Blog gratis
Reportar
Editar
¡Crea tu blog!
Compartir
¡Sorpréndeme!
EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO II
La segunda parte de la más extraña trilogía de la literatura fantástica, publicada por entregas.
« Blog
« XXIII
29 de Octubre, 2010    General

XXII

XXII

      El trío de jinetes continuó su avance entre la niebla. Al poco tiempo, dijo Andy a Bruno:

      -Señor, estamos en un trecho muy peligroso. Podemos dar un gran rodeo para evitar los pantanos y turberas; pero los caballos están demasiado cansados. O bien, podemos continuar por aquí; pero nos aguardará, como ya os dije, mucho peligro. Casi seguro hallaremos Thröllewurms. Los Ballesteros de Drakenstadt dan cuenta de ellos, cuando pueden; pero desde el último ataque a la ciudad, varios deben habérseles escapado. Hay una franja de tierra seca, por desgracia discontinua, que atraviesa los pantanos; algo así como una serie de islotes. Francamente, preferiría dar al rodeo; pero si no nos acobardamos, por aquí sería el camino más corto.

      Estoy cansado, y también los caballos-respondió Bruno-. Sigamos por aquí.

      No agregó que tenía prisa por llegar cuanto antes para evitar que el miedo lo obligara a retroceder.

      Andy, por su parte, consultó a Wilfred con la mirada, y lo vio con tan pocas ganas como él mismo de seguir por esos cenagales siniestros. Lamentó no haberlos llevado por el camino largo sin consultarlos; la compasión por las pobres cabalgaduras lo había motivado a hacerlo, pero de sobra sabía él hasta qué punto era imprudente seguir por allí.

      -De acuerdo, señor; pero entonces pongamos reglas-sugirió-. Primero: nadie se acercará a la orilla sin necesidad. Segundo: cualquier criatura que hallemos, a menos que sea perfectamente identificable como una persona viva, la consideraremos enemiga o muerta. Tercero: los troncos flotantes no son tales, sino Thröllewurms, y debemos alejarnos de ellos tanto como podamos. Cuarto: el arma en cuyo manejo seamos más diestros, o la única que tengamos, estará SIEMPRE en nuestras manos; es decir que no la arrojaremos, porque podríamos perderla. En el caso de un Thröllwurm, vale más superar el terror, acercársele como si quisiéramos besarlo y hundirle el cuchillo en la garganta o el vientre, que arrojarle flechas o lanzas desde lejos y hacia el lomo. La parte superior de esos monstruos es recia como el acero; casi no hay venablo capaz de provocarles daños serios. Quinto; tendremos mucho cuidado antes de decidir por dónde avanzaremos pero, una vez escogido el camino, no nos andaremos con vacilaciones. Sexto, y esto es lo más difícil... Si uno de nosotros es capturado por un Thröllwurm, podrá ser rescatado en tanto depredador y presa estén en tierra; pero cuando hayan llegado al agua, por mucho que la víctima siga viva y esté gritando, habrá que darla por muerta, ya nada podrá hacerse por ella.

      -Conforme-aprobó Bruno.

      El que no estaba muy conforme era el propio Andy. Wilfred tampoco se veía muy risueño; no obstante, fiel a su señor, iría adonde éste fuese.

      -De acuerdo-accedió Andy, no pudiendo hacer otra cosa.

       Prosiguieron la marcha tal como Andy lo había planeado, a través de los pantanos, pasando de un islote a otro. El agua, por suerte, no era muy profunda; pero esto de poco consuelo servía cuando de la superficie se levantaba una brumosa cortina que, tal vez, ocultara monstruos acechantes, y cuando todo el entorno se llenaba de ruidos sugestivos y aterradores. Los cabalgantes miraban a diestra y siniestra, a sabiendas de que podrían ser atacados en cualquier momento. Algunos sonidos eran más susceptibles de ser atribuidos a alimañas menudas brincando de aquí para allá; pero los chapoteos resultaban de verdad atrozmente lúgubres y amenazantes.

      El peligro podía venir también por aire. Aquella era la hora en que los grifos salían de sus madrigueras y partían de caza. Se los oía chillar a los cuatro vientos, y alguno hasta fue visible en lo alto, sobre los jinetes. En una oportunidad, un chillido se cortó en seco tras tornarse agónico, y acto seguido se oyó un pesado y horrendo chapoteo que insinuó cuál había sido el destino final de la bestia voladora.

      -Me adelantaré un poco-dijo Andy, cuando la niebla se hizo demasiado espesa-. No puedo ver el próximo islote.

      -Pero dijiste que debíamos mantenernos unidos-protestó Bruno.

      -Sí, porque no esperaba esto-contestó Andy.

      -Permitidme acompañarlo, señor-pidió Wilfred a su amo.

      Bruno lo miró, indeciso; pero intervino Andy, terminante:

      -Nadie vendrá conmigo. Sería una tontería que nos arriesgásemos todos.

      -Pero alguien debería ir contigo, por si te atacan-objetó Bruno.

      Andy meneó la cabeza.

      -Señor, vos no presenciasteis la Matanza del Mar en Sangre. El Thröllwurm debe ser la criatura más cruel y sanguinaria que haya vagado alguna vez bajo los cielos. Como el gato, juega con la comida; pero a diferencia del gato, él sabe perfectamente el daño que provoca, y se regodea en él. Y en el agua se mueve con la experiencia y la desenvoltura de un pez. Os lo repito, nadie puede rescatar a quien ha sido arrastrado hasta el agua por un Thröllwurm. Tal vez el monstruo querría hacer creer lo contrario, pero no debéis darle el gusto: lo haría para volveros pasto de sus congéneres. Dejad, por tanto, que me exponga yo solo.

      Bruno tuvo que dar su consentimiento, y él y Wilfred permanecieron donde estaban. Mientras tanto Andy, no sin aversión, hizo avanzar a su cabalgadura a través de la niebla y las aguas malsanas, rezando por su vida, intentando hallar de nuevo el camino. Cuánto le demoró encontrarlo, no lo supo; le pareció una horrible eternidad. De cualquier manera, al fin lo encontró.

       Wilfred estaba acostumbrado a aguardar. Un sirviente debe aprender a no impacientarse ante las demoras de su señor. Pero por desgracia, no era el caso de Bruno, quien al parecer había olvidado sus propios días de escudero. Para distraerse, paseó la mirada por su entorno, con la niebla flotando como etéreos fantasmas errantes; y fue así que, al mirar hacia la orilla, hizo un macabro descubrimiento.

       Se trataba de un cuerpo humano a medio devorar, y Bruno había advertido, con un estremecimiento de horror, que las facciones le eran espantosamente familiares.

       -¡Reiner!-exclamó casi a gritos, desmontando en el acto.

      -¡Señor, señor!-lo llamó Wilfred, asustado al ver moverse tan decididamente su joven e impulsivo amo-. ¿A dónde vais?... ¡Andy pidió que lo esperáramos aquí!

      Bruno no hizo caso y avanzó en dirección a los destrozados despojos que yacían en la orilla. Entonces los vio también Wilfred, al fin, pero a él le preocuparon menos que a su señor; lo  que de verdad lo inquietaba era la impresión de hallarse en un pantano maldito, cercado por un siniestro y adormecido pero pronto a despertar en cualquier momento.

      -¡No os acerquéis a la orilla!...-suplicó.

      -Estoy armado-contestó Bruno, con fastidio; pues empuñaba su lanza, en cuyo manejo pocos podían superarlo.

      Allí donde las aguas en vaivén le humedecían cada tanto las suelas de sus botas, Bruno, con repugnancia y temor, constató que no se había equivocado: aquellos eran los restos de Reiner, llegados allí con antelación merced a la fuerte correntada del Kronungalv y a la voracidad de un depredador que debía tener allí su madriguera.

      Sin duda, Bruno no guardaba buen recuerdo de aquel a quien, equivocadamente, había honrado con el título de amigo; pero no pudo reprimir un escalofrío de horror ante aquel final. Tras reconocer las facciones, examinó el resto del cuerpo, cuyo estado era inenarrable. Se vio asaltado por náuseas.

      Fue entonces que Wilfred distinguió algo a la izquierda de su amo: algo bajo, achaparrado pero inmenso y medio cubierto de nieve, que se movía apenas. Se le erizaron los cabellos.

      -¡SEÑOR, A VUESTRA IZQUIERDA!...-gritó; pero ya era muy tarde. El Thröllwurm había saltado hacia adelante, aprisionando la pierna izquierda de Bruno entre sus mortales quijadas, con tanta brutalidad que el joven Caballero soltó su lanza. Wilfred espoleó su caballo en dirección al monstruo y su presa.

      Jamás en su vida había imaginado Bruno poder sentir tanto miedo. La pierna aprisionada entre aquellas fauces estaba protegida por un calzón de mallas metálicas; aun así, sentía la presión de los poderosos colmillos a través de tal defensa. Supo de inmediato que el reptil no se estaba esmerando todo lo que podía; que en cualquier momento, las mandíbulas presionarían con más fuerza, y su pierna izquierda se convertiría en una informe masa de anillas metálicas y carne trituradas por igual. Tal pensamiento lo horrorizó todavía más. En vano estiró un brazo para alzanzar su lanza mientras el  Thröllwurm lo arrastraba hacia el agua. Segundos más tarde, Wilfred desmontaba y se apoderaba del arma, haciendo un rápido repaso mental de cuanto Andy les había dicho a él y a su amo, y comprendiendo por lo tanto que su intento por rescatar a éste tenía pocas posibilidades de éxito.

      En eso, sin embargo, la suerte lo favoreció. El Thröllwurm protegía su retaguardia asestando temibles coletazos que Wilfred esquivaba a duras penas, cuando emergió del agua, y yendo a su encuentro, otro de los de su especie: un ejemplar más grande y agresivo, que visiblemente se disponía a arrebatarle la presa. Retrocedió furioso, oprimiendo la pierna de Bruno con más fuerza; varias anillas metálicas saltaron de sus sitios, y los colmillos se abrieron paso a través de la carne. El joven Caballero, ya con pocas esperanzas pero dispuesto, pese a todo, a morir tan digna y valientemente como le fuera posible, se negó a soltar siquiera un mísero gemido; no lo soltó ni aun cuando el Thröllwurm, viendo aproximarse al que trataba de disputarle la presa, movió su hocico hacia la diestra y hacia arriba con inusitada violencia, para que no lo privaran de su truculento banquete. Bruno se vio sacudido como un muñeco de trapo; la pierna crujió, delatando roturas de hueso y desgarros musculares. Un espasmo de dolor lo estremeció, pero siguió resistiéndose a emitir el más leve quejido. Sólo deseaba ser lo bastante fuerte para mantenerse firme hasta el fin; para no dar a sus enemigos ese placer adicional.

      No comprendió por qué la bestia, de repente, abrió sus fauces, liberándolo; no hasta que logró girar un poco la cabeza y vio a Wilfred bregando por recuperar la lanza, con la que había atravesado la garganta del monstruo, que éste había expuesto al alzar su hocico para que su congénere no le arrebatara la presa. Pero ahora, el escudero tendría que vérselas con el segundo Thröllwurm, y éste se veía más grande, más fuerte, más feroz y más experimentado que el anterior. El reptil avanzaba de prisa, manteniendo en todo momento el hocico bajo y las fauces abiertas. Wilfred, una vez recobrada la lanza, pensó primero que por ahora su enemigo no ofrecía un punto más vulnerable que los ojos. Luego vio aquellas fauces abiertas, y pensó que, tal vez, el interior de la boca fuera menos recio que su poderoso lomo. Intentó atacar por allí.

      Andy llegó a tiempo para presenciar, entre la angustia y el terror, el doloroso y heroico desenlace. Vio la lanza partiéndose en dos entre las fauces del Thröllwurm. Oyó a Bruno gritándole a Wilfred que lo dejase allí, que se pusiera a salvo. Casi logró introducirse en la mente de Wilfred. Había sólo una manera de salvar a Bruno: proporcionando al Thröllwurmm otra presa que lo mantuviera ocupado.

      El menudo y rechoncho y escudero tuvo apenas uno o dos segundos de desgarradora vacilación antes de correr directo a las quijadas del Thröllwurm, desoyendo los alaridos desgarradores de Bruno, que le instaban a huir. El reptil lo capturó entre sus mandíbulas y sintió apenas una pedrada en el lomo, y otra en el hocico, y otra cerca del ojo... Cinco o seis proyectiles llovieron sobre él de esa forma, sin hacerle mella, hasta que Bruno, buscando desesperadamente otra piedra, se vio forzado a admitir que ya no quedaba ninguna.

     -Vamos, es preciso poneros a salvo-le dijo Andy cuando llegó hasta él.

      -Yo me las arreglaré sólo, salva a Wilfred...-contestó Bruno, sabiendo que sólo decía tonterías, y sintiendo que sus ojos se llenaban de lágrimas.

      El Thröllwurm notó el dolor y la impotencia en los dos humanos que lo miraban. Sonrió con malevolencia, lanzó un rugido satisfecho y al mismo tiempo sacudió a su presa, exhibiéndola en un horrendo alarde de triunfo que ni Bruno ni Andy olvidarían jamás, como no olvidarían tampoco la última mirada que les dedicó Wilfred, resignada y valerosa, antes de que su verdugo diera media vuelta hacia el agua.

      -Haz algo... Usa la lanza...-sollozó Bruno; pero Andy se esforzó por no oírlo, por arrastrarlo lejos de la orilla, por ignorar al Thröllwurm que, mientras se alejaba a nado, se volvía cada tanto, rugiendo en son de desafío y mostrando aquella presa imposible de rescatar.
Palabras claves , , , ,
publicado por ekeledudu a las 16:49 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
Más sobre este tema ·  Participar
· CCXX
Comentarios (0) ·  Enviar comentario
Enviar comentario

Nombre:

E-Mail (no será publicado):

Sitio Web (opcional):

Recordar mis datos.
Escriba el código que visualiza en la imagen Escriba el código [Regenerar]:
Formato de texto permitido: <b>Negrita</b>, <i>Cursiva</i>, <u>Subrayado</u>,
<li>· Lista</li>
SOBRE MÍ
FOTO

Eduardo Esteban Ferreyra

Soy un escritor muy ambicioso en lo creativo, y de esa ambición nació EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO, novela fantástica en tres volúmenes bastante original, aunque no necesariamente bien escrita; eso deben decidirlo los lectores. El presente es el segundo volumen; al primero podrán acceder en el enlace EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO I: INICIO. Quedan invitados a sufrir esta singular ofensa a la literatura

» Ver perfil

CALENDARIO
Ver mes anterior Mayo 2024 Ver mes siguiente
DOLUMAMIJUVISA
1234
567891011
12131415161718
19202122232425
262728293031
BUSCADOR
Blog   Web
TÓPICOS
» General (270)
NUBE DE TAGS  [?]
SECCIONES
» Inicio
ENLACES
» EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO I: INICIO
FULLServices Network | Blog gratis | Privacidad