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¡Sorpréndeme!
EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO II
La segunda parte de la más extraña trilogía de la literatura fantástica, publicada por entregas.
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12 de Febrero, 2011    General

XLV

XLV

  Gudrun llegó algo más tarde, vacía momentáneamente de cualquier otro anhelo que no fuera un ambiente cálido donde guarecerse, lo que no es poco si se odia el frío y se tiene la sensación de estar atrapado dentro de un gran bloque de hielo. Ya terminaría el invierno de una buena vez... Todo llega a su fin en la vida, tanto para mal como para bien. No deja de tener cierta ventaja. Si la dicha está condenada a acabarse algún día, al menos otro tanto ocurre con el infortunio.

       Dejó a un lado su cayado de pastora, abrió el redil y encerró allí a sus ovejas. Notó en Copito de Nieve cierta reticencia a hacer otro tanto, y sonrió: el animalito hacía eso sólo al sentir el olor de cierta persona para él muy querida. Por desgracia para Copito de Nieve, se trataba también de una persona muy querida también para Gudrun y que en esta ocasión ella tenía intenciones de acaparar para sí misma, si todavía se encontraba cerca. Por lo tanto, sin miramientos, dio un suave empujoncito a la oveja, que baló ofendida al verse empujada de esa forma.

       Contempló un poco su aspecto con ojo crítico. Estaba hecha un desastre... Aunque, pensándolo bien, ése era su aspecto habitual, le gustara o no; así que se encogió de hombros, no dio más importancia al asunto y se encaminó hacia la cabaña.

       Balduino había estado allí, por supuesto. Gudrun, al entrar, sintió su olor confundiéndose con el de la leña ardiendo en el hogar. Sin embargo, ahora no estaba allí. Tal vez tenía algo urgente que atender en Vindsborg... o quizás había encontrado otra mujer. Bueno-pensó-, de todas formas fue muy gentil de su parte encender este magnífico fuego... Y cuidar a Copito de Nieve en mi ausencia. Y había que ver el lado positivo del asunto: durante su estancia en el valle, Gudrun había tenido, por decirlo de alguna manera, una diferencia de opiniones con cierto lince respecto a la propiedad de una presa recién cazada. El lince se había aparecido de impreviso, logrando herirla antes de que Gudrun consiguiera abatirlo. Ella aún conservaba en su cuerpo, por supuesto, las marcas de esas heridas. Sería espléndido no tener que dar explicaciones al señor Cabellos de Fuego sobre esas marcas... Podía ser muy pesado en determinadas ocasiones. Lo que no quita que lo extrañaré muchísimo, admitió para sus adentros.

      Meditaba todavía sobre ello cuando, sorprendida, sintió un par de fuertes brazos rodeándole la cintura desde atrás, y labios besándole la nuca con una ternura muy familiar. Sonrió, entre feliz y resignada... Al parecer,  tendría que dar explicaciones sobre las dichosas marcas... El señor Cabellos de Fuego iba a ponerse muy fastidioso.

        -Bienvenida, querida.

       -Gracias, señor Cabellos de Fuego... Por cierto, gracias por cambiar la techumbre del cobertizo.

       -Ah, ¿así que ya lo has notado?

       -Claro. De hecho, estando lejos me asaltó el temor constante de llegar aquí y encontrarlo derrumbado; así que lo primero que hice fue cerciorarme. Gracias, de verdad.

        -No ha sido nada, no ha sido nada...

       -Ah-la voz de Gudrun, y su misma sonrisa, tornáronse un tanto burlonas-, y también he notado cierta merma en la cantidad de ese heno mohoso que, según vos, ninguna oveja se dignaría comer...

      Balduino maldijo su suerte. Había cientos de mujeres pánfilas; ¿tenía que tocarle a él una tan perspicaz? Y aun notándolo, una mujer como Dios manda no habría tocado ese tema, forzando a Balduino a reconocer que no sólo Copito de Nieve había devorado el heno con verdadero deleite (al menos cuando se lo procuraba él mismo hurto mediante), sino que, además, Svartwulk y Slav habían tomado el cobertizo por asalto, empujándose mutuamente para obtenerlo.

       -Bueno, me dio hambre-gruñó, obstinado-. Entre lo que prepara Varg y aquel heno lleno de moho, resultó más sabroso este último.

       Gudrun rió y meneó la cabeza. En vista de la temible fama de Varg, no estaba muy segura de que Balduino no se hubiera puesto en postura cuadrúpeda a saborear heno mohoso; pero sabía que estaba tratando con alguien capaz de decir la tontería más memorable con tal de no admitir un yerro propio.

       -¿Me extrañaste?-preguntó él.

       Pareció que Gudrun vacilaba un poco al responder.

        -La verdad... -reconoció finalmente.

        -Yo también-dijo Balduino, abrazándola con más fuerza-. Déjame mostrarte cuánto.

        Ay, Dios...-pensó Gudrun-. Eso significa que veréis las heridas que me hizo aquel condenado lince, y tendré que explicaros lo que pasó, y os tendré rezongando acerca de que una mujer no debe ir sola a ninguna parte, porque es peligroso. Eso aunque, si me hubiera quedado, tal vez habría muerto de todos modos de la forma más tonta posible. Si la vieja techumbre del cobertizo me hubiera caído encima, quizás una viga en la cabeza habría puesto fin a mi vida, por ejemplo.

       Sin embargo, Balduino la amaba sinceramente, y ella a él. Era una sensación hermosa, agradable, y que no sería eterna... Mejor disfrutarla ahora, y no añorar luego, tontamente, lo que se había perdido por rezongar... Mejor echar denuestos por lo pesado que solía ser el señor Cabellos de Fuego recién cuando éste se hubiera marchado de Freyrstrande.

       -Mostradme cuánto, señor...
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publicado por ekeledudu a las 13:20 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
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SOBRE MÍ
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Eduardo Esteban Ferreyra

Soy un escritor muy ambicioso en lo creativo, y de esa ambición nació EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO, novela fantástica en tres volúmenes bastante original, aunque no necesariamente bien escrita; eso deben decidirlo los lectores. El presente es el segundo volumen; al primero podrán acceder en el enlace EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO I: INICIO. Quedan invitados a sufrir esta singular ofensa a la literatura

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