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Freyrstrand parecía muy práctica a la hora de los fallecimientos: Oivind fue sepultado a media tarde, sin féretro y envuelto sólo en trapos viejos, en una fosa en el viejo cementerio detrás de la capillita de Fray Bartolomeo. Este excavó personalmente la tumba, negándose a recibir ayuda en tal faena. Asistieron pocos aldeanos al entierro aunque, por turnos, todos irían a presentar sus últimos respetos al difunto en algún momento libre. En cambio asistió la dotación completa de Vindsborg, salvo Honney, quien estaba de guardia en el torreón.
Pareció que asistieran todos los demás Kveisunger, teniendo en cuenta tanto la escasa simpatía que le profesaban al difunto como la aprensión que sentían por los cementerios y las tumbas. Ese temor resultaba un tanto insólito en hombres que habían desafiado tempestades, combates navales y monstruos marinos; pero Balduino estaba ya resignado a tal incoherencia. Incluso Ulvgang y Gröhelle, quienes al parecer habían tomado parte, en su juventud, en una batalla naval contra una siniestra hueste de guerreros esqueléticos resurgida con barco y todo desde un negro abismo marino, se sentían algo incómodos (por ser suaves), como si a sus espaldas un sepulcro fuera a abrirse, liberando los más espeluznantes horrores del Infierno. Snarki estaba deleitado con ello, porque en otra época los Kveisunger habían sentido cierto disfrute ruin con los miedos del entonces obeso roncador; de modo que le era inevitable complacerse ahora que tal situación se invertía. No podía disimular una sonrisa malévola viendo las caras de los piratas. Curiosamente, esa maldad, quizás por relativamente inocente, devolvía a su otrora regordete rostro el aire infantil perdido al adelgazar.
-Polvo al polvo... Ceniza a las cenizas... ¡Humpf!-gruñó Fray Bartolomeo, echando en la tumba la última palada de tierra mezclada con nieve.
-Nos veremos dentro de muy pronto-susurró perversamente Adam Thorsteinson. El desgarbado larguirucho parecía siempre regodearse con cuanto se relacionara con lo nefasto o lo mortuorio, una de las razones que tan impopular lo hacían entre sus mismos compañeros; y no iba a perderse tan magnífica oportunidad de amargar a éstos recordándoles la brevedad de la existencia humana.
Fray Bartolomeo colocó sobre la tumba una cruz hecha toscamente con un par de ramas, que le fue alcanzada por Karl. Seguidamente cayó un respetuoso silencio, durante el cual se oyó sólo el bramar del viento, y otra cosa que se había ya oído en otras oportunidades, pero en la que sólo ahora se ponía a pensar Balduino: las fonaciones de las focas de Eldersholme. Se oían siempre, pero unas veces más que otras; y en ocasiones, como ahora, vibraba en ellas el terror, como si los animales estuvieran siendo depredados. Más valía investigar ese misterio: siempre existía la posibilidad de que el desconocido depredador fuera un Wurm.
-No era mal sujeto este Oivind, en el fondo; no, señor-declaró Fray Bartolomeo.
Balduino salió de sus meditaciones y vio asombrado que el cura había sacado de alguna parte una bota llena de quién sabía qué bebida, tal vez aquavit, y bebía de ella con la sed de un caballo tras un largo y veloz galope.
-Así que... ¡Brindemos por ello!-prosiguió el clérigo-. Es fundamental que entendáis algo, hermanito-añadió, parodiando al finado y ya con la bota de nuevo en los labios; pero no alcanzó a beber, porque vio que Balduino lo miraba reprobatoriamente-. ¿Qué me miras así, hereje?-gruñó, hostil-. Es un excelente aquavit. Nada más pruébalo; Oivind invita-y le pasó la bebida.
-¿Siempre oficiáis los entierros de esta manera?-preguntó Balduino, desconcertado.
-¡No!... Sólo cuando el difunto invita los tragos-replicó el cura.
-¿Apenas exhaló su último suspiro y ya le birlasteis su aquavit?-preguntó el pelirrojo, con creciente indignación.
-Sabía que eras hereje, pero no creí que además fueras tan tonto... ¡Birlar!... Número uno: Oivind no va a beberse este aquavit. Número dos: sería el primero en enfadarse, y con justa razón, si no aprovecháramos en su nombre esta excelente bebida. Número tres: por decirlo suavemente, el difunto dejó deudas aquí y allá a consecuencia de cosillas que no le pertenecían y que él se regaló a sí mismo; y Dios me perdone por hablar así de él, pero en fin, el Señor sabe que lo que digo es la pura verdad. Número cuatro: estamos cagados de frío y no nos viene mal esta bebida para entrar en calor. Número cinco: hago esto con autorización expresa del joven Osmund a quien, por si no recuerdas, tú mismo hiciste heredero universal de Oivind. ¿Sigo?... ¡Me parece que cinco razones válidas son más que suficientes! Si también tú lo crees así, cierra el pico si nada inteligente tienes para decir.
-Es que me parece una falta de respeto al muerto-objetó Balduino.
-¿Qué acabo de decir? ¡Mira con qué tontería me sales!-exclamó irritado el fraile-. ¡Estamos bebiendo en recuerdo de Oivind, muchacho, no meando sobre su tumba!... Pero en fin, si no quieres beber, simplemente pásale la bota a otro. Nadie va a obligarte.
Balduino bebió, se volvió hacia Anders y le entregó la bota. Viendo las caras de sedienta ansia de toda la dotación de Vindsborg, el pelirrojo empezó a sospechar la verdadera razón de tan perfecta asistencia al entierro. ¡Vaya bribones!... ¡Y él que, ingenuamente, se había conmovido, creyendo que después de todo Oivind no les caía tan mal, o que querían darle apoyo moral a él, a Balduino!...
-Lo voy a extrañar-murmuró.
Fray Bartolomeo le palmeó la espalda.
-No me hagas reír...-replicó-. Se extraña sólo a quienes ya no están. Ya verás que aquí nadie se va del todo, y menos alguien como ese viejo taimado, más único que una cruza entre gallo y ciempiés... ¡Bebed, amigos, bebed que hay más!
Varias manos se disputaban la bota, que en un lapso brevísimo había pasado de Anders a Thorvald, de éste a Ulvgang y luego, sucesivamente, a Karl, Gröhelle y Ursula.
-Los piojos me tienen loco-gruñó malhumorado Lambert, haciendo uno de sus involuntarios y típicos guiños de ojo.
-Esta noche te quitaré unos cuantos, si quieres-prometió Ursula-. Ultimamente me he vuelto una experta cazadora de piojos.
Qué día más raro había elegido Oivind para pasar a mejor vida... Primero, aquellas fonaciones inusualmente desesperadas de la colonia de focas de Eldersholme. Ahora, Ursula ofreciéndose a liberar de piojos a Lambert, un servicio que, igual que los masajes (salvo en caso de sauna) reservaba exclusivamente para Thorvald. ¿A qué se debería aquella magnanimidad de la hombruna princesa?...