LXXXV
Tan jubiloso como el mismo Tarian estaba el ambiente en tierra. Durante los últimos coletazos invernales, cuando todavía hacía frío -se entiende que para los parámetros de Frayrstrande, adonde nunca hacía realmente calor-, Thomen dejó un día a Thommy en Vindsborg, y Valduino y sus hombres lo llevaron con ellos y con Hansi a los bosques cuando fueron a derribar unos árboles.
-¡La primavera!...-gritó el niño, exultante, al reconocer el canto del cuclillo que anunciaba el tan esperado cambio estacionario.
Balduino, quien en ese momento atacaba con su hacha un gran abeto turnándose en esa faena con Anders, dejó que éste lo sustituyera un rato. Se pasó la mano por la frente traspirada, se acercó a hurtadillas a Thommy y lo alzó de golpe, tomándolo por sorpresa.
-La primavera, sí-confirmó, llenándole la mejilla de besos antes de lanzarlo dos o tres veces seguidas por los aires y capturarlo siempre en plena caída-. Llega la primavera-y repitió el mismo juego mientras Thommy reía deleitado; y esa risa, que venía de un niño que había estado a punto de sucumbir a la estación helada y ahora, en parte gracias a Balduino, festejaba alborozado el advenimiento de la primavera, hacía bien al pelirrojo.
Demasiado bien, tal vez. Esa misma noche, Balduino visitó a Gudrun, quien lo halló más fogoso que de costumbre y supo que la causa era una alegría íntima acerca de la que no hizo preguntas, pero que parecía irradiar de él en todas direcciones y acabó por contagiarla también a ella.
-Estoy feliz, ¡feliz!...-exclamó él, innecesariamente, después de hacer el amor; y luego de cierto silencio, durante el cual Gudrun lo adivinó lleno de proyectos, pues ya había aprendido a conocerlo bien, y temió que alguno o varios de ellos la involucraran a ella, añadió:-. Sabes, he pensado que podrías sembrar alfalfa. No te quitaría mucho tiempo, y dispondrías de más alimento para tus ovejas.
El problema de Balduino -y en esto también había aprendido Gudrun a conocerlo sobradamente- era que en algunas copsas se ponía terco hasta el absurdo; como en la reciente cuestión del heno mohoso.
-Yo te regalaré las semillas-agregó él.
Gudrun se quedó pensando. ¿Por qué no, después de todo? Terreno donde sembrar, había.
-Ajá. ¿Y luego?-preguntó, dubitativa aún, preguntándose con qué disparate se saldría Balduino.
-Las siembras. Es algo que crece solo. Incluso podríamos conseguir una buena cantidad , de modo que alcancen también para Kurt. Entonces él o Heidi podrían sembrarlas, las de ellos y también las tuyas a modo de pago por su parte.
-¿Y vos?... No me gusta obtener algo sin dar nada a cambio.
-Bueno, hagamos un trato entonces: te consigo las semillas, y a cambio me das un poco de esa miel que según dices es tan rica.
-Pero sólo para vos, señor Cabellos de Fuego; `prque no habría suficiente para vos y para vuestros Lemmings, como he oído llamarse a sí mismos a vuestros hombres.
-Seguro, seguro... La comeré aquí. ¿Estamos de acuerdo?
Gudrun meditó un instante la cuestión, a la espera de que Balduino añadiera algún inesperado absurdo. A la luez del fuego del hogar, lo vio inclinado sobre ella, sonriente, mientras le acariciaba los senos con la diestra.
-Bueno... De acuerdo-accedió al fin; y Balduino, ardiente de nuevo, se inclinó más sobre ella y la besó, con obvias ganas de lanzarse a la carga una vez más. Y Gudrun le acarició la espalda, alentándolo a continuar.