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¡Sorpréndeme!
EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO II
La segunda parte de la más extraña trilogía de la literatura fantástica, publicada por entregas.
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22 de Septiembre, 2010    General

VI

VI

      No obstante, ninguno de los dos parecía muy deseoso de evacuar la duda, y fue el tercero quien formuló la pregunta, en su nombre y en el de sus compañeros:

      -¿Qué haréis con nosotros tres?

      Eso mismo había estado preguntándose Bruno. No podía enviarlos por donde habían venido, eso era seguro, pues todos les preguntarían por sus amos; pero por otra parte, si los llevaba a Drakenstadt, dudaba de que fueran de utilidad alguna, sin contar que no confiaba mucho en ellos.

      -Señor, estos mozalbetes habrían acudido en defensa de sus amos, si yo no lo hubiese impedido-arguyó el posadero, ceñudo, con justa razón.

      -¿Y qué otra cosa podíamos hacer?... ¡Si estábamos al servicio de ellos!-se justificó el muchacho.

      -Será mejor que empieces a diferenciar la lealtad en el servicio del servilismo liso y llano; y lo mismo tus compañeros-lo amonestó Bruno-. Lo que distingue al servidor leal del servil es el estado de su alma, ni más ni menos. Y vosotros, socorriendo a vuestros señores en asuntos de dudosa calaña, os hubierais convertido en serviles.

       El muchacho reprendido puso cara de espanto. De ningún modo podía concebirse a sí mismo como un servil. Los serviles eran todos jorobados y contrahechos, y siempre secundaban a hechiceros de siniestro poder... Pero él y sus camaradas eran jóvenes y apuestos, y servían a señores de noble estirpe.

        Bruno no captó la naturaleza de la confusión del escudero, pero sí notó que no entendía algo que para él resultaba obvio, de modo que intentó ser más claro:

      -Si tu amo te ordena engrasar su coraza y le obedeces, eres leal y obediente. Si te ordena engrasar cien veces al día la misma coraza, ya es discutible qué eres; puede que más bien seas un gran estúpido por obedecerle, pero igual es asunto tuyo. Si el cumplimiento de las órdenes atenta contra tu honor y tu conciencia y sigues obedeciéndole, sin embargo, pasas a ser un cobarde y un servil-explicó-. Por lo pronto, deshaceos de estos cadáveres. Cómo, es cosa vuestra, pero que no queden huellas. Estos hombres no han sido sino escoria, y no merecen que a nadie se culpe por sus muertes. Dos son suicidas; conforme a la Iglesia, se les debería negar sepultura, pero obrad como gustéis.

       -Hay herramientas en las caballerizas-dijo el posadero-dijo el posadero-. Muéstrales, Meinard.

       Ya se retiraba el último, seguido por los tres escuderos, cuando dijo Bruno:

      -Ve con ellos, Wilfred. Debe quedarnos algo de tinta y pergamino. Búscalos, y trae también una pluma, que tengo que dictarte algo antes de que partamos.

      Wilfred se sumó al desfile de gente que iba hacia las caballerizas. Entonces el posadero miró embarazosamente a Bruno:

       -Señor, con respecto a las pulgas, yo...-balbuceó.

      -Olvidadlas-interrumpió Bruno-. Ni siquiera me consta que las haya, aunque raro sería que no las hubiera, ya que al parecer no hay posada que no las tenga. Pero creí mejor montar toda esa farsa ante mis... amigos... para que ellos no se dieran cuenta de que vuestro hijo Meinard, so pretexto de ir por vuestra hija para que ésta los... atendiese... me había puesto sobre aviso y pedido que interviniera. Así mi aparición en el comedor parecería azarosa y no se vengarían en nadie más por la indiscreción del hermano. A decir verdad temí, en cierto momento, que no mordiesen el anzuelo, porque me sabían menos remilgado, más flemático en lo que hace a incomodidades. pero a ellos cualquier cosa que no estuviera a su gusto en una posada los ponía a bramar, así que, tal vez, midieran mi reacción en base a las suyas y la encontraran lógica.

      -Os lo agradezco, señor-dijo el posadero, inclinando respetuosamente la cerviz-. Y también os ofrezco un cuarto libre de pulgas, así tenga que cazarlas yo mismo, una por una.

      -No; os lo agradezco. Tengo mis razones para partir a la brevedad. Además, ya os he causado suficientes angustias y preocupaciones.

      -¡No ha sido culpa vuestra!-protestó el posadero-. Vos obrasteis como todo un gentilhombre. ¡De no haber sido por vuestra ayuda, nuestra Hildi habría terminado vejada, y varios de nosotros habríamos sido muertos intentando defenderla!

       -Sí, pero estas desgracias me siguieron hasta aquí como un séquito de horrores-replicó Bruno, cerrando los puños en gesto impotente y furioso.

      El posadero sonrió tristemente. No podía negarse a sí mismo que tenía ganas de llorar al ver las mesas y sillas destrozadas durante la lucha, pero a sus años, la única verdadera tragedia era la muerte de un ser querido. Lo otro, dificultad más, dificultad menos, tenía arreglo.

      -Tengo que ocuparme del ciervo. Rob, ya que estás aquí, házme un favor-dijo-: saca la marmita del fuego, toma unos trapos limpios y ocúpate de las heridas de este gentil señor.

       Rob obedeció, y Bruno se sometió a sus cuidados, cerrando los ojos e imaginando que era Hildi quien lavaba y vendaba las heridas.

       -No sé si estaréis en condiciones de partir esta noche, señor-dijo Rob, con su voz joven pero ya gruesa. El hechizo se esfumó.

      -Y si sólo eres amigo de esta familia, me pregunto qué haces aquí a estas horas-replicó Bruno-. Tu familia estará preocupada.

       -No, señor, les avisé que pasaría la noche aquí, pues a la vuelta estaría ya demasiado oscuro. Pero volviendo a vuestro estado...

      -Deja que de mi estado me ocupe yo, ¿eh?-interrumpió descortésmente Bruno.

      El inocente muere en medio de atroces suplicios en lo alto de una cruz... Tendrás una vida horrible y un fin aún más mísero que el mío... Las palabras de Reiner obsesionaban a Bruno, como enemigos que lo rodearan y lo acosaran desde todas direcciones, burlándose de él y tironeando hacia atrás, hacia la vida cómoda... Y tal vez hacia el Mal. El destino es que los malos recibamos nuestro castigo; el de los buenos es peor todavía... Mucho después de que me hayas matado, te pondrás de mi lado... Se es valiente sólo hasta cierto punto.

      Bruno sentía ahora a su propia voz interior, susurrándole al oido con malicia: Con sólo volver, no harás daño alguno. Se estremeció, sacudido por la tentación. Volvió a cerrar los ojos. Allí, en su mente, estaba la mirada de Hildi, de facciones rústicas, sencillas, pero sobre todo dulce; una mirada que, en silencio, le pedía que siguiera adelante, para cumplir con sus deberes de Caballero.
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publicado por ekeledudu a las 16:13 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
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SOBRE MÍ
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Eduardo Esteban Ferreyra

Soy un escritor muy ambicioso en lo creativo, y de esa ambición nació EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO, novela fantástica en tres volúmenes bastante original, aunque no necesariamente bien escrita; eso deben decidirlo los lectores. El presente es el segundo volumen; al primero podrán acceder en el enlace EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO I: INICIO. Quedan invitados a sufrir esta singular ofensa a la literatura

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