XLVI
No hubo sorpresas en Vindsborg por el hecho de que Balduino no regresara sino hasta el alba siguiente; ni siquiera se molestaron en ir a preguntar. El mismo había adelantado que, por la fecha, Gudrun tenía que hallarse a punto de volver en cualquier momento; y si ello había sucedido, lo lógico era prever, para Balduino, ese tipo de demoras in situ...
Claro que el deber era el deber; de modo que al día siguiente, muy temprano, Balduino volvió a Vindsborg y, luego de desayunar, unció a Svartwulk a la carreta. El caballo piafó disgustado.
-Bueno, ya deja de refunfuñar. Ya sé que no te gusta-lo amonestó el pelirrojo. Notó entonces que Tarian lo observaba como a un pobre loco-. Los corceles de guerra tienen eso: unas ínfulas descomunales, que a veces los vuelven insoportables. Tirar de una carreta les parece denigrante-explicó. Bueno, bueno, muchacho...-continuó, palmeando el cuello del animal-. Ya sé que eres un bravo... Ya iremos juntos otra vez a la batalla, algún día... ¿Me ves a mí hacer trabajo de Caballero, acaso?-como conmiserado, Svartwulk estiró el hocico hacia su amo, babeándose, como de costumbre, sobre el hombro de éste-. Sabes, Tarian-siguió diciendo Balduino-, cariñoso como parece, este caballo es de verdad temible en combate. No sabes cómo marcha hacia el enemigo, con qué ímpetu arremete contra él y cómo lo muerde y cocea al tenerlo a su alcance.
Tarian sonrió un tanto malignamente, y meneó la cabeza. Eso último sí que lo creía; pero, ¿quién había dicho que aquella mala bestia pareciera cariñosa?... Balduino era lo bastante caradura para hablar de monstruos marinos como si para monstruo no bastara con Svartwulk, quien era menos cariñoso que un cardumen de barracudas hambrientas. Y habría sido interesante, además, saber qué hubiese pensado Balduino si lo viera a él, Tarian, hablándole a los peces.
Terafá se encontraba también afuera, y se acercó a su dueño, reclamando también él su correspondiente ración de caricias. Svartwulk se inclinó a olfatearlo. Era la primera vez que se tenían tan cerca, y Balduino temió que alguno de los dos demostrara al otro su mal genio. Pero el gran garañón negro pareció aprobar al puerco. Fue de verdad un magno acontecimiento: a ningún otro animal, antes o después, guardaría Svartwulk el mismo respeto del que Terafá había gozado de entrada.
-Bueno, partamos-dijo Balduino-. Ursula: retén a Terafá para que no nos siga.
-Si quieres, yo me encargo de retenerlo... en mi estómago- dijo Honney.
-Eso si Terafá no te retiene a ti en el suyo... Está visto que ganas no le faltan-se burló Andrusier.
Balduino subió a la carreta, y Tarian y Karl hicieron otro tanto. Nadie parecía ir muy a gusto. Entre viajar a lomos de un caballo o en una carreta tirada por tal bestia, Tarian prefería lo segundo, especialmente si el caballo en cuestión era Svartwulk; pero eso no significaba que le gustase aquel traqueteo infame y torpe, tan distinto del suave deslizarse de la natación. En cuanto a Karl, seguía sin gustarle la perspectiva de quedarse en Kvissensborg.
Y a Balduino le rondaba la cabeza, como roza un murciélago un alféizar con sus alas, la idea de que lo que estaba por hacer le acarrearía problemas en el corto plazo. Pero era demasiado tarde para echarse atrás ahora.
