ha de consumarse.

        Balduino quedó helado al captar el sentido de aquella respuesta.

        -¿Thommy está muriendo?-preguntó, escéptico.

       Pensó en aquel niño inocente que miraba una y otra vez a su alrededor con sus enormes ojos azules y parecía maravillado de todo lo que veía; pensó en Thomen y Thora, que habían ya perdido tres hijos y estaban a punto de ver morir al cuarto.

       -Al menos está grave-contestó Fray Bartolomeo-. Por favor, necesito que vayas allí a dar apoyo moral en mi nombre. Sé que para estas cosas puedo contar contigo.

      -Pero allí haría falta vuestra asistencia espiritual. ¿No sería mejor que yo quedara aquí, con Herminia, y vos...?

        -No-cortó Fray Bartolomeo, tajante-. Estuve junto a Thomen y Thora las tres veces anteriores, y calculo que ahora, nada más verme, será para ellos como ver un ave de desgracia y no un sostén espiritual. Tú sabrás infundirles esperanza. Te llaman Cabellos de Fuego, Brunshaarn... El resplandor del fuego que recuerda que algún día regresarán la luz y el calor aunque ahora todo esté oscuro, frío y lúgubre...

        -Pero hermano-alegó Balduino, consternado-, ¡es mucha responsabilidad!... La esperanza de la que habláis podría ser vana, y además, no tengo experiencia en estas cosas.

        -Claro que la esperanza puede ser vana, pero hay que confiar siempre en que no lo sea. Y la experiencia te la haces tú. Por favor, hereje... Oraré para que el Señor ponga en tu boca las palabras exactas, pero entiende que ya bastante carga tendré luego excavando la sepultura que menos hubiera querido excavar, y ensayando inútiles frases de consuelo.

       Le vino a Balduino el recuerdo de Thomen abrazándolo el día de la muerte de Oivind: Yo perdí tres hijos... Con  cada una de esas muertes me sentí destruido, pero hallaré fuerza de voluntad para seguir adelante en tanto tenga gente que dependa de mí...No eres débil ni cobarde, sólo necesitas curtirte un poco.

        -Está bien, hermano, iré-accedió al fin, de mala gana; y como Wjoland lo vio a punto de irse, se apartó de Hrumwald, que había entrado al fin y paladeaba el trago que se le había ofrecido, y con quien conversaba aparte en ese momento.

        -Al fin quien yo sé se ha convertido en toda una dama-dijo galantemente Balduino, tomando la diestra de la joven con la suya, para besarla de nuevo a modo de despedida.

         -¿Eh?...-preguntó ella, con gran interés y una sonrisa no muy inteligente, alzando la palma de la mano que debía supuestamente descansar sobre la del pelirrojo, y aporreando con involuntario entusiasmo la nariz de éste por enésima vez-. ¡Oooh!... ¡Lo siento tanto!...

        -Yo también-gruñó Balduino. Nunca más, pensó.

         Si Wjoland sigue así-pensó el cura, con un poco de vergüenza ajena-, a qué Infierno vamos a condenar a este pobre diablo, si expiará en este mundo todas sus herejías y mucho más. Como para hacer pasar el desaguisado de la joven, precedió al pelirrojo hasta la puerta y la abrió cortésmente, sosteniéndola hasta que Balduino la hubo franqueado.

         -De veras, lo lamento... Es que me olvidé-gimió Wjoland, contrita.

        -Wjoland, disculpa la sinceridad, pero tus olvidos te hacen más peligrosa que un Jarlwurm-replicó Balduino, malhumorado. Bastante tenía ya con el indeseable encargo de Fray Bartolomeo para, encima, padecer torturas extra.

        -Hrumwald-interrumpió Fray Bartolomeo, con voz de extrañeza, tras asomar la cabeza al exterior y mirar en vano hacia todos lados.

        -No entiendo. ¿Que qué hice con qué, hermano?-preguntó Hrumwald.

        -Mi burro. ¿Dónde lo ataste?

        Hrumwald se atoró con la bebida y saltó de su asiento.

          -¡EL BURRO!...-gritó horrorizado, comprendiendo al fin qué era aquello que había olvidado y tratado luego una y otra vez, y siempre en vano, de recordar.

        Y acto seguido salió como alma que se lleva el diablo en busca del animal. Y Balduino, para u desgracia en el camino del porquero, se vio prácticamente arrollado por éste, con absoluto descomedimiento.

       Fray Bartolomeo meneó la cabeza.

        -En su defecto podría probar ensillar a este otro-gruñó-, aunque para ser franco prefiero los de cuatro patas, a la vieja usanza.
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publicado por ekeledudu a las 12:02 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
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SOBRE MÍ
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Eduardo Esteban Ferreyra

Soy un escritor muy ambicioso en lo creativo, y de esa ambición nació EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO, novela fantástica en tres volúmenes bastante original, aunque no necesariamente bien escrita; eso deben decidirlo los lectores. El presente es el segundo volumen; al primero podrán acceder en el enlace EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO I: INICIO. Quedan invitados a sufrir esta singular ofensa a la literatura

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