LXXXIX
Kurt y Heidi fueron los primeros en retirarse, pese a ser los agasajados. Llegado el momento, se presentaron ante Balduino, quien ya no bailaba con Gudrun aunque, sólo por darle el gusto a ella, había resistido heroicamente unas cuantas piezas, y a quien mantenía sujeta por la cintura.
-Ha sido una buena fiesta, amigo-declaró Kurt, apartándose de su ahora flamante esposa, tan sonriente ésta como él mismo, para estrechar la mano de Balduino.
Este miró al resto de la gente, como si antes de responder debiera asegurarse de que los demás la hubieran disfrutado en grande. Fray Bartolomeo había venido un rato pese a que por la mañana había declarado muy enfático que no lo haría, porque esas cosas profanas a él no le cuadraban. En este momento tocaba una flauta a pedido expreso de Thomen el Chiflado, quien quería bailar cuando menos una o dos piezas con Thora, su mujer. A decir verdad, Fray Bartolomeo había empezado rehusándose hasta que accedió a tocar "una tonadilla o dos, y rogad que el Señor me inspire para interpretar cuando menos dignamente esas frívolas piezas sin previamente haberlas ensayado siquiera una vez". Tales palabras inspiraron enigmáticas sonrisas en buena parte de los asistentes. En aquel momento, Balduino no había entendido por qué; pero ahora que escuchaba tocar al cura, y a menos que quisiera hablarse de milagro, la relativa complejidad de algunas de las piezas de su ciertamente nutrido repertorio hacía sospechar que, en algunos de sus momentos de ocio, Fray Bartolomeo practicaba a escondidas esa música que a juzgar por sus palabras era poco menos que diabólica y que los aldeanos lo sabían.
Ojalá no se me escape, pensó Balduino, sonriendo maliciosamente al ver a Fray Bartolomeo, quien seguía tocando con gran entusiasmo aunque a esta altura de la noche, aparte de Tom y Thora, sólo Hrumwald y Wjoland seguían bailando.
-Si se veras piensas eso, Kurt, ¿por qué os vais tan protno? No me digas que sólo un poco de aquavit ya te ha mareado...
Kurt sonrió con picardía.
-Ah, no amigo; estoy mareado, sí, pero sólo lo suficiente, y no por culpa del aquavit-respondió-. Y ni hablar de que la fiesta termine todavía... Pero sigue en privado...
Acompañaron las últimas palabras una comiquísima expresión de fauno en ciernes y algo que parecían unos pasos de baile improvisados, pero no exentos de gracia. Balduino se echó a reír, y lo corearon mismo Gudrun y Heidi que el propio Kurt.
-Mira que aquí estamos todos locos, amigo, por si no lo has notado. A ver si te contagias...
Henchido de una íntima felicidad que parecía a punto de explotar en su pecho, balduino lo miró a los ojos y sonrió.
-Tal vez algún día se diga de mí que estoy tan loco como Kurt Ingmarson-respondió-, y ése será para mí un halago más grande que todas las honras que pudieran tributarme mil reyes.
Y lo decía sinceramente; porque veía en Kurt mucho más que sólo un joven de ocurrencias extrañas cuando no directamente disparatadas. Veía una hombre trabajador y confiable, leal y honesto, campechano y alegre: una persona espléndida y ejemplar.
Antes, Balduino no habría valorado cualidades semejantes. Prefería otras: el coraje, la fuerza, la destreza con la espada. Pero alguna vez, estando Balduino desanimado y con l amarga sensación de estar solo en medio de mucha gente, aquel joven afable y espontáneo le había sonreído cordialmente y tendido la mano como para ayudarlo a salir de un profundo pozo. Una imagen así jamás se olvida si llega cuando uno está de verdad mal... Y un sencillo gesto como ése resalta cuanto de noble pueda tener quien lo hace.
Algo de ese bello concepto que tenía de Kurt debió reflejarse en las pupilas de Balduino, porque el joven criador de renos se emocionó al mirarlo a los ojos, y los suyos se humedecieron ligeramente. Pareció que hasta iba a llorar. Pero sólo dos veces en su vida recordaría Balduino haber visto llorar a Kurt, una de ellas devastado de dolor, la otra bajo el imperio de emociones demasiado inmensas para poder expresarlas en palabras; y aquella no fue una de esas ocasiones. En cambio, cayeron uno en brazos del otro, igualmente conmovidos ambos.
-Kurt, amigo, hermano...-dijo Balduino-: que seas muy, muy feliz.
-Gracias, amigo... Tú también.
Se palmearon las espaldas y separaron el abrazo, y Kurt fue a saludar a Gudrun, a quien sabía Balduino que lo unía un singular vínculo, fraternal casi. Mientras tanto, él hizo lo propio con Heidi. Le tomó la mano para besársela, pero pegó un brinco a mitad de tan cortés gesto, acto reflejo que lo asaltaba mucho últimamente.
-Lo siento-se excusó-. Luego de varias nefastas experiencias con Wjoland, uno ve una mano que se acerca a la nariz de uno y, cuando piensa en ello, se sobresalta.
Por lo visto, Heidi no tení la menor idea de qué trataba de explicarle el pelirrojo, puesto que lo miró como si hubiera perdido el juicio y sonrió sin malicia. Balduino se contagió del gesto, pensando que posiblemente la joven pensara que faltaba poco para ese hipotético día en que se diría de él que estaba tan loco como Kurt.
-Heidi, preciosa, hoy te llevé hasta los brazos de tu esposo y podría regresarte a tu hogar si él no te tratara como se debe. Sé que no tendré que hacerlo. Kurt te amará y te cuidará. Haz de cuenta que ahora te encomiendo a mi propio hermano. Amalo y cuidalo tanto como él a ti.
-Gracias, señor Cabellos de Fuego, así lo haré-replicó Heidi; y Balduino la besó en la frente.
Luego de que también ella se despidiera de Gudrun, los recién casados partieron hacia su noche de bodas con notable prisa. Balduino entonces volvió a tomar a Gudrun de la cintura.
-¿Qué fue eso de preciosa, eh?-preguntó ella en tono fingidamente acusador.
-¿Y por qué el interés? No creo que sientas celos; tú no eres así-contestó él.
-No; la verdad, no los siento. Además, si tuvierais algún asuntillo con Heidi no lo haríais tan evidente y ante los ojos de Kurt.
-No lo había visto de ese modo... La verdad, Gudrun, querida, tu ausencia de celos es todo menos halagadora.
-Bueno, señor Cabellos de Fuego, ya que tan importante es para vos imaginarme celosa, sabed que me dolería mucho que llamarais querida a otra mujer... Claro que mi reacción sería un tanto drástica, definitiva.
Suena como si fueras a asesinarme, estuvo a punto de decir Balduino; pero se abstuvo. No le era fácil recordar hasta qué punto había sido de verdad drástica y definitiva Gudrun con su propio padre; cuando se acordaba, como ahora, prefería evitar incluso cualquier broma que pudiera traerle al presente esas horribles imágenes del ayer.
-Sé eso-dijo en cambio-. Preciosa, tiene derecho a serlo cualquiera; querida, sólo tú. Te reservo el cumplido en exclusiva, por eso no lo usé con Heidi.
-¿Sí?... Es curioso, porque no recuerdo haberos hablado de esa preferencia mía.
-No lo hiciste, simplemente me pareció que, cuando te llamo querida, tus ojos brillan de manera especial.
-Fijaos, me conocéis más a mí que yo a vos, parece...
Balduino asintió y cayó entre ambos un silencio un tanto embarazoso. El fue el primero en romperlo:
-Hermosa noche, ¿eh?
Gudrun se echó a reír.
-Me retracto de lo que dije antes, no os conozco tan mal, después de todo-dijo-. Me parecía que ibais a proponerme que también nosotros terminásemos la fiesta en privado y, mirad, ahí empezáis con los habituales rodeos que soléis dar cuando no sabéis cómo encarar el tema...
Balduino sonrió.
-De acuerdo: me muero de ganas de hacerte el amor-admitió-. Ahora que lo he confesado, dime cómo lo notaste.
-Es que me di cuenta ya desde hace tiempo que la felicidad ajena os incentiva mucho en ese aspecto. Nunca sois tan buen amante como cuando durante el día visteis felices a otros; cuando Thommy se salvó de morir, por ejemplo.
-Es cierto. Cuando veo feliz a la gente de aquí, a la que amo, es como si yo mismo me llenara de bríos y ganas de vivir.
-Lo que no sé, señor Cabellos de Fuego, es dónde encontraríamos un lugar privado en los alrededores. Tal vez debamos desistir, después de todo...
-Ni hablar-contestó Balduino, decidido