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¡Sorpréndeme!
EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO II
La segunda parte de la más extraña trilogía de la literatura fantástica, publicada por entregas.
05 de Noviembre, 2010    General

XXVII

XXVII

      Con el corazón destrozado, Ignacio de Aralusia encabezaba la comitiva que escoltaría los restos del difunto Thorstein Eyjolvson  la mitad del trayecto hacia Ramtala, hasta cierto punto previamente convenido, donde estaría aguardándolo un grupo de hombres al mando de Erlendur Ingolvson. Ellos completarían el traslado de los restos del infortunado Gran Maestre del Viento Negro hacia su ciudad natal.

      Al menos esto lo obligará a luchar por mantener el ánimo en alto, pensó Edgardo, mezclado entre la muchedumbre en la calle, al ver pasar ante él a Ignacio a la vanguardia del grupo armado que rodeaba la carrota fúnebre del difunto Gran Maestre del Viento Negro. Era cosa instintiva en un Caballero, una vez enfundado en su armadura, el esforzarse en adoptar una imagen digna aunque por dentro lo traspasasen el dolor o el miedo. Una pena sin nombre, como maligna lepra, carcomía el agraciado rostro de Ignacio; pero tan erguido cabalgaba sobre su montura, con la vista en alto, que lucía gallardo, heroico. La lucha, esta vez, la libraba en su interior.

      -He oído que se lo apartará del mando a instancias del señor Tancredo de Cernes Mortes-comentó a Edgardo otro Caballero, Claudio de Oldurania, también de la Orden de la Doble Rosa, alzando la voz. Era difícil hacerse oír por encima del redoble ensordecedor de las campanas de la Catedral de Nuestra Señora de Drakenstadt que, como en todas las iglesias de la ciudad, tocaban a duelo al pasar frente a ellas el cortejo fúnebre, destacando el sonido de la mayor, a la que con cierto humor más bien tétrico se conocía como la Gorda Adelia.

      -Qué tipo imbécil-masculló Edgardo; y su rabia fue evidente aunque sus palabras no fueran audibles.

      -Es una decisión sensata. No tiene por qué ser un castigo; simplemente, Ignacio no está en condiciones de continuar en la oficialidad. Se dejará pasar un tiempo hasta que esté repuesto; entonces, si tal es su deseo, podrá retomar el mando.

       -¡Pues justamente!-exclamó Edgardo, indignado-. ¡Dos Caballeros han muerto, se supone que abandonados a su suerte por un tercero, más cobarde, y él se contenta con despojarlo del mando!

      Claudio apenas pudo creer lo que estaba oyendo.

      -¿Y a ti quién te entiende?-preguntó, molesto-. Se supone que Ignacio es amigo tuyo, ¿o no? ¡Deberías alegrarte de que la saque tan barata, más bien, en vez de deplorar que no se lo castigue con más dureza!

       -Sí, me alegro por él. Pero por si no lo recuerdas, el bastardo que tenemos ppr Gran Maestre, cuando Calímaco de Antilonia se echó a llorar en el frente de batalla, lo acusó de cobardía y lo amenazó con degradación y pena de muerte. Ahora también estamos ante un caso de cobardía, hasta hubo víctimas, ¡pero él ni se mosquea!

      -Es que ninguna de esas víctimas es de nuestra Orden-observó Claudio.

      -Pues eso es lo que me enferma, ¡su maldita obstinación en hacer diferencias entre ambas Ordenes!...

       -No te preocupes, que cualquier cosa que haga ese hombre te enfermaría. Ya no lo tragas... Igual, permíteme un consejo, Edgardo: desciende a tierra... Para Tancredo de Cernes Mortes, si los caídos pertenecen a la Orden del Viento Negro, es que no hay caídos. Y después de todo, ni al señor Eyjolvson ni a Maarten le importarían un bledo las apreciaciones de ese ganso. Alégrate, entonces, de que aunque sea por accidente se muestre razonable con Ignacio; y peregrinemos a Quintras, Iforas o La Mö para rogar que el Cielo se apiade de nosotros y le inspire más errores como ése. Más no podemos hacer.

      Edgardo vio algo que caía sobre su hombro izquierdo. Una de las tantas palomas que, alborotadas por los campanazos, revoloteaban por encima de la muchedumbre, acababa de hacerle un dudoso obsequio. Nunca más amargo y exacto simbolismo, pensó Edgardo: estaban todos absolutamente cagados.

      Alzó la vista hacia el mar de plumas, como queriendo distinguir al ave culpable de ensuciarle la capa. Fue entonces que distinguió una figura asomada por una de las ventanas del Palacio Ducal. La identificó de inmediato:

      -Hreithmar-murmuró.
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publicado por ekeledudu a las 14:20 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
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SOBRE MÍ
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Eduardo Esteban Ferreyra

Soy un escritor muy ambicioso en lo creativo, y de esa ambición nació EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO, novela fantástica en tres volúmenes bastante original, aunque no necesariamente bien escrita; eso deben decidirlo los lectores. El presente es el segundo volumen; al primero podrán acceder en el enlace EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO I: INICIO. Quedan invitados a sufrir esta singular ofensa a la literatura

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