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¡Sorpréndeme!
EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO II
La segunda parte de la más extraña trilogía de la literatura fantástica, publicada por entregas.
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08 de Octubre, 2010    General

XI

XI

      Cuatro oficiales fueron designados para formar parte del grupo que iría en busca de los Jarlewurms, entre ellos Maarten Sygfriedson e Ignacio de Aralusia, debido a la experiencia que ambos tenían en hallarse aterradoramente próximos a tales monstruos. El  resto de la expedición se completaría con los también fogueados exploradores y con Caballeros y soldados villanos sin rango jerárquico,

      Sin embargo, una vez disuelto el Consejo, muchos se acercaron a Thorstein Eyjolvson para preguntarle por qué no los había elegido a ellos. Fue el caso, entre otros, de Dunnarswrad.

      -Siempre está la posibilidad de que algo salga mal; no podemos arriesgar a toda la oficialidad. Dos han sido seleccionados por su experiencia; dos, para que vayan adquiriéndola. Y de quienes no la tenían, los finalmente elegidos no lo fueron por nada en especial, los escogí a ellos como podría haber escogido a cualquier otro-fue la respuesta general de Eyjolvson; y añadió, dirigiéndose a Dunnarswrad:-. Nada me habría gustado más que teneros a mi lado en semejante empresa; pero sinceramente, Drakenstadt no puede darse el lujo de perderos. Vos estimuláis hasta al más desfalleciente, aunque más no sea a fuerza de puñetazos y puntapiés. Cuando hasta el último muro y hasta la última torre hayan sucumbido, los guerreros de Drakenstadt seguirán en pie en tanto vos estéis en pie. Además, está vuestro peso político. El imbécil del regente, como bien sabéis, proyectaba poner al frente de las tropas... ¡al obispo! Hablándole pacientemente y usando todos mis argumentos, creo haberlo disuadido; pero temo lo que ese hombre pueda hacer una vez que asuma oficialmente. Si alguien persuasivo como yo no logra hacerlo entrar en razón, tal vez lo consiga alguien de vuestra estatura y músculos-y como el medio ogro hizo un gesto de contrariedad, preguntó:-. ¿Qué ocurre?

      -Nada-fue la respuesta-. Sólo pensaba que ya me estoy cansando de siempre hacer el papel de malvado.

      -Oh, Hreithmar-rió Eyjolvson-, ya quisiera yo tener vuestro carisma para ese papel. Creedme, eso de que hablando se entiende la gente es una farsa en el noventa por ciento de los casos; y ya preferiría yo romper unas cuantas cabezas ajenas antes que tener martillada de dolor la propia luego de tan largas y a menudo inútiles negociaciones.

      Edgardo de Rabenland se mantenía aparte, flanqueado por Ignacio de Aralusia a su izquierda y Calímaco de Antilonia a su derecha.

      -Llevas días esperando para preguntarle-dijo Ignacio-. ¿Qué tal si aprovechas ahora?

      Edgardo meneó negativamente la cabeza.

      -No, bastante lo están fastidiando ya los otros. Además, lo más probable es que ni se acuerde de mi hermano-contestó.

      -Encuentro eso bastante difícil-terció una voz a espaldas del pelirrojo.

      Este volvió la cabeza y se encontró con la sonrisa irónica de Landelino de Urifernia.

       -Yo estaba en Ramtala cuando el Gran Maestre y tu hermano se conocieron personalmente. Balduino fue muy irrespetuoso, creo yo, con el señor Eyjolvson. Creéme: se acuerda...

      No supo Edgardo cómo tomar aquellas palabras, pero ya que Landelino parecía tan seguro, esperó a que el ambiente se despejara un poco y, acercándose a Thorstein Eyjolvson, le preguntó si conocía a su hermano.

      -Nos vimos una vez-sonrió Eyjolvson, acordándose más que de sobra, como bien había dicho Landelino-. Está en Freyrstrande, Fristrande o como se llame ese lugar.

      -¿Y se encuentra bien, señor?-preguntó Edgardo.

      -Bueno, tuve noticias de él no hace tanto, y entonces se encontraba bien... Demasiado bien, quizás, para gusto de algunos. Me llama la atención que lo mencionéis, porque tenía entendido que él se hallaba...digamos... alejado de su familia-vio que Edgardo sonreía, algo triste e incómodo, y le puso una mano en el hombro, sonriendo también, como el sol que intenta dar un tinte alegre a un paisaje melancólico-. Pero a veces tanto más cerca se está espiritualmente cuanto más lejos físicamente, ¿no?

      -Seguro, señor-contestó Edgardo; y añadió, inclinando la cabeza:-. Con vuestro permiso...

      Thorstein asintió, y Edgardo salió de la sala junto con Ignacio y Calímaco, últimos tres de la riada que se dirigía hacia la puerta. Y hasta aquí lo que Calímaco podía recordar; pero algo más sucedió después, algo que luego trascendiería a través de rumores que luego se transformarían en leyendas y que comenzó cuando Eyjolvson quedó solo.

       Se hallaba pensando en la mejor manera de organizar las cosas para esa noche. No tenía mucho tiempo para desperdiciar en remembranzas, pero no pudo rechazar el asalto de la nostalgia al pensar que se hallaba de nuevo en Drakenstadt, su querida Drakenstadt. Era la primera vez que se permitía tal pensamiento en todo su significado.

       Los años más felices de su vida, aproximadamente entre los quince y los veinte, se habían iniciado allí, en Drakenstadt; por eso le tenía tanto cariño, que la sentía quizás aún más propia que a Ramtala, su ciudad natal... Y sin embargo, su llegada a Drakenstadt no había sido feliz exactamente, sino en calidad de rehén enviado por su padre, el Conde de Ulvergard, tras una breve guerra feudal perdida contra Norcrest y en garantía de cumplimiento del posterior tratado de paz.

      Thorstein en ese tiempo era considerado un príncipe muy centrado aunque orgulloso. El conflicto armado entre Norcrest y Ulvergard había sido consecuencia de un prolongado litigio limítrofe entre ambas baronías. Ni una ni otra necesitaban la franja de tierra en litigio, pero se trataba de una cuestión de principios. Al Conde Eyjolv de Ulvergard, padre de Thorstein, no le había hecho la menor gracia la derrota, y había contagiado a sus hijos sus sentires al respecto.

      -¡Y para mayor humillación, ni rehenes nos han exigido, maldita sea!... ¡Como si fuéramos tan insignificantes, tan despreciables, que nada tuvieran que temer de nosotros; como si ya estuviéramos tan derrotados que no cupiera la posibilidad de incumplimiento del tratado que me obligaron a firmar!-tronaba el Conde-. ¡Pero ya verán!

      -Pero, Papá-había objetado su primogénito y heredero, también llamado Eyjolv-, si no cumplimos con sus peticiones, les estaremos dando el gusto. Quedaremos como traidores, conseguirán unos cuantos aliados y seguirá a eso una segunda guerra, que para nosotros será peor que ésta que acaba de concluir.

       -Pues rebájemonos con dignidad, al menos-gruñó el Conde-. Les enviaremos un rehén, aunque no nos hayan pedido ninguno-y su índice apunto a su segundo hijo, Thorstein-. Tú irás, y les dirás que te envío para obligarme a mí mismo a cumplir con lo estipulado.

       Y Thorstein, por aquel entonces un muchacho de quince años educado en la creencia de que un príncipe se debe a su condición de tal y que no debe vacilar ni un segundo antes de cumplir con su deber, había inclinado la cabeza ante la decisión paterna.
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publicado por ekeledudu a las 13:58 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
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SOBRE MÍ
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Eduardo Esteban Ferreyra

Soy un escritor muy ambicioso en lo creativo, y de esa ambición nació EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO, novela fantástica en tres volúmenes bastante original, aunque no necesariamente bien escrita; eso deben decidirlo los lectores. El presente es el segundo volumen; al primero podrán acceder en el enlace EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO I: INICIO. Quedan invitados a sufrir esta singular ofensa a la literatura

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