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EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO II
La segunda parte de la más extraña trilogía de la literatura fantástica, publicada por entregas.
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11 de Noviembre, 2010    General

XXX

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      Dio qué pensar en Drakenstadt la llegada de Hrodward de Gälster. Era un tanto extraño aquello de que el gran Maestre de las Milicias de San Leonardo enviara nada menos que a su lugarteniente a combatir en Drakenstadt, y sin ponerlo al frente de bienvenidos refuerzos; lo que habría parecido más lógico. Cuando se le preguntó, Hrodward dijo al respecto que Christendom, donde se hallaban acantonadas las Milicias, era demasiado extensa y se hallaba excesivamente desprotegida; de modo que el señor Fabián de Trívonis no podía prescindir de más de un hombre. Esto era tanto más creíble cuanto que las Milicias de San Leonardo nunca habían constituido una hueste numerosa debido a las rígidas exigencias requeridas para ingresar en sus filas.

       También llamaba la atención en Hrodward de Gälster que no parecía tratarse de un hombre particularmente inclinado a la santidad o al estudio de las Santas Escrituras, aunque al menos tampoco tenía aspecto de fascineroso. Se consideró la posibilidad de que fuese un impostor, pero se la descartó enseguida: aparte de que los documentos que validaban sus palabras tenían aspecto de auténticos, el latín de aquel hombre era impecable, parecía excepcionalmente diestro en las armas, sus modales eran refinados, y su mirada sincera. Todavía más, parecía un poco agrandado, según advirtieron sutilmente los pocos que tuvieron ocasión de hablar con él. La soberbia era, precisamente, un pecado que se veía con mucha frecuencia en los Caballeros de San Leonardo; algo ciertamente notorio en una Orden que predicaba para sí misma la humildad.

      Aun así, las Milicias de San Leonardo habían sido respetadas y honradas por mucha gente y temidas por muchas personas a lo largo de su no muy extensa historia. Más que sus habilidades guerreras, era su condición de monjes lo que intimidaba. En una época en que la religión tenía mucho peso en la vida de los seres humanos, era inevitable sentir que tener en contra a las Milicias de San Leonardo era tener en contra al mismo Dios. Así que la mayoría en Drakenstadt se abstuvo de hacer o decir algo que pudiera ofender al recién llegado; lo que no quiere decir que su presencia fuera grata para todos, o que algunos no desconfiasen. El Gran Maestre de la Doble Rosa, por ejemplo, dijo a sus íntimos:

       -En lo que a nosotros respecta, este Hrodward de Gälster es un don nadie. Si ha venido a apoyarnos contra los Wurms, que lo haga y que se contente con eso. Desde el momento en que las Milicias quebrantaron la ley para hacerse cómplices de una Orden clandestina y protectora nada menos que de herejes, han perdido toda credibilidad.

      -Es un pedante, un vanidoso-desaprobó Felipe de Flumbria, aunque aquello de ver la viga en el propio ojo por lo visto no era su fuerte-. Está convencido de que bastarán unos pocos días para que el regente ponga las tropas bajo su mando.

      Enemigo acérrimo de todo entendimiento innecesario con la Orden del Viento Negro, Felipe de Flumbria tenía hambre de gloria. A raíz del valor exhibido el Día de la Gehenna había obtenido, por fin, un anhelado puesto en el Consejo de Guerra y estaba firmemente decidido a conservarlo y a seguir ascendiendo posiciones y conquistando fama. Para su desgracia, hasta ahora sus hazañas se habían visto opacadas por las de otros, sobre todo por las de Maarten Sygfriedson, militante para colmo del bando rival.

      -¡Humpf!...-gruñó Tancredo de Cernes Mortes-. Y lo peor es que posiblemente resulte cierto. Radurwulf Leifson es un beato. Todos hemos oído ese rumor según el cual pensaba poner al obispo de Drakenstadt, Monseñor Larson, al frente de las tropas, por encima incluso de ese palurdo de Hreithmar Hjalmarson. Es más, de buena fuente sé que el obispo estaba haciéndose forjar una armadura.  Teniendo que optar entre un hombre de fe y otro de fe y armas, lo lógico sería que Leifson escogiera al segundo.

      -¿Y a quién apoyaremos nosotros llegado el caso? No nos conviene ninguno de los dos-dijo Felipe de Flumbria.

      -Al obispo; será más fácil coaccionarlo y hacerlo marchar en el sentido que mejor nos convenga. Este Hrodward de Gälster ni de lejos me cae bien.

      Tancredo de Cernes Mortes y su camarilla no eran los únicos que recelaban de Hrodward de Gälster. Que no le pidieran a Roland de La Mö respeto hacia el clero, ni aunque éste vistiera de armadura. En los bosques de La Mö, según la tradición, la Madre de Dios se había aparecido a un par de niños en un sitio donde de inmediato brotó un manantial. El descarado comercio que ahora hacían allí los clérigos, vendiendo sobre todo agua bendita a los peregrinos, hacía añorar a Jesús expulsando a los mercaderes del Templo; y si el descreído Roland de La Mö profesaba la herejía anselmista, ello era más que nada una forma de rebelión contra aquella simonía monda y lironda.

      A Roland no se le había escapado el hecho de que Hrodward llegaba a Drakenstadt con esas pretensiones jerárquicas en un momento en que, tal vez, la suerte lo favoreciera para alcanzarlas, y creía que difícilmente se tratara de una coincidencia. Alguien debía haberlo puesto al corriente de sus buenas posibilidades al respecto.

      -Parecéis hombre de muchos secretos, señor-dijo a Hrodward, como quien no quiere la cosa.

      -Los Caballeros de San Leonardo siempre fuimos gente de secretos muy bien guardados, como bien lo sabe vuestra Orden-replicó Hrodward-. Estipulad vos mismo si ello fue para bien o para mal.

       No quedó más remedio a Roland que callarse. Porque, efectivamente, la complicidad y el silencio de las Milicias de San Leonardo habían garantizado la supervivencia de la Orden del Viento Negro; de modo que ningún miembro de ésta tenía derecho a hacer críticas si sus protectores también mantenían sus bocas cerradas acerca de otros temas. Por ende, aunque a regañadientes, no quedaba a Roland más remedio que aceptar el laconismo y la reserva de Hrodward de Gälster.
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publicado por ekeledudu a las 11:36 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
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Eduardo Esteban Ferreyra

Soy un escritor muy ambicioso en lo creativo, y de esa ambición nació EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO, novela fantástica en tres volúmenes bastante original, aunque no necesariamente bien escrita; eso deben decidirlo los lectores. El presente es el segundo volumen; al primero podrán acceder en el enlace EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO I: INICIO. Quedan invitados a sufrir esta singular ofensa a la literatura

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