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¡Sorpréndeme!
EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO II
La segunda parte de la más extraña trilogía de la literatura fantástica, publicada por entregas.
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25 de Octubre, 2010    General

XXI

XXI

       Faltando una hora para el amanecer, una espesa niebla envolvía los bosques de coníferas próximos a Drakenstadt. Los tres jinetes que avanzaban hacia la ciudad marchaban por terreno elevado, evitando la proximidad del agua: a la orilla del Kronungalv era bastante factible hallar Thröllewurms, y Andy no tenía el menor deseo de vérselas con ellos a ciegas.

      -Gente-indicó Bruno, al ver más adelante luces que, indiscutiblemente, procedían de otras tantas antorchas.

      Incluso antes de estar lo suficientemente cerca, Bruno, Wilfred y Andy escucharon las voces exaltadas comentando a gritos, casi todos a un tiempo, quién sabía qué cosa. A juzgar por sus timbres había allí lo mismo mujeres que hombres, pero predominaban estos últimos. ¡Me lleve el  Diablo!, repetía a cada rato una cascada voz de anciano en lo que por lo visto era su frase de cabecera.

       Al seguir avanzando, los tres cabalgantes vieron que se trataba de un grupo de unas quince personas. A la vista de Bruno, un Caballero, se descubrieron respetuosamente e hicieron abundantes inclinaciones de cabeza.

       Andy examinó el entorno. En algunas partes, el suelo estaba hecho un asco, ya que, cada tanto, en medio de un primoroso paisaje nevado se abrían algo así como hoyos de nieve derretida mezclada con barro y una sustancia oscura a la que por intuición identificó como brea.

       Algunas coníferas tenían el tronco ennegrecido y pinochas medio quemadas. Evidentemente, habían comenzado a arder, pero la nieve de sus copas había evitado, al menos por el momento, que se produjera un incendio, apagando las llamas al derretirse; si bien no podía descartarse que quedaran fuegos medio adormilados y listos para  resurgir, tan devastadores como los mismos Wurms, a la primer ráfaga de viento.

       Andy reconoció, entre los presentes, al guardabosques; tal vez éste había ayudado a que el fuego no se hiciera incontrolable.

       -Buenos días-saludó Bruno-. ¿Qué ha ocurrido aquí?

        Andy lamentó la para él innecesaria pregunta. Todo el mundo, con mucho entusiasmo, se apresuró a responderla a la vez, de modo que nada se entendía.

       -Bueno, ¡basta!-exclamó Bruno, y todos callaron-. A ver: hablad vos-dijo al guardabosque.

       -Durante la noche, dos Jarlewurms fueron muertos por los valientes guerreros de Drakenstadt-contestó el hombre.

      -¡Jarlewurms!-exclamó Bruno-. Entonces, ¿lograron remontar el río?

      -Sólo esos dos, que sepamos, señor-contestó el guardabosque.

      -¡Me lleve el Diablo!-terció un viejo barbado, algo calvo y notablemente robusto-. Pero qué monstruos, ¿eh? Y eso, señor, que yo no me impresiono por cualquier cosa. Fui guardabosque antes que él-señaló al actual ocupante del puesto-, y me ha tocado enfrentarme a jabalíes a la carga, hordas de lobos, osos enfurecidos... Y nunca tuve miedo, no señor. pero esta vez, cuando nos sugirieron abandonar todo e irnos a otro lugar, a las montañas preferentemente, no me hice rogar, ¿eh?... ¡Me lleve el Diablo!...

      -Qué más quisiera yo, sino que el Diablo te llevara de una vez según lo pides a cada rato y siguieras jodiendo en los Infiernos, y no aquí-intervino otro anciano, cuya expresión se había tornado sufrida al tomar la palabra el ex-guardabosque.

       -La verdad es que asustaban-admitió el guardabosque actual-. Cuando todos huyeron, yo permanecí en mi puesto, como correspondía; y mientras había luz, no me preocupaba en absoluto. Me encontré con los reptiles más de una vez, pero no me vieron. Conozco estos parajes mucho mejor que ellos, después de todo, y había planificado distintos métodos de fuga y evaluado posibles y diferentes vías de escape según el lugar donde me sorprendieran. Pero de noche era otra cosa. Estoy seguro de que ellos nunca supieron que yo estaba aquí; creían que toda la gente del entorno de Drakenstadt había huido. Luego del crepúsculo, me iba a dormir, ya que no me animaba a encender siquiera una mísera vela, por miedo a delatar mi presencia. Las dos primeras noches las pasé temblando, sin dormir la primera de ellas, durmiendo mal la segunda. La tercera noche me venció el sueño, pero en medio de la cuarta escuché ruidos afuera. Uno de esos monstruos se había acercado a mi cabaña, y por un momento temí que fuera a derribarla o a incendiarla conmigo adentro. Creí que me había llegado la hora; jamás tuve tanto miedo como entonces. Cuento con cierto coraje a la luz del día; pero esos ruidos en la oscuridad me pusieron los pelos de punta. Desde entonces, para dormir bajaba al sótano, y que fuera lo que quisiese el Señor...

       -Decís que mataron a esos Jarlewurms. ¿Cómo fue? ¿Lo sabéis?-preguntó Andy.

      -Alguna idea tengo-repuso el guardabosques-, porque el propio señor Eyjolvson fue a prevenirme a mi cabaña, diciendo que habría jaleo en el bosque y que no me alarmara ni abandonara mi escondite.

       -¿El señor Thorstein Eyjolvson está en Drakenstadt?-preguntó Andy, sorprendido.

      -¡La de veces que habré ido de caza con él y con el Príncipe Gudjon!...-exclamó el ex-guardabosque.

       El viejecillo que antes había puesto cara de sufrimiento perdió la paciencia.

       -Viejo idiota, a ver si te callas, que sólo los acompañaste en dos ocasiones, y porque te invitaste tú mismo-resopló cual marmita en ebullición-. Siempre estás aburriéndonos con zonceras acerca de tus gloriosas hazañas de tus días de guardabosque, los terribles peligros que corriste y la deferencia que te tenían los poderosos. ¡Cuentos, puros cuentos!...

      -El señor Eyjolvson me dijo que aprovecharían que esta noche no habría luna para asustarlos un poco-contestó el guardabosque en funciones-. Dividiría a sus hombres en grupos apostados en tramos desde el sitio donde los monstruos pernoctaban, hasta cierto precipicio que se abre cerca de aquí. Los hombres llevarían antorchas encendidas y ocultas bajo jarros, y cuernos que deberían ser soplados con dos señales distintas, una para avisar a los compañeros  de grupo de que debían entrar en acción, y otra para alertar al siguiente grupo de que era su turno de moverse. A la primera señal, todos los compañeros quitarían los jarros para que los reptiles vieran las luces de las antorchas y atacasen. Cuando esto sucediera, los hombres apagarían las antorchas en la nieve y se dispersarían en todas direcciones, ocultándose. La idea era que los Jarlewurms malgastasen sus fuegos en tratar de obtener luz para ver a sus enemigos. El señor Eyjolvson confiaba en que, en determinado momento, los ganaría el terror y atacarían a ciegas e irreflexivamente o huyeran a tal velocidad que ellos mismos se hicieran algún daño en la fuga. Deseaba atraerlos al precipicio, pero para entonces ya debían estar nerviosos y carentes de fuegos propios que pudieran serles útiles para ver que ante ellos se abría un abismo. El plan fue exitoso: hemos visto en el fondo del abismo los cadáveres de ambos monstruos.

      Las últimas palabras desataron enardecidas protestas entre el resto de aquellas gentes: habían visto moverse a los reptiles en el fondo del precipicio.

      El guardabosque, infructuosamente, trató de hacerse oir por envima del vocerío, hasta que Bruno impuso silencio con un gesto de la mano, e indicó hablar al primero.

      -Cayeron desde una altura demasiado elevada-dijo-. No los hemos visto mover más que alguna pata. Creo que son sólo reflejos. Aun sin que estuvieran muertos todavía, tendrían tantos huesos rotos que no podrían sobrevivir.

      -Esperemos-deseó Bruno en voz alta.

      -Pero el peligro no ha pasado-dijo dramáticamente el anciano ex-guardabosque-. Queda todavía Bermudo, el que es invisible.

       -No es invisible-exclamó Andy, ya muy harto de explicar la diferencia a cada persona que encontraba-. Puede confundirse con el color de lo que tiene cerca de él, nada más.

       Por la expresión de la gente, se hubiera dicho que acababa de hablarles en latín.

       -Bueno, pues si es justo lo que yo digo, ¡se hace invisible!...-exclamó el ex-guardabosque-. ha de ser el monstruo que encontré el otro día, que por fortuna no me vio, y cuya altura rebasaba la copa de los árboles más altos.

       -Ajá. Y que, sin embargo, era tan liviano, que jamás pudimos encontrar sus huellas-se mofó el otro viejecillo.

       El ex-guardabosque lo miró con rabia.

       -¿No fuisteis vos quien me contó, hace unos meses, una historia que de puro bobo creí cierta en su momento, acerca de cierto lobo del tamaño de un caballo al que una vez seguisteis y disteis muerte?...-preguntó Andy, con sonrisa burlona y suspicaz.

      El viejo ex-guardabosque miró al mocito, que le parecía vagamente conocido pese a que todo indicaba que era forastero. Efectivamente, él una o dos veces había repetido esa historia creada por su brillante genio. Lo que no entendía era por qué demonios la gente ponía tanto empeño en arruinar los emocionantes relatos de sus aventuras, analizándolas y denunciándolas como falsas en su mayoría...

      -¡Me lleve el Diablo!...-concluyó, indignado.
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publicado por ekeledudu a las 14:12 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
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SOBRE MÍ
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Eduardo Esteban Ferreyra

Soy un escritor muy ambicioso en lo creativo, y de esa ambición nació EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO, novela fantástica en tres volúmenes bastante original, aunque no necesariamente bien escrita; eso deben decidirlo los lectores. El presente es el segundo volumen; al primero podrán acceder en el enlace EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO I: INICIO. Quedan invitados a sufrir esta singular ofensa a la literatura

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