XXXVIII
-Sabes, Balduino, cualquiera que te haya conocido bien puede enseguida intuir que tú estás al mando aquí. Se nota tu toque personal, por decirlo de alguna manera-comentó Benjamin, tras un primer vistazo al interior de Vindsborg.
Tenía que alzar mucho la voz para hacerse oír. Un temporal de nieve se abatía ahora, estruendoso, sobre Vindsborg.
-No entiendo. ¿A qué os referís?-preguntó Balduino.
-Seis perros, un marrano y una cría de grifo...-respondió Benjamin-. Con sólo ver tal cantidad de animales en un lugar tan pequeño, se adivina fácilmente que tú andas por aquí.
-Disculpad, señor-interrumpió respetuosamente Ursula-, pero vuestra lista ha quedado muy corta. Hay muchos más animales aquí; allí los tenéis-y señaló con la mano al resto de la dotación de Vindsborg.
Los señalados guardaron silencio. No iban a pronunciar palabra hasta que se los invitara a ello. Por excéntrica que fuera Ursula como princesa, princesa seguía siendo; de modo que había que dejarla hablar aunque su rudeza y su jerga estuvieran más próximas a las de un mozo de cuerda. Pero igual unos cuantos, Honney entre ellos, la miraron como sugiriéndole que mejor se incluyera ella misma en la lista de marras.
-La jauría no es mía, señor-aclaró Balduino.
-Hmmm... Pero no creo que te hayas opuesto muy enérgicamente a su presencia aquí-sonrió Benjamin.
-El grifo es una cría, pero crecerá. Lo domesticaré. Lo montaré. Hombres jineteando grifos podrían resultar temibles para los Wurms.
-He oído hablar de ese proyecto tuyo: me lo comentó el querido señor Eyjolvson, a quien Dios fuarde. Dijo que le recomendaste la idea por carta... ¿Así que has decidido llevarla a la práctica? Debo advertirte que Thorstein, en su momento, comunicó y avaló tu recomendación. Si bien es cierto que la sugerencia cosechó sobre todo carcajadas, en otros lugares se la puso a prueba, pero hasta el momento con resultados mediocres o desastrosos. En Ramtala, por ejemplo, los grifos que se estaban adiestrando fueron muertos luego de que uno de ellos le arrancara medio brazo a su domador.
Toda la mejor voluntad del mundo a veces no alcanza para cumplir con una noble intención. La de Honney en cuanto a guardar silencio naufragó allí mismo.
-¡Medio brazo!-exclamó-. Señor Cabellos de Fuego, juro que si tu monstruo me hace eso, en represalia le atravesaré los sesos con el garfio que me pongan para reemplazar la mano que él me devore.
-¡Honney!-bramó Karl.
-Lo siento-se excusó Honney, retornando a su mutismo previo.
Benjamin observó a Honney, y por primera vez desde su llegada prestó verdadera atención a las caras que lo rodeaban. Se sintió como en medio de una exposición de rostros malvados o endurecidos... Señor, ¡qué expresiones, qué ojos!... Pensándolo bien, en semejante compañía, ninguna fiera parecía lo bastante peligrosa, después de todo.
-Vos sois Sundeneschrackt, ¿no?-preguntó a uno de los hombres, cuyo rostro lo impactó de manera especial.
-Soy sólo un preso, señor. Los presos no necesitamos motes. No valen de nada en la cárcel-respondió el interpelado-. Pero sí: yo solía ser Sundeneschrackt.
-Es extraño lo que decís-opinó Benjamin-. Creía que, de hecho, vuestra fama y apodo debían seros muy útiles en esas mazmorras de Kvissensborg de las que tanto he oído hablar. Se me dijo que allí los cautivos no están engrillados y que luchan tanto entre sí, que esos combates son causa de gran mortandad entre ellos. En semejante situación, ser Sundeneschrackt debería significar algo, o tener algún valor.
-Garantiza la supervivencia, sí. pero a veces, eso de nada vale-respondió Ulvgang-, aunque, a la vez, lo valga todo.
-Podríais volver a ser de nuevo Sundeneschrackt en sus días de gloria, si lo desearais. El temible pirata que azotó el Mar de Nerdel.
-¿Queréis insinuar o demostrar algo?
-No; sólo expreso hechos. Existe una posibilidad, pero lo que ignoro es si hay también intención. Eso sólo vos lo sabéis.
-Ulvgang Urlson, señor, a vuestro servicio-dijo el Kveisung, avanzando hacia Benjamin con la mano extendida.
¿Qué podía hacer Benjamin, sino estrechar aquella mano, mirando hacia los verdiazules y saltones ojos de Ulvgang? En modo alguno había existido siquiera un ínfimo matiz de tensión en aquel diálogo amable... Pero por desgracia, la cortesía es el lujo de los poderosos; y la franqueza, virtud de contados hombres. No había forma de estar seguro de que aquel sujeto duro como el diamante e inescrutable como el porvenir fuera realmente Ulvgang Urlson, un prisionero vencido por su destino y convertido en un hombre común, y no Sundeneschrackt, el astuto Kveisung que, más de una década atrás, había hecho temblar a Andrusia. Lo peor era que, pese a su aire de peligrosidad adormilada y palpitante, caía bien.
Benjamin se volvió hacia Balduino.
-¿Pasa algo?-inquirió, al verlo pensativo.
-Nada, que dijisteis el señor Eyjolvson, a quien Dios guarde... ¿Significa eso que ha muerto? ¿Cuándo?
-Ah, ¿no lo sabías aún?... Sí, Thorstein murió hace unos días, no recuerdo ya cuántos. Con él murió también su antiguo escudero, Maarten Sygfriedson.
-¿Cayeron en combate?
-Sí.
-Otra vez desconectados del resto del mundo... A través de un mensajero nos enteramos de la noticia de la supuesta caída de Drakenstadt; pero de su posterior desmentida, sólo por casualidad. ¿Qué está ocurriendo?... ¿Por qué no nos avisan de estos hechos?
-Puede que en parte debido a los Landskveisunger; he oído decir que están más activos que nunca y, por consiguiente, tal vez unos cuantos mensajeros hayan desaparecido... Bah, muerto... Para qué andarnos con eufemismos... A propósito, Balduino-dijo Benjamin-; se está intentando exterminar a los Landskveisunger, tarea de la que se encargará tu viejo amigo Miguel de Orimor. Ejecutando tal misión, estará recorriendo Andrusia, y puede que venga también por aquí. Se rumorea que de paso está buscando al que lo derribó del caballo; de modo que ten cuidado.
-Lo tendré-aseguró Balduino; y se inclinó a acariciar a Terafá, que venía a reclamarle mimos.
A la viste del cerdo, Benjamin sonrió.
-Una cosa es segura-dijo-: no serás tú quien carnee a ese animal cuando esté lo bastante grande y gordo para ser faenado.
-¡Ni yo, ni nadie!-aclaró Balduino-. ¡A Terafá que nadie se atreva a lastimarlo!
-¿Terafá?... ¿Se llama así?-preguntó Benjamin-. Doy fe de que el nombre le queda bien.
Anders dio un respingo.
-¡Con razón me era familiar el nombre de ese puerco!-exclamó-. Es hebreo. ¿A quién conocimos que se llamara así?
-¡Qué dices, Anders!...-respondió Balduino-. Claro que es hebreo, pero no conocimos a nadie que se llamara así. Lo que ocurre es que el término te suena conocido, porque mil veces lo oíste de boca del señor Ben Jakob y de nuestros camaradas judíos. Significa...
-Un momento, Balduino-interrumpió Benjamin, para enseguida volverse hacia Anders-. Esto es interesante para ejercitar tus dotes de deducción: ¿qué crees que puede significar la palabra terafá?
-Ni idea-contestó Anders, abrumado.
-Anders, por favor... Es sencillísimo-insistió Benjamín.
-Hmmm... ¡Ya sé: cerdo!-exclamó Anders, muy orgulloso de sí mismo.
-¡Cómo te atreves a insultarme así en mi propia cara!...-repuso Benjamin-. Lo digo en broma, cálmate-se apresuró a añadir, viendo que Anders se tomaba en serio el chascarrillo y enrojecía como embadurnado de ocre-. Pero no es ése el significado. Piensa en otra cosa.
-¡Ya sé: gordo!-exclamó Anders, exultante.
-Tampoco.
-A ver... A ver... Dadme una pista, os lo ruego.
-¿Una pista? Pues... Te diré que me parece de veras un nombre muy, muy adecuado para un cerdo.
-¡Ya sé: sucio!-exclamó Anders, con el alborozo de quien descubre el más recóndito secreto de la creación.
-¿A quién llamas sucio?-protestó Balduino, ofendido-. Mi cerdito es mucho más limpio que unas cuantas personas. A veces, incluso más que tú.
-¡Ya sé: gordo!-insistió Anders, gozoso.
-¡Ya lo has dicho!-le recordó Benjamin-. No, Balduino: cállate la boca-ordenó a su antiguo escudero, viendo que iba a revelar la solución a aquello que, para Anders, era un acertijo tremendamente complicado-. Que lo resuelva solo.
-¡Ya sé: inmundo!-arriesgó Anders, entusiasta.
Benjamin suspiró.
-A ver si aprendes a razonar, que puedes hacerlo-dijo-. Ya hemos dicho que este animal lleva un nombre que le viene como anillo al dedo. Ahora, otra pista, y es la última: yo soy judío, ¿comprendes?... Judío.
Anders meditó atentamente la cuestión, gruñendo por lo bajo. Finalmente, su bello semblante se iluminó de euforia.
-¡Ya sé: usurero!-declaró triunfante.
Benjamin no contestó. Miró a Anders, boquiabierto. El joven sonrió con alarde.
-¡Por fin adiviné!... No era tan difícil-se ufanó.
-Anders, por Dios... No has adivinado nada, ni te aproximaste siquiera-murmuró Balduino, lleno de vergüenza ajena.
-Ah, ¿no?...-Anders no pareció especialmente achicado, y volvió de nuevo sobre la cuestión-. ¡Ya sé: tacaño!
-No, Anders...-gimió Balduino.
-¡Ya sé, ya sé: mezquino!
-¡¡¡NO!!!
-¡Deicida!
Benjamin ya no soportó más. Se aproximó a Anders, le rodeó paternalmente los hombros con su brazo y dijo, con una voz engañosamente meliflua que enmascaraba peligrosos instintos asesinos:
-Querido muchacho: ese pobre cerdo no es nada de lo que has dicho; de modo que, si terafá significara algo de ello, el nombre no le sentaría tan bien-y añadió con voz dura y expresión acorde:-. Y espero que tampoco a mí.
-¡Pero si por vos no lo decía!-exclamó inocentemente y muy asombrado Anders, para quien, como para tantas otras personas, los judíos eran todos usureros, tacaños, deicidas y muchas otras cosas más... Salvo los que él conocía, personas decentes todos ellos.
-Menos mal-gruñó Benjamin.
-Bien-intervino Balduino, incómodo por el incidente-. Terafá significa...
-BALDUINO...-refunfuñó Benjamin, en tono amenazante-. Ya te dije que ni se te ocurra. Deja que Anders lo resuelva. A su debido tiempo, él será tan Caballero como tú; la rapidez mental puede serle valiosa, al punto de significar la diferencia entre la vida y la muerte.
-Señor-manifestó Balduino con firmeza-: Anders es excelente persona y gran amigo, un muchacho guapo...
Anders sonrió, satisfecho de tanta alabanza.
-...fuerte como un toro, muy valiente y noble. Se ha vuelto un diestro espadachín; para qué negarlo, me enorgullece ser yo quien le haya enseñado-Balduino sonrió también-. Deberíais haberlo visto el mes pasado, batiéndose contra un idiota petulante que lo doblaba en tamaño y triplicaba mis humos de mi peor época...
Cruzado de brazos, Anders ensanchó aún más la sonrisa, paladeando aquel festín de cumplidos.
-...pero no le pidáis nada que involucre la mente. No es lo suyo-concluyó Balduino.
¡Amargo destino el de Lucifer, desterrado de los Cielos cuando exhibe sus bellas alas, envanecido por su hermosura!... Anders quedó un momento perplejo ante el último comentario de Balduino, nota discordante en un concierto que por lo demás sonaba a música celestial. El pelirrojo sintió que el silencio que siguió a sus palabras era demasiado espeso y, temiendo algo, miró a Anders, de soslayo al principio.
Para cuando se animó a mirarlo a la cara, Anders ya no estaba muy silencioso que digamos. Al contrario: tenía mucho que decir, y aún más ganas de decirlo.
-¡Que no tengo rapidez mental!-bramó, enojado-. ¿Qué sabes tú? ¿Quieres apostar?
-Anders, escucha...
-¿Quieres apostar?-repitió Anders, fulminando a Balduino con sus ojos verdes.
-¡Si no tienes nada que apostar!...
-¡Las guardias!... ¡Las guardias de todo un mes! ¡Quien pierda, cubrirá las guardias del ganador!
-Anders, no puedo aceptar tu apuesta. Sería un abuso por mi parte. De veras, sin ánimo de ofenderte: tú...
-Las guardias de todo un mes son demasiado-opinó Benjamin-. Diría que sólo las guardias nocturnas de ese mes... ¿Qué dices, Anders? Así este pelirrojo bocón recibe su merecido por subestimarte, pero al mismo tiempo no lo matamos de cansancio. A él siempre le gustaban las guardias nocturnas.
-Por mí estaría bien... Pero huelo mieditis del otro lado-dijo Anders, belicoso.
-Ya te daré yo mieditis-replicó tranquilamente Balduino-. ¿Quieres hacer guardias extra, Anders? Bien, haz guardias extra, ¿qué puedo hacer yo?... Apuesta aceptada. Di tus condiciones.
-Tienes que aceptarme tres respuestas-dijo Anders-, como el enanito a aquella criatura viscosa en aquel antiguo cuento... ¿Cómo se llamaba?
-El Libro Rojo de... Eh... de no-sé-dónde-contestó Balduino, tras hacer memoria con escasa fortuna-. Aceptado. Puedes comenzar cuando quieras.
Se hizo el silencio. Todas las miradas convergieron en Anders. También la de Balduino, en apariencia; pero de reojo miraba a Adam. El escuálido no había variado mucho, por no decir nada, su comportamiento habitual. También él aparentaba interés por la respuesta de Anders. Interés, es una forma de decir; porque Adam recibía casi cualquier cosa con idéntica, imperturbable abulia.
-¡Ya sé, ya sé!...-exclamó Anders, triunfante-: ¡Obeso!
Benjamin se agarró la cabeza. Buena parte del auditorio prorrumpió en carcajadas.
-¡Anders, eso ya lo has dicho!...-gimió Balduino.
-¡No es verdad!-protestó Anders-. ¡Antes dije gordo!
-Tanta diferencia que hay...-ironizó Balduino.
-Anders, escucha...-murmuró Benjamin.
-¡Ya sé: maloliente!...
Benjamin volvió a agarrarse la cabeza. Parecía estar sufriendo como si en caso de perder Anders fuera a tocarle a él cubrir todas esas guardias nocturnas que estaban en juego.
-Ahí fue otra respuesta desperdiciada...-se lamentó.
-Te queda sólo una respuesta, Anders-recordó Balduino.
-Tiempo. Tiempo para pensar, eso necesito... Como también le pidió el enanito a la criatura viscosa en ese cuento, El Libro Rojo-contestó Anders.
-¡Bueno!... ¡Ya era hora de que dejaras de decir la primera respuesta que te venía a la mente, y te tomaras tiempo para reflexionar!-aprobó Benjamin, aliviado.
-Me tienes que dar tres meses-añadió Anders.
Benjamin asintió.
-Sí, tres m... ¿Eh?... ¿Tres meses?... ¡Pe... Pero eso es un disparate!
La audiencia se desternillaba de risa. Incluso Karl, tan ceñido a la formalidad y las reglas protocolares, no podía evitar cierta hilaridad.
-¿Disparate?... ¡No! ¿Por qué?... ¡Si yo nunca dije que contestaría velozmente!-respondió Anders con auténtico y apabullante asombro-. Podría meditarlo y meditarlo y contestar en mi lecho de muerte...
-¡En tu lecho de muerte!-exclamó Benjamin, cada vez más escandalizado.
-...en cambio, así le pongo plazo a mi respuesta-concluyó Anders muy satisfecho.
-¡Rapidez mental... para una espera de tres meses!-gimió Benjamin, con genuino espanto.
-Acepto-accedió Balduino-, y ojalá esas argumentaciones de leguleyo te sean siempre así de útiles.
Era 27 de enero. En lo sucesivo, y hasta el 27 de abril, nadie en Vindsborg ignoraría en qué fecha se ahllaban, tal interés había despertado aquella apuesta. También hasta entonces, no pasaría día sin que Anders murmurara en voz alta, como para sí mismo, varias posibles respuestas al enigma, casi siempre las mismas (gordo, sucio, cochino, etc.) y estudiando disimuladamente las reacciones de Balduino ante cada una de ellas. Y al principio, no dar con la solución no le preocuparía, como no se preocupan los jóvenes por un día malgastado. Pero a medida que se acercara el fin del plazo acordado empezaría a alarmarse, como el condenado a muerte que ve acercarse la fecha de su ejecución.
No obstante, todo esto es avanzar demasiado en nuestra historia.