XXIII
Andy entendía poco de curaciones, y no había tiempo para intentar alguna muy elaborada. A esta altura de los hechos, incluso llegar sanos y salvos a Drakenstadt era lo de menos; lo importante era que aquel viaje fatídico concluyera por fin, no importaba si bien o mal.
La pierna izquierda de Bruno tenía un aspecto tan horrible que hasta sólo verla impresionaba, aunque, según se vio después, los colmillos del Thröllwurm habían penetrado sólo superficialmente en la carne; lo peor había sido el zamarreo y la tremenda presión de las quijadas sobre músculos y huesos. Andy no se atrevió a hacer más que entablillar y vendar la pierna con calzón metálico y todo. Se estremeció un poco al pensar que Bruno se vería forzado a sumergir aquel miembro herido en el agua infecta, pero no había más remedio.
Había caído, entre el Caballero y su guía, un silencio doloroso y con sabor a culpa. Bruno no podía evitar mortificarse al recordar que todo había comenzado con una desobediencia suya, al acercarse a la orilla contra las expresas instrucciones de Andy; y este último se culpaba de falta de rigor al enunciar tales instrucciones, de haber dejado solos al Caballero y su escudero, de permitir que uno muriera para salvar al otro. ¿Habría sido buena su elección? ¿Sería Bruno, como aparentaba, una persona cuya vida mereciera ser salvada aun a expensas de otra? De haber optado por rescatar a Wilfred, incluso contra toda esperanza como lo indicaba la lógica, ¿habría tenido éxito?
-Wilfred murió como un héroe-dijo, rompiendo al fin el pesado silencio una vez acabada la curación, y más para sí mismo que para Bruno-. Como hubiera querido vivir.
Había notado en las miradas de Wilfred a su amo una devoción que iba mucho más allá del deber impuesto por el servicio o viceversa: nostalgia y anhelo de aquello que él mismo habría podido ser y no había sido por caprichosos designios de la Fortuna.
-Tal vez nosotros mismos muramos muy pronto-añadió, realista-. Aun así, en memoria de Wilfred deberíamos seguir adelante. Si no, él habrá muerto por nada.
-De cuantos amigos tuve, ahora sé que el único verdadero y al que menos valoré fue Wilfred-contestó Bruno, apesadumbrado-. Continuemos adelante. En este momento siento que, si la muerte me sobreviniera pronto, sería una bendición; pero es cierto lo que dices: en homenaje a Wilfred, debemos tratar de llegar vivos a Drakenstadt.
Cayó nuevamente un silencio entre ambos, aunque éste fue más breve.
-Necesitaré mucha ayuda para montar-dijo Bruno.