VIII
Cuando Bruno y Wilfred estuvieron listos para partir, bajaron a despedirse de todo el mundo, pero no se hallaban todos allí, en la planta baja, sino sólo el posadero, su mujer y Hildi. Los tres limpiaban como podían las manchas de sangre, La mujer del posadero había estado llorando por algún motivo, pero sonrió cuando Bruno se llevó la mano de ella a sus labios y la besó. Luego, el Caballero dedicó la misma cortesía a Hildi, y sus ojos contemplaron atentamente el rostro de la joven, como deseando bebérselo.
Después, Caballero y escudero se encaminaron hacia las caballerizas adonde, para su sorpresa, los aguardaban Andy, Meinard, Rob y los tres escuderos, congregados todos ellos a la luz de una antorcha. Esto fue una sorpresa para Bruno, quien los había imaginado a todos durmiendo; pero más asombroso todavía fue ver que los tres escuderos, que tan pocas ganas habían mostrado de quedarse con el posadero y su familia, miraran atentamente a Andy, con los ojos abiertos y una especie de silenciosa reverencia.
-¡Sí, sí!... ¡Lo que tú digas!-oyó exclamar a uno de ellos.
En ese punto notó Andy la presencia de Bruno y de Wilfred, y se volvió hacia el primero, y comentó:
-Estaba diciendo, señor, que será mejor deshacernos de estos caballos, al menos de aquellos cuyos usuarios ya no están-dijo-. Llamarían la atención si quedasen aquí, y además no podremos costear la alimentación de tantos animales. En el mercado negro podremos sacar algo por ellos.
Bruno aprobó con la cabeza.
-Me quedaré con éste-prosiguió Andy, acariciando a un precioso alazán de robusta constitución.
-Hmmm... No te lo recomiendo-murmuró Bruno-. Ese era el caballo de Gottfried. Tiene una estampa demasiado guerrera. Todos se preguntarían qué hace semejante animal en manos de un mancebo de campo, y sospecharían.
-Es que no quedará aquí, señor-contestó Andy-. Iré con vosotros.
-Ni hablar-gruñó Bruno-. Con razón tu madre estuvo llorando. No me cabe la menor duda de que eres valiente, pero temo que Drakenstadt no es sitio para ti. Si crees tener alguna deuda conmigo, olvídalo. Quien estaba en deuda era yo, y la he saldado en la medida de lo posible.
-Señor-replicó respetuosamente Andy-: no voy a Drakenstadt, sino que allí regreso, y lo habría hecho en algún momento; no sois vos la causa de la partida, sino como mucho el motivo de que ésta se anticipe a lo previsto. Pero pongámonos en camino y continuemos la charla, si os place, sobre la marcha. Para caballos mal descansados y que no han comido, el trecho que nos separa de Drakenstadt será un auténtico Calvario. Sugiero iniciarlo cuanto antes para llegar cuanto antes, y que estos pobres animales puedan al fin alimentarse y reposar.
Bruno quedó mirando intrigado aquel semblante lleno de determinación.