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EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO II
La segunda parte de la más extraña trilogía de la literatura fantástica, publicada por entregas.
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09 de Febrero, 2011    General

XL

XL

      Aunque Benjamin debía hallarse cansado, quedó despierto hasta muy tarde. Es más, acompañó a Balduino durante la guardia de éste en el torreón, hablando ambos de diversos temas. Los de Benjamin giraron sobre todo en torno a antiguos recuerdos y la presente guerra. Balduino resumió lo que había sido su vida y la de Anders desde la llegada de ambos a Freyrstrande. Entre tanto, la antorcha que los iluminaba se apagó, pues Balduino, intencionadamente, había renovado el aceite de todas las antorchas, excepto ésa, ya que amaba el diálogo en la oscuridad e incluso la oscuridad en sí misma, pese a haberla temido y odiado en otra época. Sólo quedó la insuficiente luz rojiza del brasero para iluminarlos; y siguieron charlando un rato en las tinieblas, como lo habían hecho tantas veces en el pasado, hasta que la conversación se extinguió durante un rato, como si fuera ella misma una antorcha más.

      Balduino se acercó a uno de los ventanucos y miró hacia el exterior. El mar bramaba su furia, más poderoso y temible que cualquier Wurm, pero todo seguía en calma por lo demás. El firmamento cubierto de nubarrones acentuaba el tremendo aire de soledad del paisaje; en dirección opuesta a aquella adonde miraba Balduino, se escuchaba el aullido melancólico y solitario de un lobo.

        Benjamin, helado, se refregó las manos y luego las extendió hacia el brasero.

        Decididamente, estos climas no son para mí-declaró-; pero tú pareces haberte adaptado muy bien.

        Balduino quedó un momento en silencio, y luego dijo:

         -Aquí soy feliz. Más de lo que podríais imaginar,  mucho más de lo que yo mismo he soñado en mi momento más optimista.

        -Ya lo he notado. Supongo que donde hay calidez humana nunca se siente frío... Pero también noté que la mención de Miguel de Orimor fue para ti como una ráfaga de aire helado... Y recuerdo que se te vio muy extraño cuando volviste tras bajarlo de la montura contra su voluntad y de manera para él tan humillante...

        -¿Tanto se me notó?

      -Creo que estabas un tanto achicado. Nunca eras muy locuaz después de un combate reciente o una misión. Vencí, decías, o Está hecho; y si no te daba otro encargo, te retirabas a descansar. Pero esa vez no dijiste nada. Tuve que preguntarte, y contestaste en voz tan baja, que me pregunté si no estarías mintiendo. Sólo tras mucho reflexionar deduje que, caso de estar mintiendo sobre algo tan serio, tendrías al menos la inteligencia de huir antes de que se descubriese la verdad. Balduino, no sé cuán duro puede haber sido enfrentarse a ese energúmeno, El Toro Bramador de Vultalia; pero recuerda que, si lo venciste una vez, puedes hacerlo de nuevo.

        -El miedo que él me inspira es de otro tipo. Me hizo sentir que estaba de más allí; que yo era un ignorante, y que hasta que no supiera cuanto él sabía, ni soñar podría con considerarme a mí mismo un hombre hecho y derecho.

        Benjamin rió.

       -Recordando cómo eras en aquel tiempo, y luego de hacerte sentir así-dijo-, comprendo que hayas marchado contra él con tal ímpetu como para bajarlo de su caballo y de lo alto de su orgullo-Balduino rió también, y continuó el judío:-. Bueno, sea como sea, ahora vacilará en insinuar que aún no eres digno de llamarte hombre. De todos modos, cuídate de él. Quizás sería mejor para ti que siguiera viéndote como a un mocoso tonto, así podrías pillarlo desprevenido.

       -Señor-repuso el pelirrojo-: si de veras me busca, no creo que sea para matarme. Creo que uno puede conocer algo del ser más íntimo de ciertas personas con sólo mirarlas una vez a los ojos. No sabría explicaros por qué, pero estoy seguro de que el señor de Orimor no me buscaría para matarme, y sin embargo le temo. Hay cosas que no pueden obtenerse o solucionarse a punta de espada. Siento que entre él y yo hay un conflicto invisible, que no puedo precisar y que habría que resolver por otra vía, y en el que él me lleva ventaja por saber de qué se trata.

       -Ni el más sabio de los hombres podría comprender tus palabras. Ese Miguel de Orimor debe ser una persona interesante, si es capaz de sumir en semejante caos a alguien tan inteligente y lúcido como tú... Claro que no estoy muy seguro de querer conocerlo personalmente. Sin embargo, en tanto tengas razón y tu pellejo esté a salvo, lo demás puede solucionarse.

       Balduino no contestó; parecía que sobre aquel tema no quedaba más por decir, de modo que ni a él ni a Benjamin sorprendió o incomodó el prolongado silencio que sobrevino.

        Fue el pelirrojo el primero en romperlo:

         -Señor... Adam... Ese a quien tuve que castigar hoy... Estuvo en el Monte Desolación, ¿no?

       -¿Puede saberse de dónde sacaste tal idea?-preguntó Benjamin, sin poder ocultar asombro y enojo.

       -Eso sería largo de contar. Señor, ¿estuvo, o no estuvo?

      Nuevamente se hizo el silencio, breve esta vez.

       -No, no estuvo-fue la respuesta, cuando llegó-. Pero se parece mucho a alguien a quien conocí allí. Tu Adam nunca podría haber estado en el Monte Desolación; y mucho menos entre nuestras filas. Me entiendes, ¿no?

        -Sí, claro-respondió Balduino.

       Era extraño cómo mucho tiempo de estar junto a una persona enseñaba a leer en ella entre líneas, y a adivinar mil palabras no dichas en base a unas pocas pronunciadas. El tipo de frases empleadas, el tono de voz y, Balduino estaba seguro, esos gestos de Benjamin que la oscuridad impedía ver pero que él podía adivinar, decían que era cierto, que Adam  había estado en el Monte Desolación, pero que, por alguna causa misteriosa, convenía hacer de cuenta que jamás se lo había visto allí.

        -¿Y cómo era ese Caballero tan parecido a Adam?-preguntó.

        -Superficialmente, un tanto parecido a él.

       -Sí, pero ¿qué más?

       -No importa, fue hace muchos años-concluyó Benjamin.

        Notó, como si en las tinieblas hubiera tropezado con ella, la decepción en su antiguo discípulo; pero supo al mismo tiempo que no haría más preguntas. Eso era una de las cosas que más valoraba de él: había sido, entre todos sus aprendices, el único capaz de aprender a hablar y oír en silencios, de escuchar mucho donde no se decía nada y de no pretender extenderse sobre un tema al que se había puesto un punto final. Si lo pensaba, tal vez hubiera desperdiciado más frases regañándolo por su desdén hacia el resto de los mortales, que instruyéndolo. En realidad -recordó-, nunca había malgastado saliva enseñándole, excepto al tratar de inculcarle un poco de amor al prójimo.

        Por suerte, algo que Balduino había aprendido en primer término había sido la discreción. A un Caballero -le había dicho Benjamin- le estaba mandado, por su propia seguridad, conocer los secretos de todo el mundo, pero no hacer públicos más que aquellos que atentaran contra la justicia, el orden y la tranquilidad. Todavía recordaba el judío las mil preguntas y objeciones  opuestas en su momento por Balduino contra tal precepto. Por un lado, había alegrado a Benjamin que el pelirrojo no respondiera con una complaciente e inmediata afirmación. Al parecer, no quería  quedarse con la más mínima duda respecto a los casos en que debía ventilar intimidades ajenas. Lástima que su sufrido instructor había tenido que hacer verdaderos malabarismos para contestar verazmente a tal interrogatorio.

        Igualmente numerosas eran las preguntas que ahora tenía Balduino acerca de Adam. No obstante, la cortesía le impedía formularlas. Sobre aquel tema, el señor Benjamin no quería hacer más comentarios, y él se sentía obligado a respetar aquella puerta cerrada.

       -Balduino, imagino que sabes bien a qué he venido-dijo de repente Benjamin-. Dejaste muy inquieto al señor de Mortissend, y eso por razones que, te lo aseguro, nada tenían que ver con el rancho que se sirve aquí, si bien comentó que éste era, en fin, un tanto especial...

       Vaya rodeos que dais para decir que Varg cocina como la mierda, señor, pensó Balduino, sonriendo en la oscuridad.

       -Sí, señor, lo sé-respondió.

       -La cuestión es ésta-dijo Benjamin-: puedo ver que tienes bastante controlados a estos hombres. Algunos parecen inofensivos, caso del cocinero, quien no es más que un viejo gruñón...

       Impresión errónea... Pero lo que ocurre es que Varg no ha intentado envenenaros mediante sus artes culinarias, como sí hizo con el Capitán Dagoberto de Mortissend..., se dijo Balduino. Y mejor ni hablar del costado verdaderamente siniestro de Varg, su pasado como verdugo en Broddervarsholm. Muy inocente había que ser para calificarlo como un simple viejo cascarrabias.

       -Ahora, liberar a esos dos que sirven como rehenes para mantener sumisos a los demás, disculpa que te lo diga, me parece una locura, máxime siendo Kehlensneiter uno de ellos. ¿Qué tienes que decir que pueda convencerme de lo contrario?

       El pelirrojo inició su argumentación. Era increíble, dijo, que astutos como eran los Kveisunger no fueran capaz de discurrir la forma de escapar de las mazmorras. Si durante años no lo habían hecho, ello se debía a que entonces Tarian estaba también en prisión, en una celda aparte y con una guardia permanente las veinticuatro horas, lista para asesinarlo al menor indicio de motín o evasión. Ahora Tarian estaba libre, y Kvissensborg se hallaba bajo la custodia de una dotación depurada y mejor entrenada; pero ni los mejores centinelas del mundo eran infalibles.

       -No soy tonto-prosiguió-. Sé que estoy rodeado de fieras peligrosas. Estas dos que siguen en la trampa pueden liberarse por sí mismas. Cuando lo hayan logrado, difícilmente guarden alguna clase de misericordia hacia mí. Me vería obligado a matarlas, y entonces tal vez el resto de la manada, que tan mansa parece ahora, se me echaría encima. En ese estado de cosas, creo no tener más opción que intentar amansar a esas dos fieras restantes. Con Tarian de mi lado, estoy casi seguro de tener sujetos a todos los demás.

       -No sé, Balduino, el aire inocente de ese muchacho me parece demasiado grande para ser auténtico.

       El pelirrojo se echó a reír.

    -Tarian posee facciones de gran belleza aunque muy singulares, y es extraordinariamente educado la mayor parte del tiempo, y callado porque por desgracia le es imposible no serlo-replicó-. Con tales peculiaridades, hasta el mismo Diablo podría parecer inocente incluso sin proponérselo. Pero no os confundáis, que ya sé Tarian no lo es tanto como parece. Varios me han de él que daría la vida por mí si fuera necesario, y esto lo creo. Pero es atrozmente rebelde cuando le disgusta una orden.

      -¿Y qué haces entonces? ¿Lo disciplinas?

        -Qué va. Ha sido él quien logró disciplinarme a mí; de modo que mejor lo dejo desobedecerme cuando le venga en gana.

       -Pero Balduino-objetó Benjamin, preocupado-, no digo que lo hagas azotar, pero algún correctivo tienes que imponerle, o tu autoridad se verá resentida, y su mal ejemplo alentará a otros a imitarlo.

       -Bueno, mostradme cómo. Disciplinadlo. Yo ya no quiero saber nada de ello. Puedo aseguraros que el agua estaba de verdad helada. No quiero otro chapuzón, muchas gracias...

        Benjamin, desconcertado, imaginó a Tarian cargando con Balduino a hombros y arrojándolo al mar.

       -Además, señor, excusadme, pero no me estáis oyendo bien. Estamos hablando de fieras. Y a las fieras a veces conviene dejarlas hacer, por muy domadas que estén. Creo que he encontrado la lira de Orfeo y que, mientras siga tocando, no correré peligro.

       -¿Y Tarian es esa lira?

       -Una de las cuerdas, al menos. La principal.

        -Mira que tienes que contar con que tu lira siga sonando bien incluso sin esa cuerda... Nadie es eterno.

        -Oh, lo sé, lo sé... Tarian, es cierto, pone mucho empeño en no llegar a viejo. Pero llegado el momento, señor, creo que sabría arreglármelas con las cuerdas que quedasen; aunque espero que ello no suceda, pues le tengo mucho afecto a nuestro chico-pez.

       -Entonces es cierto lo que se me dijo... Cuesta un poco creerlo... Un muchacho-pez...-murmuró Benjamin, pensativo.

       Viendo a su antiguo instructor luchar contra su propia incredulidad, Balduino decidió renunciar a contarle acerca del monstruo marino que lo había atacado y la sospecha, sin confirmar hasta el momento, de que se trataba de la filgia de Kehlensneiter. La verdad era que a él mismo se le hacía difícil tanto persuadirse de que no lo había soñado todo, como aceptar sus propias conjeturas.

       -¿Y bien, señor?-preguntó-. ¿Qué decidís?

       -La Orden fue siempre el sueño de Thorstein. No quisiera que por culpa nuestra ese sueño quedase cubierto de lodo... Pero supongo que ahora que no está él para impedirlo, otros se encargarán de enlodarlo mucho más de lo que podríamos hacerlo que nosotros, y por motivos más despreciables-reflexionó Benjamin, con amargura.

       -Tal vez aún estéis a tiempo de asumir la dirección de la Orden, de seguir guiándola por el camino correcto.

       -No, Balduino, eso ya no lo puede hacer nadie más que Cipriano de Hestondrig, el electo por votación como sucesor de Thorstein. Poco importa cuán inútil sea, él es uno de los más antiguos y siempre deseó el Sumo Maestrazgo. Por consiguiente, no se haría dócilmente a un lado ante un rival ilegítimo, por mejor capacitado que estuviera éste para reemplazarlo. Y yo ni siquiera sé cuánto más capacitado que él estoy; pero además soy judío, y esto me acarrearía muchas impopularidades. No, mejor dejar las cosas así. La tontería es un avispero que no conviene alborotar; la sensatez, un palo pensado para matar todas esas avispas. Pero mejor guardemos el palo para otra ocasión, sobre todo mientras los Wurms estén frente a las costas de Andrusia, haciendo imprescindible una alianza entre palos y avisperos. En cuanto a tu asunto, haz lo que quieras, no sé si eres muy prudente en ello, pero confiemos en que sí. Y hazme el favor de encontrarte una novia, así ésta, con un poco de suerte, te mantendrá lo bastante ocupado para que no encuentres tiempo de pensar en seguir vaciando cárceles, ni cosa por el estilo.

       Balduino demoró en responder.

       -En realidad, señor, me deja tiempo de sobra...-dijo al fin; y añadió, con una voz que sonaba a jubiloso repiqueteo de campanas, a trompetas celestiales y a la más dulce música de arpa que pueda concebirse-...pero en lo referente a tener novia... El caso es que ya la tengo.

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publicado por ekeledudu a las 13:08 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
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SOBRE MÍ
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Eduardo Esteban Ferreyra

Soy un escritor muy ambicioso en lo creativo, y de esa ambición nació EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO, novela fantástica en tres volúmenes bastante original, aunque no necesariamente bien escrita; eso deben decidirlo los lectores. El presente es el segundo volumen; al primero podrán acceder en el enlace EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO I: INICIO. Quedan invitados a sufrir esta singular ofensa a la literatura

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