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EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO II
La segunda parte de la más extraña trilogía de la literatura fantástica, publicada por entregas.
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07 de Febrero, 2011    General

XXXIX

XXXIX

       Aquel día hubo abundante charla; cosa lógica, teniendo en cuenta que había un huésped y que el mal tiempo impedía trabajar. Benjamin Ben Jakob se extendió mucho hablando de la guerra, o de lo que sabía de ella a través de cartas o por boca de su amigo Dagoberto de Mortissend. Conocía desde antes, además, a algunos de sus protagonistas, y a éstos los fue nombrando de modo especial. Mencionó. por ejemplo, a Erlendur Ingolvson, el héroe que, en el Jotunsviken, había avistado por primera vez a los Wurms y desafiado su poderío, y en quien tanto solía confiar el difunto Gran Maestre Thorstein Eyjolvson. Benjamin y él habían sido presentados y nada más, y de esto hacía lo menos tres años; así que no se acordaba bien de su fisonomía, aunque sí de su aire más bien reservado, sombrío y misterioso pero a la vez  leal. Le parecía recordar también que tenía una melena lacia de color castaño oscuro, y un rostro tan armónico y perfecto que parecía salido de una layenda. Lo que no podría olvidar eran sus ojos azules e insondables, bellos pero lúgubres de tan adustos.

        Benjamin refirió lo que sabía del carácter del joven Erlendur, un muchacho con vocación de servicio, taciturno y retraído pero amable, capaz de hacer frente a grandes catástrofes y que, sin embargo, odiaba los puestos de mando que lo obligaban a dirigir a muchos hacia lo que bien podría ser su muerte. Pero Thorstein eyjolvson, por quien el joven sentía gran devoción, le había pedido que no renunciara a la oficialidad al menos hasta el fin de la guerra. Nada indicaba que la muerte e Eyjolvson  fuera de dejar incumplida la promesa de Erlendur en tal sentido, a pesar de que sin duda León de Cernia, de la Orden de la Doble Rosa, no debía facilitarle las cosas aunque estuviera en Ramtala, supuestamente, para apoyarlo.

         Luego habló Benjamin de Hreithmar Hjalmarson. A ése, dijo, nadie podía olvidarlo luego de verlo por primera vez: un gigantón musculoso hasta la deformidad, de facciones increíblemente rudas y feas, de quien se decía que tenía algún ogro en su árbol familiar. Su temperamento era tan temible como su aspecto: lo llamaban Dunnarswrad, "Cólera del Trueno". Había dirigido el ahora disuelto Leitz Korp de Drakenstadt, supervisando su entrenamiento y desempeño.

      En las últimas horas del pasado 22 de diciembre, explicó Benjamin, los Wurms habían atacado Drakenstadt. Era algo inesperado: ingenua y prematuramente, se había dado por supuesto que los Wurms estaban en viaje de regreso hacia las Islas de la Bruma, su tierra de origen. Los reptiles abrieron una brecha en la muralla, y pareció entonces que la ciudad no tendría salvación. Los muchachos del Leitz Korp fueron enviados río arriba para organizar la resistencia contra los Wurms, o en su defecto la huida. Uno de ellos había regresado recientemente a Drakenstadt para secundar a Dunnarswrad. El trato dispensado por éste al Leitz Korp había sido duro e ingrato; y aun así, aquel muchacho decidió volver, decidido al parecer a ser fiel a Dunnarswrad hasta la muerte.

         La noche del regreso de los Wurms, explicó Benjamin, sólo unos pocos de éstos habían conseguido abrirse paso a través de la ciudad. No obstante, Drakenstadt parecía destinada a convertirse en poco tiempo en un nostálgico recuerdo de eras gloriosas. Pero entre ese indeseable hado y los Jarlewurms se interpuso el valiente y veloz accionar de un puñado de hombres. Entre ellos, ninguno más valeroso que Maarten Sygfriedson, a quien también había conocido Benjamin: un muchacho algo, calvo, de facciones feas. Aparentaba más edad de la que tenía. Su apariencia, siendo niño, le había granjeado burlas y crueldades por parte de buen número de los habitantes de Drakenstadt, comenzando (y aquí hizo Benjamin una mueca de reprobación) por aquel gran tonto de Gudjon Olavson, quien a su manera tenía un corazón de oro, pero que también era capaz de grandes ruindades cuando lo ganaba la estupidez. Maarten había crecido solitario y temeroso, pese a ser físicamente capaz, él solo, de enfrentar y vencer a sus agresores. El rechazo de los demás lo desconcertaba y angustiaba, dejándolo paralizado de miedo. Nadie habría imaginado entonces que aquel muchachito, un día, salvaría a Drakenstadt; pero así fue.

      Porque Thorstein Eyjolvson, al conocer a Maarten en las caballerizas del Duque Olav en cuyo palacio visitaba a su amigo Gudjon, había visto algo en él. Qué, nadie lo sabía. Pero alguna vez, años antes y por razones baladíes, Thorstein había ayudado a Gudjon a humillar a otros. Ambos se habían arrepentido, pero Thorstein aparentemente aprendió, de allí en más, a no reincidir en un error tan pernicioso. Tal vez por eso se llevó a Maarten consigo a Ramtala. Con el tiempo lo hizo su escudero y le regaló una espada supuestamente mágica, a la que Maarten llamó Grönsunna, "Sol Verde", porque tenía incrustada en el pomo una resplandeciente esmeralda. Benjamin no creía en las virtudes maravillosas del arma; debía tratarse de una fantasía pergeñada por Thorstein para infundir coraje en Maarten.

       Entonces retomó el judío su relato del regreso de los Wurms y la en apariencia inevitable caída de Drakenstadt. Todos estaban pendientes de sus palabras: sabía resaltar en la narración el flanco más desvalido, más vulnerable de los héroes, para hacerlos queribles y poner de su lado a la audiencia.

      -Como decía, todo parecía perdido. Sólo tres Jarlewurms habían accedido al interior de Drakenstadt, pero uno de ellos era el sanguinario Talorcan el Negro. Y he aquí lo extraordinario: Maarten, casi solo, luchó contra Talorcan y lo mató. Sólo lo ayudó un poco un joven por entonces señalado como marcadamente dañino, un delincuente llamado Hodbrod Christianson, que esa noche se redimió de sus fechorías. Ahora entrena, bajo la dirección de Dunnarswrad, en el Elderswarderskorp, el Cuerpo de Guardianes de Fuegos de Drakenstadt, que integran él y sus antiguos cómplices. Cuando estén entrenados, se espera de ellos que extingan los incendios provocados por los Jarlewurms y rescaten a la gente que quede atrapada entre las llamas, y por eso se los llama así.

         Se hizo un breve pero solemne silencio. Fue Balduino el primero en romperlo:

       -Probablemente, Grönsunna sí era un arma mágica; porque, ¿cómo sería posible para un hombre hallar coraje para enfrentarse casi solo a un Jarlwurm, y vencerlo además?

      -El hecho es que Maarten había sido muy desdichado-replicó Benjamin-. Ahora, por primera vez, tenía una compañera, que además iba a darle un hijo. Creo que prefería morir antes que perder a su nueva familia y retornar a su anterior desdicha. En tales circunstancias, el valor puede hacer milagros.

      -Puede ser-concedió Balduino-. Los milagros debe hacerlos el hombre.

        -A la fuerza-replicó Benjamin, sin inmutarse por aquella ironía de descreído-. Si por el hombre fuera, preferiría una espada mágica. ¿Qué impide, después de todo, pensar que puedan existir armas así? ¿Por qué el Todopoderoso, capaz de crear el Universo partiendo de la nada, no insuflaría virtudes únicas en un arma para volver invencible a quien la esgrimiese?... Sin duda no quiso hacer eso. Ha preferido hacernos difíciles las cosas a nosotros, sus hijos, para que nos descubramos todavía más difíciles de ser vencidos que cualquier obstáculo.

        -O será que allí arriba sólo hay cielo, sin nadie que lo gobierne ni pueda forjar espadas mágicas.

       -El eterno debate-sonrió Benjamin-. Allá tú con tus ideas, Balduino. Tú dices que nadie ha creado el rayo, el calor del sol o la brisa primaveral; que tras estas cosas debe haber simples fuerzas o mecanismos perfectamente lógicos, aunque incomprensibles para el ser humano. Sin duda hay algo de verdad en esto. Pero eliminar a Dios de la explicación es como decir que no existen los panaderos; que el pan es simplemente agua, harina y sal mezclados y calentados en un horno. También eso es un proceso lógico, pero sería absurdo negar que en él intervino un panadero.

       -Tal vez, no sé. Pero me resulta más creíble la explicación de la espada mágica. Los Jarlewurms son descomunales. Creo que no me atrevería a luchar yo solo contra uno de ellos; y si lo intentara, no duraría mucho.

       -Tienes poca imaginación. Es lógico: eres un hombre mortal. Dios es más creativo y menos aburrido para hacer milagros. En una espada mágica, el milagro es la espada; el hombre queda excluido. Al infundirle coraje al hombre, en cambio, Dios lo hace copartícipe del milagro. Porque el resultado es el mismo: el enemigo aparentemente invencible es aniquilado.

         -Sería interesante conocer al tal Maarten...-intervino Per.

      -...para ver cuánto puede uno fiarse de él-concluyó Wilhelm.

      -¡Eso!-aprobó Andrusier-. ¿Qué certeza hay de que realmente lograra esa hazaña? Tal vez recibió más ayuda de la que dijo.

       -Yo creo que sucedió como se nos ha explicado-opinó Ulvgang, hablando, tal vez, desde su postura de padre dispuesto a enfrentar y vencer cualquier peligro en defensa de su hijo y persuadido, por lo tanto, de que nada es imposible para un espíritu valiente.

        -En cualquier caso, no sería ya posible que conocierais a Maarten-dijo Benjamin-. En el transcurso de un operativo contra los Wurms, su pierna quedó atrapada en una trampa para osos. Thorstein sentía mucho afecto por él, e intentó rescatarlo. Murieron juntos. Parece que un amigo de Maarten, Ignacio de Aralusia, estuvo lo bastante cerca para tratar de ayudarlos, pero no halló el coraje necesario, y ahora lo carcomen la desesperación y los remordimientos.

       Para sorpresa de todos, tras estas palabras tan tristes se oyó el inconfundible sonido de carcajadas reprimidas. Lleno de vergüenza ajena, Balduino vio que a Adam lo atacaba un acceso de inexplicable hilaridad. Mantenía la cabeza baja, trataba de contenerse, pero su rostro pálido enrojecía de reprimida risa.

       -¡ADAM!-bramaron a un tiempo Thorvald y Karl, mientras Balduino, estupefacto y colérico, se ponía de pie. Adam siempre había tenido gestos desagradables, pero ahora había llegado demasiado lejos y merecía un castigo.

       -Un momento, déjamelo a mí-intervino Benjamin. 

      También él se había puesto de pie. Aunque superficialmente se lo veía tranquilo, Balduino lo conocía bien y sabía que la frialdad despiadada de sus ojos y de su voz eran indicio inconfundible, en él, de un furor pocas veces visto.

       Se plantó ante Adam. Este, súbitamente, dejó de reír, y por un momento no fue él mismo. Instintivamente se encogió, aterrado. Esto, él no lo solía hacer. Jamás se arrepentía de sus insolencias, sarcasmos y comentarios intencionadamente hirientes o negativos.

      Por un instante, tambien Benjamin quedó un tanto descolocado; pero para entonces, Adam había recobrado el dominio sobre sí mismo y otra vez de veía desagradable, insolente, desafiante.

       -¿No te conozco?-le preguntó Benjamin-. ¿Cómo te llamas?

       Adler intercambió una significativa mirada con Balduino, quien a su vez buscó luego los ojos de Anders. Los tres pensaban lo mismo: un segundo protagonista de la saga del Monte Desolación creía reconocer a Adam... Ya parecía demasiada coincidencia.

       -Adam Thorsteinson-contestó el larguirucho, sonriendo socarrón-. Y no: no nos conocemos.

       -Dime: ¿qué hay de gracioso en el hecho de que dos hombres buenos y valientes mueran de forma espantosa, y un tercero cargue con la culpa de haber podido intervenir, tal vez exitosamente, y no haberlo hecho?

       La sonrisa de Adam seguía allí, pero ahora parecía sobre todo artificiosa.

        -El chiste está en que, luego de tanto discutir acerca de milagros, que si espara mágica o coraje, resulta que en este caso no hubo portento alguno-respondió-. Discusión inútil.

      -Así habrán opinado quienes vieron a Job solo y en la ruina, Adam, sin sospechar que no era ése el final de la historia, aunque lo pareciera. Pero no quiero arruinarte el chiste, ni mereces que se te castigue: bastante tienes ya con ser como eres. Disfruta de tu dudoso sentido del humor.

      Nada más dijo benjamin, y volvió a sentarse; pero la ira de Balduino ni de lejos estaba aplacada. fue su turno de hablar.

      -te vas afuera, a montar guardia al pie de la escalinata; y me importa una mierda que te desmayes de frío o de hambre. Vas y montas guardia hasta que me canse de verte ahí-ordenó a Adam, con voz de hielo.

        -Sí, señor Cabellos de Fuego-dijo Adam, las últimas palabras con un tono que sonaba muy solemne, pero que adivinaron burlón quienes mejor conocían al larguirucho.

       Y salió a tal velocidad, que pareció obvio que lo que más anhelaba era justamente abandonar el lugar; porque por lo general, adondequiera que fuese, se movía con lentitud y arrastrando los pies.

       -¿Habrá valido la pena?...-preguntó Benjamin-. Se me ocurre ahora que, después de todo, muchas personas muy respetuosas prorrumpen en carcajadas en los funerales. No es su deseo ser irreverentes, y son los primeros en avergonzarse, pero les sucede.

      -Estoy castigando toda una forma de ser, no sólo un incidente aislado, señor-replicó Balduino, todavía irritado a causa de Adam.

       -Aquí mandas tú-concluyó el judío.
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publicado por ekeledudu a las 17:24 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
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SOBRE MÍ
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Eduardo Esteban Ferreyra

Soy un escritor muy ambicioso en lo creativo, y de esa ambición nació EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO, novela fantástica en tres volúmenes bastante original, aunque no necesariamente bien escrita; eso deben decidirlo los lectores. El presente es el segundo volumen; al primero podrán acceder en el enlace EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO I: INICIO. Quedan invitados a sufrir esta singular ofensa a la literatura

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