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¡Sorpréndeme!
EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO II
La segunda parte de la más extraña trilogía de la literatura fantástica, publicada por entregas.
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29 de Mayo, 2012    General

CXCVII

CXCVII

      Benjamin Ben Jakob solía decir siempre que un Caballero debía ser en primera instancia un defensor de la justicia y de la vida, y sólo en última un exterminador de inicuos. Por ello, Balduino luchaba consigo mismo por dominar aquella creciente repugnancia que lo dominaba; al fin y al cabo, cualquiera de sus Kveisunger era mucho más criminal que cien sujetos como Rattele, y él lo sabía. Pero esto no bastaba para aplacarlo, y ni él mismo se explicaba por qué.

         Luego de cortar leña, Anders y él debieron efectuar ciertas reparaciones. Por su parte, Hijo Mío y Hansi lavaron sábanas. Fue una jornada verdaderamente ardua por la cantidad de trabajo, pero mucho más fatigosa aún por la constante presencia de Gudhlek, tan poco querible éste como Rattele, quien, dicho sea de paso, demoraba en volver a la posada, como si intuyera que el regreso podía serle muy poco saludable.

          -Podéis sentaros a la mesa en la cocina. La cena está servida-dijo al fin Gudhlek.

          Anders, Emmanuel y Hansi largaron cuanto tenían entre manos y corrieron en dirección a la cocina. Más interesado en mantener su dignidad, Balduino fue a velocidad normal.

           -¿Y Rattele?-preguntó a Gudhlek.

         -Ya vendrá, y cuando lo haga, le daré la paliza de su vida-contestó el posadero-. Quién sabe, quizás se haya refugiado en el establo, como suele hacerlo.

           -¿En el establo?... ¡Que ni se le ocurra! Mi caballo sería capaz de matarlo a golpes de cascos.

           -Bueno, ése es problema suyo, no mío ni vuestro, ¿o sí?

          El tono era desdeñoso, burlón. Balduino se rebeló al oírlo. Rattele podía haberle caído mal, pero el posadero le era todavía más repugnante.

           -Es problema mío, y más vale que sea el vuestro-dijo en tono temible-. Tomad medidas para que nada le suceda, u os juro que lo lamentaréis de verdad.

          Gudhlek se sobresaltó un tanto. No en vano: las palabras habían sonado espeluznantes.

           -Bueno, bueno, ya iré a buscarlo... No os preocupéis por este asunto, id y disfrutad de vuestra bien merecida cena-respondió, apaciguador, en cuanto hubo recobrado su dominio sobre sí mismo.

           Balduino asintió, con cara de mal humor satisfecho. Creía que el posadero había entendido que se estaba pasando de la raya, que estaba atravesando un límite que era peligroso rebasar. Y él se moría de hambre, así que decidió olvidar el asunto e ir a cenar. Pero cuando llegó a la cocina, y ya antes de ocupar su sitio a la diminuta mesita que allí había, notó las caras largas de sus compañeros de travesía: lo que Gudhlek había servido de cena era un engrudo inenarrable, un mazacote no muy diferente de la comida que debía preparar para sus cerdos, si no era la misma u otra aún peor.  Si no mejor que las creaciones de Varg, tampoco era peor; y sin embargo, lo que en Vindsborg hubiese resultado admisible por el continuo hábito, aquí parecía completamente inaceptable incluso para Anders, Emmanuel y Hansi, muchachos de humilde cuna todos ellos, acostumbrados a épocas de vacas flacas y a comer cualquier cosa que hubiera en la mesa. Porque habían trabajado hasta deslomarse los tres y, por lo mismo, creían merecer trato más hospitalario. Estaban seguros de que esta bazofia no era lo que Gudhlek servía habitualmente a sus clientes.

           Balduino comprendió qué pasaba por las mentes de sus compañeros, y lo aflgiió un poco no poder ahorrarles ese momento humillante; pero aunque era evidente que el posadero estaba llevando su paciencia al límite, él no pensaba trasgredir sus conceptos acerca de lo lícito y lo ilícito; y por otra parte, la humillación no ocurre si la actitud no le da lugar. Así que Balduino, como hallando todo perfectamente normal, se sentó en su sitio y probó el horroroso engrudo.

           -Hmmm... No está mal-dijo;  y la verdad es que, aunque debía saber horrible, estaba demasiado famélico para notarlo.

           Gudhlek vino enseguida, sin que se supiera para qué, como no fuera para burlarse. Paseó la mirada por el grupo, como con indiferencia. Para entonces, también Hansi e Hijo Mío habían empezado a comer; pero Anders, cuyo tazón seguía intacto, se volvió hacia el posadero:

         -¿No hay otra cosa?...

          La pregunta había sido un craso, descomunal error. Gudhlek sonrió con maligno regocijo.

         -Lo mejor se reservar para los clientes-respondió-. Vosotros sois sólo jornaleros, de modo que comed lo que se os sirve... O no comáis, me es igual.

          Y tras decir aquello, se retiró.

          Anders demoró en reaccionar; le parecía que aquello no podía ser otra cosa que una broma de dudosa calaña. No era justo. Ni él, ni Balduino, Hansi o Emmanuel habían hecho algo que ameritara tan despectivo trato. Permaneció uno o dos minutos mirando al vacío, con expresión triste, hasta que de golpe, como si recién entonces captara el hecho en toda su dimensión, se incorporó hecho una fiera, con los puños cerrados, como dispuesto a hacer añicos cuanto se pusiera en su camino.

        -¡HIJO DE PERRA!-bramó-. ¡LO VOY A...!

  -¡NO!... QUIETO, ANDERS, ¡SIÉNTATE!-ordenó Balduino.

          Renuente y decepcionado, el joven escudero obedeció.

       -No es justo, Balduino-dijo, cabizbajo y transido de desconsuelo.

         -No, Anders, por supuesto que no lo es; pero en otro tiempo yo mismo no supe serlo, y sin embargo me soportaste valientemente durante cuatro largos años. A este bastardo de posadero mañana ya no lo verás más; resiste un poco, entonces. Estás muy cansado, eso es lo que sucede; todos lo estamos, y por eso nos tomamos algunas cosas demasiado a la tremenda. Mañana las verás con otros ojos; hasta entonces, no des a tus enemigos el placer de verte vencido o humillado. Si luego de cenar nos aloja entre sus cerdos, dale las gracias como si dormir ahí fuera el anhelo de toda tu vida, que igual es más honorable dormir en el chiquero que bajo el mismo techo que lo aloja a él... Te haces más grande y noble con cada día que pasa, Anders, y eso es algo que espíritus pequeños y mediocres como este Gudhlek rara vez perdonan; de modo que ve acostumbrándote. A ellos siempre les encantará rebajarte para así sentirse grandes; no les des ese gusto, amigo.

          -Tienes razón, Balduino-aprobó Anders, reconfortado.

           Pareció que las cosas quedarían así. Ya de mejor ánimo, Anders se dispuso a comer aunque el contenido de su tazón estaba frío ahora y, por consiguiente, menos apetitoso que nunca. Incluso habían empezado a bromear alegremente los cuatro, cuando desde el exterior oyeron unos furibundos truenos proferidos sin duda por Gudhlek. Qué gritaba éste exactamente, al principio no se entendió; pero luego la voz se oyó más cercana y quedó claro, entonces, que amenazaba a alguien.

         Por fin la nitidez de las voces evidenció que Gudhlek y otra persona, quizás Rattele, acababan de entrar en la posada.

           -¡INSERVIBLE DE MIERDA, YA TE ENSEÑARÉ YO A ESCAPARTE POR AHÍ Y DEJARME SOLO CON TODO EL TRABAJO!-rugía Gudhlek-. ¡TOMA, PARA QUE APRENDAS!

      Siguió a eso un chasquido similar al de un látigo cortando el aire, y un gemido desgarrador que todos identificaron como perteneciente a Rattele. Ese consenso en la identificación resultaba un tanto llamativo porque, en definitiva, jamás habían oído gemir a aquél; y por el sonido, la lastimera queja habría podido pertenecer a un animal. Balduino mismo se preguntó por qué estaba seguro, y ci la semejanza entre el rostro del caballerizo con el hocico de una rata justificaba la asociación.

           -¿Pero de qué rayos habla este ganso?... ¡Si el trabajo lo hicimos nosotros!-farfulló Anders, indignado.

           -¡NO ERES MÁS QUE UN INGRATO CON QUIEN NO VALE LA PENA MOLESTARSE EN FAVORES, QUE NO ERES CAPAZ DE RETRIBUIRLOS COMO SE DEBE! ¡OTRO, EN MI LUGAR, TE HABRÍA MATADO A GOLPES HACE YA MUCHO TIEMPO, Y YO, EN CAMBIO, TE HE TENIDO LÁSTIMA, ME HE DESVIVIDO POR TI... Y ASÍ ES COMO ME LO PAGAS!

        Cómo le gusta a este Gudhlek maltratar a los demás... Y el de Rattele es sin duda un rostro que invita al maltrato, pensó Balduino. De nuevo apareció en su mente el semblante vil y odioso, tan repugnantemente parecido al hocico de una rata, e inmediatamente aprobó para sus adentros cualquier castigo que se impusiera a aquel ser despreciable.

          -Señor Cabellos de Fuego...-murmuró Hansi.

         -Rattele tampoco es bueno, Hansi-respondió anticipadamente Balduino, quien no había comentado con sus compañeros de viaje lo del ratón atravesado por la rama, pero lo recordaba demasiado bien para andarse con benevolencias hacia el autor de semejante crueldad.

           -No sé, Balduino-dijo Anders-. A mi me parece que...

           Pero lo que le parecía a Anders no tuvieron el gusto de oírlo, porque en ese momento se abrió de golpe la puerta de la cocina y entró Rattele, desnudo de la cintura para arriba. Su cuerpo sin ropas y cubierto de estigmas dejados por golpizas, antiguas unas y recientes otras, se veía horrorosamente tan escuálido y enfermizo como el de Adam. Ninguno de los cuatro comensales pudo evitar un vago sentimiento de espanto ante aquella exhibición de costillas que parecía todo un reproche a su propio vigor.

         Gudhlek entró poco después, enorme, tremendo, malvado, jugando con un cinto que traía en su mano derecha. Al verlo, Rattele se acurrucó en un rincón de la cocina, estremecido de horror.

          -No me pegues otra vez, amo... Por favor-gimió, con las lágrimas rodando por sus mejillas-. No volveré a hacerlo, lo prometo...

           -Puedes estar seguro de que así será-respondió Gudhlek, con voz helada y siniestra-. Me encargaré de que así sea.

          Cayó un horrible silencio, durante el cual no se oyó más que el sonido amenazante del cinto de Gudhlek cortando el aire y el lloriqueo aterrado de Rattele.

         Anders buscó la mirada de Balduino con la suya, pero no la encontró, pues el pelirrojo mantenía la cabeza gacha, debatiéndose entre el recuerdo del ratón atravesado por una diminuta estaca, y la ostensible maldad de la presente escena.

         Finalmente optó Anders por actuar por su cuenta:

         -Disculpad-dijo a Gudhlek-, pero creo que, haya hecho el chico lo que haya hecho...

          -No es asunto vuestro-cortó Gudhlek-, ocupaos de vuestra cena y dejadme hacer.

           Era una orden, y Anders, demasiado entrenado para obedecer, la acató instintivamente, pero no de buen grado. Se volvió una vez más hacia Balduino, quien había alzado la cabeza y le devolvía la mirada con expresión hermética, misteriosa. Infructuosamente, Anders intentó escrutarla, buscar en ella indicios de aprobación o reprobación; pero no los encontró. Se dijo que quizás Balduino, con ese gesto silencioso, buscara recordarle que ya antes lo había llamado al orden respecto al posadero, y que un Caballero no tenía por qué repetir al escudero que lo servía una orden impartida con anterioridad. Así que llegó a la conclusión de que la violencia no era buena opción si no quería problemas con su señor, aun cuando éste fuera también su amigo. Pero ya que el Caballero allí era Balduino, esperaba que éste interviniera o le ordenara a él hacerlo; y sin embargo, parecía obvio que nada de ello ocurriría.

            Consultó con la mirada a Hansi e Hijo Mío, como si en última instancia  esperara que la orden viniera de ellos. De inmediato advirtió lo infantil de su comportamiento, y se avergonzó: él, un Caballero en ciernes, aguardaba que un par de niños le dijeran qué debía hacer. Y por otra parte, los niños en cuestión, tan confusos como él por la inacción de Balduino, lo miraban a su vez como preguntándole si iba a quedarse así, sin hacer nada. Y sí, claro que exactamente eso haría, ¿qué otra cosa podía hacer?

         Pero el gimoteo convulsivo de Rattele, a la vez grotesco y patético, le hacía mal, y dio al traste con sus intenciones.

             -Yo me encargaré de que vuestro sirviente no os fastidie más, pero...-murmuró con timidez.

            Gudhlek sonrió entre la satisfacción y la burla, y se volvió hacia Rattele.

          -Oh... ¿Has oído, Rattele?... ¡El se encargará! ¡Ya te lo había prevenido-rió-, te advertí que, si seguías portándote mal, un día vendrían a buscarte los Caballeros y te llevarían con ellos!

           Ni Balduino, ni Anders, Hansi o Emmanuel esperaban nada como lo que sucedió a continuación: Rattaele, ya bastante aterrorizado hasta entonces a la vista de Gudhlek blandiendo el cinto, ahora directamente perdió todo control sobre sí mismo, estallando en alaridos de espanto, entrecortados por un llanto desesperado:

           -¡NO, AMO! ¡NO LOS DEJES... POR FAVOR! ¡PÉGAME, PERO NO DEJES QUE ME LLEVEN!

          -Demasiado tarde, Rattele. Ya están aquí, vinieron por ti. te arrojarán a un calabozo oscuro, húmedo... y lleno de fantasmas-replicó Gudhlek, con repugnante sonrisa, la sonrisa de un hombre sádico que se deleita en el sufrimiento del prójimo. Y miró fugazmente a los cuatro comensales, seguro, al parecer, de que el espectáculo los divertía tanto como a él, aunque más no fuera por el consuelo de ver que otro la pasaba peor que ellos.

         Pero con el espantoso alarido que a continuación profirió Rattele, Balduino se puso de pie, bullendo de rabia. Llevaba ya unos cuantos minutos reprimiéndose por distintos motivos, pero cada vez más convencido de que Gudhlek recibiría la paliza de su vida antes de que el sol se alzase de nuevo sobre el horizonte. Y ahora la gota había desbordado el vaso. Balduino se sentía orgulloso de ser Caballero, un defensor de débiles y necesitados; y este energúmeno desalmado, Gudhlek, lo hacía quedar como un Cuco ante alguien que necesitaba de su protección. Podía soportar el trabajo duro, la mala comida y muchas cosas más, pero no esto. Así que, cuando se incorporó, más semejante a un implacable verdugo que a un Caballero, un temible volcán retemblaba en su interior, a punto de estallar en violentísima erupción.

           Pero Anders le ganó de mano. Ni advirtió que Balduino se había levantado al mismo tiempo que él. No importaba qué sucediera luego, lo único que le interesaba era impedir que Gudhlek continuara martirizando a Rattele. Sobre uno y otro vinieron a caer las sombras de los dos jóvenes que se incorporaban a un tiempo, funestas para el posadero, protectoras para el caballerizo que, sin embargo, fue de los dos el único que se aterró. Intentó huir, pero Balduino lo atrapó cuando pasó junto a él. Al sentir a la miserable criatura temblando bajo su potente abrazo, que imposibilitaba todo movimiento a su presa sin causarle daño, lo ganó una compasión que, sin embargo, no le hizo olvidar otras cosas.

          -Tranquilo-murmuró al oído de Rattele, mientras Hansi y Emmanuel se acercaban, también, para tratar de calmarlo. Más allá, el ruido de la lucha entre Gudhlek y Anders se amalgamaba en lo que para los oídos de Balduino era la más melodiosa de las músicas-. No te permitiremos ciertas cosas, no podemos hacerlo, no seguirás dañando sin motivo a otras criaturas vivientes... Pero tampoco nadie volverá a lastimarte. Nunca más. Relájate y disfruta del espectáculo... Qué pelea, ¿eh? Nadie pensaría que a ese chico bonito le enseñaron a pelear nada menos que los piratas de Sundeneschrackt, ¿no?

          Por lo pronto, el que nunca lo hubiera imaginado era, por lo visto, Gudhlek. El creía que nadie que no tuviera su misma apariencia de bruto podía ser bueno peleando, y en base a ello había cometido el error de suponer que vencer a Anders tenía que ser pan comido. Se estaba llevando un chasco único. Anders se tomaba su tiempo para humillarlo: al principio no hizo más que esquivar los golpes  de su contrincante hasta dejarlo completamente agotado, y en ese punto lo remató de un formidable, glorioso derechazo que lo hizo caer como se derrumba una montaña, entre las ovaciones entusiastas de Hansi y Emmanuel, la perversa aunque silenciosa satisfacción de Balduino y el total desconcierto de Rattele. Sólo lamentó Anders haberlo liquidado tan de golpe, hubiera querido seguir demoliéndolo a gusto; ¿pero qué iba a demoler, si Gudhlek estaba ya tendido cuan largo era en el suelo, como si le hubiera pasado por encima el mismísimo Goliath?... El posadero  demoró su buena media hora en recobrar la conciencia, y mucho más, sin duda, en asimilar las consecuencias de sus abusos: a la mesa de la cocina, donde antes había cuatro comensales eran ahora cinco, y se hartaban de pan y embutidos obtenidos de la despensa.
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22 de Mayo, 2012    General

CXCVI

CXCVI

      Era obvio que Gudhlek Hallmarson gustaba de sentirse fuerte y poderoso. Que hubiera bautizado su posada con el nombre del palacio de un antiguo dios del panteón Bersik habría podido atribuirse, en cualquier otro, a una simple inspiración poética, pero nada parecía menos poético o romántico que el propio Gudhlek. Era un bruto que pensaba con sus músculos y al que lo dominaba el ansia de conquistar glorias, por mediocres que fueran éstas.

          Dos Caballeros y sus respectivos lacayos se rebajaban a trabajar como mulas a cambio de una noche de albergue y comida. La situación no podía menos que deleitarlo.

        -Os lo advierto, aquí los títulos de nada valen para comer-advirtió a sus improvisados siervos-. Vosotros...

        -Se te aclaró que te pagaríamos con nuestro trabajo, ¡abrevia!-exclamó agresivamente Anders.

   -Cálmate, Anders-sugirió Balduino, tranquilamente.

          -Os sería muy saludable-convino Gudhlek, con una sonrisa sucia y despreciable-. Creo que vos y yo llegaremos a entendernos muy bien, señor pelos rojos.

        -No sé, maese posadero-respondió Balduino, sin alterarse por el insolente apodo-, porque me parece que de veras sufrís de grave problema de entendimiento, si habiéndoos dicho que se os pagaría con trabajo, venís con estas aclaraciones innecesarias.

         -Sólo es para que vayámonos entendiendo-dijo gravemente Gudhlek.

          -¡Pero si nada había para entender!... De nuestra parte, al menos. De la vuestra, claro, la certeza en este sentido es ya mucho menor.

        De veras era dudoso que Gudhlek fuese lo bastante inteligente para comprender cuando menos el exacto sentido de las palabras de Balduino; aun así, la sonrisa socarrona y desdeñosa de éste le permitió intuir que se burlaba de él. Terminó de convencerse de ello cuando, ante su expresión de absoluto azoramiento, el pelirrojo, se cruzó de brazos y su sonrisa se tornó falsamente afable, una fachada tras la cual seguía agazapada la mofa. ¿Y, has comprendido por fin?, parecía preguntar.

        Gudhlek sonrió también, pero la suya no era una sopnrisa tan divertida. Era la de un hombre insignificante y cruel que descubre la manera adecuada de vengarse de una afrenta.

        -Al trabajo, entonces-dijo, mirando a Balduino y Anders-. Vosotros dos partiréis leña, para empezar; y vosotros dos- añadió, volviéndose hacia Hansi e Hijo Mío-, limpiaréis la posada de arriba abajo. En cuanto terminéis, vendréis a mí y os daré más trabajo. Cada tanto iré a revisar que todo esté haciéndose correctamente. Por la noche, si me complacen los resultados, os daré comida y alojamiento.

          Era un abuso mondo y lirondo, pero Balduino no se iba a achicar, y Anders, Hansi e Hijo Mío lo sabían.

           -Comprendido-contestó Balduino, como si quien impartía las órdenes fuese el mismísimo Benjamin Ben Jakob-. ¿Os ha quedado claro, esta vez, que sí entendí?... Porque si no, puedo repetíroslo-y el tono de estas últimas palabras sonaba inocente hasta la imbecilidad.

         Sin esperar respuesta, se volvió hacia sus compañeros:

         -Quienes somos jóvenes y briosos debemos ser comprensivos y amables con la gente mayor y físicamente incapacitada para tareas más pesadas-dijo en voz alta-, y ser pacientes con cualesquiera quejas, insistencias y caprichos con que nos agobien. Y nosotros somos guerreros; nada puede doblegarnos así nomás, y menos el trabajo duro, que para nosotros ni siquiera empieza a serlo. Ataquémoslo con ferocidad.

        Hansi ponderó por un momento la posibilidad de recordarle a Balduino que él no era ni sería guerrero, sino sólo pescador; pero no podía quedarse sentado tranquilamente mientras los demás trabajaban como demonios. Y por otra parte, a menudo seguía soñando despierto con su viejo sueño de convertirse en Caballero cuando tuviera la edad suficiente; y puesto que la situación así lo exigía, le pareció mejor seguir el consejo de Balduino y serlo ya en su imaginación, y considerar la dura labor que sin duda les aguardaba como un grande y temible Jarlwurm cuya muerte los llenaría de gloria. Además, tanto él como Anders y Emmanuel consideraban ahora deshonroso no demostrar que eran muy hombres y muy vigorosos y que, por lo tanto, estaban a la altura de las circunstancias.

           -Seguro... El descanso es cosa de viejas-respondió perversamente, alzando sutilmente la voz para que lo oyera Gudhlek.

       Sin más preámbulos, los cuatro pusieron manos a la obra, aunque sólo Balduino mantuvo en todo momento la dignidad en alto. Los otros tres no tardaron en reflexionar que eran unos idiotas por dejarse mandonear como si fueran esclavos; pues Gudhlek, fiel a su palabra, apareció varias veces -demasiadas- para supervisar la labor, y siempre tenía algo que objetar: que los trozos de leña debían ser más pequeños, que no estaban debidamente acomodados en la leñera, que Hansi Y Emmanuel levantaban demasiado polvo, que tal o cual sitio no había quedado del todo limpio... De veras parecía una vieja rezongona. Los atareados compañeros de Balduino, recordando el discurso de éste acerca de cómo elegir una buena posada, ardían en deseos de estrangularlo por hablar zonceras. El mismo lo recordaba con gran humillación para sus adentros; y lo consternó enterarse de cuán presentes tenía Anders aquellas imprudentes palabras.

         -Mira, lo que importa ahora es hacer un buen papel ante este posadero abusivo; guárdate las quejas y las ironías para después, ¿eh?-y ante la respuesta hostil que recibió de Anders, añadió Balduino:-. Esos deslices sexuales que atribuyes a mi madre nada tienen que ver en este asunto.

        -Y para colmo, esta maldita hacha está desafilada...-gruñó Anders.

           -Bueno, la mía tampoco es una maravilla... Busquemos piedras y afilémoslas antes de seguir. Es más práctico que protestar.

         Era una idea sensata, y de inmediato procedieron a llevarla a cabo. Estaban buscando las necesarias piedras, cuando Balduino recordó haber visto una muy apropiada y decidió ir por ella. Pero coincidentemente, Rattele se hallaba también por allí, tendido cuan largo era entre la hierba; y cuando vio a Balduino avanzar hacia él, el pánico volvió a dominarlo y, poniéndose de pie, echó a correr. Iba ya el pelirrojo a gritarle que se detuiviera, que enten diese de una vez por todas que no pretendía hacerle daño, cuando allí donde Rattele había estado acostado, entre la hierba aplastada, algo llamó su atención, y se inclinó para verlo mejor. Lo que vio, lo heló de repugnado estupor.

         Era un pobre ratón agónico, atravesado de lado a lado por una ramita afilada. Se hallaba en sus últimos estertores, pero vivo aún, aunque sin posibilidades de recuperarse.

         Los roedores eran una plaga a mantener a raya en todo el Reino; por lo que Balduino, por mucho que amara a los animales, no podía oponerse a su eliminación, más allá de que no sintiera especial predilección por ratones, ratas y afines. Y sin embargo, la visión de aquel desdichado animalito lo llenó de piedad. Quien hubiera hecho aquello había obrado, no por exterminar bichos dañinos, sino por malévolo disfrute en la agonía de otros seres. ¿Pero quién podía haber hecho aquello? ¿Rattele? La presencia de éste en el lugar de los hechos no bastaba para señalarlo como autor de temeña atrocidad. Tal vez fuera obra de otro, y Rattele simplemente lo hubiese hallado así... Pero su actitud, tendido sobre la hierba, había sido la de alguien que aprovecha un instante para relajarse. Y si se distendía observando la muerte lenta de una pobre criatura, no hacía falta mucho para atribuirle la autoría del hecho.

        Pero era muy fácil sospechar de Rattele, cuya chocante fealdad inevitablemente le enajenaba afectos y simpatías. Balduino se resistió: se resistía a creerlo. Estaba la posibilidad de que Rattele se hubiese tendido sobre la hierba sin  siquiera notar que tenía cerca un ratón agonizante. No era tan difícil de notar, pero hay personas distraídas que pasan por alto detalles increíblemente obvios, y Rattele sin duda no era muy sagaz.

         Tuvo que admitir, sin embargo, que intentaba absolverlo contra una evidencia muy contundente, puesto que momentos antes lo había visto llevando una bolsita en cuyo interior algo, casi seguramente aquel pobre ratón, se movía. Balduino recordó el aire furtivo que tenía entonces Rattele, que ahora se le antojaba más similar que nunca al hocico de una rata dañina, sucia y horrible, supurando vileza por cada uno de los poros de su cuerpo. La imagen le inspiró una repugnancia que jamás  habría creído poder sentir, una repulsión más fuerte que él, que le exigía a gritos apoderarse de Rattele y matarlo a golpes. El mundo estaría mucho mejor cuando aquella inmundicia hubiese desaparecido.

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22 de Mayo, 2012    General

CXCV

CXCV

      Hansi se disponía a salir de la caballeriza, cuando vio por la puerta a medio abrir a Rattele que volvía trayendo en sus manos algo pequeño y muy movedizo, que no logró distinguir en ese momento.

       -Señor Cabellos de Fuego... Ahí vuelve el chico, el caballerizo-susurró.

         -A ver...-murmuró Balduino, acercándose a la puerta, que entrecerró tanto como pudo en la medida en que la rendija le permitiera seguir observando furtivamente a Rattele. Anders, Emmanuel y Hansi, intrigados, se arracimaron en torno a él.

        Rattele había improvisado una pequeña bolsita con un trozo de tela. En ella, por lo visto, traía algún animalito, quizás un pájaro o un razón recientemente capturado. Balduino razonó que, pese a su aire repulsivo, no debía ser tan malo, si amaba a los animales: y sin embargo, su andar furtivo desmentía tan favorable impresión, pues a cada paso miraba a un lado y a otro, como temiendo que se lo pescara en alguna falta.

           -Echaos un poco hacia atrás...-susurrço Balduino a sus compañeros, haciendo lo propio cuando ellos le hubieron cedido el espacio sufuciente-. Más a la derecha, Hansi.

        El mentado se movió siguiendo indicaciones de Balduino, lo que lo salvó de recibir un buen portazo en la cara cuando Rattele, mirando por encima de su hombro para asegurarse de que nadie lo viera, se dispuso a entrar. Pero cuando el extraño personaje miró de nuevo hacia adelante y se encontró inesperadamente frente a Balduiino, lo paralizó el horror, en contraste con la criatura que mantenía aprisionada en la bolsita, que bregaba por liberarse, y cuyos movimientos permitían ahora identificarlo como un ratón.

           -Rattele-lo interrogó Balduino, en tono duro-, ¿por qué te asustas tanto cada vez que te encuentras con nosotros?... No, ¡no te irás así nomás!-añadió, sujetando por el brazo a Rattele cuando éste se dispuso a huir-. ¡Respóndeme!-ordenó.

        Pero no recibió más réplica que gemidos aterrados, de modo que terminó por aburrirse y soltarlo. Rattele volvió sobre sus pasos huyendo como si lo persiguiera el mismo diablo.

          -¿Pero qué rayos te sucede, muchacho?...-gruñó Balduino, exasperado-. Bueno, ojalá los Wurms sigan tu bello ejemplo, si llegamos a enfrentarnos a ellos-añadió-. En fin, vayamos a reportarnos con nuestro patrón temporario...
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publicado por ekeledudu a las 11:32 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
14 de Mayo, 2012    General

CXCIV

CXCIV

      La verdad era que a Balduino le daba igual que hubiera caballerizo o que no lo hubiera: ¿qué podía importarle, si de todos modos la ferocidad de Svartwulk impedía que se le acercara cualquier otro que no fuera su amo? Anders, por supuesto, no tenía ese problema con Slav, pero igual le agradaba cuidar personalmente de su caballo. Lo malo era que después de esa faena vendrían quién sabía cuántas tareas más, y él estaba fatigado.

        -Por cierto, Anders-dijo Balduino, mientras daban de comer a los caballos:-, hoy la cosa se te complicó un poco ante Erik, pero tengo que felicitarte, pues saliste airoso haciendo uso de tu cerebro y sin instrucciones previas.

           -¡Ja!... ¿Oíste, mocoso?-exclamó Anders, volviéndose hacia Hansi-. ¡Ya te voy a enseñar yo a ser irónico como lo fuiste hace un rato con el tema de la idiotez!

            -Yo sólo medité en voz alta sobre palabras que tú mismo pronunciaste, ¿qué hay de malo en ello?...-se defendió Hansi, con una expresión de pobre angelito y un tono de voz acorde, que habrían hecho llorar hasta a una estatua-. Y además, entonces dijiste medio idiota, sólo medio-pero aquí ya no pudo evitar sonreír-. No eras caso totalmente perdido.

         -Sabandija, debería enseñarte a ser más respetuoso. Ya me armarán Caballero de verdad y entonces me guardarás la debida reverencia-gruñó Anders, adoptando un fingido tono amenazante.

         -No estés tan seguro, Anders-objetó Balduino-. Sé de ciertos escuderos que ganan apuestas a los señores a quienes sirven y tienen el descaro adicional de bailotearles burlescamente alrededor-y cuando se acallaron las inevitables risitas, añadió-. A todo esto... Cuando nos retirábamos de palacio, ese comentario que hiciste acerca de que Erik no quería ponerse de pie por temor a que, mientras tanto, otro se sentara en el trono... ¿Lo hiciste por alguna razón en especial?

         -Ninguna en absoluto, era sólo una broma. ¿Por qué me lo preguntas?

         -Porque estoy seguro de que Erik no durará mucho en su trono, se siente demasiado inseguro en él. Es más, como creo haberte dicho antes, me da la sensación de que es una especie de pelele; que otro le llenó la cabeza de ansias de poder, orquestó la conspiración y permanece en las sombras, a la espera de que llegue su momento oportuno.

        -¿Y cuándo sería ese momento, señor?-preguntó Hijo Mío, vivamente interesado.

         -Preferentemente, cuando se anunciara oficialmente la muerte de Arn. Porque entonces este personaje emergería de las sombras y derrocaría a Erik, pero quedando ante los ojos de todo el mudno como el vengador de su primo, no como un segundo usurpador. Me parece que ésta sería la única explicación razonable para muchas cosas. Por ejemplo: ¿por qué habrían de apoyar los conspiradores a alguien tan insulso y poco carismático como Erik? Lamentable sería que él fuera el más talentoso del grupo. Por supuesto, el hecho de que todos fueran unos imbéciles podría explicar que confabularan tanto antes de decidirse a dar el golpe; pero me vuesta creer que entre la nobleza de Thorhavok la estupidez entusiasta se haya vuelto epidemia. Más bien sospecho que, o las cosas se les fueron complicando sobre la marcha, por ejemplo por no encontrar el adecuado idiota útil (el cual, por supuesto, terminaría siendo Erik), o bien el panorama, al verdadero líder de la conspiración, le era dificultoso de entrada por no querer que trascendiera su papel en la misma y buscar la forma de permanecer en las sombras. En otras palabras, los otros complotados podrían incluso ignorar quién es ese verdadero líder, que podría haber actuado desde cierta distancia. Pero sea cierto todo esto o no, lo incuestionable es que Erik duda de la lealtad de todo el mundo, y ése es el único punto en el que demuestra algo de inteligencia. No infunde respeto ni simpatía, no demuestra grandes dotes para el gobierno ni creo que disponga de ilimitadas riquezas con las que comprarse apoyos. Por ahora, el verdadero poder lo ejerce el consejero, quien permanece inamovible en su sitio aunque los condes vengan y vayan.

          -Eso te iba a preguntar-dijo Anders-. ¿Cómo se llama el consejero?

          -¿Y yo qué sé?... Consejero, ¿cómo quieres que se llame?, si estoy seguro de que nació a la diestra del trono, allí morirá y allí se lo sepultará. Todavía no gateaba, y seguro asesoraba ya al Conde de turno.

         -Pues aunque opines que Consejero detenta el verdadero poder en Thorhavok, a mí me pareció bastante nervioso en cierto momento.

          -¡Pues claro, hombre!... ¿Cómo no estarlo? Da la casualidad de que sólo sobre su cabeza no tiene autoridad alguna; del cuello para arriba, su persona está en manos del señor al que tenga el honor de servir, y en ese momento la hallaba poco firme sobre sus hombros. Por eso valió la pena apuntalarla un poco. No necesariamente por gratitud, mas sí por conveniencia propia,  Consejero de ahora en más lo pensará mucho antes de hablar mal de nosotros a Erik, si tenía tal intención. Hablamos bien de él, así que ahora perjudicarnos a nosotros sería perjudicarse un poco él mismo. En realidad, una persona puede hablar bien de otra sin que esto sea recíproco, y por motivos válidos; pero en fin, una mente chata como la de Erik difícilmente lo entienda así. Y Consejero, que sin duda lo sabe y aprecia su cabeza, no arremeterá contra dos momentáneos aliados, no antes, al menos, de conseguirse otros. El miedo podría quizás impulsarlo a traicionarnos, pero esperemos que no necesite hacerlo; y en cualquier caso no podemos reprocharle esa falta de coraje, pues hasta un soldado como Amund Gregson resultó tamaño cagón, así que ¿por qué iba Consejero a ser más valiente? Pero en fin, ya habrá tiempo para ver si algo se nos pasa por alto. Terminemos aquí y vayamos a que el buen posadero nos dé más trabajo...

         -¿Qué tal si hoy no cepillamos los caballos?-sugirió Anders en tono pedigüeño.

         -Buena idea-aprobó Balduino; y como a esta frase siguió un resoplido de Svartwulk, agregó:-. Deja de refunfuñar, tirano de cuatro patas. Intenta ser más comprensivo, que así quizás algunos seres humanos, aunque más no sea por vergüenza, seguirán tan loable ejemplo...
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14 de Mayo, 2012    General

CXCIII

CXCIII

         La posada se llamaba Breidablik, como el palacio del antiguo dios del sol, Balder; pero su dueño nada tenía de divino o señorial y, a decir verdad, su traza era propiamente la de un verdugo: gigantesco, velludo, de brazos tremendamente musculosos. Ni su talla ni su aparentemente descomunal fuerza intimidaron a Balduino ni a Anders, pero sus pupilas, rebosantes de podredumbre espiritual, despertaron en ambos inmediata e idéntica aversión.

         El posadero, por el contrario, pareció muy satisfecho con el aspecto de sus nuevos e inesperados huéspedes.

             -Me llamo Gudhlek Hallmarson y soy el amo del Breidablik...-anunció pomposamente-. Como Thor.

            El palacio de Thor era el Bilskirnir, no el Breidablik, pedazo de bestia, pensó Balduino. Reflexionó que quizás diera lo mismo, ya que Gudhlek no se parecía ni a Thor ni mucho menos a Balder; en todo caso, a un troll malvado, sucio y feo. Por lo demás, tildarlo de ganso debido a su supina ignorancia y soltura de lengua habría desatado airadas y lógicas protestas entre los mentados plumíferos; de modo que mejor calificarlo sólo como una vulgar bazofia.

         -Necesitamos comida y albergue por una noche, lo mismo para nosotros que para nosotros que para nuestros caballos-dijo Balduino, echando al olvido el grueso error mitológico-, pero sólo podemos pagarlo con trabajo.

          Gudhlek sonrió de forma desagradable, un gesto que a Balduino hizo recordar ciertos desdeñosos comentarios de Arn acerca de las clases villanas.

          -Hay de sobra, hay de sobra...-respondió el posadero-. Podéis comenzar atendiendo vosotros mismos a vuestros caballos, en vista de que mi caballerizo ha huido.

        -Y a todo esto... ¿Qué bicho le picó?-preguntó Anders.

          -Sí, bueno, pero ¿por qué huyó?-insistió Anders.

          -No importa, señor. Habréis de ganaros vuestro pan, y cuanto antes empecéis, antes terminaréis... Ocupaos de vuestros caballos y luego venid a verme, que os daré más trabajo.

         Y así diciendo, Gudhlek entró en la posada,  dejando a Hansi e Hijo Mío aterrados, a Anders indignado y a Balduino, pensativo.

          -Al diablo... ¡Tiene que haber mejores posadas que ésta!-dijo Anders, rabioso-. Este bastardo nos trata como a enemigos. Vámonos, Balduino, busquemos otro lugar. Además, esa insólita fuga del caballerizo me huele mal.

            -Pues son dos excelentes razones para quedarnos-contestó Balduino. Si el amo del Breidablik, igual que Thor, nos considera enemigos, le daría gusto vernos huir con el rabo entre las patas... Y por otra parte, la extraña fuga de su caballerizo merece ser investigada, ¿no crees?

           -Lo que creo es que no deberíamos desviarnos del asunto que nos trajo a Helmberg, el cual ya ha concluido, salvo  que ignoramos si Erik nos dijo la verdad en lo referente a la esposa y a los hijos de Arn-replicó Anders.

         -De eso podemos encargarnos mañana. Mi prioridad ahora es la que dijo el posadero: empezar cuanto antes para terminar cuanto antes. No tienes que quedarte aquí, si no quieres: esperas a que Hansi me ayude a quitarme la armadura, y te buscas otra posada, llevándote a él y a Emmanuel. Pero yo sí me quedo, pues va en esto mi orgullo.

         -Sabes que sin ti no me iré-gruñó Anders, decepcionado.

         -Créeme que te lo agradezco. Ojalá haya un Cielo, aunque yo lo dude: irías a dar de cabeza en él. Ya sé que a veces soy un poco pesado.

           -Oh, Balduino... ¡No te tires a menos de esa manera! ¿Por qué sólo un poco?-se burló Anders.
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09 de Mayo, 2012    General

CXCII

CXCII

      La posada a la que finalmente fueron a dar Balduino, Anders, Hansi y Emmanuel, aunque de traza humilde, estaba bien enclavada en el corazón de Helmberg. Previamente, y por sugerencia de Anders, habían recorrido las barriadas más pobres, con la esperanza de irrumpir en medio de una gresca, hacer el papel de héroes y ser recompensados con alojamiento gratuito; pero en todas partes parecía reinar una inoportuna paz, y en cambio a ellos todo el mundo los miraba con manifiesta aversión y desconfianza. Estaba claro que se trataba de gentes de dudosa laya y no muy afectos a los Caballeros. Rodeados de personas así, Balduino y sus compañeros no necesitarían que Erik los mandase asesinar: la fauna que los rodeaba lo intentaría por su cuenta. Desde luego, durmieran donde durmieran, lo harían por turnos, con al menos uno de ellos velando el sueño de los otros tres; pero eso no era motivo para no procurarse una noche tan tranquila como fuera pòsible. Por lo tanto, salieron de aquellos arrabales hacia el centro de la ciudad, y de esa manera, sobre la mano izquierda,  vieron una modesta construcción con techo a dos aguas contra cuya fachada, con la espalda pegada a la pared, dormitaba una extraña figura tendida en el suelo, con el rostro cubierto tras un gran sombrero de paja que hacía evocar el de Thomen el Chiflado.

        Balduino y Anders se consultaron mutuamente con la mirada; pero como su escudero se veía tan indeciso como él, fue el pelirrojo quien por fin resolvió que aquella posada podía ser tan buena como cualquier otra. Así que, tratando de atraer la atención del muchacho dormido -a quien tomó, quizás con acierto, por un mozo de cuadra-, carraspeó, ligeramente al principio, más fuerte después, pero siendo evidente que podía seguir con su carraspeo hasta el Día del Juicio Final sin conseguir su propósito, decidió ser más directo:

        -Chico-llamó-. Eh, tú... El del sombrero... Trabajas aquí, ¿no?

           -¿Ah?...-respondió al fin el sujeto tirado en el suelo.

          La exclamación había sonado más como desganado mugido de vaca hastiada, que a servicial respuesta de empleado laborioso; y más o menos así de prestos y entusiastas fueron los movimientos del muchacho, que en primer lugar alzó un poco el gran sombrero de paja como para cerciorarse que de verdad le hablaban a él, y pareció muy decepcionado al constatar que sí.

         -Ah-volvió a mugir, incorporándose con exasperante cachaza entre bostezos y desperezos varios- Yo soy Rattele... No, no soy Rattele.

          -Bueno, ¿en qué quedamos: lo eres, o no?-preguntó Anders, impaciente. 

      -¿Ah?...-mugió por tercera vez Rattele, o como quiera que se llamase el extraño y perezoso espécimen aquel, cuya voz era propiamente la de un bobo.

          -¿Cómo te llamas?-preguntó Balduino, en tono de firme reclamo.

           -Rattele... Pero no me llamo así, no, no me llamo...

          -¡Pero no te estamos preguntando cómo NO te llamas!-exclamó Emmanuel, exasperado.

          -Calma, Emmanuel, calma...-dijo Balduino, apaciguador-. ¿Quieres decir que te dicen Rattele, pero no te llamas, así?

          -Ljottur Erlingson, sí, a vuestro servicio-dijo entre sonrisas estúpidas el muchacho, si eso era; porque su edad biológica constituía un misterio, aun cuando mentalmente parecía no alcanzar siquiera cinco años. Y al pronunciar aquellas palabras, por fin de pie y medianamente derecho, se quitó el sombrero al tiempo que se inclinaba leve y respetuosamente; con lo que al fin pudo vérsele bien el rostro.

        Y era, sin dudas, un feo rostro. Una larga melena rubia y un par de ojos azules no necesariamente son sinónimo de belleza. Eso ya quedaba en claro viendo a hendryk Jurgenson, y ahora el rostro de este Rattele venía a confirmarlo.

       Para empezar, seguía siendo un misterio su edad: lo mismo podía tener doce años que cuarenta. De lo que no quedaban dudas era que aquellos ojillos maliciosos de ningún modo eran los habituales en jóvenes de doce, veinte, veinticinco años: tenían la expresión dura, taimada y hasta corrupta de un hombre adulto y descreído de todo valor moral. Eso suscitaba desprecio en él, pero por otro lado se veía tan enclenque que inspiraba lástima. Su cuerpo esmirriado parecía el de un chico de doce o trece años, flacucho y pálido... ¡Al punto que, quizás, el mismísimo Adam Thorsteinson habría parecido todo un fortachón a su lado!... Su rostro era estrecho, prominente y afilado, más bien repulsivo; de hecho, recordaba en todo el hocico de un roedor, lo que explicaba su apodo, Rattele, que significaba ratita.

        Se babeaba de un modo a la vez patético y grotesco. Parecía imposible hallar un sujeto más repulsivo que aquél.

        Balduino estaba persuadido de que Svartwulk era casi humano; dicho sea esto, naturalmente, sin ánimos de ofender a tan noble corcel. Entre otras cosas, creía que cierto particular bufido de su caballo era una manifiesta expresión de repudio cuando algún individuo el caía especialmente mal. Y como a él mismo este Rattele le causaba una pésima impresión, quedó a la espera de dicho bufido. Se asombro de que el mismo no llegase pero, pensándolo bien, hasta un caballo tan inteligente tenía derecho a errar en sus juicios de tanto en tanto.

         -¿Trabajas aquí?-insistió Balduino.

         -Ljottur Erlingson a vuestro servicio-reiteró Rattele, repitiendo la deferente inclinación, siempre con el enorme sombrero entre sus manos.

            -¡Trabajas aquí!-exclamó Anders. ¿Estamos de acuerdo sobre este punto?, pareció preguntar su mirada.

      -Me llaman Rattele.

        -¡Que sí, hombre, que ya te entendimos!...-exclamó Balduino, impaciente; y ante el subsiguiente sobresalto de Rattele, se arrepintió de su pequeño estallido-. Lo siento, no quise asustarte. Mira: somos dos Caballeros que...

         -¡NO!-exclamó Rattele, presa de un súbito horror sin límites.

         Difícil hallar más estremecedor rictus de pánico que el que ahora deformaba el semblante de Rattele. Contagiados, Balduino y Anders echaron mano a sus aspadas y volvieron grupas, esperando, como mínimo, verse rodeados de enemigos armados hasta los dientes. Después de todo, estaban muy cerca de Erik, quien no les guardaba mucha simpatía que digamos. Cuando, desconcertados, se volvieron de nuevo hacia Rattele, éste huía calle abajo a una velocidad prodigiosa, como perseguido por todos los demonios del Infierno. Ni atinaron a intentar detenerlo; no tenían la menor idea de qué lo había asustado tanto. Y durante cosa de dos o tres segundos, el estupor paralizó las lenguas de los cabalgantes.

        Fue Anders el primero en recobrarse:

         -Debe ser la Maldición del Sombrero Enorme-sentenció-. Te pones uno de ésos y quedas chalado para toda la vida... Aunque ya calzarse un sombrero así es síntoma de locura, si lo piensas. Como sea, con éste ya conocemos dos casos.

        -Thomen no está loco-rebatió Balduino.

       -¿Y nuestro nuevo amigo roedor, tampoco?-preguntó Anders, en tono burlón-. Daba desde el principio la sensación de ser medio idiota, pero ahora creo que pone exagerado esmero en serlo sin remedio.

           -Hmmm...-murmuró Hansi, repentinamente atacado por un acceso de maligna hilaridad-. Medio idiota, lo que se dice medio idiota...

           No dijo más, pero A buen entendedor, pocas palabras... Anders no tenía precisamente fama de sagaz en Vindsborg, y él lo sabía de sobra. Todos lo sabían.

        De reojo y con creciente indignación, Anders observó a Hansi estremecerse y ponerse colorado bajo indecibles esfuerzos por reprimir la carcajada.

        -Como te rías tú también, te dejo de a pie-gruñó a Hijo Mío, quien, contagiado de Hansi, no podía evitar sonreír también-. Bueno, Balduino, ¿qué hacemos ahora?

         -Nuestros buenos y risueños escuderos podrían ir en busca del dueño de la posada-sugirió el consultado.

         Emmanuel,  impaciente por servir y hacerse notar a los ojos de su señor, descabalgó de inmediato, y Hansi hizo lo mismo para no ser menos. Ambos entraron en la posada atropellándose casi, y cubriéndose mutuamente de insultos. En ello estaban, cuando de algún rincón de la sombría posada surgió un vozarrón atronador:

        -¡FUERA DE AQUÍ, PESTES, QUE YA OS TENGO DICHO QUE NO TENGO NI TENDRÉ NADA PARA VOSOTROS!

      Una aparición habría asustado menos a Emmanuel y a Hansi que aquella reprimenda inesperada y proferida en tono desmedidamente brutal y amenazante.

        -E-E-Es que v-v-venimos como huéspedes... Nuestros s-s-señores a-aguardan afuera-tartamudeó Emmanuel.

       -¡RATTELE!... ¿HAS OÍDO? ¿DÓNDE ESTÁS, PEDAZO DE INÚTIL? SI NO QUIERES QUE TE ROMPA LOS HUESOS...

       -No está-interrumpió Emmanuel, ya más calmado; pero no sabiendo si se le creería o no, añadió:-. Se asustó y huyó.

         Y casi tanto como antes el mismo Rattele se asustaron Emmanuel y Hansi cuando se oyó un fuerte crujir de tablas de madera del piso, y de una habitación contigua apareció una figura descomunal, semejante a un ogro de cuentos de horror, riendo de manera desagradable.

         -Huyó, ¿eh?... Bien, parece que yo mismo tendré que hacerme cargo. ¡Llevadme ante vuestros señores!
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02 de Mayo, 2012    General

CXCI

CXCI

      Molestó a Erik que Balduino, cuando Anders se disponía a jurar, hiciera una alusión a la mujer y a las hijas de Arn, acotando que el juramento no sería válido si se había infligido a éstas algún daño físico o moral. Un Caballero no puede ser leal a quien, no pudiendo castigar a un enemigo, toma venganza en la esposa y la descendencia de éste.

      -Están sanas y salvas en la Iglesia de San Juan Bautista-aclaró Erik, de mala gana.

        -Perfecto, ya lo comprobaremos... Mientras tanto, adelante con el juramento.

       Pero Erik intentó varias veces alterar en provecho propio los términos impuestos por Anders para su juramento. No logró que Anders cediera; y al fin, rabioso, tuvo que resignarse.

      -Os invitaría a quedaros un rato más; pero creo que no sería apropiado-dijo, después de recibir el juramento de fidelidad-. Hay muchas posadas en Helmsberg, y os llevará vuestro tiempo decidir en cuál albergaros-y añadió, con una sonrisa venenosa:-. Podríais disfrutar de la hospitalidad del Conde de Thorshavok; pero, puesto que no sabéis quién es...

        Balduino sonrió como si le hubieran hecho el mayor de los honores. Al mirar de reojo a Anders, sin embargo, lo notó asombrado, indignado y ofendido, todo al mismo tiempo; y temió que se dirigiera a Erik con imprudente altivez. Sus temores tenían fundamento...

         -Quién es, no lo sé, en efecto-masculló el joven escudero-; pero sí sé que no es ninguno de los presentes.

        Mas tan emponzoñado venablo, que tal vez habría enfurecido a la fiera, no dio en el blando, puesto que Balduino, hablando al mismo tiempo que Anders y más alto que éste para ahogar lo que fuera que éste dijese, interpuso un escudo para que la fiera de marras siguiese gruñendo y nada más:

        -Me congratulo enormemente de que hayáis entendido la situación y nuestro punto de vista, señor. Nos vamos, pues, si nos autorizáis a ello-dijo.

         -Ni se me ocurriría reteneros...-replicó Erik, con agria sonrisa.

          Y Balduino y Anders hicieron sendas y leves inclinaciones y dieron media vuelta, musitando un adiós que no les fue correspondido. Lo malo fue que esta vez Hijo Mío, por olvido, hizo otro tanto; y Hansi, por imitación, también, lo que arruinó la bella impresión lograda al principio. Y mientras se retiraban tras Balduino y Anders, Emmanuel se acordó, llenándose de horror.

            -Enano-susurró a Hansi-, ¡olvidamos hincar rodilla en tierra!

         -¡Oh-oh!...-exclamó Hansi, consternado-. Bueno, ya metimos la pata. Parece que no se dio cuenta, huyamos antes de que lo note y nos castigue.

        Anders, que estaba en pie de guerra con Erik y había alcanzado a oír el último comentario, se volvió ligeramente hacia Hansi, y gruñó:

         -Como ese idiota se atreva a poneros siquiera un dedo encima, yo...

        -Bueno, bueno, Anders, nadie pondrá un dedo encima de nadie-cortó Balduino.

         Su tono era una prudente invitación a guardar silencio. Anders no tuvo inconvenientes en captarla, aunque sí para obedecerla. Tener que tragarse todas las barbaridades y palabrotas que pujaban por salir de su boca cual nauseabundo y repugnante vómito le era penoso, pero se aguantó como pudo hasta traspasar los límites de palacio. Ya encaramado sobre Slav, siempre con Hijo Mío en la grupa y cabalgando al paso junto a Balduino y Hansi montados sobre Svartwulk, dio rienda suelta a su verborrágico rencor:

          -...¡Y pretende que se lo reconozca como el verdadero Conde! ¿Pero no se le ha ocurrido, para empezar, comportarse como tal? Es un patán único. Fijaos, cómo será de legítimo que ni por un segundo se le ocurrió levantar del trono su cochino trasero, ¡temiendo sin duda que mientras tanto acuda otro a sentarse! Yo, en su lugar, habría dispuesto personalmente que se nos reservaran buenos aposentos, demostrando así que manejo el palacio como quiero, precisamente porque es mío, ¡pero qué va a ser suyo!... A Arn jamás se le habría ocurrido tratarnos así. ¿Y ese mequetrefe iba a animarse a tocar siquiera un cabello de Hansi o de Emmanuel?... ¡JA!... ¡Por sobre mi cadáver!

        -Por supuesto que Arn jamás nos trató así, Anders-admitió Balduino, suspirando cansado-, pero ten en cuenta que no hemos halagado a Erik con las bonitas palabras que sí dedicamos en su momento a Arn.

        -¡No le hace, no le hace!... Arn lleva la nobleza en la sangre. Este pánfilo, en cambio, es una caricatura. Hasta Oivind, Dios lo guarde, se habría visto más majestuoso en el trono que él. Además...

         -Anders-cortó Balduino. La gente escuchaba vocear a Anders y se volvía a mirarlos, pero eso al pelirrojo no le importaba; lo que quería era frenar aquella agobiante e interminable quejumbre-, Erik nos ha hecho un favor al no alojarnos en palacio, así al menos estaremos seguros de que no nos hará asesinar durante la noche. Por supuesto, otro más sutil nos haría seguir para acabar con nosotros en plena calle o en la posada donde hallemos albergue, así quedaría como que unos ladrones nos robaron y asesinaron, y él parecería ajeno a todo el asunto. Pero obviamente no es más que un niño caprichoso en formato adulto y con poder. De hecho, empiezo a pensar que, quizás, en este asunto él no sea más que un pelele. Por lo demás, lo mejor que podemos hacer es ignorar su descortesía y tratar de no ponernos a su altura. No necesitamos alojamiento en palacio: somos guerreros, y por lo tanto estamos acostumbrados a las privaciones. El blanducho es él. Y en palacio nos habríamos sentido como en una mazmorra, sobre todo por las ratas que lo habitan, comenzando por el propio Erik. Nosotros somos Caballeros; recordémoslo.

       -Hablando de privaciones, sospecho que de lo que deberemos privarnos esta noche será de techo-dijo Emmanuel-. Tal vez este Erik no intente hacer creer que hemos sido atacados por ladrones, pero tampoco precisa hacerlo: basta ver qué tarifas cobran algunos posaderos para comprender que son cualquier cosa, menos gente honesta... Si se me permite la humilde pregunta, ¿alguno de vosotros tiene dinero?

          -No lo necesitamos. Pagaremos nuestro alojamiento trabajando-replicó Balduino.

        -¿Trabajando?-preguntaron al unísono Anders, Hansi y Emmanuel, unidos los tres por un palpable horror.

         -Sí, trabajando, ¿qué hay con ello?-preguntó Balduino, como con extrañeza; pero se hacía el burro, porque sabía de sobra la respuesta.

        -Pues que estamos que nos caemos de cansancio, por si no lo notas...-replicó Anders con acritud e ironía-. Balduino: gracias a tu amigo Amund y su tropa de imbéciles, yo, anoche, perdí lo menos dos valiosas horas de sueño.

         -Como yo dormí tan espléndidamente...-ironizó Balduino.

         -¡Te despertaron igual que a todos, sí; pero quien tuvo que acompañarlos para que registraran Kvissensborg fui yo!

         -Bueno, Anders, a ver: ¿qué brillante idea tienes para encontrar albergue por una noche?... Porque te advierto que es éste el momento de decirla. Si no tienes ninguna, más vale que mandes de paseo esos lloriqueos que tan mal combinan con tu armadura, y nos persuadamos como podamos de que el descanso es para maricas, y no para machos como nosotros, que si nos acostamos para dormir, es sólo porque de noche no se ve nada, y así no es posible trabajar. En otras palabras... Seamos prácticos.

        Anders puso cara de suplicio.

        -Pero, ¿los posaderos no se honran de dar cobijo a Caballeros en sus establecimientos? ¿No nos hospedarían a cambio de nada, como no sea el honor de tenernos allí?-gimió.

      -Eso tiene que venir de ellos. Si tenemos la suerte de salvar a alguno de ser desvalijado por forajidos, o de poner orden en medio de una trifulca que amenace dejar su posada en ruinas, sin duda serán generosos con nosotros; pero si no, lo veo muy difícil, porque antaño muchos Caballeros, a quienes se recibía en las posadas con grandes honores, demostraban luego ser más forajidos que los mismísimos forajidos; y no pocas veces eran ellos mismos quienes, borrachos, dejaban en ruinas esas posadas.

         -Oh, ¡rayos!... ¡Cómo envidio a mi propio hijo, quien en este mismo momento debe estar durmiendo plácidamente en su cuna o en brazos de su madre!

         -Bueno, Anders-trató de calmarlo Balduino-, propongo dejar de lado los lamentos y recurrir, en busca de un sitio donde pasar la noche, a nuestra inteligencia. Un lugar muy caro no nos conviene porque, para cuando hubiéramos terminado de pagar una noche de hospedaje con nuestro trabajo, estaría rayando el alba. Tampoco una muy barata, porque entonces nos alojarían en un cuarto que se caería a pedazos y en compañía de pulgas, chinches y quién sabe qué otros simpáticos inquilinos de la misma calaña. Una no tan barata ni tan cara es justo lo que nos conviene.

        No en vano suele decirse que se es esclavo de las propias palabras y amo de los silencios... Ni imaginaba el pelirrojo cómo se lo crucificaría por tan imprudentes aunque lógicas deducciones...
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20 de Abril, 2012    General

CXC

CXC

      En lo físico, Erik, el nuevo Conde de Thorhavok, parecía mucho más aristocrático que Arn. Como éste, era rubio y de ojos azules, aunque su rostro era más anguloso. También se veía más atlético que Arn, quien en sus últimos tiempos en el poder había acumulado una modesta barriga y ahora, en poco tiempo, había ido al otro extremo, quedando hecho un esqueleto. Sin embargo, algo en Erik le daba ya a simple vista un aire rufianesco y desagradable que desorientó a Balduino, quien olvidó hincar rodilla en tierra ante él; y Anders, quien para no meter la pata lo imitaba en todo, tampoco lo hizo. Fue un momento desesperante para Hansi y Emmanuel, quienes no supieron qué hacer. Balduino era Caballero, Anders lo parecía; en el peor de los casos, ambos podrían justificar la descortesía  alegando ser demasiado orgullosos para hincar rodilla en tierra ante nadie que no fuera un rey. Pero Hansi y Emmanuel no tenían armadura de la que hacer gala y por la cual sentirse resguardados, de encolerizarse el Conde; así que sew miraron ambos, aterrados casi, consultándose mutuamente en silencio.

        La iniciativa vino de Emmanuel, quien sabía que cualquier pretexto era bueno con tal de denigrar y encarcelar a un gayané. Resolvió, por lo tanto, no dar motivos a Erik para que lo hiciera. Se adelantó con cierta timidez, y Hansi, vacilante hasta entonces, se le puso a la par para no ser menos. Juntos, hicieron sendas reverencias ante el nuevo Conde de Thorhavok, quien asintió complacido ante el gesto para luego quedar mirando a los dos jóvenes revestidos de armadura, sin decir nada, mientras un individuo ubicado de pie a su diestra se inclinaba sobre él y le susurraba algo al oído. Balduino reconoció al sujeto: era el antiguo consejero de Arn. Por lo visto, las ratas habían abandonado el barco, pero no podía reprochárseles nada en vista de que, de entrada, el propio  capitán de ese barco no había tomado medidas para que no hiciera agua...

         -¡Bueno, bueno!... ¿Qué pasa aquí?-preguntó Erik, con un buen humor que no parecía del todo natural-. ¿No se estila ya que los vasallos muestren debido respeto hacia su señor feudal?

        -Se estila, sin duda-repuso Balduino, inclinando cortésmente la cabeza-; pero yo dependo del Rey, no del Conde de Thorhavok, ni de nadie más.

         Anders empalideció. Era cierto: Balduino no era vasallo del Conde de Thorhavok... Pero él, sí, en su condición de señor de Kvissensborg. ¿Y ahora?... ¡En lindo lío estaba metido! Rehusarse a reconocer como señor a Erik podía traerle nefastas consecuencias, pero... ¿ese mequetrefe disfrazado de noble, señor suyo? ¡Tenía ojos de víbora! No, de víbora no... Su mirada era sucia y maligna, pero mucho más solapada que la de cualquier reptil. ¿Ante alguien así tenía que hincar rodilla en tierra? Y además, si lo hacía ahora, tan tardíamente, parecería que lo obligaba el miedo; lo que, encima, sería cierto.

         -Es curioso, porque tengo entendido que ante Arn sí hincabais rodilla en tierra... Y que durante un buen tiempo, antes de venir a Thorshavok,  obrasteis a espaldas del Rey, lo mismo que el resto de la Orden en la que militáis... Y de todos modos, el Rey está lejos. Aquí cuenta sólo la autoridad del Conde de Thorshavok, es decír, la mía...

          Hasta ahí, no era el propósito de Balduino mostrarse desafiante; no era aconsejable. Pero las últimas palabras de Erik le parecieron tan soberbias, tan pedantes, que cambió bruscamente de planes. Que aquel renacuajo despreciable tratara de amenazarlo, era más de lo que podía soportar.

         -Mirad-replicó con dureza-: si bien es cierto que durante cierto tiempo obré a espaldas del Rey, lo cierto es que ahora es su autoridad la que me avala. La del Rey. Que él esté cerca o esté lejos, no le hace: tal vez las distancias os resulten importantes, pero dudo que vuestros esbirros y lacayos piensen igual que vos, sobre todo porque ellos tienen más razones que vos para temer por el propio pellejo si trascendiera que amenazasteis, insultasteis o dañasteis a un Caballero de Su Majestad. Si además se hiciera una investigación al respecto, algún dedo os señalaría a vos, y no faltaría quien pronunciase la chocante palabra usurpador, añadiendo quizás que, quien hoy usurpa el trono de un Conde, podría mañana hacer otro tanto con el de un Rey.

          -Vos...-dijo Erik, intentando de nuevo recobrar el control.

          -Un momento, que todavía no termino. Supongamos, como decís, que el Rey está lejos. Los Wurms, no obstante, están cerca, o al menos más cerca que Su Majestad. Estoy aquí para proteger a Thorhavok de esos monstruos; cuando ellos se hayan ido, me iré yo también. Hasta entonces, ya que no amigos, nos conviene ser aliados. Dejadme en paz, y yo haré otro tanto con vos. Que éste o aquél sea Conde, a mí en nada me afecta pues, insisto, estoy al servicio de Su Majestad; si bien, indirectamente, presto servicio al Conde de Thorhavok, como es obvio. ¿Quién es hoy ese Conde? No tengo la menor idea. Teóricamente, Arn, a menos que haya muerto y yo no lo sepa; pero en ese caso quisiera ver el cadáver o la tumba correspondiente. Vos os sentáis en el trono del Conde, pero temo que vuestro título será válido sólo cuando Arn haya muerto. En cuanto a la rodilla que hinqué en tierra ante Arn pero no ante vos, tened en cuenta que, con aquél, actué obligado por las circunstancias, y nada más. El comenzó tratándome como a enemigo por medio de uno de sus vasallos; preguntad, si no me creeis, a vuestro consejero, que antes lo era de Arn. Yo debía revertir eso, así que vine aquí y lo adulé en mi provecho. Pero muy imbécil tendríamos que ser nosotros dos, yo por repetir esa treta ante vos, y vos mismo por creerla sincera, si hiciera lo mismo ahora, especialmente porque mi hipocresía sería obvia: todavía no se sabe que Arn haya muerto, ¿y ya jurando y perjurando lealtad a otro Conde de Thorhavok o aspirante a tal?... Los asuntos de este Condado no me incumben, excepto en lo que hace a los Wurms. Arregladlos como mejor os plazca, pues; no interferiré. Ya debe constaros que no estoy encubriendo a Arn, y si aún tuvierais dudas al respecto, podréis despejarlas cuantas veces os venga en gana, personalmente o a través de vuestros hombres. Pero que se me deje en paz, es todo lo que pido. Por lo demás, una rodilla que se dobla por temor o por interés, no pertenece a alguien de lealtad fiable, y me parece que de ésas tenéis varias aquí. Si yo fuera vos, desconfiaría de mucha gente aquí, y quizás, en primer lugar, de mis aliados y asesores más próximos.

       Ante esto, Erik volvió su anguloso rostro hacia su consejero, en silencioso reclamo de asistencia; pero el consejero en cuestión empalideció, y durante unos minutos ni amagó inclinarse sobre el oído de su señor. Este interpretó ese silencio como la reflexión de alguien que cavilaba para responder verazmente; de modo que no lo instó a responder.

         A río revuelto, ganancia de pescadores. Balduino aprovechó la situación para seguir trabajando en favor suyo:

         -No obstante, no puedo menos que telicitaros por la elección de vuestro consejero-dijo-. Es hombre de inteligencia aguda y corazón limpio. Si de alguien podéis fiaros, es de él.

         -¿Por qué?...-preguntó Erik, asombrado-. Era el consejero de mi primo Arn.


           -Lo sé, por eso lo conozco....-contestó Balduino. No añadió la palabra imbécil, implícita en el tono de sus palabras-. Pero ahora es vuestro consejero, y pondrá en ello el mismo celo con que antes asesoró a vuestro primo, estoy seguro. Simplemente, se adapta al cambio... Igual que tantos otros, yo incluido, ¿verdad, Anders?


        -¿Eh?... ¡Ah, sí!-respondió el interrogado, despertando de su ensimismamiento.

         Visiblemente aliviado, el consejero, a espaldas de su señor, sonreía agradecido a Balduino, mientras la atención de Erik se desviaba hacia Anders:

           -¿Y vos?-preguntó, en tono de desafío o de imperioso reclamo-. Como señor de Kvissensborg, vos sí deberíais hincar rodilla en tierra ante mí.

        Pero Anders no había permanecido ocioso mientras Balduino hablaba con Erik. Si el miedo lo había urgido a buscar una solución para salir del brete, la seguridad de saber que no estaría solo en el mismo, sino ayudado por su mejor amigo, le había proporcionado la necesaria calma para pensar, y en ciertas palabras del pelirrojo había hallado inspiración; así que respondió:

         -Hincaría rodilla ante el Conde de Thorhavok... Pero no sé quién es él: si Arn, a quien presté un juramento que aún me liga a él si está vivo, o a vos, que os sentáis en su trono. Cuando no queden dudas, hincaré rodilla en tierra.

          -¿Y qué haréis hasta entonces?-preguntó Erik con desconfianza-. Forzosamente deberéis decidiros por uno o por otro.

        -No lo creo, señor-repuso calmadamente Anders-. Kvissensborg es un señorío pequeño, y sus tropas son necesarias para resguardar Freyrstrande de eventuales ataques de los Wurms. No es posible, en este momento, ponerlas al servicio de querellas feudales.

         -Pues vais a ponerlas-replicó Erik, alzando la voz, ahora sí en tono de abierto desafío- ¡ a menos que queráis arriesgaros a ser sospechado de traición, depuesto y arrojado a un calabozo!

        -Andaos con cuidado...-intervino Balduino-. El señor Anders de Kvissensborg colabora conmigo en la defensa de Freyrstrande por orden del Rey, como su predecesor, el infortunado señor Einar; ¿o por qué creeis si no que Arn, quien al principio no me tuvo la menor simpatía, se vio obligado a reiterar esa orden a su vasallo de Kvissensborg? Y aun así, me puso tantas dificultades como pudo. Luego me gané su confianza adulándolo un poco porque, la verdad, no quería pelear con él, como tampoco quiero hacerlo con vos ahora, aunque esté dispuesto a hacerlo si me ob ligáis a ello. Como dije antes, no es ésa la opción más conveniente, ni para mí ni para vos. Pero si forzáis al señor Anders a desobedecer una orden real, nos obligaréis a ambos, a él y a mí, a traicionaros a vos por no traicionar al Rey, cuya autoridad sigue estando por encima de la vuestra.

         -¡Pues no saldréis de este palacio hasta que sepa a qué atenerme con vosotros!-estalló Erik-. ¡Ni en sueños, estad seguros de ello!

         -Pero es que ya sabéis a qué ateneros. Os lo dijimos-replicó Anders-: defenderemos de los Wurms las costas de Freyrstrande. Como éstas forman parte de los dominios del Conde de Thorhavok, con ello prestaremos el más leal y sacrificado de los servicios al Conde de Thorhavok, sea éste quien sea.

         -En efecto-convino Balduino-. Ahora que, si prefirierais encargaros de ello vos personalmente...

       -¡Todos mis otros vasallos me han jurado fidelidad!-rugió Erik, irritado.

          -¿Y?... ¡Gran garantía!-replicó burlonamente Balduino-. Yo, en lugar vuestro, desconfiaría más de quienes en voz más alta hayan jurado, ya os lo dije. Alguno de ellos ha de tener escondido a Arn, o lo tendrá bien pronto. Duplicidades así pueden ser muy, muy útiles, ¿sabéis? : como no nos gustaba nuestro antiguo señor feudal, lo depusimos e instalamos a otro en su lugar. Pero por las dudas de que éste nos guste aún menos, guardamos el anterior en el desván, aprovechando que no conoce exactamente qué papel desempeñamos en el golpe que lo derrocó y que, por el contrario, fingimos ser sus más leales protectores...

         -Nuestra lealtad, sin embargo, es limitada, aunque sincera-añadió Anders-. No creo que Arn se acerque a Kvissensborg; no obstante, juraré sobre las Santas Escrituras que, si lo hiciera, lo encerraré en un calabozo y os avisaré al respecto. A más no me puedo comprometer por ahora, pues ignoro quién es el verdadero Conde...

          -¡Yo lo soy!-interrumpió Erik, despechado.

          -Y yo soy el hombre más endiabladamente apuesto que se haya visto jamás en todo el Reino; pero por alguna razón, cuando se lo explico a alguien, me creen tan poco como a vos-ironizó Balduino-. ¿Decías, Anders?...

             -... Si el verdadero Conde es Arn, estará seguro en el calabozo. Defenderé su vida con la mía, nadie podrá entrar para acabar con él. Si en cambio el verdadero Conde fuerais vos, os complacería enteraros de que lo tuviese en prisión y ya no pudiera causaros molestias.

        -No me complacería tanto como creeis-replicó secamente Erik-, pues no hay enemigo inofensivo, salvo cuando está muerto; y ha sido el señor de Rabensland, no yo, quien hacía apenas un instante hablaba de duplicidades convenientes.

         -Honestas duplicidades, si nos os molesta admitirlo...-dijo Balduino.

        -Duplicidades al fin, señor de Rabensland-gruñó Erik-. Y bien, señor de Kvissensborg, ¿qué decís?... Conminado por cuestro Conde a entregar a Arn, ¿cuál sería vuestra decisión?

      Anders ya empezaba a disfrutar aquello.

          -Os lo entregaría, por supuesto-respondió-; a menos, claro, que considerase que mi señor el Conde de Thorhavok fuera él y no vos, lo que decidiría sobre la marcha.

        Pareció que Erik, iracundo, iba a contestar algo, cuando el consejero se inclinó sobre él y le susurró al oído quién sabía qué. Lo que fuera, dejó pensativo al usurpador. Este dio la impresión de debatirse consigo mismo.

         -Que traigan las Escrituras-ordenó al fin.
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14 de Abril, 2012    General

CLXXXIX

CLXXXIX

      Adler, de guardia en el torreón, interceptó a Hansi cuando éste se encaminaba tras su padre hacia la barca de pesca. A Friedrik no dejaba de asombrar que un Caballero precisase tanto de los servicios de su hijo, pero lo consideraba un inmenso honor y, en consecuencia, ni se le habría ocurrido protestar.

        La llegada del chico, cuando en Vindsborg se acababa de desayunar, fue ciertamente oportuna. El y Emmanuel ayudaron a Balduino y Anders a enfundarse en sus respectivas armaduras y subieron tras ellos, cada uno en la correspondiente grupa sobre Svartwulk y Slav, y acto seguido los cuatro se pusieron en marcha hacia Helmberg. Pero no habían cubierto aún un gran trecho, que divisaron una figura harapienta que venía hacia ellos por el camino y, cuando estuvo lo bastante cerca, agitó los brazos indicándoles que se detuvieran. Balduino se puso instantáneamente en guardia, no fuera a tratarse de una emboscada Landskveisung -aunque era dudoso que éstos se animaran a atacar a hombres armados y que no parecían llevar un botín tentador-o, poeor aún, del tal Erik; pero entonces, a duras penas, reconoció al individuo-

          -¿¡Arn!?...-exclamó, casi sin poder creer a sus ojos.

         -¿A...?-el nombre, pronunciado como pregunta, se atoró en la garganta de Anders.

        No menos estupefactos estaban Hansi e Hijo Mío. Y había motivos: el depuesto ex Conde de Thorhavok parecía una década más viejo de lo que en realidad era, llevaba al menos una semana sin afeitarse y sus ojos parecían tremendamente agobiados. En ellos, las pupilas azules tenían sin embargo un irreconocible matiz heroico, como el de alguien que ha sufrido mucho y pese a todo resiste aún. Balduino no recordaba haber visto jamás tal expresión en los ojos de Arn; paradójicamente, ella lo ayudó a reconocerlo, y le inspiró un inmenso respeto hacia él.

            Lástima que ni la expresión noble ni el consiguiente respeto duraron mucho... Sólo hasta que Arn habló por fin:

           -Sí, soy yo-musitó-. Me humilla que me veáis así. Me han traicionado, me han...

           -Bueno, bueno, ya, Arn-lo interrumpió Balduino, en un intento por tranquilizarlo, pero incapaz de disimular su propia impaciencia e irritación ante aquel tono plañidero-. Cualquier cosa que fueses antes, sigues siéndola ahora, sin importar qué parezcas.

            -Eres el primero que aún me sigue viendo como Conde-murmuró Arn, con la cabeza gacha y casi al borde de las lágrimas.

         Me temo que Conde es precisamente lo único que no eres de todo aquello que solías ser, y no me refería a eso... ¡Pero para qué gastarme en tratar de hacerte entender!, pensó Balduino, sintiendo que ambos hablaban distintos idiomas. Por fuerza, uno de los dos tendría que aprender el del otro, y él de ningún modo pensaba adaptarse al de Arn.

        Anders no sabía qué pensar del ex Conde de Thorhavok. Parte de él lo compadecía pero, por alguna razón que no atinaba a entender, también le inspiraba ahora un sentimiento nuevo, equiparable al asco.

        Tampoco Hansi o Emmanuel sabían cómo tomar a Arn. Eran conscientes de que algo no andaba bien, pero de nada más. En este momento, al lado de Arn, Tarian les habría parecido una persona común y corriente, sin peculiaridad alguna.

              -Necesito tu ayuda... Vuestra ayuda, la de ambos...-prosiguió Arn.

          -Y la tendrás-replicó Balduino-. Precisamente ahora nos dirigimos a Helmberg a conocer a este tal Erik.

          -¿No me traicionarás tú también?

         Balduino no quería ser grosero, pero si Arn seguía hablando en ese tono llorón, temía acabar cediendo a la ira, o a la ironía.

        -Arn: si hubiera querido traicionarte, ya lo habría hecho. Recuerda que, en cambio, Anders y yo te previnimos acerca de esto que finalmente ocurrió. Algunas cosas olían muy raro-respondió, conteniéndose-. Podríamos haber investigado por nuestra cuenta para sumarnos a la conspiración. Es más: ahora mismo, si quisiéramos, podríamos hacerte prisionero y entregarte a Erik. El momento para traicionarte es ahora; si no lo hacemos, es que ya no lo haremos, ¿de acuerdo?...

         -Es que como ya estás tan al tanto de lo de Erik...

          -Sí, bueno, sabemos que existe y que te ha depuesto y reemplazado como Conde de Thorhavok, pero nada más. No me parece tanta información, y si disponemos de ella es sólo porque precisamente anduvieron los esbirros de Erik en Vindsborg, buscándote. Por si aún se mantuvieran en la región, más te vale ocultarte hasta nuestro regreso. Conozco un lugar en el que, teóricamente, estarás a salvo. Se trata de una iglesia: pedirás asilo en ella. No sé en qué medida dicha protección será eficaz, pues hasta yo, que soy un descreído, guardo mayor respeto por la Casa de Cristo que muchos que tan devotos afirman ser, especialmente si son poderosos o están armados; pero por otra parte, no se me ocurre mejor lugar. El cura es un buen hombre, no te traicionará adrede; antes, sin notarlo, revelaba secretos de confesión, pero en algún momento se lo hicimos saber, y creo que se ha enmendado, o que al menos se cuida más que antes-dijo Balduino.

        E indicó a Arn cómo llegar a la iglesia de Fray Bartolomeo.

         -¿Y por qué me dices todo esto?...-preguntó Arn-. ¿Acaso no vais a llevarme allá?

         Balduino se impacientó aún más: ¿con pretensiones era la cosa, encima?

         -No sería prudente-replicó-. Hasta aquí, si alguien nos viera, esto parecería un diálogo de un par de Caballeros con un vagabundo. Llamaría la atención que el vagabundo en cuestión subiera a la grupa de uno de esos Caballeros. Además, nos urge entrevistarnos con Arn para estudiarlo un poco.

          -¿Estudiarlo?... ¿Y qué tienes que estudiar de él?-siguió gimoteando Arn, ahora menos plañidero por sentirse molesto y desconfiado-. ¡Yo puedo decirte la clase de persona que es! Es...

         -Arn, yo podría decirte a ti qué clase de persona me dirías que es Erik: un cobarde e infame traidor. Pero como hasta hace apenas unos pocos días atrás habrías dicho que era un muy noble y muy leal vasallo tuyo, más vale que dejes que nosotros mismos nos cercioremos al respecto e intentemos profundizar un poco más en su carácter. Es una tontería no tratar de conocer a un enemigo potencial. Y una cosa es segura: amigo nuestro, Erik seguro que no es.

           -Está bien-gruñó Arn, en un tono que lo asemejó a un niño enfurruñado; más exactamente, a Balduino le recordó al Hansi que hasta hace no tanto lo acusaba a él de ser malo cada vez que le negaba algo.

           -Bueno, Arn, hagamos eso. Quédate en la iglesia; a nuestro regreso, yo mismo iré a buscarte y te traeré noticias-concluyó Balduino.

         No le preguntó si estaba de acuerdo, porque algo le decía que no lo estaba. Pero ahora las reglas las pondría él, y no estaba muy seguro de poder soportarlo más, por otra parte.

        Arn gruñó algo, hizo un gesto que con buena voluntad (muy buena, a decir verdad) podía interpretarse como un saludo y les dio la espalda, iniciando la marcha conforme a las instrucciones de Balduino y dejando a éste tan perplejo como sus tres acompañantes ante tamaña descortesía.

         -Se ve que junto con su Condado le arrebataron sus modales-gruñó.

         -Es cierto-admitió Anders-; sin embargo, me preocupa menos él que yo mismo. De algún modo, me repugnó un poco. ¿Se me habrán subido los humos a la cabeza?... Y sin embargo, no me siento diferente de cuando no tenía castillo alguno, o más noble ahora por tenerlo.

        -Es que es otro el problema. Te has ennoblecido, te sientas como te sientas, y no puedes evitar cierta... repugnancia, digamos, hacia Arn, que ha perdido toda dignidad. La perdió porque la base de su dignidad eran sus títulos y su sangre noble, y ésos no son fundamentos razonables para el orgullo. Ahora no tiene títulos, y su sangre noble no vale mucho, valiera lo que valiera antes; lo que sí parece cotizar muy bien en el mercado es su cabeza. De todos modos, intentemos ser humildes, que en parte fue la poca dignidad que veía en los demás lo que en otro tiempo me convirtió en un soberbio insufrible, aunque no puedo culpar exclusivamente a eso.

           Y tras esta reflexión, reanudaron la interrumpida marcha hacia Helmberg.


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11 de Abril, 2012    General

CLXXXVIII

CLXXXVIII

      Tras aquella conversación privada entre Balduino y Amund, tocó a Anders conducir a este último y a sus hombres a Kvissensborg para que lo revisaran de arriba abajo, aunque a las mazmorras nadie quiso descender

         -¿No podían venir a una hora normal?-gruñó Anders al día siguiente, durante el desayuno-. Perdí al menos dos horas de sueño gracias a esa puta inspección... ¡Como si no fueran suficientes tus queridos simulacros de invasión nocturna!-agregó, volviéndose hacia Balduino.

         -Bueno, Anders, ya era hora de que hasta alguien como tú, bendecido por la diosa Fortuna, conociera un poco de suerte negra-replicó Balduino, de excelente humor-. Por otra parte, el señor de Kvissensborg eres tú; por lo tanto, ¿quién sino tú iba a abrirles las puertas de tu señorío, para que registrasen a su antojo? Hildert no iba a hacerlo sin contar con orden tuya.

          -¡O tuya!... Sabes que te obedecen tanto como a mí.

          -Pero Anders, ¿cómo iba a tomarme esa libertad pasando por encima de la autoridad del señor del castillo?... Si querías que fuera yo, no tenías más que ordenármelo.

          -Deja de hacerte el inocente, no te va. ¡Imagíname dando órdenes al mismo Caballero del cual soy escudero!

         Balduino se vio atacado por un acceso de risa que por poco no lo hizo atorarse con el pan que masticaba en ese momento.

         -Bueno, bueno-concedió al fin-, lo sé: es una situación bien rara la nuestra, lo sé: debo obediencia al señor de estas tierras, quien por esos absurdos de la vida es mi escudero y a su vez me debe obediencia. De todas formas, creo que venía bien que nuestros visitantes te identificaran como señor de Kvissensborg, así a sus ojos quedaría como que en la región hay, no ya uno, sino dos poderosos nobles.

           -¡Poderosos nobles!...-intervino Honney en tono burlón y entre un coro de risitas-. Tienes delirios de grandeza, señor Cabellos de Fuego, disculpa mi sinceridad. Mira en qué ruina estás y qué piojosos te secundamos y repite, sin reírte ni llorar, eso de los poderosos nobles.

         -Hay muchas formas de poder, Honney, y un carácter firme, que es lo que le falta al buen Amund, es una de ellas. De cualquier forma, ahora no presumo de gran poder; lo importante era convencer a Amund de que lo tenemos, y creo que lo logré. Tampoco es que se precisara gastarse mucho en este caso.

         -Lo que me pregunto es cuánto puedes fiarte de este tal Amund-comentó Ulvgang-. ¿Por qué te sería más leal de lo que fue con tu amigo Arn? Sospecho que te traicionará en cuanto el tal Erik le muestre un poco sus colmillos.

          -Por supuesto que no podemos fiarnos demasiado, y por eso mismo Anders y yo iremos a amansar al perro, para que no asuste a Amund-replicó Balduino.

         -¿Vamos a Helmsberg?-preguntó Hijo Mío, entusiasmado-. ¿El enano también?

         -No sé qué te emociona tanto... Estoy que me caigo de sueño-gruñó Anders-. Dime, Balduino, que no iremos hoy.

           -Me temo que tendrá que ser hoy-contestó el pelirrojo-. Amund y sus hombres tendrán que dormir en algún momento...

          -¡Nosotros también, por si no lo has notado!...-gimió Anders.

          -...anoche no lo hicieron, para caernos de sorpresa a nosotros y no darnos tiempo de reaccionar en caso de tener a Arn escondido aquí-prosiguió Balduino-; así que deben haber acampado en algún lugar y estarán descansando en este preciso instante. Tenemos que aprovechar esa ventaja. Iremos a Helmberg y domaremos a Erik para Amund; así, cuando éste regrese, no tendrá que temer a sus colmillos. Y de esa forma será más probable que se comporte lealmente con nosotros.

          -Ya parecemos más comediantes que guerreros-observó Anders en tono resignado-. ¿Qué papel representaremos ahora?

         -Oh, aunque no lo creas, seremos con Erik más sinceros, incluso, de lo que fuimos con Arn, quien, aunque imbécil, no es mala persona en el fondo... En cambio, este Erik me cae mal ya de oídas. 

           -Pero también Arn te caía mal de oídas, al principio.

          -Y si de algo me arrepiento, en parte, es de haberme involucrado tanto con él. Eso me fue útil, por supuesto; pero también me creó conflictos éticos, como ya sabes... Y con Erik podría ser peor. Convendrá en todo momento tenerlo por enemigo y tratarlo lo menos posible pues, si simpatizáramos también con él, luego no sabríamos si apoyarlo a él o a Arn, y en un caso u otro nos sentiríamos miserables y traidores. Erik decididamente no es buen elemento: por algo la esposa y las hijas de Arn debieron asilarse en una iglesia. Con gran optimismo, podríamos suponer quese refugiaron allí por temores infundados, o que los hombres de Erik malinterpretaron las instrucciones de éste; sin embargo, no es buena señal que quienes lo sirven, como Amund, hablen de él con temor exento de amor o de verdadero respeto. La impresión que produce es la de un vulgar usurpador inseguro de sus derechos y temeroso de que le arrebaten un poder adquirido por la fuerza. Con alguien así, es mejor no tratar mucho: intentaremos, simplemente, convencerlo de que nos deje en paz, sin prometerle nada, pero haciéndole creer que sí le prometemos. Básicamente, ésa sería la idea, pero habrá que ver sobre la marcha cómo la llevamos a cabo. Ignoramos qué consejeros tiene Erik. Quienes sean, si Erik se está guiando por lo que ellos le indican, no han de ser buenos en su oficio.

         -Si es por eso, y desde que tengo uso de memoria, todos los condes de Thorshavok han tenido malos consejeros... O los tuvieron buenos, pero jamás siguieron sus instrucciones-dijo pensativamente Thorvald.

         Y fue el último comentario sobre el tema, antes que la charla pasase a las actividades que tenían por delante ese día.
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Eduardo Esteban Ferreyra

Soy un escritor muy ambicioso en lo creativo, y de esa ambición nació EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO, novela fantástica en tres volúmenes bastante original, aunque no necesariamente bien escrita; eso deben decidirlo los lectores. El presente es el segundo volumen; al primero podrán acceder en el enlace EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO I: INICIO. Quedan invitados a sufrir esta singular ofensa a la literatura

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