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¡Sorpréndeme!
EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO II
La segunda parte de la más extraña trilogía de la literatura fantástica, publicada por entregas.
Mostrando 16 a 25, de 270 entrada/s en total:
16 de Noviembre, 2012    General

CCVII

CCVII

       Durante cierto tiempo, la adaptación de Ljottur y Arn a la vida en Vindsborg fue cosa ardua. Ljottur, al menos, ponía mucha voluntad. A él no había que repetirle las órdenes para que obedeciera, aunque sí para que las comprendiera correctamente, ya que muchas veces no las entendía bien y, cuando quedaba solo, permanecía mirando hacia todos lados, con aire confuso, triste y temeroso, hasta que Balduino volvía a acercársele.

          -¿No entiendes?-le preguntaba entonces-. Pero Ljottur, ¿por qué no me lo dijiste? ¡Si no tengo inconveniente en repetirte las cosas cuantas veces sean necesarias!

            Balduino lo reprendía siempre en tono amable y suave, pero Ljottur reaccionaba agachando la cabeza con expresión humillada, por lo que pronto dejó de reprenderlo, limitándose a acercarse a él con una sonrisa y repetir la explicación de turno. A veces, obligarse a tantas atenciones especiales para con Ljottur inspiraban en Balduino deseos de gritar de exasperación, pero lo ayudaba a contenerse el hecho de que el chico, una vez comprendido lo que se le pedía, obedeciera sin dudar. Daba la impresión de disfrutar del trabajo duro, aunque por la noche se hallaba siempre tan cansado que casi a la rastra debía subir los peldaños de la escalinata de Vindsborg y, una vez arriba, a menudo se desplomaba en el suelo cuan largo era, durmiéndose sin cenar. Por supuesto, ello generó muchas bromas acerca de que procuraba dormirse enseguida, o fingir que dormía, a fin de no quedar a merced de los mejunjes de Varg.

         Balduino tenía buenos motivos para forzarlo a trabajar duro, porque Ljottur, en sus escasos ratos libres, no tenía mejor idea que mirar disimuladamente hacia todas direcciones, en obvia búsqueda de animales que poder ensartar cruelmente en alguna rama. El despiadado hábito llenaba de ira a Balduino, por lo que, cada vez que pescaba a Ljottur en esa actitud, le hablaba con firmeza para dejarle en claro que no toleraría que torturase a ninguna criatura, ni aun a las perjudiciales como los roedores.

          -No me explico por qué Ljottur se asusta tanto cuando se lo digo-comentó una vez a Anders sobre el particular-. De acuerdo, me obedece, y eso es lo positivo; pero se aterra cuando le reitero con firmeza la prohibición de maltratar animales, y no me explico la causa, ya que le hablo tranquilamente.

          -¿Hablas en serio?...-se burló Anders-. ¿Tranquilamente, dices? Tengo entendido que hay asesinos que matan con absoluta tranquilidad, y tu cara, cada vez que le recuerdas a Ljottur que no permitirás que sea cruel con los animales, es la de un asesino. Ni a respirar me atrevería si me miraras así.

           Balduino conservaba sus fluctuantes opiniones acerca de los poderes shamánicos de Hendryk. Ciertamente, tenía algunas vagas pruebas de que eran reales, como por ejemplo en lo referente a su filgia bajo cuya forma lo había atacado; pero a veces lo asaltaban dudas de que de veras se tratara de una simple filgia y no de un auténtico monstruo marino sin conexión con Hendryk. Entonces se le ocurría que éste quizás no fuera otra cosa que un gran farsante extremadamente astuto. Sin embargo, algo que nunca le cuestionó fue su juicio acerca de que maltratar animales era, para Ljottur, una especie de venganza por no tener tótem. Quizás la cosa no pasara exactamente por tótemes o no tótemes, pero lo indiscutible parecía que Ljottur trataba de mitigar un enorme dolor secreto endosándoselo a otros, en este caso a animales. Balduino llegó a esa conclusión luego de recordar, como quien recuerda una culpa largamente olvidada, que él mismo había maltratado una vez a un animal en su infancia. En efecto, un pobre perro se le había acercado haciéndole fiestas; y él le había asestado una patada, como si el animal fuera la encarnación misma de su sufrimiento. Pero el cruel acto no le había aliviado el dolor en lo más mínimo, y Balduino se acurrucó en posición fetal y se echó a llorar. Y cuando, contra toda prudencia, el perro volvió a acercársele y lamió sus lágrimas, no sólo no volvió a patearlo, sino que se abrazó desesperadamente a él, y muy pronto lo hizo su compañero y le dio un nombre. Que por supuesto, fue Argos.

          Meditando, Balduino encontró tan extraño que el perro regresara tras el maltrato inicial, como el inusitado afecto que Svartwulk parecía sentir por Ljottur; y se preguntó si también él habría carecido de tótem en su infancia... Quiso comentar con alguien la extraña idea, y ¿a quién eligió para ello?: ¡a Fray Bartolomeo!

          -¡Otra vez!...-refunfuñó el cura, indignado-. ¡Otra vez diciendo herejías!... ¿Será posible que no puedas quitarte ese mal hábito?

              -Pues perdonad si cometí el error de suponer que un asunto de índole espiritual pudiera ser de la incumbencia de un sacerdote-ironizó el pelirrojo.

         -No te hagas el inocente. Sabes perfectamente que al hacerme esa consúlta lo único que querías era buscar cuerda. Buscabas vengarte.

             -¿¡Vengarme... Yo!?

            -¡Sí, sí: vengarte!... Ves el dolor de Ljottur, recuerdas el que sufriste tú, meditas sobre el dolor del mundo y buscas infantilmente vengarte de Aquel  a quien consideras culpable de todo ese dolor: Dios. Lamento mucho informarte que cualquier ofensa que hagas al Señor es una coz asestada al Cielo. Casi diría que esas coces son acordes a semejante asno, si no temiera que mi propio burro se ofendiera ante tal comparación, y se declarara en huelga. A mí es a quien haces rabiar y no a Dios, por si no te has dado cuenta... Y creo que sí te das cuenta. Ahora escucha, taimado y malicioso hereje: tan orgulloso estás de haber alcanzado la dignidad de Caballero, ¿y pretendías alcanzarla sin sufrir?... ¿Qué necesidad habría de Caballerzos, si el mundo estuviera lleno de amor, de paz y felicidad? ¡A ver si al menos te pones de acuerdo!...

          Balduino optó por callarse. Suele ser una prudente medida cuando otro tiene razón y no se dispone de una respuesta inteligente que ofrecer...
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publicado por ekeledudu a las 14:32 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
16 de Noviembre, 2012    General

CCVI

CCVI

      A su debido tiempo, tocó a Balduino el turno de tatuarse, y antes de que Hendryk iniciara su labor, el pelirrojo le refirió la insólita escena presenciada momentos atrás.

         -¿Y?...-preguntó Hendryk, con aparente abulia, mientras alistaba sus herramientas de trabajo.

           -¿Cómo que "y"?-exclamó Balduino-. ¿Todavía no conoces a ese caballo mío?... ¡Lo lógico habría sido que destrozara a Ljottur a golpes de cascos!... Tú eres witz, eres shamán; a ver, entonces, qué puedes hacer con tus poderes para echar luz sobre este misterio.

         -Si de verdad tuviera poderes, fulminaría con un rayo a cada descriteriado que no tiene mejor idea que cotorrear cuando necesito concentrarme para hacer un tatuaje; y ahora voy a empezar, así que más vale que te calles, ya que de veras crees que tengo tales poderes-gruñó Hendryk.

         -No jodas, Hendryk. O eres witz y tienes poderes, o eres un fraude y no los tienes. Decídete.

          -Que te calles, te digo. Están los que tienen mejor vista que otros, los que oyen mejor que otros, los que corren más velozmente que otros. Yo puedo ver mejor que otros hacia otros mundos, eso es todo. Lo de Ljottur y tu caballo es extraño, sí. Quizás, para empezar, pueda descubrir cuál es el tótem de Ljottur; a lo mejor eso ayudaría a resolver este asunto. Pero ahora me dejas tatuarte, o te parto en dos.

         La última frase, pronunciada sin alzar la voz ni enfatizar en exceso, parecía más una sagrada e inviolable promesa que una amenaza. Balduino decidió que no había por qué empujar a Hendryk a cumplirla, y se calló; pero reflexionó que el witz era probablemente, ante todo, un gran tramposo. Pues cuando llegara el momento de "develar· la solución del misterio, anunciaría: El tótem de Ljottur es el Caballo, eso le permite acercarse a Svartwulk sin riesgo alguno... ¡Vaya portentosas deducciones! Probablemente tuviera razón Snarki al burlarse de los supuestos poderes shamánicos de Hendryk.

          Cuando el tatuaje estuvo terminado, Hendryk anunció que el resto de ese día ayunaría y se procuraría algunos cabellos de Ljottur; y por la noche, celebraría una ceremonia con miras a descubrir el tótem del muchacho, si tal era; porque continuaba siendo  una incógnita su edad. Balduino lo dejó parlotear, pero, para sus adentros, reía ante lo que le parecía una farsa muy obvia.

          No exteriorizó sus pensamientos, sin embargo, y después del almuerzo se fue a pasar la tarde con Gudrun; pero al regresar a Vindsborg, muy entrada la noche, vio en la playa a Hendryksentado con las piernas frente a una gran fogata en la que mantenía la vista fija. No estuvo muy seguro de que el witz contemplara realmente la fogata, o si vagaba semi-inconsciente a través de mundos misteriosos, inaccesibles al mortal común. De nuevo no sabía qué pensar de él, pero daba la impresión de estar muy seriamente abocado al asunto del tótem de Ljottur. Lleno de dudas, Balduino fue a encerrar a Svartwulk en la caballeriza, sin decir palabra, para no turbar la concentración de Hendryk.

           Al día siguiente, sin embargo, lo había vuelto a ganar el escepticismo respecto a los supuestos poderes de Hendryk salvo, desde luego, en lo concerniente a su filgia en forma de monstruo marino. Pero transformaciones similares eran tan relativamente corrientes en todo el Reino, que no se sentía muy impresionado por ese asunto en particular.

           -¿Y, poderoso witz, has descubierto cuál es el tótem de Ljottur?-le preguntó en susurros, irónico, al abordarlo a solas, cuando por la mañana todos bajaban a la playa para las tareas del día.

           -No tiene-contestó Hendryk, distraídamente.

       -¿Qué quieres decir?-preguntó Balduino, atónito-. ¿No tiene qué?

         -¿Qué crees, idiota?-preguntó Hendryk, exasperado-. ¡Tótem!... Ljottur no tiene tótem.

          Habían llegado ambos al último peldaño de la escalinata. Balduino lo aferró por el brazo.

          -Aguarda un minuto. Esto me lo aclaras-dijo, llevándoselo aparte casi a la rastra, para impaciencia de Hendryk, que aunque lo obedeciera y respetara a su modo, también lo consideragba un descomunal imbécil en algunos aspectos... Si bien no tenía opinión demasiado favorable de la inteligencia de casi nadie.

          Balduino lo miró con una expresión muy particular, la de un hombre entre divertido e indignado por un engaño inocente del que barrunta haber sido víctima, y que se obstina en descubrir. Viéndolo, Hendryk sonrió con ganas, y esa sonrisa sin malicia confirió cierta efímera belleza a su habitualmente malvado y feo rostro de simio rubio.

         -Todo ser humano posee tótem-dijo Balduino.

         -¿Ajá?...-replicó Hendryk.

          -Por lo tanto, también Ljottur tiene el suyo.

           -Si tú lo dices...

          -El Caballo... El tótem del chico es el Caballo.

          -¡Pues me lo hubieras dicho antes de que me tomara tantas molestias en vano para descubrirlo!

          -Pero, ¿estás de acuerdo conmigo?

          -¡NO! Ya te dije: me parece bastante evidente que Ljottur no tiene tótem, pero aquí mandas tú, aunque vaya jefe éste que dice que lo negro es blanco, y lo blanco, negro.

          -Entonces, ¿no crees que lo más lógico es suponer que el tótem de Ljottur es el Caballo?

           -¿Sólo porque tu Svartwulk le hizo la gracia de permitirle acariciarlo? No, no creo. También a ti te concede ese privilegio, pero tu tótem es el Lemming, no el Caballo.

          -Bueno, ¿y entonces cuál es el de Ljottur?

           -¡Cómo me haces hablar al pedo! ¡Ya te dije que no tiene!

            -Hendryk, no digas tonterías, ¡toda persona tiene su tótem!

           -¿Y desde cuándo entiendes tú tanto del tema?

          -Los herejes angelitas...-comenzó a explicar Balduino.

           No fue capaz de seguir. Imaginó a Gudrun, impaciente, cruzada de brazos ante él: Señor Cabellos de Fuego, quizás seáis muy bueno en asuntos de guerra, pero el witz es Hendryk. ¿Os acordáis del heno mohoso que, según vos, no comerían mis ovejas? ¿Os acordáis de la colmena de abejas de la que os ocupasteis personalmente para que no corriéramos peligro? Se sintió ridículo.

           -¡Es impensable que una persona no tenga tótem!-exclamó frustrado.

               -¿Y qué quieres que haga?... ¡Si no tiene, no tiene!... Es un caso raro, lo admito. Yo tampoco pensé que existieran personas sin tótem, pero por lo visto las hay, porque aquí tenemos una. Si el Caballo fuera en realidad el tótem de Ljottur, tu Svartwulk, que es un garañón agresivo, olería en él una especie de macho rival, y lo atacaría más furiosamente que a ningún otro... Por cierto que esa mala bestia no necesita de todos modos demasiados alicientes para atacar-concluyó Hendryk, irónico.

      -Bien, supongamos que tienes razón y Ljottur careciera de tótem. ¿En qué redunda esto?

         Hendryk se puso mortalmente serio, y por ello y por su demora en contestar comprendió Balduino que algo andaba mal.

            -En que posiblemente la vida de Ljottur sea muy breve, sin un espíritu velando por él.

           Balduino no supo qué crédito conceder a estas palabras, pero se puso tan serio como Hendryk.

           -¿Y qué se puede hacer?-preguntó-. Para modificar eso, quiero decir.

           -No sé si hay algo que pueda hacerse, ésta es una situación insólita a la que nunca me había enfrentado antes. Pero se me ocurre que quizás tu caballo esté haciéndolo por nosotros.

          -¿Svartwulk?

          -Sí. Se dice que los animales son especialmente receptivos al mundo espiritual, y que son ellos, por ejemplo, los primeros en advertir cuando en algún sitio hay un alma penando. Svartwulk probablemente note la desprotección de Ljottur y esté asumiendo un papel protector. Aseguran algunos que la proximidad de determinado animal en torno al vientre de una mujer encinta o del techo que la cobija es decisiva respecto al tótem que tendrá el niño al nacer; que en cierta forma, el animal invoca, con su cercanía, al espíritu que tiene su apariencia. Yo no estoy tan de acuerdo con eso, pero quizás me equivoque. Como éste es un caso atípico, no puedo estar seguro, pero no habría que descartar que Svartwulk esté invocando, a sabiendas o no, al Caballo, para que proteja a Ljottur.

           -Esa costumbre que tiene Ljottur de ensartar animales vivos en ramas, ¿podría, quizás, ser la causa de que no tenga tótem? ¿Tal vez los espíritus, que tienen forma de animal, lo rechazan por eso?

             -No sabía que tuviera esa costumbre, nunca lo vi haciendo eso.

           -Se la descubrí en Helmberg, y desde entonces lo vigilo. Suelo adivinarle las intenciones y reprenderlo de antemano.

        -Ah, eso lo explica. Bien, sí, podría ser; pero yo más bien pienso lo contrario: debe estar vengándose en los demás animales, instintivamente, de que ningún espíritu animal haya querido protegerlo.

         Fue lo último que dijeron sobre el tema antes de ir a trabajar junto a los demás, pero la mente de Balduino volvió sobre el asunto varias veces a lo largo de ese día; y por la noche pasó más tiempo del habitual en la caballeriza junto a Svartwulk.

           -¿Será cierto, como cree Hendryk, que intentas proteger a Ljottur?-preguntó en voz alta, mirando al caballo, como a la espera de que respondiese-. Me alegro mucho-añadió, palmeándole afectuosamente el hocico-. Es bueno que el corcel de un Caballero proteja a los débiles, igual que su amo. Cuídalo mucho, ¿eh?, que en el fondo no es, quizás, más que un pobre ser muy desdichado.
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publicado por ekeledudu a las 13:14 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
17 de Octubre, 2012    General

CCV

CCV

      Balduino había proyectado, ese día, ir a ver a Gudrun; así que fue por Svartwulk y, de paso, sacó también a Slav para que anduviera un poco por ahí a su capricho, si su amo no se dignaba ir a Kvissensborg, posibilidad más que remota, por otra parte. En eso se acercó Tarian, con evidentes intenciones de decirle algo.

         -Retrocede un poco, Tarian, ya conoces a este animal... Ya estoy contigo-previno el pelirrojo.

         Tarian no necesitó hacerse repetir la sugerencia. Todos en Vindsborg, por supuesto, eran muy cuidadosos en lo referente a Svartwulk, y muy pocos simpatizaban con Terafá, pero sólo a Tarian parecían ambos poco menos que auténticos monstruos de pesadilla. Cualquier cosa que lo hubiese traído hasta allí, debía ser muy importante, porque había olvidado toda precaución al acercarse; si bien ahora, exageradamente, parecía querer alejarse del caballo unas cuantas leguas.

         -A ver, Tarian, dime...-lo instó Balduino, acercándose a él.

           Tarian lo llevó afuera y, acuclillándose, dibujó algo en el suelo húmedo. Acto seguido se hizo un lado para que el pelirrojo pudiera apreciarlo. Aparentemente, el dibujo representaba dos peces, uno debajo del otro y nadando en direcciones opuestas; sin embargo, esto a Balduino decía muy poco, hasta que lo asaltó una sospecha.

          -¿Debo suponer que eso son delfines?-preguntó sonriente, burlón casi; y cuando Tarian asintió, la sonrisa cedió paso a una estruendosa carcajada-. Muy bien alimentados esos delfines tuyos, por cierto.

             Pero al menos el torpe dibujo cobraba ahora sentido: era el símbolo de la amistad entre los marinos, o al menos entre los Kveisunger. Para Balduino, que prácticamente no conocía otros marinos que estos últimos, venía a ser lo mismo.

         Tarian desnudó entonces sus bíceps, llevándose alternativamente la palma de una mano al bíceps del brazo opuesto, exhibiendo los de Balduino, los rozó con la diestra.

          -¿Tú quieres que nos tatuemos los delfines?-preguntó Balduino, asombrado; y lo conmovió ver a Tarian asentir vehementemente-. Bueno, Tarian... Para mí es un honor inmenso y, por supuesto, acepto; sólo que tendrá que ser otro día, porque...

            Se interrumpió. Ese día, por supuesto, él tenía intenciones de ver a Gudrun; pero tiempo atrás, Tarian se había desollado los bíceps frotándolos con un fragmento de piedra pómez para borrarse tatuajes anteriores. Y, según sabía Balduino ahora, para reemplazarlos por otros. Debía haber sido una operación muy dolorosa. Balduino la veía ahora como un sacrificio en nombre de una amistad que el muchacho se disponía a perpetuar en nuevos tatuajes. Por lo tanto, sintió que posponerlo para otro día sólo porque él quería visitar a Gudrun, era un poco como pisotear o desdeñar ese sacrificio.

           -...porque... Bueno, porque, después de todo, para Hendryk también es día libre, ¿no?, y creo que...-balbuceó.

          Bastó esa frase inconclusa para que Tarian corriera a buscar al tatuador. Pareció que Balduino podría visitar a Gudrun como era su deseo porque, francamente, Hendryk no tenía el menor deseo de hacer tatuaje alguno en la piel de Tarian, ni ese día ni nunca: todavía se hallaba ofendido. Efectivamente, le era muy difícil perdonar al muchacho-pez la frialdad con que se había deshecho de sus tatuajes previos; lo veía como un intolerable ultraje a su arte. Balduino siguió con la mirada a Tarian mientras éste perseguía al tatuador por toda la playa, capturando ocasionalmente su mano y tironeando de ella mientras lo miraba suplicante. Iba a intervenir en la escena cuando Hendryk, al parecer, se ablandó. Tarian se inclinó y dibujó en la arena algo que obviamente debía ser el motivo a tatuar. Hendryk meneó la cabeza con obvio disgusto. 

            Por último, Tarian, por señas, logró convencer a Hendryk de que lo siguiera, y lo condujo hasta donde aguardaba Balduino.

        -No tienes que hacerlo hoy, si no quieres, Hendryk-aclaró este último.

         -Ah, ¿tú sabías que este idiota iba a pedirme que le hiciese un tatuaje? No tiene vergüenza, después de borrar sin consideración los que ya tenía-gruñó Hendryk-. Pero en fin, accedo sólo porque se trata de él, que a cualquier otro le partiría la cabeza... Y mejor lo tatúo pronto, antes de que me arrepienta... Si es que consigo entender lo que quiere este niño bonito...

          -Los Delfines, Hendryk. Quiere que nos tatúes los Delfines, en sus bíceps y en los míos.

           El rostro de Hendryk se petrificó de asombro, antes de torcerse en una mueca de incrédula burla.

          -¿Así que esos toneles que dibujaste eran delfines?...-preguntó, volviéndose hacia Tarian-. Bueno, siendo así, intentaré olvidar con qué indiferencia te despojaste de los tatuajes anteriores; porque, la verdad, en nombre de la amistad, son admisibles muchas barbaridades... ¡Pero-advirtió, de nuevo ganado por un breve arrebato de cólera- más vale que éste ni lo toques, o te frío a fuego lento como al pescado que eres!

         Tarian hizo con la mano un gesto que lo mismo podía interpretarse como una forma de desechar los temores de Hendryk, o como una manera de dar a entender a este último que sus amenazas lo tenían sin cuidado. El tatuador, por lo visto, eligió la primera interpretación, y Balduino no quiso ponerla en duda aun cuando, resignado, tuviera que posponer por ello su visita a Gudrun.

         El día estaba nublado y más bien ventoso; por lo que Hendryk eligió, para iniciar su labor, un sitio allí mismo, a la intemperie, donde hubiera luz suficiente para ver lo que hacía, y que además estuviera a resguardo de las molestas y constantes ráfagas que levantaban arena que no pocas veces entraba en los ojos. Se instaló, en suma, al amparo del lado externo de la pared sur de Vindsborg, junto a la entrada de la herrería.

        -A ver, Tarian, ven aquí-gruñó, en cuanto estuvo allí con sus instrumentos-. No es que me quede demasiado pigmento-advirtió-, así que me tendré que arreglar con lo que haya. ¿Preferirías vuestros delfines de color...?-preguntó, vacilante-. Negros-se respondió a sí mismo-. Os los haré negros.

          -Un momento, ¿no tenemos derecho a...?-empezó Balduino.

         -No. No tenéis-replicó Hendryk-. El tatuador soy yo, ¿no? Entonces, yo decido qué tatuaje estoy dispuesto a hacer, y cuál no.

          -Espera, Hendryk, espera... Somos nosotros quienes llevaremos eso en la piel, tenemos derecho a elegir...

         -...si vais a llevarlo o no. Nada más-concluyó Hendryk, con sonrisa maligna-. Vuestros derechos terminan allí. Tengo para ofreceros delfines negros, quizás con alguna pizca de rojo o dorado; lo tomáis, o lo dejáis. ¿Qué iba a tatuaros, delfines verdes?... Urgh.

          -Hendryk, si no nos haces los tatuajes tal como nosotros los queremos, ¿qué tendrá de raro que después, piedra pómez en mano, procedamos a deshacernos de ellos?...

         -¡Ni hablar!...-bramó Hendryk-. Para evitar tamaño sacrilegio es que de entrada expongo qué estoy dispuesto a tatuar y qué no. Si sabiéndolo aceptas tatuarte como exijo y te deshaces después de los tatuajes, ¡me reservo yo el derecho a luego deshacerme de ti!-replicó Hendryk, sonriendo mucho, pero con expresión de monstruo marino pronto a engullirse una barcaza con tripulación y todo.

           -Dime al menos de qué otros colores dispones.

       -Negro, verde, fucsia, violeta, blanco... Además de un poco de esto y otro poco de aquéllo...

         -Cinco colores, Hendryk, cinco, y resulta que no podemos elegir.

          -¡NO!... Mandas sobre mí en muchas cosas, pero no en  mi arte. Y ahora, te dejas de rebuznar y decides de una vez si te dejas tatuar o no. Y me dejas en paz, o te hago picadillo.

           -¿Ah, sí?... ¿Ah, sí?... ¿Conque ésas tenemos?-exclamó Balduino, en tono desafiante y agresivo. Los puños de Hendryk de verdad eran de temer, pero eso a él no le importaba en lo más mínimo en este momento-. ¡Muy bien!... Quieres pelea, y yo te la daré.

          Tarian resopló cansadamente, y fue a sentarse contra la pared. No podía decirse a sí mismo pacifista, porque la lucha formaba parte de la supervivencia, a menudo dependiendo ésta de aquélla; pero los seres de tierra firme, los humanos sobre todo, le resultaban bien raros en ese aspecto, ya que peleaban por cosas realmente insólitas, y a veces hasta por diversión. Y él era la excepción a una regla, ya que prácticamente todo Vindsborg vino a arracimarse en cuanto cundió la noticia de que de nuevo Balduino y Hendryk se confrontaban a golpes. Más tarde, todo el mundo coincidiría en que había sido una de las peleas más espléndidas que habían visto en mucho tiempo, y eso dará una idea de la motivación de ambos contendientes. Sin embargo, cuando por último no restaba el menor resuello a ninguno de los dos, fue obvio que tendrían que avenirse a una reconciliación. Por desgracia, cada uno de ellos persistía en defender su postura con tanta fiereza como al principio, así que acordaron que la decisión de Tarian dirimiera la cuestión. Pero cuando el joven dio a entender que para él estaba bien cualquiera que eligiera Balduino, Hendryk protestó: que Tarian se decidiera por un  color determinado, sin saber cuál escogería Balduino... Tarian no quiso saber nada, y entonces, tras otra larga discusión que pareció preludio de un segundo combate, se convino en elegir un mediador. Nueva discusión: ¿quién sería ese mediador?... Fray Bartolomeo, a quien todos habían olvidado, que había visto bastante y estaba ya harto, se adelantó en el momento en que las trompadas parecían, una vez más, a punto de reanudarse.

          -De esto, de reconciliar, se ocupa la Iglesia-gruñó.

          La idea de que el cura oficiase de mediador no hacía mucha gracia a Balduino ni a Hendryk, quienes se veían venir un interminablesermón previo acerca de la indignidad de la violencia; y sin embargo, no tuvieron más remedio que aceptar, pues era el único cuyo juicio sería sin dudas imparcial.

         No hubo sermón previo. Tal vez Fray Bartolomeo tuviese prisa, aunque, según sevio más tarde, otra razón podía llamarlo a silencio respecto al uso de la violencia. De cualquier modo, fue directo al grano. Se le explicó lo que desconocía de la situación: el origen exacto de la gresca, y entonces refunfuñó:

        -¡Y todo esto por un vulgar tatuaje; por un ornato más propio de paganos que de gentes civilizadas!... En fin... A ver, hereje: ¿de qué color lo querías tú?

         -Negro-replicó el interrogado. 

          -¿Neg...?-preguntó el cura, genuinamente desconcertado. Algo se le escapaba-. ¿Y tú, Hendryk?

          -¡Negro, pues!-repuso el tatuador-. Ya os lo dije.

            Fray Bartolomeo quedó estupefacto.

           -¿Cómo que negro?...-preguntó-. A ver si puedo entender esto, empecemos de nuevo: ¿de qué color lo querías tú, hereje?

          -Eh... Bueno, negro-contestó el pelirrojo, de mala gana.

           -¡Negro!... ¿Y tú, Hendryk?

           -Negro.

           El público de ocasión había empezado a reír en voz baja y ahora cada vez más fuerte, pero Fray Bartolomeo no encontró cómico el asunto.

      -¡PERO VOSOTROS ESTÁIS BURLANDOOS DESCARADAMENTE DE MÍ!-estalló.

         -¡No quiero burlarme, hermano, no quiero burlarme!-replicó Balduino, impaciente-. me encanta el negro, ¿cómo podría ser de otra manera? ¡Si es el color de mi armadura!... Además, tampoco es que haya tanto para elegir. El verde, para un delfín, se ve horrible; el fucsia y el violeta son colores de puto; el blanco, de muertos... Ni pensar en usar cualquiera de ésos. No, negro está bien.

          -Sea negro, entonces-gruñó Fray Bartolomeo, dando media vuelta en un gesto que manifestaba claramente que lo que de verdad era negro de allí, por no decir tétrico, eran sus actuales intenciones. Un día de éstos, lo mato, reflexionó, y tenía que esforzarse mucho para conseguir que no fuera ése el día del anhelado asesinato.

          -Entended, hermano, era una cuestión de principios-se justificó Balduino.

            -O de ganas de buscar cuerda. Y te has dado el gusto: la encontraste, y de sobra. Así que déjame en paz de una buena vez-rezongó el cura, alejándose.

         Balduino empezaba a sentirse un poco tonto, y escudriñó las miradas de los otros, en un intento por descubrir qué pensaban ellos. Halló de todo. Los Kveisunger no parecían interesarse por la tontería o inteligencia de Balduino en todo el asunto: estaban satisfechos de haber presenciado tan magnífica pelea, y si el pelirrojo la había provocado adrede e innecesariamente, tanto mejor: se podrían decir muchas cosas de él, pero no que careciera de agallas, y lo había demostrado una vez más. Ursula debía pensar más o menos del mismo modo, y los Björnson estaban de guardia, pero sin duda hubieran compartido ese sentir. Snarki parecía francamente aturdido, y era obvio que, para él, los pretendidos principios de Balduino no tenían pies ni cabeza; y aunque Thorvald se mostraba enigmático, debía compartir el pensamiento de Karl. Este, mirando a Balduino con cierta aflicción, parecía preguntar: ¿Era de verdad necesario todo esto, señor Cabellos de Fuego?...

          Pero quien de verdad lo hizo sentirse sumamente estúpido fue Tarian. Este ofrecía ahora su bíceps derecho a Hendryk (quien, dicho sea de paso, ni se había lavado el rostro antes de poner manos a la obra, como si nada anormal hubiese ocurrido) para que éste empezara a tatuar, y clavaba en el pelirrojo tal mirada irónica, que hasta una estatua se habría sentido imbécil, de ser observada así.

            -Una cosa es que yo elija algo, y otra muy distinta, que me la impongan-siguió alegando en su defensa, cada vez más incómodo.

        -Si tú lo dices...-replicó hendryk, creyendo que le hablaba a él-. Pero suerte que elegiste lo correcto, porque de otro color no iba a hacerte nada. Y ahora, cierra el pico, que preciso concentrarme.

        Balduino iba a replicar algo, pero lo detuvo la mirada de Tarian, más irónica que nunca. ¿Te pondrás a pelear de nuevo, pedazo de idiota?, parecía preguntar, con alarmante franqueza. Y como Balduino, después de todo, no estaba tan seguro de no haber sido un poco tonto, consideró que no era imprescindible, ni mucho menos, seguir haciendo gala de su tontería, y se calló.

          Unos diez minutos llevarían así, solos los tres -pues los demás se habían dispersado concluida la mediación de Fray Bartolomeo-, cuando, de repente, apareció Hijo Mío a la carrera:

         -¡SEÑOR, MI SEÑOR BALDUINO!... ¡VENID PRONTO, NO CREERÍAIS SI OS LO DIJERA!...

       Hendryk interrumpió su labor, y se volvió hacia él hecho una furia:

        -¡SILENCIO, MIERDA, SILENCIO!-bramó-. ¿CÓMO DEMONIOS SE PRETENDE QUE HAGA BIEN MI TRABAJO, SI NO PARÁIS DE FASTIDIAR?... ¡¡¡SILENCIO!!!... ¡NO ES PEDIR DEMASIADO, ME PARECE!...

          Todo indicaba que hasta un Jarlwurm en día de mal humor era menos peligroso que un artiste temperamental que no conseguía trabajar en paz. Emmanuel no se atrevió ya a decir esta boca es mía. De hecho, apenas si se atrevió a moverse para mirar a Balduino y pedirle, por señas, que lo siguiera, cosa que el pelirrojo hizo enseguida, en vista de que tenía una larga espera antes de que le llegara su turno de tatuarse.

        Por el camino pasaron junto a Arn, quien se había acurrucado en posición fetal contra la pared de Vindsborg, y era la viva imagen de la hosquedad.

         -¿Todo bien, Fúlnir?-preguntó Balduino al paso, un tanto distraídamente.

          Con cara  de muy pocos amigos, por no decir ninguno, Arn alzó la cabeza, sorprendiendo a Balduino, quien por primera vez advirtió que el depuesto Conde tenía ahora, no ya uno, sino ambos ojos morados. Le costó reprimir la risa: cualesquiera santas virtudes que tuviera Fray Bartolomeo, por lo visto la paciencia no figuraba entre ellas.

          No sé de que me divierto tanto-reflexionó-. Si Fray Bartolomeo lo hubiese puesto en cintura, tener aquí a Arn sería más llevadero... Pero dudo de que haya tenido más éxito que yo. Mira esa cara larga que pone el muy bobo.

         -¡Allí, señor!-exclamó bruscamente Emmanuel.

         Balduino miró en la dirección indicada por el egipcio, y lo que vio, asombroso e increíble, lo tomó por descuido, de modo que pegó un respingo y abrió tamaños ojos. Porque desafiando toda lógica, el impredecible y fiero Svartwulk, que jamás permitía que se le acercara nadie, excepto su amo, estaba pegado a Ljottur, cuya crueldad hacia los animales conocía  tan sobradamente el pelirrojo. Ljottur se abrazaba al cuello del caballo casi con desesperación, como si el animal fuera una mascota muy querida y estuviera a punto de perderla, mientras Svartwulk le babeaba el hombro, casi tan emocionado como solía hallarse frente al propio Balduino. 

       Este miraba una vez, volvía a mirar, y seguía sin poder creerlo.

         -Esto es cosa de brujería-musitó débilmente.
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09 de Octubre, 2012    General

CCIV

CCIV

      Al día siguiente, domingo, Fray Bartolomeo acudió como siempre a dar misa en Vindsborg, y con él vino Hansi, por supuesto. Su primera preocupación ni bien llegó fue confesar a quien deseara hacerlo, pese a que rara vez los feligreses de Vindsborg, y los Kveisunger menos que nadie, se creían en la obligación de descargar sus conciencias. La excepción habitual era Snarki, así que el cura se volvió hacia él en primer término.

          -Ven, hijo mío-le sugirió.

         Algunas miradas se dirigieron burlonas hacia Emmanuel, pero ya Snarki seguía a Fray Bartolomeo hacia la cocina, que era donde tenían lugar las confesiones, muy a pesar de Varg, quien se veía obligado a tolerar esta intrusión. Todos sabían que aquélla sería la confesión más prolongada, por lo que hubo cierta irónica sabiduría en el comentario que esta vez hizo Hendryk al respecto:

          -Este bribón de Snarki debe ser un degenerado que fantasea con violarnos a todos, o cosa por el estilo. De lo contrario no se entiende que tenga tanto para confesarle al cura, ¡si es incapaz de matar siquiera una mosca!

         -En efecto, en efecto...-fue la aprobación general.

          Pero Balduino añadió:

         -Pues precisamente ése es el asunto, los más buenos son quienes más tienden a mortificarse por culpas reales o imaginarias.

         -No sé, ¡yo no!...-aclaró Andrusier, con la expresión intrigada de quien se enfrenta al más complejo de todos los enigmas.

           -Bueno... Para todo hay excepciones, supongo...-respondió Balduino. Sus Kveisunger se tenían por poco menos que un dechado de virtudes, y él ya lo tenía asumido. Sólo Ulvgang, y ocasionalmente Gröhelle, se admitían abiertamente a sí mismos y al grupo como criminales.

          Arn quedó pensando en que el tal Snarki del que hablaban era el mismo que lo había amenazado con acuchillarlo luego de que él hiciera cierto comentario sobre ese cerdo que estaban criando en Vindsborg. Si ése era el incapaz de matar siquiera una mosca, ¡cómo serían los malos de verdad!... Bueno, que me maten, si es su deseo. Al menos así acabarán mis sufrimientos, pensó.

         Acabó al fin la confesión de Snarki. Este se unió a los demás, y fray Bartolomeo se encaminó directo a la mesita que hacía las veces de altar. Iba a dar comienzo a la misa, cuando Hansi tiró de su manga. El cura se volvió hacia él.

         -¿Qué pasa?-preguntó.

       -¿Y las demás confesiones, hermano?...preguntó el chico.

         -¡Bah!... Si alguien quisiera confesarse, ya lo habría pedido.

          -Pero es que...

         -¿Alguien se quiere confesar?-preguntó Fray Bartolomeo, en voz bien alta, para que lo oyeran todos y su monaguillo quedara conforme. Y ante el silencio subsiguiente, gruñó por lo bajo:-. Cómo me haces perder tiempo, mocoso, ¡cómo me haces perder tiempo!

         Se dispuso una vez más a iniciar la misa, cuando Hansi volvió a tironear de su manga. Fray Bartolomeo, con expresión sufrida, giró hacia él una vez más y, con voz lánguida, preguntó:

         -Y ahora, ¿qué, eh?...

          Con un gesto de su índice, Hansi le indicó que se acercara para poder decirle algo al oído. El cura, habituado a esos secretismos de su acólito, por primera vez notó lo poco que tenía que agacharse ahora para oírlo, y se asombró. ¡Cómo crece este sabandija!, pensó. El pensamiento lo distrajo, y tuvo que pedir a Hansi que repitiese lo que acababa de decirle en susurros:

           -Creo que deberíais insistir, pues hay al menos alguien más que precisaría aliviar su conciencia-recapituló Hansi.

          -¿Eh?... ¿Y cómo lo sabes, y a quién te refieres?-preguntó Fray Bartolomeo, estupefacto-. ¿Qué dices?... ¡No te oigo!

          Hansi se impacientó: hoy, Fray Bartolomeo parecía más sordo que Gilbert.

            -¡A quien sea que haya puesto ese ojo negro al señor Arn!-repitió, elevando notoriamente el volumen del susurro.

        Los demás pudieron no haber entendido la frase completa, pero el volumen demasiado alto les permitió al menos oír de quién se susurraba. Fray Bartolomeo castigó con un buen coscorrón la indiscreción de su monaguillo, y éste no volvió ya a insistir: ¿qué sentido tenía señalar una violencia ajena a un cura tan proclive a ella?

          Sin embargo, Hansi dedujo que al parecer Fray Bartolomeo había quedado preocupado por el asunto, puesto que celebró la misa un tanto caóticamente, equivocándose a cada rato. Omitió corregirlo: no quería ser premiado con un nuevo coscorrón. La mayor parte de la misa era siempre en latín, y los feligreses no entendían ni jota de todos modos. Si Hansi, quien tampoco entendía más que unas pocas palabras traducidas alguna vez por el cura, sabía sin embargo en qué orden venía cada frase, era por haberlas oído hasta el hartazgo durante continuas misas; así que, ¿qué importaba?

        Concluida la misa, cuando todos se retiraban cada uno a lo suyo (es decir, a aprovechar el día de descanso como mejor les placiera), Fray Bartolomeo interceptó a Balduino:

          -Hereje, ¿quién golpeó a... en fin, ya sabes a quién?

            -Yo-respondió Balduino, con una sonrisa rebosante de orgullo malévolo y satisfecho.

           -Ya me lo temía, y veo que cometí un gran error insistiendo en que te lo llevaras contigo...-comenzó el cura.

          -Error que aún estáis a tiempo de reparar-señaló Balduino sin muchas esperanzas.

        -...pero me siento ahora en la obligación de ayudarte. Por experiencia propia sé que ese sujeto puede ser muy pesado; de modo que hablaré con él y trataré de meterle ciertas cosas en la cabeza, ¿de acuerdo?

         -Ya que por lo visto haréis la vista gorda a mi indirecta...-murmuró Balduino, resignado.

          Así que Fray Bartolomeo buscó a Arn, y ambos se retiraron afuera, a un sitio apartado de los demás. Recordó entonces el cura que no había preguntado a Balduino qué nombre falso usaba Arn. Tal vez fuera mejor así: si iba a tener una charla franca con él, ningún sentido tenía llamarlo por un nombre ficticio.

           -Hijo mío-comenzó-, sé que estás atravesando un momento de grandes tribulaciones...

           -¿Sabéis? ¿Qué sabéis, hermano?-preguntó agresiva y amargamente Arn-. No sabéis nada.

       -En ese caso-dijo pacientemente Fray Bartolomeo-, tal vez quieras decírmelo, así yo te ayudaría a...

          -No podéis ayudarme-interrumpió Arn-. ¿Qué vais a hacer, decir a esta caterva de zafios que me guarden el debido respeto?

          -Es muy bueno que te traten como a uno más de ellos, así no llamará la atención si...

           -¡Me han puesto apodos!

          -No es nada personal. Ellos...

         -¿Que no es nada personal? ¿Y no podían, entonces, llamarme al menos de una forma un poco más acorde con mi majestad?

         Fray Bartolomeo prefirió no señalar que la majestad de Arn no superaba por lo visto la de un gusano, y estaba buscando una respuesta apropiada, cuando el quejumbroso añadió:

         -¡Podían, por ejemplo, haberme apodado Adler!

         Este hombre ya me tiene harto. Parece un niño acusando ante sus mayores a otros niños que lo tuvieran a maltraer, pensó el cura, agobiado.

          -Ya existe aquí alguien apodado así...-suspiró cansadamente.

         -¿Y os parece lógico que cualquier palurdo lleve un mote más glorioso que yo, que soy noble?

         -¡Si a Adler lo han apodado así, águila, por ese naso que tiene y que lo asemeja a dicha ave! ¿Dónde veis la gloria en ello?

           -¡Y además hay otras palabras para designar al águila! ¡Podían, por ejemplo, haberme apodado Ar!

          -Como suena tan diferente de Arn...-ironizó Fray Bartolomeo.

             -Lo que más me duele es la traición de Balduino y Anders, en quienes confiaba-prosiguió Arn, estallando en lágrimas.

        -¡Traición!...¡No digáis zonceras! ¡El hereje...!

          -Han olvidado toda promesa de lealtad, toda bella frase pronunciada ante mi trono... Proceden conmigo como si fuera uno de sus siervos, a mí, que era su señor y que tanto los ayudé...

         -Msé... Incluyendo cierta paliza que el hereje recibió por cuenta vuestra en Kvissensborg, si no os molesta recordarlo.

        -¡No me estáis escuchando, hermano!--exclamó Arn, con redoblado llanto.

          -¡Vos sois quien debe escucharme a mí y no lo hace!... Oíd...

            -¡Hoy, al despertar, me quité un piojo de mi cabellera! ¡Un piojo!... ¿Podéis creerlo?

        Lo que no puedo creer, es que existan cretinos como éste, así de maricas-reflexionó Fray Bartolomeo, superado por los lloriqueos de Arn y completamente harto de ellos-. Decididamente, el hereje, al morir, irá a pararf de cabeza al Cielo. Una hora de escuchar toda esta sarta de lamentaciones, como castigo, es mucho peor que una eternidad en el Infierno, y luego de sufrirlas, no le quedarán ya pecados que expiar.

       -¿Un piojo?... ¿Sólo uno?-bromeó-. ¡Felicitaciones, pues! Daos por conforme si tenéis apenas un piojo, que aquí sólo los calvos están a salvo de ellos, y los demás...

          ¡Y encima he de soportar vuestras burlas!-sollozó Arn-. ¿Qué clase de vida es ésta?... ¡Ojalá Erik hubiera logrado matarme!

         Fray Bartolomeo resopló furioso.
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06 de Septiembre, 2012    General

CCIII

CCIII

      Al pie de la escalinata, la mirada atenta de Ursula distinguió la figura que emergía del mar y se acercaba a Vindsborg, tras franquear las dos empalizadas. Aguardó a tenerla próxima antes de indicarle el primer escalón, donde descansaba un bulto.

       -Ahí tienes tus ropas y una toalla, Tarian-le dijo, antes de palmearle la espalda como para demolérsela-. ¿Todo bien, campeón?

        Tarian asintió a la luz de la antorcha sostenida por Ursula. La inmersión había tenido sobre él un efecto tranquilizador, como siempre, de modo que no se acordaba de la práctica de la mañana y de sus promenores más que como un incidente molesto que haría bien en evitar que se repitiera.

       Tomó la toalla y sus ropas y subió hasta el patio de Vindsborg. Había ya terminado de secarse y estaba poniéndose los calzones, cuando bruscamente se abrió la puerta, sobresaltándolo. Del interior salieron dos figuras, una de ellas arrastrando brutalmente a la otra, que protestaba a voz en cuello contra ese maltrato:

         -¡SUÉLTAME! ¡ES UNA ORDEN! ¡DÉJAME EN PAZ, TE DIGO!

       Era la voz de Arn. Tarian se alarmó, y sus puntiagudas orejas, como siempre que se enojaba o se ponía nervioso, empezaron a moverse como en enérgico aleteo. Intentó identificar al que arrastraba a Arn; pero estaba muy oscuro, y si disponía de sentidos vedados a la gente de tierra firme, éstos posiblemente le eran de escasa utilidad fuera del agua. No entendiendo qué diablos ocurría, pero advirtiendo algún tipo de gresca, pensó en enemigos externos. Por varias razones, era una suposición absurda; sin embargo, él no era un guerrero, no deseaba serlo y no pensaba como tal. Pero de cualquier manera, no se sentía ajeno a eventuales ataques a Vindsborg; de modo que si había que pelear, pelearía. Y con esa intención, se arrojó sobre la figura que arrastraba a Arn... O sea, sobre Balduino, a quien no reconoció en ese momento. Pero Balduino sí que lo reconoció a él (su olor a mar era inconfundible) y sintió deseos de retorcerle el pescuezo.

        -¡TARIAN! ¿QUÉ RAYOS HACES? ¡DEJA DE JUGAR!

       No tuvo que repetir la orden. Cohibido por su metida de pata, Tarian se hizo a un lado en el momento en que Arn, aprovechando su intervención, intentaba ponerse de pie. Balduino trustró la huida del infortunado ex Conde y, sin el menor miramiento, volvió a arrastrarlo, escaleras abajo esta vez. Por supuesto, durante el trayecto Arn se llenó de magullones; por lo que no paró de quejarse y gemir plañideramente. Y tras ambos fueron Anders y Hendryk, so pretexto de tomar sus respectivas guardias, y deseosos en realidad de no perderse el menor detalle. Otros espectadores usaron el patio o alguno de los escalones superiores a modo de palco mientras Ursula, abajo, alzaba la antorcha, intentando entender qué diablos ocurría. Ahora los seis perros de Hundi se habían sumado a Balduino y su séquito de ocasión, ladrando con mucho entusiasmo, algunos precediendo, otros flanqueando y otros cerrando la formación, cual bulliciosa pero leal escolta.

        Tarian, mientras tanto, decidió que el incidente no era más que una nueva prueba de la locura humana. Recogió sus cosas y entró en Vindsborg para terminar de vestirse. Lo asombró constatar que aún quedaba alguien allí: Ljottur, quien seguía comiendo como si nada hubiera ocurrido, pero que alzó la mirada al entrar el muchacho-pez. Las miradas de ambos se cruzaron, idénticas en su mutua curiosidad; pero Ljottur fue el primero en desviarla, con un aire de inmensa aflicción que desconcertó a Tarian y le inspiró infinita piedad, sobre todo al verlo hacer a un lado la cena inacabada y acostarse rápido en el suelo. Tarian entendía esa prisa, por haberla experimentado en carne propia alguna vez: la prisa de quien desea olvidar hasta su propia existencia; la de quien anhela dormirse y ya nunca despertar.

        No era Ljottur la única persona tendida en el suelo en ese momento: afuera, también Arn yacía, aunque, en su caso, sobre la mucho más muelle arena de la playa, adonde lo había tumbado un puñetazo de Balduino que acababa de ponerle negro un ojo. El pelirrojo estaba furioso y esperaba que Arn se incorporara para seguir apaleándolo a gusto. Mientras tanto, notó que los rodeaba un nutrido grupo.

          -¿¡QUÉ MIERDA MIRÁIS!?-rugió al corro de espectadores-. ¡NADA TENÉIS QUE HACER AQUÍ! ¡DESAPARECED!

         -Yo sí tengo que hacer, mi puesto de guardia es aquí-replicó satisfecho Hendryk, tendiendo hacia Ursula su diestra en tácito reclamo de la antorcha.

        -Y yo debo reportarte las novedades-pretextó Ursula.

       -¿¡Y QUÉ NOVEDADES HAY!?...-vociferó Balduino.

          -Ninguna novedad, esto es lo que iba a decir-replicó Ursula, achicada, cediendo muy a desgano antorcha, puesto de guardia y privilegiado punto de observación; y se retiró malhumorada y gruñendo, lo mismo que Anders, este último en dirección al torreón. Pero al menos Ursula podría seguir mirando desde la distancia, cosa que hizo tomando adecuada posición en uno de los peldaños superiores.

       Arn estaba decididamente insoportable, y Balduino sospechaba que lidiar con él sería extenuante si no le dejaba pronto algunas cosas en claro; por lo que quería molerlo a golpes para aleccionarlo un poco y, de paso, desahogarse. Pues si de algo no se le podía acusar, era de no ser comprensivo y solidario con las desgracias del prójimo. Lo había sido con Snarki en su momento, al notarlo temeroso, inseguro y, para colmo, acusado de un crimen ajeno; lo había sido igualmente, cómo no, con Tarian, viéndolo convertido en un lastimoso desecho humano en las mazmorras de Kvissensborg; lo había sido también con la vieja Herminia, amargada por el abandono, años ha, de su esposo, y por la muerte de su único hijo, hechos que la habían forzado a cerrarse en sí misma, temerosa de sufrir otra vez si volvía a querer a alguien; lo había sido con Hrumwald, avergonzado éste de su fealdad y enamorado de una mujer en apariencia fuera de su alcance; incluso con Ljottur, pese a su siniestra costumbre de ensartar pequeños animales en ramitas convertidas en minúsculas estacas, por haberlo visto maltratado por alguien más fuerte. Con todos ellos, y muchos más, sí, sí, sí... ¡Pero Arn!... ¡Un hombre apuesto y saludable, separado quizás de su familia, pero con la certeza de que ésta se hallaba tan a salvo como él mismo y quizás más!... Y sin embargo, allí estaba él, arrastrándose por los suelos, patético, imagen misma del fracaso; él, que por su misma condición de Caballero hubiese debido soportar más digna y virilmente la adversidad, de la que, por otra parte, tenía buena parte de culpa. ¿Había sido, después de todo, un Conde que se hiciera querer por sus súbditos? ¡Qué va!... A lo sumo, no se había hecho odiar demasiado, pero tampoco amar, precisamente. ¿Y no le habían prevenido Anders y él, Balduino, de que esto amenazaba ocurrirle? Y no había hecho el menor caso a tales advertencias, pese a lo cual, la suerte seguía acompañándolo... Porque otro, en lugar de Balduino, habría recordado la paliza recibida en Kvissensborg y aprovechado para vengarse del culpable indirecto; o incluso, sólo por congraciarse con el nuevo Conde, habría entregado a éste, atado de pies y manos, a su depuesto y fugitivo predecesor, el cual, por haber dejado de ser poderoso, ya no era útil. Y otros menos honorables en sus malandanzas que Ulvgang y sus Kveisunger, olvidando la obediencia debida a balduino, se habrían desquitado en Arn de la traición sufrida a manos de éste. Sí, Arn era un tipo con suerte, qué duda cabía...

         Y Balduino ya estaba harto. No lo soportaba, y ahora, volviendo a reflexionar sobre ello, lo aferró de nuevo por la ropa y lo arrastró una vez más, escaleras arriba en esta ocasión, y siempre escoltado por la bulliciosa jauría de Hundi. Ante esto, todos los espectadores corrieron al interior de Vindsborg a ver cómo proseguía la función. No mucho después, con los perros precediéndolo, llegaba Balduino, siempre con su carga humana a la rastra, la cual soltó apenas hubo traspasado con ella la puerta. Arn cayó pesadamente al suelo y no dio muestras de querer moverse de allí. Iba Balduino a reiterarle la orden cuyo incumplimiento había desatado el incidente, cuando vio que los seis perros se habían precipitado sobre la comida desparramada y lamían el sitio adonde había caído, con tal ahínco, que se hubiese dicho que pretendían pulimentar el piso.

        ¡Hasta esa suerte tiene!, pensó Balduino, furioso e indignado. Si yo tuviera problemas serios y me tocara limpiar el piso, estos quiltros pulguientos no sólo no me serían de ayuda, sino que, además, lo empeorarían llenándolo de cagadas. Habladme después de justicia divina. En ese momento llegó Emmanuel, relevado por Anders de la guardia en el torreón. Impaciente por hacerse valer, recogió los pedazos del tazón, sin que nadie le ordenase hacerlo. Balduino, por no destriparlo, le agradeció entre gruñidos, y luego paseó la mirada entre los presentes, cruzándose con la de Ulvgang, más reflexiva que otra cosa. Ahora sabía Ulvgang por qué Arn le repelía tanto: era una babosa humana y un marica quejumbroso.

        Balduino advirtió, en las miradas de los demás, que la opinión de Ulvgang estaba generalizándose, e hizo un esfuerzo más por proteger a Arn de él mismo:

       -Mañana será otro día, ¡a dormir todos!
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17 de Agosto, 2012    General

CCII

CCII

      Al regresar Balduino a Vindsborg trayendo a Ljottur, se encontró con que a Arn, para mortificación de éste, se lo había apodado Drumb, "Idiota", y también Fúlnir, "Protestón". Maldijo su propia suerte. No le cupieron dudas respecto a los inmensos e involuntarios méritos con que Arn se había ganado tales apodos, que soportaba mal; pero estaba seguro de que traerían problemas. Así que se llevó aparte a Anders, y le ordenó:

       -Encárgate de que lo llamen por su nombre. No el verdadero, por supuesto... El otro.

         -Balduino, ¿estás loco? ¿Qué quieres que diga a nuestros hombres?... ¡Nos pondremos en ridículo, y pondremos en ridículo a Arn...!

           -¡¡¡Que no lo llames por ese nombre!!!...

        -¡...Lo pondremos en ridículo también a él, si les decimos: No seáis tan malos, llamadlo por su nombre, como si de un chico lloroso se tratara, más allá de que lo parezca! Si quieres pasar vergüenza, y hacérsela pasar a Arn, encárgate tú de decirles tal cosa.

          -Bueno, al menos procura no usar tú esos sobrenombres para dirigirte a...a...-Balduino rebuscó inútilmente en su cerebro y por fin, vencido, concluyó, de pésima gana:-... a Arn.

             Su inseguridad al terminar la frase hizo muy obvio cierto detalle, y Anders, advirtiéndolo enseguida, prorrumpió en carcajadas burlonas.

             -¡OLVIDASTE EL NOMBRE!-exclamó, regocijado-. ¡ERES EL PRIMERO EN OLVIDAR EL NOMBRE QUE A TI MISMO SE TE OCURRIÓ Y QUE NOS REGAÑAS POR NO USAR!

           -Anders, condenación... ¡Baja la voz!-gruñó Balduino-. Y además, no olvidé nada.

         -¿Ah, no?... ¿A ver?...

          -No lo diré, ¡no tengo por qué probarte nada!

          -¿No me digas?...

           El rostro de Anders era una máscara paródica de expectante solemnidad mientras aguardaba desafiante, intentando reprimir nuevas y más estruendosas carcajadas. Viéndolo, Balduino -quien, por supuesto, ni por asomo recordaba el nombre falso bajo el que pretendía ocultar a Arn- no podía concentrarse. Estaba a punto de admitir su derrota, cuando Anders, finalmente, no logró contenerse más, soltó la carcajada y, con ella, un aluvión de saliva que vino a bañar el semblante del pelirrojo.

          -Puerco-gruñó Balduino-. Bueno, bueno, ¡de acuerdo! Puede que lo haya olvidado...

            -¡Oh! Puede, ¿eh?-recalcó Anders, mordaz.

           -...pero es que tengo demasiadas otras cosas en qué pensar. Para eso te tengo a ti. Recuérdame de una buena vez el nombre, y a otra cosa.

             -¿Y cómo quieres que te lo recuerde?, ¡si yo mismo lo he olvidado!-exclamó Anders, llorando de la risa-. Para mí es Arn, y también para los demás, excepto ahora sólo para Ursula, y eso suponiendo que no esté tomándonos alevosamente el pelo; Hijo Mío tardó en entender, pero, milagrosamente, lo consiguió. No obstante, en tu lugar dejaría todo como está. Al menos todos sabemos quién es Drumb y Fúlnir... Y seamos sinceros, Balduino, ¡Arn no colabora en lo más mínimo para que  se lo moteje más benévolamente! ¿Querrás creer que echó a Tarian cuando éste se le acercó con intenciones amistosas? Rayos, si es para matarse, que Dios le da pan a quien no tiene dientes: ¡ojalá cuando vinimos aquí nos hubiera dado la bienvenida alguien así de simpático y amigable como Tarian, en vez de sujetos temibles como Honney y Andrusier!

          -¿De qué te quejas tanto?, si Honney y Andrusier no nos hubieran hecho daño, aunque más no fuera por orden de Ulvgang y porque tres de sus compañeros, entre ellos el propio Tarian, seguían de rehenes en Kvissensborg...

            -Pero tuvimos que meditarlo bien antes de llegar a esa conclusión, ¡y si vamos al caso, tampoco a... a Drumb, pensaba hacer daño Tarian!

             -Tienes razón. Mañana por la mañana hablaré con... Eh... Bueno, mañana a la mañana... hablaré con, en fin, con  el nuevo integrante de nuestra dotación.

           -¿Sí?... ¿Con Ljottur?-preguntó Anders, todavía jocoso.

             -Con Fúlnir-concluyó Balduino, vencido.

         Esa noche, cuando Varg sirvió el indigesto mejunje de turno, todos hacían cola para retirar su respectiva ración, excepto Arn y Ljottur. Ultimo en la fila estaba el apático y desagradable Adam. Advirtiendo a aquellos dos rezagados que permanecían sentados en el suelo con la cabeza agacha, uno aquí y otro allí, gruñó:

            -Eh, Drumb, tienes que venir por tu cena, y tú también...-y se interrumpió, porque Ljottur ya no necesitaba que se le dijese nada: acababa de incorporarse sin necesidad de que Adam completara la frase, y se había colocado último en la cola-. ¿Oyes, Drumb?-Adam sonrió venenosamente, deleitado tal vez por la perspectiva de mortificar a un ex conde y no a un fulano cualquiera-. Drumb, mira que...

            -¡Aah!...-exclamó Ljottur, con aire molesto, tirando de la manga de Adam, quien se quedó mirándolo con cara bobalicona, sin entender qué le ocurría.

         La misma situación se repitió dos o tres veces: Adam le hablaba a Arn, pero era Ljottur quien se daba por aludido, asumiendo al parecer que el único Drumb, el único idiota a quien podían referirse, era él mismo. Adam acabó hartándose.

           -Bueno, alteza, muérete de hambre, si es tu gusto-masculló-. Tampoco es que vayas a perderte de algo formidable; quién sabe, quizás la saques más barata pasando hambre que comiendo la porquería que están sirviendo.

            En ese momento apareció Balduino con su propio tazón humeante. Al ver a Ljottur en la cola, se le acercó:

          -Varg, nuestro cocinero, te dará un tazón que deberás conservar y limpiar tú mismo-le indicó amablemente; y añadió, volviéndose hacia Arn-. Supongo que tú ya tienes el tuyo...-vaciló un momento, pero concluyó:-... Fúlnir.

            -No tiene, señor Cabellos de Fuego, no quiso almorzar-aclaró Lambert, con uno de sus típicos y convulsivos guiños de ojo.

            -¡Que no almorzaste!... ¡Pero tienes que alimentarte, hombre!-dijo Balduino con simpatía, sentándose junto a Arn y dándole unas amistosas palmaditas en la espalda.

          Arn se volvió hacia el pelirrojo con aire de amargura y enfado. Balduino habría querido hartarlo a cachetazos, pero intentó ser paciente:

            -Aquí tienes que ir tú mismo por tu comida-aclaró con gentileza.

          Con gesto de graciosa condescendencia, como obligado a permitirse un gesto magnánimo para con la plebe -siendo así que el insistente crujir de su estómago delataba otros posibles motivos mucho más válidos-, Arn se puso de pie y se colocó detrás de Ljottur. ¿Estará este imbécil intentando incrementar y teatralizar su desdicha para hacerla ostensible?, se preguntó Balduino, irritado.

           La cola avanzaba rápidamente. Llegado su turno, Ljottur se halló ante Varg, quien le proporcionó un tazón y se lo llenó con una sustancia negruzca de temible aspecto. Luego fue el turno de Arn. Con aire hosco e indiferente, Varg le dio también a él un tazón.

          En ese momento llegaron a oídos de ambos los gritos del sordo Gilbert:

         -A ver cómo le sienta al marica de Arn esta cosa que hizo el viejo Varg...

           -Ssssshhhht... Cállate, imbécil-respondieron varios en susurros, los de Karl los más desesperados.

          Fue como si Varg no hubiese oído a Gilbert. En cuanto a comensales, él tenía una deplorable opinión de prácticamente todos los hombres de Vindsborg. Le parecían quejumbrosos como viejas beatas todos ellos, y no esperaba que Arn fuese una excepción, ni tampoco que resultase peor que los demás. Pero Arn, oyéndose llamar marica, se puso lívido y apretó los dientes.

           Cuando ocupó su sitio junto a Balduino, éste tenía aún algún resto en su propio tazón. Anders había terminado y eructaba ruidosamente, acariciándose el vientre con una expresión de sublime felicidad que sólo podían comprender quienes supieran lo que era ajustarse el cinturón en épocas de vacas flacas.

           -Me toca en el torreón, ¿no Karl?-preguntó, desperezándose satisfecho y sonriente.

           -Sí, señor Anders-contestó el interrogado-. Relevaréis a Emmanuel. Y tú, Hendryk-añadió, volviéndose hacia el mentado-, reemplaza a Ursula al pie de la escalinata.

        -Tú siempre el mismo lameculos, ¿eh, viejo puto?-espetó Hendryk, por buscar cuerda-. A Anders o al señor Cabellos de Fuego les hablas como a príncipes, y en cambio al resto de nosot...

           Un súbito, violento ruido a roto dejó sin concluir el discurso de Hendryk. Todas las miradas convergieron hacia Arn, quien había arrojado al suelo adrede su tazón de comida. Que el menú no le resultara apetitoso, se entendía; pero su aire de sufrimiento al límite, digno de quien se dispusiera a afrontar los más espantosos suplicios infernales, resultaba ya grotesco. Esta vez no sólo Balduino, sino todos los presentes, se preguntaron si expresaba emociones sinceras o exageraba para llamar la atención. Una cosa, sin embargo, era indudable: al pelirrojo no le importaba. A duras penas reprimía su creciente cólera:

          -Si quieres, puedes cenar directamente del sulo-dijo con voz helada-, cosa que por otra parte harás como repitas esta escena que ni de Hansi o de Thommy habría tolerado, y que mucho menos aceptaré de ti. De cualquier forma, lo que no vayas a comer, lo limpias.

         -Límpialo tú-gruñó Arn, con brusquedad.

          -Ajá... A ver... Que lo limpie yo... Que lo limpie yo...-masculló Balduino, viendo todo tan rojo como sus propios cabellos, o peor aún.


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31 de Julio, 2012    General

CCI

CCI

      Esa misma noche, Balduino llevó a Arn a Vindsborg y lo presentó bajo un nombre falso que luego, por las razones que se verán enseguida, nadie logró recordar jamás. No pretendía engañar a sus hombres respecto a la verdadera identidad del inesperado nuevo miembro de la dotación de Vindsborg; y tampoco se interpretó que pretendiera hacerlo, porque, salvo Ursula, casi todos dieron muestras de comprender de sobra quién era aquel rubio insulso que venía a sumarse a la dotación de Vindsborg, y que el Señor Cabellos de Fuego simplemente les estaba notificando bajo qué nombre falso lo mantendrían escondido. No gustaron a Arn las miradas que le dedicaron los Kveisunger, las cuales le hicieron sentirse cual pichón acechado por gatos malvados y famélicos; y como al día siguiente Balduino regresó a Helmberg a buscar a Ljottur, estuvo unas cuantas horas ausente, para desolación de Arn, quien temía que durante esa ausencia aquellos energúmenos se abalanzaran sobre él. Debidamente armado, sus temores no habrían sido serios; pero se le había hecho dejar su espada en la iglesia de Fray Bartolomeo para que no llamara la atención, y llevaba apenas un cuchillo al cinto.

         No obstante, Balduino le había recomendado que intentara mezclarse con los demás, y pensó que Snarki y Lambert eran buenas opciones para comenzar. Por lo que, luego del desayuno, mientras todos bajaban las escaleras en dirección a la playa en inicio de la jornada laboral, estuvo buscando desesperadamente un tema para trabar conversación con ellos, y lo encontró al ver a Terafá vagando por ahí.

          -Ese cerdo ya está listo para ser faenado-comentó.

          Snarki y Lambert se miraron, imaginando la reacción de Balduino ante semejante frase tan desafortunada; y respondió el primero:

            -Más cerca del cuchillo estás tú que él...

          Con lo que pretendía advertir que, como osara poner tan sólo un dedo sobre el cerdo, Balduino tomaría sangrienta venganza; pero Arn, malinterpretando el chascarrillo -que en realidad lo era sólo a medias, por supuesto-, lo tomó como amenaza seria. El equívoco era comprensible, porque Snarki, quien por otra parte habló como plenamente convencido de lo que decía, ya no era el bordo con cara de bebé de otros tiempos y, ya que no malvado, al menos ahora se veía duro; pero tan mal comienzo bastó para que, al menos de momento, las ganas de sociabilizar de Arn se disiparan como por arte de magia.

          Dado que ese día se dedicó a la práctica de maniobras coordinadas, hubo que explicarle a Arn en qué consistían; de lo que, por orden previa de Balduino, se encargó Adler llevándolo aparte a tal fin. Cuando se sumó a los otros en los ejercicios, no se desempeñó tal mal como podía haberse esperado. Era evidente que tenía la mente en otra parte, pero al menos sobrellevaba bien las exigencias físicas requeridas. Para su desgracia, sin embargo, de nuevo estaba Ulvgang a cargo de dirigir la práctica, de la que, como era de rigor desde hacía un tiempo, participaba Tarian. Sobre éste centró primero Ulvgang su atención. En algún momento se cruzaron largamente las miradas de padre e hijo, enigmática y rebosante de orgullo secreto la del primero, desafiante la del segundo. Fue Ulvgang el primero en desviar la vista, más que nada para no delatar sus sentires más íntimos; pero Tarian, no del todo equivocadamente, interpretó que por fin había hecho las cosas bien y dejado a su padre sin la menor reprimenda que hacerle. ¿Una tregua entre ambos? Ni hablar: simplemente, el campo de batalla se trasladaba a otro terreno.

          Muy satisfecho del desempeño de Tarian, Ulvgang posó su atención sobre Arn, quien, por no meditar en lo que hacía y ser novato, cometía más errores que ninguno. No tenía motivos para guardarle muchas consideraciones:  Arn era hijo de un Conde cuya codicia, sumada a muchas otras, había redundado en sufrimiento durante años para Tarian. Su amistad con el señor Cabellos de Fuego salvaba su pellejo, y por otra parte Tarian había sobrevivido al tormento y a la adversidad, lo que ameritaba repensar cualquier venganza contra el ex conde y su linaje. Pero incluso sin intenciones de desquite, sólo mirar a Arn repugnaba a Ulvgang, aunque ni él mismo entendiera el motivo; y al reprobar y criticar su desempeño durante la práctica, no ocultó el desdén que le inspiraba. Arn, humillado y lleno de recelos y temores, soportó los reproches a cara de perro.

         Posiblemente también Tarian ignorara quién era en realidad aquel nuevo miembro de la dotación de Vindsborg, o quizás considerara, por experiencia propia, que los hijos no han de cargar con las culpas de los padres. Como sea, durante el primer descanso intentó acercarse a Arn, quien, no conociendo bien a sus nuevos compañeros, no supo de quién se trataba, ni con qué intenciones venía el muchacho-pez; por lo que le exigió que lo dejase solo. Tarian respetó su deseo y debió tragarse lo quye había anhelado transmitir de algún modo a Arn: que entendía perfectamente cómo se sentía éste, porque también a él acostumbraba martirizarlo por sus errores en los ejercicios. Pero enseguida se cruzó con su padre, y éste quedó duramente impactado por la mirada de silencioso ocio que le dedicaba su hijo, y cuya causa no lograba intuir.

            Parece que me vuelvo viejo, tonto y emocional, pensó Ulvgang. Miró a Tarian despojarse de sus ropas y sumergirse en el mar, y supo instantáneamente que el joven no sólo no retomaría la práctica ese día, sino que, directamente, no volvería a participar de práctica alguna. Lo que se había propuesto, demostrar a Ulvgang que podía hacer las maniobras coordinadas tan bien como cualquier otro, ya lo había logrado; ahora, como Arn, sólo quería que se lo dejase en paz. ¿Qué importa si me duele?, se preguntó Ulvgang. El estará bien. Pero no habría sentido mayor dolor con una espada hundida en pleno vientre o desollado vivo; de poco le servía filosofar en ese momento. Con cada día que pasaba crecía el amor que sentía por su hijo, y cada vez le costaba más aparentar indiferencia.

           También Anders estuvo a punto de acercarse a Arn para hablarle y consolarlo; pero sintió a sus espaldas la tremenda manaza de Thorvald inmovilizándolo sin esfuerzo.

          -No, muchacho-dijo el vozarrón de trueno-: ni se te ocurra.

         Quizás unos pocos meses antes hubiese Anders desobedecido, u objetado al menos; pero sentaba cabeza rápidamente y, entre otras cosas, comprendía ahora que el viejo sabía más que él acerca de muchas cuestiones. Asintió en silencio, y quedó a la espera de explicaciones que jamás llegaron. Siguiendo un consejo que solía darle Balduino, buscó él mismo esas explicaciones, y se maravilló al descubrir que no era tan difícil hallarlas, después de todo: Thorvald tal vez considerara que a Arn le convenía curtirse, o que a eventuales espías de Erik les resultaría más difícil dar con él si no lo veían en compañía de Balduino o de Anders.

         Sobre ello reflexionaba cuando se acercó Hijo Mío y dijo, en voz tan alta que parecía un heraldo precediendo y pregonando a voces la llegada de un poderoso monarca:

          -¡No entiendo al señor Balduino!... ¿Por qué rayos debemos llamar al señor Arn bajo nombres falsos?, ¡si todos sabemos quién es en realidad!...

          -Emmanuel, cierra el pico-ordenó Thorvald, sin inmutarse, mientras Anders, ante tan poca discreción,  rezaba para que lo tragara la tierra.

         -¡Pero si es cierto!... ¡Todos sabemos...!

           -Y hasta las piedras sabrán, Emmanuel, si no te callas... Y como hasta las piedras sepan, te trituro los huesos. Estás advertido.

         El tono de Thorvald era tranquilo, amable y firme, el de un hombre que hace una solemne promesa que indudablemente cumplirá. Hijo Mío se calló mientras Anders miraba en todas direcciones, como esperando que del arenal de la playa brotaran hombres de Erik dispuestos a matarlos a todos.

        La verdad era que, en las cercanías inmediatas, no había nadie más que Adam, cuyos ojos se cruzaron con los de Anders. El larguirucho se veía sarcástico respecto a la poca inteligencia y aún más escasa discreción de Emmanuel. Entonces, de improviso, Ursula vino a sumarse al grupo.

           -No entiendo al señor Cabellos de Fuego-declaró-; pero tú lo conoces mejor, Anders, y tal vez puedas explicarme: ¿¿¿de dónde rayos ha salido el nuevo???... Parece bastante inútil; ¡y francamente, no alcanzo a entender por qué el señor Cabellos de Fuego, pudiendo traernos en cambio a su amigo Arn, aprovechando que éste tiene problemas y sería más capaz, nos encaja en cambio a este Fulano de Tal que ni dónde está parado sabe!...

           Adam encogió su larga y desgarbada humanidad, como pretendiendo hacerse un ovillo, y se cruzó de brazos, meneando al mismo tiempo la cabeza con aire burlescamente reprobador.

            -Entre más grandes, más estúpidos...-gruñó.
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19 de Julio, 2012    General

CC

CC

      Con la caída de la noche, los cuatro se hallaban de regreso en Freyrstrande. Anders y Emmanuel volvieron de inmediato a Vindsborg, pero Balduino llevó a Hansi a casa de Friedrik y luego siguió viaje hasta la iglesia de Fray Bartolomeo adonde, tal y como se le había aconsejado, Arn había ido a refugiarse.

      Apenas había Balduino golpeado la puerta con la aldaba, que del otro lado se oyó un imperioso reclamo:

        -¡HERMANO!... ¡HERMANO!... ¡LA PUERTA!... ¡ID A ATENDER, APRESURAOS!

        Era la voz de Arn, y nada más oírla, cierto instinto informó a Balduino que algo no andaba en orden, impresión confirmada cuando por fin apareció Fray Bartolomeo.

        -Gracias a Dios... ¿Por qué tardaste tanto?-susurró, invitando a Balduino a entrar.

         Era la segunda vez en el mismo día que se le reprochaba una demora, y Balduino tuvo el pálpito de que, si Erik lo hubiese hecho eliminar, el cura habría tenido, gracias a Arn, motivos muy válidos para llorar su muerte. Sonrió con perverso regocijo: recordaba demasiado bien cómo se había reído de él el cura cuando el famoso incidente de las abejas, viéndolo en el río junto a Gudrun y sin que ninguno de los dos se hubiese despojado siquiera de una prenda. Aunque no la hubiese planeado, más cumplida venganza que ésta difícilmente habría podido encontrar.

         -Era hora de que dejarais de sufrir en soledad, no me deis las gracias por la compañía que os procuré-murmuró Balduino, jocoso.

       -¡DARTE LAS GRACIAS!... Como pretendas dejarlo aquí, te mato, ¡y el verdadero sufrimiento lo he conocido desde que albergo a este huésped que tan gentilmente me encajaste!

         -Vamos, vamos... Esto es una iglesia, ¿no? ¿Negaríais asilo a un hombre acosado por mortales enemigos?

       -Hereje, convive un tiempo con él y, para empezar, entenderás que tenga tantos enemigos. Por lo demás, no: no negaría ni le negué asilo, como puedes ver, aunque casi estoy arrepentido de ello; pues, si de martirios se trata, habría preferido uno más tradicional, como ser arrojado a un caldero lleno de aceite hirviendo. Suena más misericordioso y humanitario que éste... Pero en fin, aquí estás tú, y él no para de contarme cómo recobrará su Condado con tu ayuda y la de Anders...

       -¿Eh?... ¿Habláis en serio?

         -¡Nunca más en serio!... ¿O qué crees, que me quedan ganas de bromear? Mi sentido del humor se fue al diablo, y en cuanto a tu amigo, mejor ni te digo adónde puede irse él... Pero bueno, no importa: podrás acompañarlo en tan heroica y gloriosa empresa... Venced o morid, pero ni se te ocurra traérmelo de vuelta.

       Tras este diálogo en cuchicheos, Balduino siguió a Fray Bartolomeo hasta un cuartito adyacente a la iglesia propiamente dicha. Allí, sentado ante una pequeña mesita, Arn se disponía a cenar.

          -¡Balduino!-exclamó, feliz-. ¡Cómo me alegro de verte! ¿Cuándo regresaste?

          -Acabo de llegar...

       -¿Y viniste directamente a trraerme noticias?... ¡Eso sí es fidelidad de buen vasallo! Debes estar cansado, ordenaré al cura que te traiga algo de comer...

       Al oír esas últimas palabras, poco faltó para que Fray Bartolomeo se ocupara de que de verdad fueran últimas en el más drástico de los sentidos. De nadie sino del mismísimo Jesucristo o de jerarquías superiores de la Iglesia recibía él órdenes y. por lo demás, se disponía precisamente a atender a Balduino sin necesidad de que un hidalgüelo depuesto viniera a recordarle deberes hospitalarios que él conocía de sobra; así que, harto, estuvo a punto de cantar al ex Conde unas cuantas verdades.

        -Gracias, Fray Bartolomeo, pero no tengo hambre-intervino el pelirrojo.

          -Muy bien, iré a dar de beber a Arn-gruñó Fray Bartolomeo; y en un esfuerzo por no parecer irrespetuoso, añadió, volviéndose hacia el ex Conde:-. Refiérome a mi burro.

          El intento por no parecer irrespetuoso acababa de fracasar irremisiblemente. A Arn, sombrío, lo ofendía por lo visto que un asno se llamara igual que él. El cura se dio cuenta, pero tan harto estaba, que sólo de milagro no añadió que asno y ex Conde eran, no sólo tocayos, sino, además, cóngéneres. Ello, por supuesto, habría sido imperdonable: el de cuatro patas era buen asno, no había por qué denigrarlo con comparaciones injuriosas...

         -Suerte que nos dejó solos-gruñó Arn cuando Fray Bartolomeo se hubo retirado-. No me gusta este cura, es demasiado raro.

         -Hmmm... Déjame pensar... Practica lo que predica, es solidario, honesto... ¡Y hasta fe tiene! Definitivamente, te quedas corto: es rarísimo, no raro.

          -Es un palurdo mal educado, pero sabré recordarlo como se merece. No importa: no hablemos más de él... ¿Qué sabes de mi familia?

        -Tu esposa y tus hijas están a salvo en la Iglesia de San Juan Bautista.

        -¿Las viste? ¿Les dijiste que estoy a salvo?

         -No, Arn. Es decir: las vi, hasta hablé con tu esposa, pero quiero ser señor de mis secretos. Si le hubiera contado que te he visto, ahora estaría preguntándome si alguien nos oyó, o si algún enemigo astuto no le sonsacará esa información con gran maña. Esto último hubiese sido tanto más probable cuanto que Erik sabe que no estoy a sus pies, ni mucho menos, y que ni de mí ni de Anders puede fiarse. Yo mismo le dije que comprobaría personalmente que no hubiese hecho daño a tu familia, porque ofende al honor de un Caballero maltratar a la mujer e hijos de un vencido, o permitir que otro lo haga. Si tiene algo de seso, y admito que es dudoso que lo tenga, Erik habrá enviado a alguien a espiarme mientras estuve en Helmberg.

         -¿Quiere decir que te siguieron?

          -Estoy seguro, aunque ni me fijé. Mirar hacia toldas direcciones es mal indicio, una prueba de que se está obrando mal o al menos a espaldas de otro. Pero me siguieron, sin duda; no sé si por orden del mismo Erik o por iniciativa propia y para hacer méritos. Si fingiendo ser adictos tuyos entraron en San Juan Bautista después de que yo me marché de allí  y sondearon a tu esposa, no tendrán de qué acusarme. Tal vez informen a Erik de que estuve en la iglesia, pero se desilusionarán cuando se enteren de que se lo dije yo antes de que ellos le fueran con el chisme y, por lo tanto, no le traen nada novedoso.

         -Ya veo. ¿Y mi mujer? ¿Te preguntó por mí?

        -No. Mantuvo una saludable reserva: no se fiaba de mí, no sabía si yo era amigo o enemigo. Se mostró cortés, pero distante.

         -¿En serio?... No entiendo, ¿acaso no se ha enterado del trato que nos une? ¿No se da cuenta de que, si en alguien puede confiar, es en ti?

         -No, y menos mal que no lo hizo-replicó Balduino, impaciente-. Arn, ¿qué tal si despiertas a tu nueva realidad, por desagradable que sea ésta? Fuiste Conde de Thorhavok, sí, y puede que vuelvas a serlo algún día; pero en este momento eres un pordiosero y un fugitivo lleno de enemigos. Eres también otras cosas, claro, pero este aspecto de tu presente es el que en primer lugar debes tener en cuenta si quieres, no ya recobrar tu condado, sino directamente conservar tu vida. Solías confiar en la lealtad de todos tus vasallos; no quisiste oírnos a Anders ni a mí cuando te previnimos acerca de una pòsible conspiración contra ti, y conmigo hasta te enfadaste. Ahora pagas las consecuencias de creer en la lealtad y la sinceridad de todo el mundo. ¿No crees que, para variar, viene muy bien esa saludable desconfianza que me demostró tu esposa? nada más imagina que un esbirro de Erik nos hubiese visto a ambos confidenciando sin la menor reserva, ¿qué habría pensado de ello y qué consecuencias nos habrían sobrevenido. Luego, razona: es una mujer, no un guerrero forzado y habituado a aquilatar lealtades. Si aun así hubiese advertido que te soy fiel, correríamos grave peligro, porque entonces no sería la única por mucho tiempo: otros, más duchos en eso de sopesar el carácter humano, lo advertirían con mayor facilidad.

        -Tienes razón. Perdonaré la brusquedad de tus palabras, porque tienes razón. ¿Consideraste, sin embargo, que quizás sospechen de ti y de Anders de todos modos? Convendrá fortificar adecuadamente Kvissensborg y Vindsborg en previsión de eventuales sitios.

         -¿Estás loco, Arn?... ¡Para empezar, aun cuando fuese buena idea en el caso de Kvissensborg, da risa de sólo pensar en tomarse la molestia tratándose de Vindsborg!

         -¿Por qué?

       -¿Y me lo preguntas?... ¡Si tú mismo, en su momento, ordenaste a Einar complicarme bien las cosas, lo que él cumplió fielmente instalándome, primera medida, en una ridícula ruina con pretensiones de fortificación militar!...

          Arn empalideció. Era cierto, claro, pero no había creído que Balduino lo supiese, y él mismo lo había olvidado, persuadido durante meses de que el pelirrojo era su amigo y su más leal vasallo, y eliminando de su mente la imagen odiosa del advenedizo enrolado en una Orden de falsos Caballeros y liste para despojar a los verdaderos de sus fueros y riquezas.

       Balduino advirtió el azoramiento de Arn, e íntimamente se sintió divertido. No tenía motivos para guardarle rencor, pues el ex Conde, queriendo perjudicarlo, lo había en cambio beneficiado más allá de lo imaginable; pero igual era un placer sincerarse al fin con él.

        -...Kvissensborg, por su parte, resistiría un tiempo, pero no eternamente; y sería absurdo que nos dejáramos acorralar donde fuera sin poder contar con refuerzos capaces de romper el sitio e inclinar la balanza a nuestro favor. Carecemos de aliados en esto, tendremos que arreglárnoslas solos...

          -No solos, Balduino, tenemos aliados... He reflexionado, y de la fidelidad de algunos de mis vasallos sería imposible dud...

         -Arn, olvídalo, ¿quieres? Bah, bueno, no quieres, pero igual olvídalo... No fortificaremos Kvissensborg, ni nos dejaremos arrinconar allí. Nada de eso ocurrirá. Aprestándonos para un eventual sitio sólo conseguiríamos ponernos en evidencia como enemigos de Erik. Por otra parte, no necesitamos hacer eso: si Erik envía tropas a Kvissensborg, las dejaremos entrar y que pongan el sitio de cabeza buscándote, si quieren, porque no estarás allí.

        -¡Ah!... ¿No?

       -No. Anders juró a Erik que te encerraría en un calabozo si te acercabas a Kvissensborg, y haremos que cumpla ese juramento, ya que no en espíritu, al menos sí en letra...

          -¿Anders juró eso? ¿En serio?...-interrumpió Arn, en tono de dolido escepticismo.

           -Sí, Arn-replicó Balduino, intentando conservar la paciencia que Arn le agotaba a ritmos alarmantes-: Anders juró eso, ¿cuál es el problema?

       -¿Cómo que cuál es el problema? ¿Es que ya no se estila que un buen vasallo admita sin rodeos su lealtad hacia su señor feudal y se muestre dispuesto a morir por él?

         Lo bueno: ya no debería Balduino esforzarse por conservar la paciencia. Lo malo: ello era así porque la susodicha acababa de agotársele.

          -Arn, si Anders hubiese hecho semejante idiotez, que te habría dejado a ti con un apoyo menos, ni habría tenido Erik que ordenar arrestarlo y darle muerte: me hubiera encargado yo mismo-gritó.

         -Balduino, fíjate cómo te diriges a mí, o...

         -¿O qué?... ¡Despierta de una buena vez, Arn! No estás en posición de amenazar a nadie, ni eres señor de nada. Tan grandes ilusiones te haces respecto a la lealtad de tus vasallos, ¡pero no les has dado motivos para que te sean fieles! Te interesaban más los torneos, las justas y las partidas de caza que el gobierno de tu condado. No sé, puede que entre tus vasallos haya alguno de excepcional fibra moral que opine que, bueno o malo, eres el legítimo Conde de Thorhavok, y esté dispuesto en consecuencia a apoyarte en tu regreso al poder. Pero no podemos fiarnos de eso, porque no eres bueno evaluando a la gente. Eso me consta porque, cuando nos conocimos, te mentí y adulé cuanto quise, y tú creíste que era sincero. ¡Escúchame hasta el final!-exclamó Balduino, cuando el semblante de Arn se transformó bajo una horrorizada sorpresa-, y no vayas ahora, tontamente, a desconfiar de mí cuando más fiel te soy. Podrás no ser mi señor ni el de Anders; pero sigues siendo nuestro amigo, y estamos dispuestos a defenderte a muerte. Te engañé cuando nos conocimos para que dejaras de tratarme como a un enemigo, lo que no era ni pretendía ser; pero luego te tuve afecto sincero aunque inconveniente. Protegeremos al amigo, pero no restituiremos en el poder al señor feudal. Por otra parte, no contamos con fuerzas suficientes para ello. Sin embargo, si sigues mis instrucciones, no sñolo conservarás tu vida sino que, a largo plazo, puede que recobres tu condado.

         -¿Es que acaso puedo hacer otra cosa?...-preguntó Arn, amargado.

         -No, tienes razón: no puedes. Es la primera frase inteligente que te oigo decir desde que llegué aquí. Atiende: vendrás conmigo a Vindsborg y vivirás allí bajo un nombre falso. deberás convivir, entre otros, con peligrosos Kveisunger, incluido nada menos que el propio Sundeneschrackt. En ningún momento admitiré quién eres realmente, pero ellos se darán cuenta solos ni bien te presente, estoy seguro. No cometas estupideces como intentar darles órdenes o mostrarte despectivo con ellos, o se vengarán en ti de la traición que tu padre les hizo hace más de diez años, y la pasarás realmente muy mal. Es más, se vengarán o intentarán vengarse de todos modos; pero en tanto no oses desafiarlos, lo que sería un desatino de tu parte, te demostrarán cierta benevolencia. Saben de mi amistad contigo e intentarán respetarla, pero tienes que ayudarlos. Sobrelleva virilmente la adversidad y te ganarás su deferencia, pero no te tendrán piedad si te muestras débil y llorón como ahora.

        'En Vindsborg serás sólo un hombre más bajo mis órdenes. Nada más, pero tampoco nada menos. vestirás harapos, dormirás en el suelo y te sentirás fatal a manos de mi cocinero hasta que te acostumbres a los mejunjes que prepara. Intentaremos cambiar un poco tu apariencia; lo bastante para que cueste reconocerte, no tanto como para que llames la atención y despiertes sospechas en los hombres de Erik en caso de que éstos vuelvan por aquí. A Amund Gregson, quien capitanea ahora la guardia, creo habérmelo metido en el bolsillo, y puede que también  nos ayude en lo que pueda tu antiguo consejero, quien ahora lo es de Arn; pero tanta más suerte tendremos cuanto más trabajemos en pos de nuestros objetivos. De a poco te irás mezclando con mis hombres, de modo que quien te vea te identifique al instante  como carne de presidio y no como un alto barón depuesto. Debes verte grosero, malhablado, duro y peligroso; así nadie podrá reconocerte aun teniéndote ante sus propios ojos. Quiero, además, que observes bien a la gente de Freyrstrand, pues eran súbditos tuyos, y me gustaría que los recordaras cuando vuelvas al poder.

        -¿Crees, entonces, que recobraré lo que me pertenece?-preguntó Arn, con acentos de esperanza en su voz.

        -Eso no puedo saberlo, pero tienes posibilidades. Y si el destino quiere que vuelvas al poder, es mi deseo que seas un mejor Conde de lo que fuiste en otro tiempo; que en lo que puedas, mejores la suerte de las gentes sencillas, por amor a las que conociste aquí. Tengo motivos para creer que Erik no será Conde por mucho tiempo: si no es un vulgar pelele controlado por otro, como sospecho que es, de todas formas el aroma del poder tentará a otro. Su condición de usurpador no hace simpático a Erik; como además no promete ser  hábil en e4l gobierno, podemos suponer que quien lo derroque se presentará como tu vengador y como el hombre necesario para Thorhavok. Aguardaremos ese momento, veremos qué ocurre a continuación y entonces decidiremos. Hasta que ese momento se presente, haremos que se te desdeñe como factor de peso en la lucha por el poder. Cuando resurjas, si has de resurgir, lo harás con una imagen totalmente renovada. Cualesquiera desaciertos de tu gobierno anterior habrán sido olvidados. Serás el Conde depuesto que prefirió llamarse a silencio antes que desatar una guerra civil en su condado; el hombre que renunció al poder para, anónimamente, colaborar en la defensa de Freyrstrande contra los Wurms. Todos amarán esa imagen, de modo que procura merecer tal amor; ¿de acuerdo?

      Así diciendo, Balduino extendió su diestra hacia Arn, invitándolo a sellar un acuerdo. Lástima que la expresión bobalicona de Arn hacía pensar que no entendía una sola palabra del discurso del pelirrojo, como si éste hubiera hablado en súndaro. No obstante, tal vez por instinto o por inercia, finalmente estrechó la mano de Balduino. Fue un apretón de manos flojo; hasta la diestra de Kehlensneiter era más agradable de estrechar. Pero, como fuera, se había concretado un pacto; y al menos en el corto plazo, Balduino tendría sobrados motivos para arrepentirse de ello.
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09 de Julio, 2012    General

CXCIX

CXCIX

      No tenían mucho tiempo, y por eso Balduino se marchó poco después, llevando a Ljottur en la grupa de Svartwulk. No podía Anders hacer otra cosa que esperar junto a Hansi y Emmanuel, lo que hicieron los tres sentados a la mesa donde había desayunado. Pero a los diez minutos, la espera ya se hacía tensa hasta el agobio. Por más que se dijera a sí mismo que Balduino sabía cuidarse solo, le era imposible a Anders no preocuparse. Intentaba sobreponerse a sus temores reflexionando que todo Caballero tenía enemigos y estaba más expuesto al peligro que cualquier otra persona, y que más valía una muerte noble que una vida indigna; pero ese tipo de pensamientos sirve de muy poco cuando es un amigo muy querido el que está en riesgo sin que uno pueda hacer nada por ayudarlo.

        Tan sombríos pensamientos resultaron contagiosos, tanto más cuanto que sobre la cocina entera había caído un tétrico silencio, roto sólo por el ruido de pasos que acompañaba a Gudhlek en su ocasional entrar y salir. El posadero conservaba en su rostro amoratado las huellas de la golpiza de la noche anterior. Otras heridas, éstas de su espíritu miserable, parecían sensibilizarse en cuanto veía a Anders. Entonces era obvio su anhelo de venganza; pero no lo era menos el hecho de que, si algo no podría hacer, sería caer por sorpresa sobre el joven: aparte de que su andar pesado lo delataría desde lejos en casi cualquier sitio, varias tablas sueltas del piso de la posada, con un rechinar desagradable, anunciaban su presencia cual heraldos de baja estofa cuando se las pisaba, y a veces era imposible evitarlas.

         A la cocina, Gudhlek ya había entrado en varias oportunidades luego de la partida de Balduino. La primera vez, para prepararse el desayuno; en otras dos ocasiones, a preparárselo a clientes recién llegados. Siempre que estaba en la cocina miraba de soslayo a Anders, quien advertía instintivamente  la oleada de negro rencor, pero sin concederle importancia: el posadero no constituía una gran amenaza, no debía precaverse de modo especial contra él. Emmanuel, sin embargo, se tomaba muy en serio su fingido rol de escudero de Anders, y creía que éste cometía un tremendo error al descuidarse así, que pagaría metiéndose en graves aprietos de los que él, Emmanuel, tendría que sacarlo. Por ello mantenía su diestra posada sobre la empuñadura del cuchillo que llevaba al cinto y que sabía manejar bastante bien, según creía; aunque nunca había tenido ocasión, hasta entonces, de usarlo para otra cosa que no fuera trabajar o alimentarse, y la perspectiva de emplearlo para fines menos santos lo ponía un tanto nervioso.

      De repente, sintiendo que si no hablaba del asunto estallaría, preguntó:

       -Anders, ¿has matado alguna vez a alguien?

  -A varios. Todos la misma noche, en Kvissensborg... Durante un motín-contestó el interrogado-. ¿Por qué?

        -¿Qué sentiste en ese momento?

       -Para serte franco, estaba demasiado ocupado tratando de evitar que me mataran a mí para meditar demasiado acerca de lo que hacía. Eran muchos y peleaban con ganas... Ganas, sobre todo, de liquidarnos a Balduino y a mí, ¿recuerdas, Hansi?

        -¿ estabas?-preguntó con asombro Hijo Mío, volviéndose hacia Hansi.

        Este asintió.

          -Justamente de eso me acordaba ahora-dijo con gravedad-, porque esa noche hubo un momento en que nos tuvieron arrinconados en una cocina, aunque mucho más grande que ésta.

         -¿ peleaste también? ¿En serio?

        La creciente excitación de Emmanuel no conmovió gran cosa a Hansi.

          -No, no peleé...-repuso, pensativo.

          -¿Cómo que no peleaste?-terció Anders-. No le creas una palabra, Emmanuel: sí peleó. Fue muy valiente.

           -No peleé...Pero un hombre me atrapó y amenazó al señor Cabellos de Fuego con matarme si no se rendía-añadió Hansi-. Creí que me mataría de todos modos, que no me dejaría ir vivo... Y de puro miedo, le metí mis dedos en sus ojos, y él me soltó.

           -Bueno, ¿y qué es eso, sino pelear?-preguntó Anders, notando que Emmanuel miraba a Hansi con un nuevo respeto.

         Hansi se encogió de hombros. Para él, una pelea no era tal si no era con armas de verdad o, por lo menos, a puñetazos.

          -Lo mató el señor Cabellos de Fuego-concluyó-. Desde entonces, algunas noches me persigue en sueños un hombre sin ojos.

          -Primera vez que lo dices-comentó Anders, mientras Emmanuel se santiguaba.

          -Sí, primera vez.

         Se hizo de nuevo el silencio. Anders y Emmanuel quedaron a la espera de más detalles por parte de Hansi, pero éste se había ensimismado en sus propias cavilaciones, y era dudoso que siquiera se diera cuenta de la expectativa creada.

         Advirtiendo que la espera sería vana, dijo Emmanuel:

         -Se rumoreaba en la tribu que mi tío había matado a un hombre.

         -¿Cómo que se rumoreaba? ¿Mató o no mató?-preguntó Anders.

      -Los únicos que sabían la verdad sobre ese tema en la tribu eran los adultos. Ellos decían que no, pero nadie les creía entre los más jóvenes, Tío Santiago solía emborracharse muy seguido. Durante una de esas borracheras, decían algunos, mató a un hombre, que en su último aliento lo maldijo. El mulo del difunto volvía a él noche tras noche para atormentarlo-Hijo Mío se santiguó una vez más-. Cuando se embriagaba de nuevo, Tío Santiago veía al mulo. Siempre nos preguntamos cómo se vería éste; horrible, a juzgar por los gritos de Tío Santiago. Otras veces este último tomaba su bujamí y tocaba melodías muy tristes en ella, y se decía que entonces el mulo las oía y, apiadándose, lo dejaba en paz. De hecho, era frecuente que hasta los mismos ángeles se conmovieran oyendo esos rasguidos y lloraran. Te dabas cuenta porque entonces caía más rocío del habitual.

      Anders no reparó en la poética interpretación de Emmanuel; estaba demasiado ocupado, primero preguntándose qué rayos sería un bujamí y luego deduciendo que debía ser aquella especie de laúd que había visto en manos de Santiago la noche de la juerga con los egipcios. Entonces no había prestado atención especial a las melodías, pero recordaba ahora, con asombro, haber visto aquella noche a Kehlensneiter sentado junto a Santiago y con una inusual expresión de paz en su semblante.. En Tarian, por el contrario, la música parecía haber provocado un profundo e inexplicable desasosiego. Ciertamente, el muchacho-pez mostraba un pasmoso desinterés por la música y la danza, pero por lo mismo su rauda huida de aquella noche, advertida por escasos pero coincidentes testigos, se antojaba más misteriosa. Se había bromeado al respecto diciendo que, quizás, Santiago sólo era buen músico para alguien tan sordo como Gilbert, y que cuando empezaba a tañer su instrumento más valía poner pies en polvorosa. Balduino, sin embargo, había podido evaluar el talento del egipcio, describiendo su música como poderosamente emotiva; pero quizás tan tristes acordes hicieran mal al corazón de alguien como Tarian, ya muy melancólico por naturaleza.

        -¿Y nunca te asustó la idea de matar?-preguntó Emmanuel, volviendo a su preocupación del momento.

           -Sí, como a todo el mundo... Pero si vas a ser Caballero, más te vale hacerte a la idea de que habrá veces en que tengas que matar, a menos que no te importe que te maten a ti. Queda siempre el consuelo de que será en defensa de la justicia-replicó Anders.

           -¿Siempre?... El señor de Orimor, no hace tanto, hizo que el señor Balduino creyera haber cometido grandes injusticias sin proponérselo-objetó Hijo Mío.

          -Tal vez, pero Balduino, en su momento, no lo había visto así. Creía sinceramente hacer lo correcto. Y después de todo, no hay seguridad de que no lo fuera, sólo dudas.

         -¿Puede haberlas?... Quiero decir, en el momento de matar a otra persona, ¿no se supone que tienes que estar seguro de que ésa es la única solución posible?

         -Emmanuel, por favor... Como sigas hablando así, harás que me sienta un asesino incluso por lo de aquella noche en Kvissensborg. No tengo respuestas para tus preguntas; sólo un filósofo las tendría. Balduino es así, pregúntale a él cuando vuelva. No sé, debe ser que soy un tonto para estas cosas.

       -¡Sin duda!... ¡Sin duda!... ¡Magnífica deducción!-intervino malignamente Hansi, con total solemnidad.

        Anders soltó un gruñido mientras Hansi y Emmanuel reían por lo bajo.

        Fue el último instante de hilaridad durante la larga espera, que de allí en más transcurrió en opresivo silencio. Cada uno de los tres había vuelto a sus propias y lúgubres reflexiones. Y si Anders meditaba sobre lo que podía sucederle a Balduino y las hondas responsabilidades que recaerían sobre él si ocurriera lo peor, y Emmanuel reflexionaba acerca de las funestas implicaciones de matar a un semejante -mientras permanecía atento a la posibilidad de que Gudhlek atacase a un desprevenido Anders, obligándolo a saltar en defensa de éste-, Hansi, por su parte, pensaba en aquella recurrente pesadilla en la que se veía perseguido por un hombre sin ojos.

          Se había vuelto tan rutinaria, que apenas si pensaba en ella estando despierto. Durante brevísimo tiempo, le había resultado angustiante, porque en sueños, escapando del monstruo sin ojos, llamaba desesperadamente a Balduino, sin que nadie le respondiese, excepto los ecos de su propia voz. Pero en algún momento, tras comentar la pesadilla con Balduino, éste lo había exhortado a enfrentar solo al monstruo la próxima vez que soñara con él. Hansi recordó el consejo; al seguirlo, la pesadilla, como el rpopio monstruo, había perdido poder sobre él, transformándose de a poco en un absurdo más como tantos otros que asaltan a la mente durante el sueño.

          Recién ahora pensaba Hansi en el llamativo hecho de que había confiado sus temores a Balduino y no a su padre. Eso le había parecido normal, tanto como el hecho mismo de que en la propia pesadilla, no encontrando a Balduino, no llamara a nadie más en su ayuda. Y es que Friedrik, su padre, parecía insensible al miedo e incapaz de comprenderlo. Hombre rudo y de conceptos simplistas, había sentido asombro y tristeza al comprender, en cierto momento, que su hijo quería más al señor Cabellos de Fuego que a él. Intuyendo que en ello buena parte de la culpa debía ser suya, había tenido con su hijo el primer diálogo extenso, profundo y sincero de su vida. Conmovido, Hansi había meditado mucho sobre aquella charla, y decidido que su deber era quedarse co9n su padre aun cuando lo tentara más la idea de convertirse en escudero del señor Cabellos de Fuego y formarse en el arte de la Caballería. Pero para ciertas cosas era ya demasiado tarde; y Friedrik jamás inspiraría en su hijo la seguridad y confianza que le despertaba Balduino.

         Y ahora había un sitio vacío a la mesa; de cuatro sillas, sólo tres estaban ocupadas, y Hansi mirabq de reojo a Anders y notaba que algo preocupaba a éste, cosa por otra parte no muy difícil de advertir en un joven habitualmente tan alegre y ahora con cara de funerales. Para que estuviese así, el señor Cabellos de Fuego debía hallarse de verdad en peligro... Hansi se preguntó si, como en su pesadilla, tendría en lo sucesivo que enfrentarse solo a muchas cosas. Tal vez estuviera preparado para hacerlo, pero la pérdida de la persona que le había enseñado a ello, la más cercana a su corazón, dolería de todos modos.

         Así estaban los tres, compartiendo una espera que se hacía eterna, cuando al fin volvió Balduino.

          -¡Por Dios!-exclamó Anders-. Ya era hora, temí que te hubiese ocurrido algo. ¿Por qué rayos tardaste tanto?

         El tono de la última pregunta era de reproche. Balduino, quien había hallado todo normal y no creía haber demorado tanto, quedó perplejo.

           -Mira, Anders-repuso-: cuando el señor de Orimor me halló en Vindsborg y por segunda vez tuve que enfrentarme a él en combate singular, me diste por muerto ya mucho antes de que iniciara la lucha. Ahora otra vez me imaginabas difunto. No sé si sentirme halagado por tu preocupación o, más bien, defenestrarte por agorero; pero la próxima vez, toma una pala y empieza a cavar mi tumba, que a lo mejor sí se distienden tus nervios. Espero que no te ofendas si luego regreso vivo y hago que todo tu trabajo sea de balde...
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11 de Junio, 2012    General

CXCVIII

CXCVIII

       -Descansa bien, Ljottur-susurró Balduino.

         Asombró a Anders que el pelirrojo llamara a Rattele por su verdadero nombre, no menos que la forma casi maternal en que lo arropó antes de acostarse él mismo. Había camas en la habitación, pero sólo dos. Emmanuel ocupaba una de ellas; Ljottur-Rattele y Hansi podían perfectamente compartir la otra. Sin embargo, Balduino había pedido a Hansi que durmiera en el suelo, a la diestra de él. Al chico, tal petición le había parecido un gran honor; pero Anders comprendió que, por alguna razón, Balduino no se fiaba de Ljottur-Rattele; sentimiento mutuo, por otra parte. Ljottur-Rattele no temía a Hansi ni a Emmanuel, y había llegado a captar que Anders no era más que un escudero, lo que adormecía cualquier temor que aquel pudiera inspirarle. Balduino, sin embargo, era un Caballero; a él sí le temía. Los Caballeros se llevaban a quienes se portaban mal, y jamás volvía a saberse de ellos. Lo había oído decir a Gudhlek durante años, y no se le quitaría semejante idea de la cabeza así nomás. Pero estaba demasiado fatigado para huir, de modo quese rendía de antemano a cualquier cosa que quisiera hacérsele, y le sorprendía verse, por una vez, objeto de tiernos cuidados en vez de castigos crueles.

         Esa noche, Anders no hizo preguntas; tanto él como Balduino estaban aún más cansados que Ljottur-Rattele, y además, tenían compañía. Pero al día siguiente, frescos y a solas ambos en la caballeriza, hablaron de todo lo que les quedaba pendiente. Por supuesto fue Anders, picado de nuevo por la curiosidad, quien inició el diálogo:

         -¿Puede saberse qué buscas?-preguntó; porque Balduino, efectivamente, parecía haber perdido algo, y lo buscaba ansiosamente a la luz de una antorcha.

         -Exactamente eso-gruñó Ballduino, señalando hacia un rincón.

          Anders estiró el cuello y observó, perplejo, lo que parecía un pequeño osario de pájaros de talla menuda, lagartijas, ratones y otros animales menudos.

         -¿Y eso?...-preguntó.

          -Rattele-respondió sombríamente Balduino.

         Y le contó del incidente del razón atravesado de lado a lado por una rama pequeña convertida en estada, ocurrido el día anterior.

          -No estaba del todo seguro de que él lo hubiese hecho, aun  cuando todo indicara que era obra suya-explicó-, pero Gudhlek dijo ayer que Rattele suele refugiarse aquí a menudo. Siendo esto cierto, si eso de matar cruelmente animalitos como éstos era un macabro hábito suyo y no un episodio aislado o algo de lo que él nada tenía que ver, aquí tenía que haber pruebas de ello. Y ahí están las pruebas... Lamentablemente.

         -¿Por eso ayer, al principio, preferiste no meterte entgre Gudhlek y él?

         -Exacto. Me decidí sólo porque Gudhlek es mucho peor que él, pero preferí dejar que tú te encargaras del asunto.

         Anders se llenó de indignación ante aquellas palabras.

        -¿Y no podías darme la orden, en vez de sólo mirarme con cara misteriosa, pedazo de bastardo?-protestó, furioso.

         -No, cretino, no podía-replicó Balduino, risueño-. Puesto que serás Caballero algún día, aprende desde ahora que un caballero no espera autorización de nadie para defender a quien lo necesite, o para ponerse del lado de la justicia; como mucho, más tarde se excusa ante quien corresponda por haber pasado por alto ciertas reglas protocolares, y en ocasiones ni eso. Así que vale más que vayas acostumbrándote a actuar por cuenta propia e incluso a desobedecer ciertas órdenes; por eso tardé en intervenir, y para entonces ya te encargabas tú del asunto, como era la idea. Por otra parte, ya que venías trinando de rabia contra el amable posadero, no iba a privarte del placer de molerlo a golpes, ¿verdad?

          -De acuerdo, gracias y disculpa. Pero dime: ¿qué haremos ahora con Rattele? Aquí no podemos dejarlo, quedaría a merced de Gudhlek, quien se vengaría en él de la paliza que le di anoche. Esperaba llevárnoslo con nosotros, pero, ahora que me entero de que cultiva este pasatiempo que debe resultarte particularmente odioso...

          -Y sin embargo, tendremos que llevárnoslo. A Ljottur-aclaró Balduino, tajante-; a Ljottur, que tiene miedo, que ha sufrido mucho a manos de Gudhlek y precisa de nuestra protección. En cuanto a Rattele, que se solaza en la cruel agonía de pobres animales que ningún daño le han hecho, por su bien será mejor que ni se le ocurra acompañarnos.

        Y a continuación expuso sus intenciones inmediatas. Antes de partir de regreso a Vindsborg, había que cerciorarse de que la esposa y las hijas de Arn se hallaran de verdad a salvo en la Iglesia de San Juan Bautista, como se les había asegurado.

          -Cuando lo hayamos hecho, nos vamos tan rápido como podamos-prosiguió-. Helmberg no nos será grata ni saludable mientras Erik sea Conde de Thorhavok. En San Juan Bautista dejaremos a Ljottur para que cuiden de él, hasta que pueda volver a buscarlo; en efecto, no tenemos suficientes monturas, de modo que retrasaría nuestra marcha si nos lo llevásemos ahora.

           -¿Temes que Erik trame algo contra nosotros? Parecía inspirarte tanto desdén ayer... Decías que no es más que un niño malcriado en versión adulta.

          -Sí, más o menos esa opinión me merece, pero incluso un niño tonto y caprichoso puede hacer bastante daño si se le da poder; de modo que, si nos mantenemos a prudente distancia de Erik, mejor. Es más, creo que, por las dudas, convendrá que sólo yo vaya con Ljottur a San Juan Bautista. La esposa y las hijas de Arn tal vez se hayan refugiado allí sólo por no tener otro lugar adonde ir; podría ser, también, que Erik, temiendo por la estabilidad de su corona, esté listo para hacerlas capturar en cuanto pongan un pie fuera de la iglesia, y luego usarlas de rehenes o cosas aun peores... Y siendo este último el caso, no verá con buenos ojos a quien se entreviste con ellas, como tengo intención de hacerlo. Puede que tenga apostados hombres armados o espías cerca de la iglesia. Si me hiciera arrestar, luego vendrían por ti, y te sería imposible escapar teniendo que cuidar también de Hansi e Hijo Mío, aunque este último se defiende aceptablemente parfa su edad. Por lo tanto, hay que evitar la lucha en tanto sea posible. Si vinieran por ti, no ofrezcas resistencia, finge no entender qué ocurre y deslígate de mi visita a San Juan Bautista. Cuando saquen el asunto a colación, dirás que en todo momento reprobaste mi entrevista con la esposa de Arn; y yo diré lo mismo. Si te preguntan, el motivo de tu reprobación era que temías desatar las iras de tu nuevo señor Erik; te parecía imprudente. No alegues lealtades de buen vasallo que, dada tu anterior conducta frente a él, serían increíbles. Por lo demás, calla tanto como puedas. 

         -De acuerdo... Y si quedo libre, intentaré rescatarte.

           -No, Anders, no tendrías posibilidades. Aun dejándote libre, con seguridad te estarían vigilando para ver cómo te portas, así que házles creer que te lavas las manos; que si fui tan tonto como para desoír tus advertencias y meterme de lleno en líos, ése es mi problema, no el tuyo... Y regresa a Vindsborg.

           -Balduino, por Dios, ¿me pides que te deje aquí, a merced de un enemigo?... ¡No podría hacer eso!

          -No se trata de que me abandones, Anders, sino de que te guíes por la cabeza y no por el corazón. Lo primero es poner a salvo a Hansi y adormecer al mismo tiempo la desconfianza que pudiera tenerte Erik; volviendo a Vindsborg sin alterarte lograrías ambas cosas. En Vindsborg, asesorado por Ulvgang y Thorvald, puedes urdir todos los  rescates que quieras, con la ventaja de que hay allí muchas caras que aquí no son conocidas y sobre las que, por lo tanto, no se impondría especial vigilancia si las vieran rondando cerca de la prisión donde me mantuvieran cautivo... Aunque algunas de esas caras desconocidas son más bien terroríficas, hay que admitirlo. Yo me las ingeniaría para mantener mi cabeza sobre los hombros hasta que me liberaran.

        -Sí, te las ingeniarías. Como siempre, tienes razón, compañero.

          -Y otra cosa, Anders: no te fíes de Gudhlek. De nadie, para ser más exactos, pero mucho menos de él. Es un mal bicho, me recuerda al tal Thorkill Rolfson. Si vinieran a arrestarte hombres de Erik, a él le encantaría aportar su granito de arena en venganza por la paliza que le diste anoche. Por lo tanto, si eso sucediera, intenta que los hombres de Erik vean las cosas como a ti te convenga: tú eres el señor de Kvissensborg, por tus venas corre sangre noble; ¿te creerán a tu, o a una escoria de baja extracción como ese patán de posadero?...Rebájalo, haz que cualquier acusación que formule en tu contra valga menos que mierda de asno.

        -Entendido, Balduino-accedió Anders.
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Eduardo Esteban Ferreyra

Soy un escritor muy ambicioso en lo creativo, y de esa ambición nació EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO, novela fantástica en tres volúmenes bastante original, aunque no necesariamente bien escrita; eso deben decidirlo los lectores. El presente es el segundo volumen; al primero podrán acceder en el enlace EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO I: INICIO. Quedan invitados a sufrir esta singular ofensa a la literatura

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