Blog gratis
Reportar
Editar
¡Crea tu blog!
Compartir
¡Sorpréndeme!
EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO II
La segunda parte de la más extraña trilogía de la literatura fantástica, publicada por entregas.
« Blog
« XXIX
05 de Noviembre, 2010    General

XXVIII

XXVIII

      Los hombres que no lloran no necesariamente sufren menos que quienes sí lo hacen. Dunnarswrad era duro; sin embargo, ese día se sentía como si el Universo le hubiera caído encima.

      Ciertamente, se sentía algo deprimido desde hacía cierto tiempo atrás. Le parecía que le habían creado una injustificada fama de malvado. Se reconocía irascible y hasta brutal; pero después de todo, era un soldado, y uno procedente del vulgo por añadidura. ¿Qué esperaban de él, entonces? ¿Sutileza y refinamiento?... Por lo demás, no era culpa suya si la Naturaleza no lo había favorecido con un cuerpo de escultura griega o un rostro principesco.

      Pero eso era lo de menos ahora. Estaba agobiado por el dolor de ver morir a tanta gente buena y, para colmo, en lo que iba de la guerra había perdido ya a los dos mejores amigos que había tenido jamás: primero a Gudjon Olavson, ahora a Maarten Sygfriedson. La muerte de éste venía acompañada por el dolor adicional de la joven Gerthrud, que quedaba sola y embarazada de dos meses. Dunnarswrad había hecho todo lo posible por consolarla; contra la voluntad de ella, le había impedido ver los restos de Maarten en el interior del féretro, ya que lo que quedaba del valiente joven era un espectáculo no apto para cristianos que se preciaran de tales, y para mujeres menos todavía.

      Hreithmar veía pasar el cortejo fúnebre de Thorstein Eyjolvson bajo la ventana desde la cual observaba la calle, y pensaba en la ceremonia que se celebraría a la mañana siguiente para despedir a Maarten. Si por fuerza debía haber un próximo funeral, esperaba fervientemente asistir a él como cadáver y no como deudo.

       En medio de tan tétricos pensamientos, escuchó unos golpes en la puerta, a sus espaldas.

        -Adelante-gruñó con su voz de trueno habitual.

       Entró uno de sus soldados.

      -Alguien desea veros, señor-informó.

      -Que venga otro día. No estoy de humor para ver a nadie, así fuera el mismísimo Rey-respondió Dunnarswrad, de mal talante.

      -Si me permitís el atrevimiento, señor... Creo que querréis ver a esta persona.

      -¡Tú qué sabes lo que quiero!-exclamó Hreithmar, molesto, sin mirar al soldado.

      -Lo envía alguien poderoso. Tal vez convendría atenderlo.

      -¡Te dije que me importa una mierda que fuera el mismísimo Rey!-rugió Dunnarwrad, aún sin mirar al soldado.

       -Pero es que no es el Rey, ni viene de parte del Rey, sino de parte de un más alto Señor. Os lo envía Dios.

        Lo que me faltaba: ¡un cura!, rezongó Dunnarswrad para sus adentros. La soldadesca solía ser bastante blasfema, aunque a la vez creyente a su modo, pero decididamente poco amiga del clero. De vez en cuando, sin embargo, algún beato salido de quién sabía donde se colaba entre las filas como un intruso.

       Se volvió por fin hacia el soldado, con la intención de cantarle cuatro frescas; pero entonces vio en el hombre un atisbo de sonrisa que al fin no pudo ocultarse más y estalló, espléndida y humana, en sus labios, igual que se abre una corola de vivos colores en medio de un paisaje agreste y polvoriento. Era la sonrisa increíble y algo traviesa de quien sabe que está por dar a otra una alegría inmensa.

      Recién en ese momento sospechó Hreithmar que, tal vez, sus hombres le tuvieran más afecto del que él imaginaba.

       -Házlo pasar-murmuró, aturdido.

      El soldado, con gesto misterioso, entreabrió la puerta. La figura que entró entonces era una incongruencia; porque los ojos revelaban una adultez muy discordante con la edad cronológica de la persona a la que pertenecía.

      -¡Anderson!...-musitó Dunnarswrad, atónito.

       Andy asintió en silencio, observándolo como por primera vez, lo que en realidad había tenido lugar meses atrás. Entonces él era un muchachito asustado que no entendía por qué lo habían arrancado de su hogar so pretexto de instruirlo militarmente, en previsión de que Drakenstadt cayera y el avance Wurm hacia el Sur se hiciera prácticamente incontenible. En aquellos tiempos, cuando el medio ogro se presentaba ante Andy y sus compañeros, ellos se sentían morir de terror,

      El recuerdo se esfumó en la mente de Andy, reemplazado por otros: el llanto del Leitz Korp el Día de la Gehenna, cuando en medio de la noche sus miembros abandonaron la relativa seguridad de Drakenstadt para irse hacia lo incierto, seguros de que era el fin de la ciudad donde, pese a todo, habían vivido momentos de dicha y compañerismo; el loco avance a través de los pantanos infestados de Thröllewurms, en contra de lo aconsejado por el buen sentido, adonde sin embargo sobrevivió porque le habían metido en la cabeza que podía hacerlo; su breve regreso al hogar; la noticia de que Drakenstadt no había caído; la sensación de que su lugar, en ese momento, estaba en la ciudad dejada atrás tan de prisa.

      -¿Qué haces aquí? ¿Hubo algún problema en tu aldea? ¿La han atacado los Wurms, quizás dirigidos por Bermudo?-preguntó Dunnarswrad.

       -La aldea está en orden, no he visto más que algunos Thröllewurms en los alrededores de Drakenstadt, y de Bermudo nada sé, señor-replicó Andy.

       -Entonces no debiste volver-le reprochó Hreithmar, con suavidad.

        Pero en realidad sentía inmenso alivio al ver de regreso a uno de sus queridos cachorros de monstruo en aquel momento tan trágico.

      Andy lo miró, queriendo decirle muchas cosas a la vez. Quiso agradecerle por haberle enseñado que, por siniestra que fuera la amenaza que se cerniera sobre él, hallaría siempre la manera de enfrentarla, con grandes posibilidades de vencer; quiso agradecerle por recalcarle esta enseñanza con puntapiés y coscorrones, sin los cuales, tal vez, la habría tomado más a la ligera; quiso decirle cuanto no le había dicho al verlo por última vez antes de abandonar Drakenstadt entre las tinieblas de la noche; quiso contarle cómo había guiado a dos hombres a través de las ciénagas; quiso explicarle cómo, por ser menos riguroso que él, los hombres habían escuchado sus consejos sólo a medias, y uno de ellos estaba muerto ahora por esa razón; quiso darle el pésame por la muerte de su amigo Maarten Sygfriedson.

      Pero no supo por dónde empezar, y la emoción lo desbordó. Se mordió los labios en un vano intento por contener las lágrimas, convencido de que Dunnarswrad las reprobaría; hasta que, sin saber cómo, se encontró llorando a mares entre los brazos del medio ogro.
Palabras claves , , , ,
publicado por ekeledudu a las 15:42 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
Más sobre este tema ·  Participar
· CCXX
Comentarios (0) ·  Enviar comentario
Enviar comentario

Nombre:

E-Mail (no será publicado):

Sitio Web (opcional):

Recordar mis datos.
Escriba el código que visualiza en la imagen Escriba el código [Regenerar]:
Formato de texto permitido: <b>Negrita</b>, <i>Cursiva</i>, <u>Subrayado</u>,
<li>· Lista</li>
SOBRE MÍ
FOTO

Eduardo Esteban Ferreyra

Soy un escritor muy ambicioso en lo creativo, y de esa ambición nació EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO, novela fantástica en tres volúmenes bastante original, aunque no necesariamente bien escrita; eso deben decidirlo los lectores. El presente es el segundo volumen; al primero podrán acceder en el enlace EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO I: INICIO. Quedan invitados a sufrir esta singular ofensa a la literatura

» Ver perfil

CALENDARIO
Ver mes anterior Mayo 2024 Ver mes siguiente
DOLUMAMIJUVISA
1234
567891011
12131415161718
19202122232425
262728293031
BUSCADOR
Blog   Web
TÓPICOS
» General (270)
NUBE DE TAGS  [?]
SECCIONES
» Inicio
ENLACES
» EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO I: INICIO
FULLServices Network | Blog gratis | Privacidad