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EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO II
La segunda parte de la más extraña trilogía de la literatura fantástica, publicada por entregas.
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05 de Noviembre, 2010    General

XXVI

XXVI

      Fiel a su promesa, Calímaco volvió al hospital para ver cómo seguía el estado de salud y el ánimo de Bruno. Temía que le preguntase dónde descansaban los restos de Oskar de Pfaffensbjorg, pero ello no sucedió. La verdad era que Bruno estaba hecho un guiñapo de tan deprimido, y probablemente él mismo temiese la respuesta que pudiera recibir si formulaba tal pregunta.

      -En una noche y pocas horas más, me he enterado de que ya no queda vivo nadie de los que amaba. Perdí  a quienes creía amigos,  a mi hermano y, por mi culpa, hasta a mi escudero-se lamentó con amargura.

      -¿Por tu culpa?-preguntó Calímaco, tuteándolo ya-. ¿Quieres contarme eso?

      -No-contestó Bruno-. Sólo pensar en ello me avergüenza.

      Calímaco asintió comprensivamente.

      -Intentamos ocultar lo que nos humilla, reservarlo para nosotros mismos-dijo-. Yo pasé por eso. El problema es que es como un retrato nuestro hecho por un mal pintor que ha sabido plasmar en la tela los rasgos que nos afean, pero pasó por alto aquellos que nos favorecen. Ocultamos el cuadro de la vista de todo el mundo, pero nosotros le echamos un vistazo de tanto en tanto. Acabamos convencidos de que somos todo lo horribles que afirma nuestro retrato, tanto más cuanto que ninguna otra persona está allí para verlo y contradecir esa mala opinión de nosotros mismos. Y de todos modos, cuando alguien lo hace, no le creemos. Pensamos que lo dice por lástima.

      'Voy a contarte una historia dura y terrible. Escúchala con atención; quién sabe, tal vez te sea de provecho, porque es una historia de humillaciones y culpas.

      Bruno lo miró como un hambriento al que se promete un opíparo festín.

      -Llegué a Drakenstadt el pasado veintidós de diciembre, sin tener la menor idea de lo que me esperaba-comenzó Calímaco-. Por supuesto, imaginaba cosas al respecto. Ninguna coincidía con la realidad. Esa misma noche se inció el que hasta ahora es el más reciente ataque de los Wurms. Como seguramente sabrás, fue tan violento que la ciudad estuvo a punto de caer.

      Bruno asintió.

      -Estábamos durmiendo cuando se inició el ataque-continuó Calímaco-. Voluntarioso, pero tonto (o al revés) estuve entre los primeros en sumarme al combate en la muralla Oeste, imaginando que me cubriría de gloria. Una vez allí, lo que vi me aterró, y me eché a llorar de desesperación. Un hombre llamado Hreithmar pero mejor conocido como Dunnarswrad comanda las tropas villanas de Drakenstadt. Es gigantesco y fiero; de hecho, se dice que tiene sangre de ogro en sus venas, y yo lo creo. Me alzó en vilo gritándome cobarde y amenazándome con hacerme picadillo, mientras blandía ante mí un puño grande como una casa-Calímaco sonrió-. Le tuve más miedo a él que a los Wurms, así que dejé de llorar y me puse a hacer algo útil. Pero en ese instante en que me tuvo balanceándome en el extremo de su largo brazo, me sentí como un fenómeno de feria puesto en exhibición ante un nutrido público... Fue horrible.

      -Me lo imagino-dijo Bruno; y añadió, tras un breve silencio:-. No sería capaz de hablar de ello si me hubiera sucedido a mí.

      -Yo tampoco-admitió Calímaco-, hasta hoy. Ahora viene la parte más dura de mi relato.

       Lanzó un profundo suspiro y estuvo un rato callado y meditabundo antes de proseguir:

      -Esa misma noche, al menos tres Wurms derribaron la muralla Sur y entraron en la ciudad. Un valiente llamado Maarten Sygfriedson mató al más feroz, Talorcan el Negro: un monstruo despiadado cuya crueldad era ya muy conocida en Drakenstadt. Dicho sea de paso, fue el que mató a tu hermano; de modo que su muerte no quedó sin venganza. Los otros dos Jarlewurms que acompañaban a Talorcan, viéndolo muerto, retrocedieron hasta los bosques. Anoche se les dio muerte, es decir, se los empujó al suicidio prácticamente. Fue un plan del señor Thorstein Eyjolvson, gran Maestre del Viento Negro: aprovechando la noche sin luna, se acosó a los monstruos en la oscuridad. Intentaron usar sus fuegos para que la luz de éstos les permitiera hallar a sus enemigos. No hicieron más que malgastarlos. Por último no les quedó ya ninguno. Cegados por el temor y la ira, en un frenético intento por acabar con sus enemigos, se precipitaron hacia un abismo hacia el que se los guió mediante astucias y cuya existencia los dos Wurms olvidaron o ignoraban.

      -Hallamos huellas de esa batalla cuando veníamos hacia aquí-interrumpió Bruno-. Un guardabosque nos habló del plan del señor Eyjolvson.

      Calímaco se mostró asombrado.

      -Pero supongo que ignoras exactamente cómo es que estamos de duelo, y por quiénes.

       -No estaba con ánimos para preguntar...-contestó Bruno.

      Entonces dijo Calímaco:

      -En uno de los grupos que provocarían a los dos Jarlewurms exponiéndose a sus torrentes de fuego y brea candente se hallaba Maarten Sygfriedson, el mismo que mató a Talorcan días atrás. Con él iba Ignacio de Aralusia, otro valiente, entre cuyas hazañas figura el rescate de los hombres cercados por los Wurms enVestwardsbjorg y Östwardsbjorg, pero que anoche, según sabemos ahora, sentía mucho miedo. Presagiaba un desastre; si acertó o si el desastre se produjo por el temor que le inspiró tal presentimiento, o ninguna de las dos cosas, es lo que no sabemos. Ellos y sus compañeros llevaban antorchas encendidas y ocultas bajo jarros; a su turno. Por tandas quitaban esos jarros para que los dos Jarlewurms vieran las llamas. Cuando ambos monstruos se ponían en movimiento, ellos apagaban las antorchas en la nieve y se daban a la fuga amparados por las sombras. Así los fueron llevando hasta el abismo donde se precipitaron. Pero antes de ello, y cuando correspondía a Maarten apagar su antorcha y escapar, quedó aprisionado en una trampa para osos que pisó sin darse cuenta. Ignacio intentó socorrerlo, y también el señor Eyjolvson; pero cuando uno de los Jarlewurms avanzó hacia ellos, Ignacio se acobardó y huyó, dejando a uno de sus más grandes amigos y al Gran Maestre del Viento Negro a merced del monstruo, que los cubrió de fuego y brea. Ya a salvo, Ignacio hizo cierta señal con el cuerno que llevaba. Sin esa señal, el operativo, inconcluso, habría fracasado; pero dos hombres han muerto, quizás porque él no los auxilió.

      Bruno sintió un frío de muerte. Tras un lúgubre silencio, sin darse vuenta, expresó en voz alta una duda para él difícil de resolver:

       -¿Fue bueno o malo que Ignacio huyera?

       -Creo que todos estamos preguntándonos lo mismo-contestó Calímaco-. Luego de mi arrebato de cobardía ante la muralla Oeste, muchos me ofrecieron su apoyo.Por lástima, pensaba yo, pero ahora sé que por comprensión y compañerismo, y que el coraje es más un don que una virtud, un invitado caprichoso que se marcha en el momento menos pensado y cuando más lo necesitas. Te desesperas porque lo ves escurrirse como agua que escapa entre los dedos de tus manos. Supongo que persuadirse uno mismo de que debe ser valiente, de que no puede rendirse al miedo, ayuda; pero así y todo, hay veces en que el miedo gana.

      'Posiblemente Ignacio no podría haber ayudado a Maarten y al señor Eyjolvson. Quizás quedándose habría logrado sólo morir él mismo sin salvarlos a ellos y haciendo que el operativo quedase trunco. En este caso, fue bueno que Ignacio huyera, y es lo que creemos todos, pero lo creemos sólo porque Ignacio está vivo y es un compañero al que queremos, y lo defenderíamos de cualquier acusador porque lo sabemos un buen muchacho. También queríamos a Maarten, pero él está muerto. Sin embargo, Ignacio era muy, muy amigo suyo, y se mortifica porque sabe que su huida nada tuvo que ver con la necesidad de llevar a buen término un operativo militar, sino con un miedo increíblemente intenso que lo superó. Abandonó a la furia de los Jarlewurms a dos personas, una de las cuales era uno de sus más grandes amigos. Le será muy difícil olvidar eso. De hecho, le será imposible; aun así, debemos estar a su lado para ayudarlo a superar el mal trago.

       'Se dice ahora que tanto Maarten como el señor Eyjolvson sabían que iban a morir. La verdad es que Maarten estuvo muy extraño ayer. Pidió y obtuvo permiso para que la mujer que amaba, Gerthrud, pasase la noche en el Rökkersbjorg, donde nos alojamos la mayor parte de los Caballeros, como si ella necesitase protección especial; algo que al parecer jamás había hecho antes. ¿Sabía que iba a morir?¿Saben los hombres cuándo está por llegarles su hora?... Corre un rumor entre la servidumbre, según el cual el difunto Príncipe Gudjon, el mejor amigo del señor Eyjolvson, vino a alertar a éste de que se aproximaba su fin. ¿Es cierto, o sólo una fábula de mentes ignorantes? ¿Acuden a nuestro lado a la hora de nuestra muerte, para prepararnos debidamente, quienes nos precedieron en el tránsito al Más Allá? ¡Si uno supiera!...

      'Al conocerse las muertes de Maarten y el señor Eyjolvson, un oficial amigo mío, Edgardo de Rabenland, me ordenó, a gritos, que hiciera algo; que ya no había sitio para la autocompasión. Le obedecí porque no quedaba más remedio, pero sólo al conocer los detalles del hecho comprendí cuánta razón tenía. Antes creía que mi escarnio me hacía el hombre más infeliz del mundo. Ahora no querría cambiar mi lugar por el de Ignacio, quien, culpándose por lo ocurrido, no logra perdonarse a sí mismo. ¿Cuál es el sentido de reprocharse por lo que ya no se puede cambiar, sin embargo? Lo más sensato es sepultar a los difuntos, en todos sus aspectos, y seguir adelante como se pueda. Yo ya he sepultado a los míos. Sólo lamento que esto haya tenido que ocurrir para decidirme a hacerlo. Intenta que no te suceda otro tanto a ti.

      Calímaco calló, y Bruno se quedó pensativo. Miles de preguntas afloraban a su mente... ¿Sería cierto que Maarten Sygfriedson y Thorstein Eyjolvson sabían de la inminencia de sus muertes desde antes de que éstas se produjeran? Los que dejan este mundo, ¿se llevan consigo el secreto de tal preciencia? En su hora final, Wilfred se había mostrado increíblemente sereno. No había gritado ni una vez al hallarse entre las mandíbulas del Thröllwurm; el horror había sido de Andy y del mismo Bruno. ¿Acaso sabía Wilfred, desde el principio, que no sobreviviría?

       Tal vez, al pensar así, Bruno simplemente tratara de consolarse, y él mismo se dio cuenta de ello. Pero comprendió también que Calímaco tenía razón: era menester sepultar a los muertos y seguir adelante. En este momento, él tomaba la decisión de hacer lo propio.
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publicado por ekeledudu a las 14:16 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
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SOBRE MÍ
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Eduardo Esteban Ferreyra

Soy un escritor muy ambicioso en lo creativo, y de esa ambición nació EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO, novela fantástica en tres volúmenes bastante original, aunque no necesariamente bien escrita; eso deben decidirlo los lectores. El presente es el segundo volumen; al primero podrán acceder en el enlace EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO I: INICIO. Quedan invitados a sufrir esta singular ofensa a la literatura

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