XXIV
Tomaron muy pocas precauciones a la hora de continuar; tal vez, porque los remordimientos por lo ocurrido eran muy grandes, demasiado grandes para cada uno de ellos, y no hubieran lamentado correr una suerte similar a la de Wilfred. Aun así, la Muerte por lo general no acude en respuesta a convocatorias por parte de las criaturas mortales, sino solo cuando ella misma dispone a cada uno le ha llegado su hora; y amparados por los hados o por la mano de Dios, Bruno y Andy llegaron al fin a Drakenstadt cuando la mañana estaba ya bastante avanzada. No tardaron en enterarse de que la ciudad estaba de duelo y por quiénes, aunque siguieron ignorando, en lo inmediato, los detalles. Lo poco que supieron, les fue dicho por los soldados que los detuvieron a las puertas para verificar sus identidades.
-Bruno de Pfaffensbjorg... Sí-murmuró uno de los soldados-. No, no conozco a vuestro hermano, señor... Y conozco a todos los Caballeros que hay aquí, así es que en Drakenstadt no está. Tan alto señor no me pasaría inadvertido.
-Pero es que estaba en Drakenstadt-porfió Bruno-. Me envió cartas desde esta misma ciudad.
-No lo dudo, pero deben haberlo transferido a otro lugar, muy posiblemente Ramtala-contestó el soldado-. Lo averiguaremos, señor. Mientras tanto, os llevaremos a un lugar donde os atiendan esa pierna que tan mal aspecto tiene-se volvió hacia Andy-. ¿Tú, imagino, eres su escudero?
-Cómo eres de imbécil... ¿Y tú te jactas de conocer a todos los Caballeros, cuando ni a alguien a quien trataste más eres capaz de identificar?-refunfuñó uno de sus camaradas-. ¡Es Andy!...
-¿Qué Andy?-preguntó el primer soldado, volviendo a mirar al adolescente-. ¡Epa!-exclamó, reconociéndolo al fin.