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¡Sorpréndeme!
EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO II
La segunda parte de la más extraña trilogía de la literatura fantástica, publicada por entregas.
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05 de Agosto, 2013    General

CCXVII

CCXVII

      Arn no volvió a ser el mismo desde aquel día. probablemente fuera resultado, como había esperado Balduino, de constatar, a través de los Leprosos, que había estado lamentándose por nimiedades. No era que, pasando de un extremo al otro, ahora se tomara las cosas con excesiva filosofía y nada le importase; se hecho, muchas veces reflexionaba sobre su nueva situación y volvía a sentirse víctima, pero ahora al menos luchaba contra ese sentimiento.

      -Cuando uno se creyó muy importante, cuesta asimilar el aprendizaje de la propia insignificancia-dijo una vez a Balduino.

        Ya lo sé, Arn-contestó el pelirrojo suavemente. Empezaba a sentir gran afecto por el ex Conde; pese a que éste le llevaba varios años, lo sentía un hermano menor por el que debía celar para que no repitiese los mismos errores cometidos por él.

        -No merecía lo que me ha pasado, Balduino-dijo otro día.

       -No empieces de nuevo, Arn-gruñó Balduino

        -No me malinterpretes. Todo cuanto intento decir es que, aunque no me haya preocupado gran cosa por mi pueblo, amaba sinceramente a mis amigos. Era feliz organizando justas y torneos o partidas de caza para agasajarlos. Algunos de esos pasatiempos nos dejaban un tanto maltrechos-Arn sonrió soñadora y melancólicamente ante el recuerdo que tan lejano le parecía ahora-, pero parecía unirnos una camaradería inmensa. Después de cada justa, torneo o cacería, compartía con los más íntimos un baño en una enorme cuba... Y ahora puede que sean esos mismos quienes se unieron para traicionarme.

         -Evidentemente no todos ellos, porque si al menos uno no te hubiera sido leal, habría sido más fácil eliminarte de otra manera; por ejemplo, haciéndolo parecer un accidente de caza. Pero por lo visto, alguien no participó del complot, alguien que, quizás, te tenía un afecto muy visible y al que, por lo tanto, ni le propusieron ser parte de él. Es obvio que tiene que haber sido uno de tus más cercanos. No podían matarte a ti sin matarlo también a él. Si lo hacían, ya les sería muy difícil hacerlo pasar como un accidente y que sonara creíble; así que quien urdió la conspiración prefirió no disimular. Que ése no fue Erik, es indudable: no tiene sesos para organizar siquiera un partido de damas, y como carisma tampoco tiene, no habría hallado muchos seguidores; así que tiene que haber alguien más.

       -Y ése que, según tú, me fue fiel, ¿quién piensas que pudo ser?-preguntó ansiosamente Arn.

          -Pero Arn, ¡mira qué preguntas me haces!... ¿Cómo quieres que lo sepa?, ¡si ni conozco a tus amigos!

       -¿Cómo que no?... ¡Si te los presenté!

        -Tal vez lo hiciste, alguna de las veces que fui a verte estando ellos de huéspedes en tu palacio; pero si es así, no recuerdo sus nombres ni sus caras; y si vamos al caso, tampoco ellos me dieron mucha importancia, puesto que no sólo no me incluyeron en el complot contra ti, sino que ni siquiera se gastaban en disimular mucho cuando sus jinetes iban de aquí para allá durante las interminables preliminares del golpe. El propio Erik, si alguna vez me lo presentaste, no recordaba mi cara, como tampoco yo la suya.

         -¡Pero si os presenté, te digo!-exclamó indignado Arn-. Fue el día que...

        -Olvídalo, Arn. Si dices que nos presentaste, es que nos presentaste. Te creo.

        -No, espera, quiero explicarte bien para que no abrigues la más ligera duda. ¿Recuerdas cuando...?

         No, Balduino no recordaba nada, por supuesto. No tenía por qué recordar: Arn se refería a tiempos en los que el pelirrojo no tenía la menor sospecha de que se tramara algo y, por lo tanto, no había hallado motivos para memorizar caras que estaban de paso y no le servían para sus propias intenciones. Pero por lo visto, Arn encontraba apasionantes esos detalles, así que no quedaba más remedio que dejarlo hablar, ¡pero era tan aburrido!...

         -Mira-lo interrumpió Balduino en cierto momento, más a modo experimental que otra cosa-: Tarian va al agua.

        Arn lo miró estupefacto.

        -¿Y qué con que Tarian vaya al agua?-preguntó-. ¡Como si no fuera ahí adonde va siempre!... ¿En qué me quedé?... ¡Ah sí! Bueno, como te decía...

        Evidentemente, el cerebro de Arn tenía sus peculiaridades. Hasta ese momento, Balduino se había preguntado si estaba enterado de que Tarian pasaba buena parte de su tiempo en el mar y  podía respirar bajo el agua. Es más, hasta había esperado que Arn preguntara: "¿Tarian?... ¿Y quién rayos es Tarian?", ya que hasta ese momento no había dado el menor indicio de saberlo. Luego de alrededor de un año de convivencia con Tarian, Balduino seguía fascinado por las habilidades subacuáticas del muchacho-pez y encontraba inexplicable que cualquier otra persona no quedara igualmente impresionada. Pues bien, Arn no estaba nada impresionado, le parecían trivialidad. Ahora, detallar con pelos y señales las exactas circunstancias en las que él había presentado mutuamente a Balduino y Erik, eso sí era imprescindible y trascendente.

        El pelirrojo hizo un nuevo intento:

         -Sabías que Tarian es hijo de una sirena, ¿no?

          Arn puso cara de fastidio.

         -Balduino, ¿cuál es tu problema?-preguntó con fastidio- ¿Te gustan los hombres, o qué?

         -¿Cómo dices?

          -Que si sientes alguna especie de pasión antinatural por Tarian. No hablas más que de él.

           No hablar más que de Tarian era, para Arn, mencionarlo dos veces seguidas en el transcurso de alrededor de un mes.

         -No seas absurdo...-suspiró Balduino, exhausto. Arn lo agobiaba.

          -¿Absurdo? Balduino, si cada vez que ves a Tarian desnudo te pones a hablar largo y tendido sobre él, ¿qué quieres que piense?

            -¿Largo y tendido?... ¡Por Dios! Y por supuesto que Tarian estaba desnudo, imbécil,  ¿o qué quieres, que se meta en el mar prolijamente vestido de pies a cabeza? Cuando te bañabas con tus amigos en la cuba después de cada torneo, ¿estabais todos vestidos? ¿Todavía con vuestras armaduras, quizás?

         -No seas tonto, por supuesto que no; pero he notado...

         -No importa. Mira, de acuerdo: con Tarian nos une una fogosa y ardiente pasión, soy un monstruo lascivo y degenerado en constante búsqueda de placeres prohibidos, e hice construir la sauna exclusivamente para recrear mi vista en cuerpos de hombres desnudos. Y ahora, termina de una buena vez: ¿en qué te quedaste?

         -¿Eh?... ¡Ah, ya recuerdo! Como te decía...

         Balduino había escarmentado: nunca más volvería a interrumpir tan monótona verborragia, así Arn terminaría antes. Se quedó preguntando si aquél habría interpretado la ironía, o si tomaría en serio lo de la fogosa y ardiente pasión con Tarian, y pese a ello no se le movería un pelo. Bien visto, en este momento nada parecía conmover a Arn, salvo el para él memorable y solemne momento en que había presentado mutuamente a Balduino y Erik.

            Una eternidad más tarde acabó el soporífero monólogo, para inmenso alivio del pelirrojo, quien a esas alturas se sentía como arrollado por toda una tropilla de caballos. Arn quedó silencioso un rato y luego repitió, pensativo aún:

       -No: yo no merecía que me pasara esto...

          Se hizo entre ambos un silencio, que volvió a interrumpir Arn:

         -Balduino.

        -¿Qué?

        -Yo no merezco lo que me ha pasado.

         -Sí, ya te oí.

         El nuevo silencio fue brevísimo esta vez:

         -Balduino.

        -¿Qué, Arn?

        -¿Merezco lo que me ha pasado?

         -No, hombre, no... Pero nadie en este mundo recibe lo que merece-contestó distraídamente Balduino-. Aunque, quizás, sí, ahora que lo pienso...

         -¿Eh?... No, un momento; tú no puedes decirme esto. Escucha...

         -Oh, Dios mío-murmuró horrorizado Balduino, comprendiendo que había puesto otra vez en marcha la máquina de decir monólogos-. Arn, a ver si me entiendes bien.

         -No, espera un minuto, esto debo aclararlo...

        -¡ARN!-ladró Balduino, impaciente. Las distantes cabezas de todos los demás se volvieron hacia él, pero no le importó y, de hecho, en ese momento tampoco se habría mosqueado si Erik y todos sus esbirros estuvieran allí en ese momento y acabaran de descubrir quién era en realidad Fúlnir-. Lo que trato de decir es que depende de cómo lo mires. Durante muchos años entrené arduamente para comandar un gran ejército, disponer de un poderoso castillo y convertirme en un guerrero de leyenda. En vista precisamente de ese arduo entrenamiento, podría decirse que no merezco estar en este sitio, un olvidado rincón del mundo, es una fortaleza que es poco más que una ruina y un mal chiste, y comandando a un puñado de presidiarios. Sin embargo, partiendo de la base de que toda persona merece ser feliz, sí merezco estar aquí, pues en Freyrstrande soy feliz.

         -Oh-murmuró Arn.

         ¿Habría entendido cuando menos media palabra de lo que Balduino intentaba decirle? Parecía dudoso, teniendo en cuenta la cara poco inteligente con que había quedado reflexionando. La verdad, a Balduino no le importaba: lo que contaba era detener cualquier posible nuevo discurso.

         -Balduino-dijo Arn una vez más.

           -Dime...-murmuró Balduino sin mirarlo.

          -No soy tan malo, ¿eh?

         El pelirrojo se volvió para mirarlo, y la expresión de Arn, propiamente la de un niño que ha hacho una tarea que le fue encomendada y aguarda elogios de sus mayores, lo hizo reír.

           -La verdad sea dicha, Fúlnir-bromeó-: entre más te conozco, más pienso que eres gran compañero, un tipo sensacional. El que no siempre resulta fácil de digerir, no sé si lo conoces, es un tal Arn Arnson... 


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publicado por ekeledudu a las 17:29 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
19 de Junio, 2013    General

CCXVI

CCXVI

      Arn se llevó tamaño susto al ver a los Leprosos saliendo de la cueva, cubiertos por tétricos mantos e infinidad de vendajes. Por supuesto, en la fría Andrusia la lepra se conocía sólo a través de referencias bíblicas, y los nobles no solían ser asiduos lectores de la Biblia. Aun así, algún conocimiento del tema tenía Arn, y lo poco que sabía, lo estremecía; pero sus incompletas nociones sobre la lepra no lo habían preparado para el espectáculo de aquellas figuras fantasmagóricas bajo las cuales las carnes se corroían poco a poco. Sin embargo, demasiado bien aleccionado por Balduino, disimuló su repulsión y su temor. No le costó tanto, ya que los efectos de la tunda de la noche anterior se hacían sentir bien reales y le daban otra cosa en qué pensar.

       El clima entre los Leprosos era decididamente de funeral y derrota. Siempre solía quedar apostado de guardia uno de ellos. Balduino al no ver a nadie afuera: temió que algo hubiera ocurrido y estuvieran todos muertos. En ese momento, su horror superó por mucho al que luego asaltó a Arn, cuando al fin los tres Leprosos aún en pie emergieron de su guarida. Fue bastante feo comprobar que, si ninguno de ellos montaba guardia, aparentemente se debía a que estaban convencidos de que no valía la pena, a que todo les daba igual. Y mucho peor fue, lo mismo para Balduino que para Wjoland, que Sergio, Apolonio y Gabriel se quedaran mirándolos a ambos, como preguntándoles por qué monstruosa injusticia su camarada agonizaba, y ellos dos derrochaban salud. Normalmente, eran los Leprosos los sabios, los filósofos, los quetenían respuestas para todo. Ahora que los papeles se invertían, Balduino y Wjoland no se sentían a la altura de las circunstancias; y aun así, algo tenían que decir o hacer.

           -Os hemos traído un regalo...-dijo al fin el pelirrojo-. Ya sé que no es momento, pero...-y se interrumpió. Si efectivamente lo sabían, ¿para qué lo habían traído a pesar de todo? Sus propias palabras le sonaban torpes y grotescas.

          Wjoland, no obstante, advirtió que los apagados ojos de los tres Leprosos se avivaban un poco, igual que brasas semiextintas bajo la acción de un fuelle. Ella supo entonces que no había sido un error seguir con el plan original; que aun cuando el regalo en sí les fuera indiferente en este momento de dolor, los confortaba que alguien se acordara de ellos. Así que se volvió hacia Arn, y éste recordó lo que le habían mandado hacer, y extendió la diestra que empuñaba lo que el había tomado por dos vulgares palos largos y muy pesados y dispuestos en cruz. Gabriel lo identificó de inmediato como un estandarte sin desplegar, y se adelantó para recibirlo, intrigado.

           -Quisiéramos ser mejores anfitriones-dijo a Arn, hacia cuyo rostro contuso señalaba embarazosamente-, pero con esas heridas, mejor quedaos a distancia, señor. Soy Gabriel de Caudix, y ellos son mis compañeros y superiores, Apolonio y Sergio...-concluyó, señalando ahora a sus camaradas que aguardaban detrás.

         Cortesía es cortesía, y si se la ha aprendido desde la más temprana infancia, luego brota por instinto. Ahora bien, Arn se encontraba en un brete; porque la buena educación le exigía presentarse a su vez, la prudencia le exigía mantener su verdadera identidad en secreto, y la lógica le recomendaba inventar un nombre que luego recordara fácilmente, si por fuerza debía presentarse bajo uno falso.

          -Llamadme Fulnir-acabó respondiendo muy a su pesar. No es que le hubiera tomado cariño al mote, pero ahora había aprendido a volverse cada vez que alguien lo llamaba así; de modo que convenía resignarse a él y aprovecharlo.

         -¿Podemos ver a Evaristo?-preguntó Balduino, temiendo, fatalista, que se le respondiera que eso ya no era posible.

         Gabriel, entregado a la tarea de desenrollar el estandarte ante los ojos de Apolonio y Sergio, tan anhelantes como los suyos, se sintió avergonzado por no haber invitado a los dos visitantes conocidos a ver al agonizante. Iba a disculparse, cuando se le adelantó Apolonio:

         -Sí, claro, perdonad. El te aguardaba, Balduino, sabía que vendrías, y no quería morir sin despedirse de ti y darte un último obsequio. También le complacerá verte a ti, Wjoland, pero sentimos no tener nada que ofrecerte: lo que teníamos para darte, ya te lo dimos cuando estabas por dejarnos, si es que entiendes.

          Apolonio les indicó que lo siguieran, y mientras avanzaban de uno en uno, Balduino se volvió hacia Wjoland, en gesto sorprendido e interrogante: ¿qué le habían regalado antes de que ella los dejara? El creía recordar que, al volver a Freyrstrande tras su convivencia con los Leprosos, ella no llevaba nada más que aquello con lo que había venido. No obstante, a su mirada inquisitiva respondió ella con una sonrisa enigmática y apenas insinuada, muy extraña; y eso le recordó al pelirrojo que aquella vez, antes de emprender el regreso, los Leprosos habían pedido unos instantes a solas con ella, y que luego, durante el trayecto, había estado rara y silenciosa. Cualquier cosa que le hubieran dado, tenía que ser muy especial: quizás alduna pequeña y poco frecuente joya, o algún brebaje descubierto mediante alguimia... Pero, pensándolo bien, no podía ser esto último: los Leprosos no contaban allí con el instrumental necesario, carencia que precisamente permitía a la enfermedad avanzar sobre ellos más velozmente.

         La caverna estaba iluminada por una única antorcha, y a la luz de la misma se veía un inusual desaseo, producto del desánimo que se apoderaba de los tres Leprosos destinados a sobrevivir a su líder. yacía entre unas mantas en el rincón más confortable de la caverna, bien al amparo del viento.

          -Tienes visitas, Evaristo-anunció Apolonio.

          -¿Balduino?...-jadeó el agonizante.

          -Y Wjoland-precisó Apolonio.

          -¡También Wjoland!-se alegró Evaristo, sonriendo débilmente-. Sí que es una grata sorpresa...

           Se le dificultaba un tanto el habla, pero, valerosamente, procuraba disimularlo. La verdad era que, salvando ese detalle, su aspecto hacía pensar que simplemente hubiera despertado muy tarde y tuviese pereza para incorporarse.

         Esperó a oír los pasos de Apolonio retirándose, y dijo entonces:

         -Lamento el desorden. Sé que lo hay, por muy ciego que esté: hay restos de comida descomponiéndose aquí y allá, y dentro de esta gruta todo hedor se intensifica, como podéis comprobar. No debería tolerárselo a mis compañeros, no es bueno para ellos; pero ¿sabéis?, la lenta agonía de un ser querido, lo sé por haber pasado por la experiencia más veces que ellos (demasiadas veces, me atrevo a decirlo), siempre es triste y desgastante. Mi esperanza es que, cuando todo haya terminado, ellos vuelvan a ser los de antes.

         -Si me permitís que os lo haga notar, deberíais pensar un poco más en vos mismo y menos en los demás, señor-respondió.

           -Y mira quién lo dice-se burló Evaristo-. De todos modos, no puedo hacer otra cosa. A veces la vida carece de sentido si no hay otros en quiénes pensar y por los que esforzarse en seguir adelante... Por otra parte, la mía no fue una mala vida, si lo pienso; pero también fue sufrida y extenuante y, en consecuencia, no será un gran pesar abandonarla, sobre todo ahora que mi tiempo útil llegó a su fin, y soy una carga para mis compañeros. Hace ya varios días que el Señor me llama. Creo que El sabrá perdonar que lo haya hecho esperar un poco. Un par de motivos me retenían todavía en este mundo, y uno era la incertidumbre respecto a mis compañeros. En Caudix, se sentirían aliviados una vez que todo terminase; pero aquí... Aquí sólo se tienen ellos tres para consolarse y reconfortarse unos a otros...

         -Intentaré venir a verlos más seguido-dijo Balduino-, aunque lamento no poder prometer nada.

          -Te lo agradezco, sobre todo por Gabriel. No quisiera estar en su lugar... Un muchacho que aún tiene toda una vida por delante, demasiado sano para ser Leproso y demasiado Leproso para ser sano, rodeado sólo de personas muy enfermas... Tu amistad le ha hecho bien.

           -Podría quedarme un tiempo con ellos-propuso Wjoland.

           -No. Gracias, pero no-se opuso Evaristo-. Ya lo hiciste una vez.

          -Pero sólo por mi propio bien, en aquella ocasión-le recordó Wjoland-. Podría ahora hacerlo de nuevo, por devolver aquel favor.

          -Pero si ya nos lo devolviste con creces en aquella misma ocasión, ocupándote de algunas labores y, sobre todo, haciéndonos reír con tus ocurrencias... No reímos muy a menudo. De veras que no nos debes nada.

         -Pero me parece que vuestros compañeros tienen derecho a decidir...

         -Wjoland, por favor-interrumpió Balduino con suavidad-. Evaristo conoce a sus compañeros mejor que nosotros... El sabrá lo que dice.

         Era todo cuanto podía alegar sin trasgredir los límites de la discreción. Trasgrediéndolos, habría agregado que de veras no era buena idea la de Wjoland, porque tiempo atrás, Gabriel se había enamorado o semienamorado de ella. Y aparte de que Wjoland vivía ahora en pareja con Hrumwald, su condición de Leproso desaconsejaba a Gabriel buscar compañera entre mujeres sanas. Claro que Wjoland era en cierto modo distinta, pero igual era preferible no arriesgarse: había motivos para suponer que, pese a su entereza en otros asuntos, Gabriel habría sobrellevado mal una negativa a eventuales propuestas amorosas.

          Wjoland quedó mirando a Balduino, adivinando que éste callaba algo. El pelirrojo entrevió que, por su parte, ella tenía algo para replicar, y también motivos para llamarse a silencio. De tácito común acuerfdo, prefirieron dejar las cosas así.

       En ese momento volvió a entrar Apolonio, ahora escoltado por Sergio a su derecha y por Gabriel a su izquierda. Evaristo los oyó acercarse, y olisqueó el aire, tal vez intentando identificarlos por su olor; y sonrió débil pero sinceramente.

         -¿Por ventura Nuestro Señor ha vuelto para sanar a otros tres Leprosos?-preguntó-. La última vez que escuché esos pasos, venían a la rastra.

          -Nunca más nuestros pies irán a la rastra, hermano-contestó Apolonio-. Te lo prometemos. Puedes irte en paz.

          Había tal determinación en su voz, que hacía pensar en un guerrero aprestándose para el combate. Balduino lo miró, y luego, por turnos, a Sergio y a Gabriel. No estuvo seguro, pero le pareció que este último había llorado intensamente hacía poco. Si era cierto, el efecto de ese llanto debía haber sido benéfico, porque se lo veía mucho más relajado.

         -Balduino y Wjoland nos han hecho un regalo, Evaristo-dijo Apolonio-: un estandarte.

         -¿Sí?...-preguntó el moribundo, con radiante asombro en medio de su sufrimiento-. Esto me gusta. Cuéntame como es. Después de todo, también es mío, aunque no pueda verlo, ¿no?

         -Seguro, hermano, seguro... Es hermoso como no podría hallarse otro. Negro, tan negro como la noche o como la adversidad, y sin embargo, resplandece a la vista; porque en su centro, un espléndido fénix renace triunfante de sus cenizas. Es un estandarte para que quienes lo vean recuerden que ni en las peores circunstancias deben rendirse; y nosotros tendremos eso muy en cuenta cada vez que lo veamos.

         Balduino quedó pasmado ante esas palabras. la verdad era que, efectivamente, ésa había sido su intención original; pero varias veces había dudado de conseguir ese objetivo, y nunca más que al enterarse de la agonía de Evaristo. Parecía que en momentos de tanto dolor no había consuelo posible.

          -Entonces os comprometo, cuando yo ya no esté, a salir afuera una vez al día y agitar ese estandarte tan alto como os sea posible-pidió Evaristo-. Así yo, en las estancias del Señor, podré verlo, saber dónde estáis para orar por vosotros y, sobre todo, permanecer en paz, seguro de que cumplís con vuestra promesa de jamás daros por vencidos. ¿Es realmente ese estandarte todo lo hermoso que asegura Apolonio, Wjoland?

        -No sé, señor, a mí me parece que no es para tanto-respondió Wjoland, que en realidad consideraba que el resultado de tanta labor había terminado siendo un adefesio único, y que lo único valioso en él eran las intenciones y, por lo tanto, estaba todavía más desconcertada que Balduino ante la buena recepción del obsequio.

         -Tanta humildad me hace pensar que lo confeccionaste tú misma en su mayor parte, ¡o me equivoco, Balduino?-preguntó Apolonio.

         La respuesta tardó en llegar.

         -Casi todo lo hizo ella, sí-admitió al fin el pelirrojo-. En realidad, yo no hice nada. El diseño lo proyectó Hendryk, nuestro tatuador, y...

              Fue todo cuanto pudo decir antes de quedar anegado en lágrimas: un llanto terrible, convulsivo, cuyas verdaderas causas ni él fue capaz de discernir, pero en el que sin duda se mezclaban dolor, rabia impotente y una honda emoción. Dolor ante la inminencia de la muerte de un hombre justo, cuando infinidad de hombres malvados gozaban de buena salud, y toda la libertad del mundo para cometer cuantos desmanes quisieran; rabia consigo mismo, por ser incapaz de modificar eso, e incluso, más modestamente, de retribuir a los Leprosos cuanto ellos habían hecho por él, al punto de que el estandarte era más el regalo de otros que suyo; y emoción por la increíble entereza de los Leprosos incluso ante los más crueles reveses de la vida, mientras que él era un cobarde que se hubiera derumbado por mucho menos.

         También Wjoland lagrimeaba un poco, pero mucho más calmadamente, con la serenidad de quien considera que el Universo está en buenas manos, y que cuanto ocurra en él tendrá su razón de ser, aunque uno no llegue a comprenderla.

        -Creo que puedes encargarte de los preámbulos, Apolonio-pidió Evaristo, en cuanto hubo cesado aquel llanto compulsivo del pelirrojo-. Estoy algo cansado.

           -Cómo no-accedió Apolonio-. Balduino, ya te adelantamos que tenemos algo para ti. Todos estamos de acuerdo en otorgártelo, pero sólo uno puede hacerlo, de modo que el honor será de Evaristo. No se trata de nada material; no tenemos bienes materiales, y de todos modos, no alcanzarían para pagar lo que has hecho por nosotros...

        -Ni he hecho tanto, ni hay deuda que deba ser pagada, al menos por parte vuestra. A lo sumo, si no soy yo el deudor, estamos a mano.

         -Eso lo dices porque no tienes lepra, y no sabes cuán difícil es recuperar el orgullo una vez que descubres que la tienes y ves cómo la gente, seres amados inclusive, se apartan de ti con temor y repugnancia. No, no te escucharemos-cortó Apolonio, al ver que Balduino iba a protestar de nuevo-. Sólo nosotros sabemos hasta qué punto  reforzó nuestra dignidad el que te acercaras a nosotros y nos trataras como a tus pares; y queremos agradecértelo  del único modo que nos es posible hacerlo, pero si llegaras a alardear de lo que recibiste, o simplemente a anunciarlo por tu propia voluntad, ese don perderá su valor. Sin embargo, si te preguntan (y puede que te pregunten, porque nosotros sí tenemos libertad de hablar de ello, y nos encargaremos de que todo el mundo llegue a saberlo), puedes responder con la verdad. Lo que queremos concederte es un honor que en Caudix sólo muy excepcionalmente reciben los no Leprosos...

           -La bendición-susurró Balduino, escéptico, impactado por aquella gracia que ni en sueños habría imaginado recibir-. Pero si...

            -De la bendición se trata, en efecto, y sin peros-cortó Apolonio, tajante-. Sabemos que apreciarás ese honor, y que procurarás seguir mereciéndolo en lo sucesivo tanto como lo mereces ahora; que no nos avergonzarás con conductas indignas. También para nosotros será un privilegio; así que déjanos hacer.

           -Acércate, hijo-indicó Evaristo.

           Todavía aturdido, Balduino tardó en advertir que se dirigía a él. Se aproximó al moribundo e, instintivamente, hincó rodilla en tierra, un gesto que antes había hecho sólo una vez, al ser armado Caballero, y que nunca más volvería a hacer, como no fuera obligado por el protocolo. Evaristo se incorporó dificultosamente, con ayuda de Sergio y Gabriel, y Apolonio se acercó con un recipiente que, según se vio después, contenía aceite. Evaristo hundió en el óleo su índice derecho, o mejor dicho lo que quedaba de él, y trazó una pequeña cruz en la frente del pelirrojo.

        -Sé bendito, Balduino de Rabenland, amigo de los Príncipes Leprosos-dijo-, en mi nombre y en el de todos mis hermanos de Caudix. Que el Señor guíe tus pasos y te sostenga en la adversidad como lo hace con nosotros; y si en nuestras manos estuviera alguna vez ayudarte, no dudes en buscarnos allí donde estemos.

          Las palabras repercutieron en cada ángulo y oquedad de la gruta, amplificadas como si efectivamente Dios mismo estuviera expresando su voluntad. Evaristo palpó suavemente el hombro de Balduino, invitándolo a incorporarse. Cuando así lo hubo hecho el pelirrojo, Evaristo lo abrazó y lo besó en la mejilla. Esto era habitual en muchas ceremonias de la época, pero acto seguido Evaristo volvió a abrazarlo, como con desesperación.

          -Quisiera ahorrarte el sufrimiento que te aguarda, lo haría mío con gusto; pero no puedo-dijo en afectuoso tono de padre despidiendo a un hijo muy amado que marcha hacia una cruenta, y absurda guerra.

      Balduino quedó desconcertado ante tales palabras. No era el único: el resto de los presentes de miraban entre ellos, preguntándose si un segundo después de impartir la bendición, la última cuerda que ataba la mente de Evaristo se habría roto, haciéndolo entrar en el desvarío. Quizás el clima de la ceremonia, estando ya tan próxima su muerte, le había hecho retroceder, en su cerebro, hasta Caudix, adonde había bendecido a tantos Leprosos recién llegados, intentando prepararlos para las penales que soportaban y que aún les sobrevendrían en gran cantidad.

         -Ven, Evaristo, necesitas descansar-lo invitó amablemente Apolonio, intentando, con tacto, separar aquel abrazo.

        Pero Evaristo no hizo xaso, y se aferró al pelirrojo aún con mayor fuerza.

         -Fuiste nuestro amigo-continuó-. Sólo recuerda resistir incluso cuando toda esperanza parezca vana, con el mismo coraje que demostraste la noche que nos conocimos, cuando maltrecho y todo luchabas por volver a ponerte en pie...

          -¿Por qué, Evaristo, qué pasa?-preguntó Balduino, considerablemente inquieto.

          Pero a espaldas de Evaristo, Apolonio asomó su rostro, llevándose un dedo a los labios en reclamo de silencio; y Balduino no siguió preguntando. El propio Evaristo parecía ahora incómodo, como si se diera de pronto cuenta de que había hablado de más. Volvió a besar a Balduino, en la frente esta vez, y se separó al fin de él.

          -Lo bueno siempre llega a su fin, pero por suerte eso es también lo que termina ocurriendo con lo malo-concluyó-. Adiós, hermano. Ya volveremos a hablar... Sólo que no en este mundo, ni en esta vida.

         Y así diciendo, se dejó llevar por Sergio y Gabriel de regreso a su improvisado lecho. Apolonio quedó luego junto al moribundo, mientras los otros dos Leprosos iban a despedirse de Balduino y de Wjoland. Los condujeron hasta la salida, y ya en la boca de la gruta, dijo Sergio:

           -Oye, Balduino, respecto a lo que sucedió hace un rato, no le des demasiada importancia. Lamento que estuvieras presente cuando todo esto ocurrió. Nosotros ya estamos acostumbrados: es muy habitual que alguno de nuestros compañeros, estando agonizante, hable de cosas que suenan incoherentes y que, no obstante, parecen tener sentido al mismo tiempo, aunque uno no sepa captarlo. Dicen algunos en Caudix que quienes van a morir se enteran de golpe de muchas cosas pasadas y futuras, pero que, para no arruinar a nadie la aventura de la vida, no les es permitido revelar  sino veladamente; sin embargo, no es cosa probada. Podrían ser sólo simples delirios de moribundo.

         Tal vez lo fueran en efecto, pero Balduino no podía librarse de la sensación de que Evaristo, en el umbral de la muerte, había vislumbrado en su futuro cosas de las que habría sido preferible no enterarse. Durante el viaje de regreso se distendió un poco, pero volvió a pensar en ello en Freyrstrande cuando, hacia el atardecer, la familiar y tétrica imagen del compacto frente de nubarrones pareció hablarle desde el horizonte. La negra cerrazón se veía más cercana y más lúgubre que nunca, y ante ella, Balduino se sintió invadido por funestos presagios.

         Años más tarde recordaría frecuentemente aquel día, ya sin dudas de que Evaristo había entrevisto hechos del futuro y se había entristecido. Porque, en efecto, aguardaban a Balduino pruebas muy duras, y una especialmente cruel tendría lugar a fines de ese año; mas él no podía saberlo en ese entonces. Tenía muchas cosas que hacer y en las que pensar, así que decidió ser práctico y confiar en que la bendición con que los Leprosos lo habían honrado sirviera a modo de talismán contra la desgracia; actitud sabia por su parte. Y así, las inquietudes de Balduino, de momento, se extinguieron mucho antes que el propio Evaristo, quien murió antes del siguiente amanecer. Sus tres compañeros Leprosos hicieron una pira funeraria y quemaron sus restos, algo a lo que no estaban acostumbrados, pero que les permitiría, llegado el momento, llevar a Caudix al menos sus cenizas, para sepultarlas en suelo consagrado de su propia tierra, en vez de en un olvidado rincón del mundo; y durante la ceremonia fúnebre, quizás, el espíritu del difunto se elevó hacia los Cielos, igual que el fénix del estandarte que Gabriel agitó por primera vez aquella mañana, como haría todos los días hasta hallarse de regreso en el castillo de los Príncipes Leprosos.


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19 de Junio, 2013    General

CCXV

CCXV

      Cuando al día siguiente Wjoland y Hrumwald escucharon los golpes en la puerta de la casa de Herminia, adonde vivían con la anciana, seguían dudando de quién sería la tercera persona a la que se había referido Balduino, y se preguntaban, incluso, si no sería el propio Hrumwald. Así que, cuando éste abrió la puerta, lo primero que hizo después de invitar a Balduino a pasar, fue mirar hacia el exterior en busca de otra persona; pero no había nadie más en el umbral.

        -Arn quedó con los caballos-aclaró Balduino.

        -¿Arn?-preguntó Hrumwald, perplejo.

         -Sí, Arn, ¿por qué? ¿Qué ocurre?

          -Nada, sólo me preguntaba si será la persona más adecuada para... para...

        -Oh, sí, ¡vaya si lo es!-respondió Balduino-. Además, no era cosa de romperle el corazón dejándolo atrás, ¿no?, con lo entusiasta que se veía por acompañarnos.

         Del inmenso "entusiasmo" de Arn se cercioró personalmente Wjoland cuando, más tarde, acompañó a Balduino hasta el sitio donde Arn montaba guardia montado sobre Slav y con Svartwulk a su lado. Este último no paraba de bufar como con disgusto y desdén, acaso protestando por la gentuza en cuya compañía lo había dejado el pelirrojo. El ex conde tenía el rostro hinchado y amoratado. De hecho, lo que tenía roto, más que el corazón, era precisamente la cara, y era obvio que semejante demolición formaba parte de los argumentos persuasivos de Balduino. Porque sin duda, Arn había empezado negándose: ¿él, un elevado señor, rebajándose a hacer de lacayo del ingrato de Balduino, tan traicionero, tan felón, que hasta había mantenido oculta a una fugitiva?... ¡Sólo estando muerto! Ahora bien, para desgracia de Arn, esto no había sido un gran inconveniente para Balduino, quien, puñetazos mediante, pareció abocarse de lleno a convertirlo en cadáver para subsanar el detalle. Por supuesto, Arn acabó capitulando: había intentado defenderse, pero un simple noble, tan inexperto en eso de pelear a puño limpio, ni en sueños era adversario serio para alguien entrenado en las más arteras y sucias técnicas de lucha Kveisung; y tan harto tenía a Balduino, que éste había mandado de paseo todo código de lucha caballeresca, toda la loable hidalguía que solía caracterizarlo.

         Por todo lo cual, Arn era ahora la imagen misma de la docilidad: haría cuanto Balduino quisiera, pero que, por favor, ya no volviera a pegarle.

          -Bueno, Fúlnir-le decía ahora el pelirrojo-: te toca el honor de llevar esto...

         Arn agarró maquinalmente lo que se le daba. Era un palo bastante largo... O al menos lo era desde el punto de vista de quien ha recibido una paliza el día anterior y todavía se siente tan dolorido y semiaturdido, que nada más le importa. Era un palo largo y pesado, y cruzado por otro cerca de la punta. Por supuesto, técnicamente no estaba imposibilitado de identificar de qué se trataba en concreto, o la finalidad que cumplía el armatoste; sin embargo, si uno está demasiado concentrado en algo (en este caso, soportar el dolor tan viril y dignamente como fuera posible, y replantearse el comportamiento a adoptar en lo sucesivo), lo más probable es que apenas si preste atención a cualquier otra cosa.

        Balduino montó sobre Svartwulk y tendió la mano a Wjoland para que subiera también y se acomodara en la grupa. Ella lo rechazó cortésmente.

         -Gracias, tengo mi propia cabalgadura-dijo.

          En ese momento vio Balduino a Hrumwald, de pie, conduciendo de la brida a su caballo blanco. Se preguntó a qué obedecería aquello, si a un gesto de generosidad por parte de Hrumwald, o a un ataque de celos que le aconsejaba impedir que Wjoland viajara aferrada a la cintura de otro hombre, o a un rechazo por parte de la propia Wjoland a recorrer así el trayecto hasta la desembocadura del Viduvosalv. Tal vez fuera todo ello junto, pero reflexionando sobre los hipotéticos celos de Hrumwald, no pudo menos que sonreír, recordando que el año anterior había sido él el celoso, en la creencia de que el porquero cortejaba a Gudrun.
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06 de Mayo, 2013    General

CCXIV

CCXIV

      Así las cosas, un atardecer Hrumwald se apersonó en Vindsborg, trayendo a Wjoland en la grupa de su caballo blanco. Parecía a Balduino que hacía siglos que no los veía, aunque a Wjoland la recordaba cada vez que recibía noticias de los Príncipes Leprosos. Tampoco a ellos los veía mucho últimamente. En sus más recientes viajes a Helmberg, la prisa le había impedido detenerse en la desembocadura del Viduvosalv como era su costumbre; y aunque nunca dejaba de enviar un mensajero para recibir noticias de ellos, se sentía un  poco culpable por tenerlos, desde su punto de vista, algo abandonados. El mensajero solía ser Anders o Karl o, menos frecuentemente, Emmanuel o Hundi; la vez más reciente había sido este último, quien desde hacía mucho tiempo era un jinete, cuando menos, aceptable, aunque gustara de la equitación casi tan poco como Tarian; y si odiaba el viaje hasta la desembocadura del Viduvosalv no era por temor a contraer lepra sino, de hecho, porque hacerlo implicaba cabalgar. Normalmente, dejaba caer siempre algún rezongo a la vuelta, pero la última vez, apenas dos días atrás, la gravedad de las noticias que traía lo habían dejado sin ganas de quejarse.

         -De acuerdo. La próxima vez, los veré personalmente-prometió Balduino.

         Hundi lo miró muy serio.

         -No, señor Cabellos de Fuego, no dispondrás de quince o veinte días más...-respondió-. O, mejor dicho, es Evaristo quien no tiene tanto tiempo. Vas ahora, o no vas.

        -No subestimes a un Príncipe Leproso. hace ya mucho tiempo que su aspecto es de verdad terrible, pero lucha por su vida y vence.

         No hubo nueva respuesta, pero por cómo lo miró Hundi, sombrío y demasiado elocuente, comprendió que para Evaristo estaba próxima la hora de perder. La certeza le arrancó un helado estremecimiento. Supo en ese momento que debía ir a despedirse por última vez de Evaristo, pero luego le faltó coraje.

        Y ahora, dos díes después, allí estaba Wjoland, como para recordarle la obligación pendiente y exigirle que cumpliera con ella cuanto antes. El no creía en Dios, o quizás no quería creer en El; y aun así, comprendió que le presencia de la joven en ese momento y lugar podía ser todo, menos casual.

         No salió inmediatamente al encuentro de los recién llegados; se demoró adrede para darse ánimos. Entre tanto, otros lo anticiparon, aunque ellos sin tanta cara larga. En su mayoría bromeaban acerca de que ahora a Wjoland no se la veía disgustada por venir en la grupa de determinado jinete, y acerca de lo que hrumwald hacía para tenerla tan contenta: sin duda, por las noches le enseñaba otro tipo de cabalgatas...

      Hrumwald desmontó y ayudó a Wjoland a hacer otro tanto, atención que ella no necesitaba en realidad, pero que aceptó gustosa por venir de quien venía. Acto seguido, la joven se abrió paso entre la gente, devolviendo sonriente comentario por comentario a diestra y siniestra, mientras a Hrumwald lo rodeaban varios de los hombres, cohibiéndolo un tanto con referencias a las dotes sexuales de él.

       -¡Balduino!-exclamó contenta al ver al pelirrojo-. Me demoró más de lo que pensé, pero ya terminé tu encargo, podemos ir cuando quieras. No quedó como hubiese querido, pero...-se interrumpió al ver que del otro lado no había la menor alegría o satisfacción-. ¿Qué pasa?-preguntó, turbada.

          -Lo siento, es mejor que te prepares para lo que nos espera-contestó Balduino-: Evaristo está muriendo.

         El semblante de Wjoland acusó el impacto de la noticia. Mientras tanto, prosiguió el pelirrojo:

        -El llevaba mucho tiempo desmejorando de a poco, no recuerdo desde cuándo, pero creo recordar que en primavera ya estaba muy mal. Hace dos días seguía con vida; ahora, pues... No sé.

           -Entonces, quizás encontremos tres Leprosos y no cuatro. No me habías dicho nada de ese agravamiento-señaló Wjoland, con un dejo de reproche.

          -No. Creo que contaba con que terminaras antes y que el resultado provocara en Evaristo una especie de mejoría milagrosa-contestó Balduino, sintiéndose culpable y también un poco avergonzado. En el fondo, seguía aferrado a tan absurda esperanza.

         -¿Y ahora qué haremos?-preguntó Wjoland-. ¡Y pensar que planeamos esto con tanta ilusión, esperando darles una sorpresa y una alegría, y resulta que llegaremos en medio de un clima de duelo! ¡Me siento tan... tan...!

       -...inútil-concluyó Balduino.

        Por un rato quedaron ambos cabizbajos y pensativos en un clima de absoluta pesadumbre. No era el momento ideal para que nadie se pusiera insufrible, pero los insufribles lo son, sobre todo, porque aparecen tan  inoportunamente como les es posible, cual invitados especiales de la Desgracia. Y en este caso, ese invitado especial por lo visto no se hizo rogar, y quebró el silencio con un reclamo tan plañidero como ridículo:

       -¡Antes habría preferido morir que ser testigo de esta nueva traición!...

          Balduino, más aburrido que otra cosa, se volvió hacia el lloriqueante Arn. Tenía preocupaciones demasiado serias para prestarle mucha atención.

           -Bueno, pues muérete de una vez por todas, y ya no serás testigo de nuevas traiciones-gruñó.

           -Balduino, ¡qué desconsiderado eres con este pobre hombre!, ¿qué bicho te picó?-protestó enérgicamente Wjoland, por lo visto sin advertir la verdadera identidad de aquél a quien defendía con tanto afán.

           -¡PUES ENTONCES AHÍ LO TIENES PARA CONSOLARLO!-gritó Balduino, ofuscado-. Permíteme que te lo presente: el señor Arn Arnson, ex Conde de Thorhavok... ¿Te suena de algún lado el nombre?concluyó, irónico.

      Wjoland quedó boquiabierta y atónita durante algunos segundos; por fin, extendió su índice hacia Arn y, todavía incrédula, preguntó a gritos:

          -¿ESTE VIEJO ES ARN?

         Alguien con ínfulas de gran seductor tolerará muchas cosas de sus conquistas, reales o pretendidas; pero ciertamente, no épitetos que humillen tales pretensiones de fauno irresistible, tales como mal amante, gordito o, en este caso, viejo. El insolente, ultrajante calificativo golpeó las adormiladas ínfulas de Arn, que desperaron iracundas y dispuestas a vengar tamaña afrenta con sangre:

          -¿A QUIÉN LLAMAS VIEJO, PUTA DESAGRADECIDA?...

          -¡INCREÍBLE!... ¡ASÍ QUE REALMENTE ERES TÚ, BASTARDO INMUNDO!-bramó Wjoland-. ¡NO SÉ CÓMO TE LAS HAS ARREGLADO PARA LLEGAR HASTA AQUÍ, PERO VAMOS A VER CÓMO TE LAS INGENIAS SIN TUS COBARDES MATONES!

         -¿QUIERES QUE TE MUESTRE CÓMO ME LAS INGENIO?... ¿EH?... ¿DE VERAS QUIERES QUE TE MUESTRE?...

      Si Wjoland quería o no quería tal demostración, era cosa discutible, pero por lo pronto, el que estaba encantado con el desarrollo de los acontecimientos era Balduino: por primera vez desde la llegada de Arn, éste hacía cualquier otra cosa que no fuera autocompadecerse y lloriquear. Como variante, resultaba maravillosa y, de más está decirlo, sumamente bienvenida; así que Balduino, olvidando que su deber quizás fuera intervenir, se cruzó de brazos, entusiasta espectador reacio a perderse siquiera el más mínimo detalle de la obra.

        -¿A VER?... ¡SORPRÉNDEME!-exclamó Wjoland, desafiante.

         -¡TÚ LO HAS QUERIDO!-rugió Arn, cegado de furor.

       Y se abalanzó sin ton ni son sobre Wjoland, dispuesto a hacerle ver quién era él. Habría podido perfectamente ahorrarse la molestia: ella quizás no lo había reconocido al principio, pero ahora sí que tenía muy en claro quién era él, es decir, el bravucón lascivo que la había forzado a vivir fugitiva hasta hallar la protección de Balduino. Este último  reaccionó ahora al fin, comprendiendo que había que evitar que la cosa tomara un cariz más grave. Pero aparte de que era algo tarde para ello, no quedó muy claro quién se hallaba de verdad necesitado de amparo. Por lo pronto, no era el caso de Wjoland: en el momento en que Arn, con  aspecto de oso malo, feo y barbudo, se arrojaba sobre ella, muy seguro de que hacerla escarmentar sería pan comido, ella, imprevistamente, descargó sobre su atacante un formidable uno-dos que, en realidad, se redujo más bien a uno y medio, y que lo hizo caer cuan largo era, dando la impresión de que el tiempo se detenía en ese instante increíble. Asombrado y confuso quedó Arn, asombrado y confuso quedó Balduino e igualmente asombrados y confusos quedaron los demás, que se habían acercado, atraídos por el intercambio de insultos entre los nada felices ex amantes, y que sólo de Ursula hubieran esperado cosa semejante, por muy bravas que en general fuesen las mujeres andrusianas. En resumen, el nuevo y nutrido público estaba tan encantado con la función como el único espectador inicial, pero éste no estaba ya tan seguro de querer llegar al desenlace, sobre todo cuando Arn se incorporó mucho más furioso que antes y decidido, en apariencia, a hacer pedazos a Wjoland. Subestimó al despechado, seguro de que aferrándolo fuerte por los brazos lograría dominarlo. Cuando descubrió, perplejo, que Arn lo estaba llevando a la rastra, no tuvo más remedio que  inmovilizarlo con una llave de lucha Kveisung. Ursula, quien recién ahora descubría quién era realmente Fúlnir y se preguntaba cómo un imbécil así había llegado a Conde, retuvo por su parte a la no menos beligerante Wjoland, aunque quien realmente logró calmarla, mediante unas pocas palabras dulces, fue Hrumwald, quien a continuación se volvió hacia Arn. Su gesto no pareció agresivo ni desafiante, sino, por el contrario, el de un hombre que quiere poner paz y tranquilidad, hablando de ser posible, y si no, de otra manera. Y por lo visto, tendría que ser de otra manera; pues Arn, advirtiendo que Wjoland estaba enamorada de aquel palurdo prognato, se enojaba más y más a cada instante, aunque, inmovilizado como estaba por la presa de Balduino, nada podía hacer, excepto bramar:

       -¿Y POR ÉSTE ES QUE ME DEJASTE, MALDITA DESGRACIADA?...

         -Nunca te dejé, porque nunca estuve contigo, excepto como prisionera-respondió tranquilamente Wjoland.

       -¡YO IBA A TRATARTE COMO A UNA REINA!...

          -Nunca espero que se me trate como a una reina, sino como a una persona: que me dejen vivir en paz. Y además, ¿qué me hablas de que en el futuro me tratarías como a una reina a mí, si mi presente contigo dejaba ya mucho que desear?

         -LO TENÍAS TODO... Y ME HUMILLAS ASÍ, YÉNDOTE CON OTRO... PERO YA VERÁS, LO MATARÉ FRENTE A TUS OJOS...

        -Como pongas siquiera un dedo sobre él, date por muerto-respondió Wjoland, con voz helada y un brillo temible en sus ojos grises-. Como Conde has pasado a la Historia, y como hombre nunca fuiste Historia porque, sencillamente, jamás fuiste hombre. Qué haces con Balduino, o cómo él te admite en Vindsborg, es lo que no logro entender; pero ya que de hombría hablamos, ¡a ver si intentas aprender un poco de la suya!... Aunque, francamente, estás en números rojos en esa materia; de modo que el aprendizaje quizás te demande todo el tiempo que te reste de vida.

         Estas palabras fueron seguidas por un rencoroso silencio de Arn, quien había dejado de oponer resistencia a Balduino. Este lo soltó.

         -Ve arriba. Luego hablaremos-ordenó.

         -No tengo por qué obedecerte... De hecho, tú me debes obediencia a mí: soy tu señor-replicó Arn, resentido.

        -¿Sí?... Bueno, ve a explicárselo a Erik, que él te busca mucho, sin duda impaciente por oír tus quejas contra mí. Hasta entonces, aquí mando yo; de modo que haz lo que te digo, o vete.

         -Vaya que disfrutas humillándome... ¿Vas a negarlo?

        -Todavía no empiezo a humillarte, estoy apenas entrando en calor; pero lo hago sólo porque me fuerzas a ello, y no porque lo disfrute. Decide: ¿subes, o abandonas Vindsborg?

         Arn paseó la mirada por su entorno, meditando o, quizás, en busca de aliados. Si esta última era su secreta intención, se vio defraudado: no tenía ninguno. Es más, el público de ocasión lo miraba hostil, como a un mal actor que arruina una obra. El papel de Fúlnir era interesante, pero ese tal Arn Arnson lo interpretaba mal...

          Finalmente, con un entusiasmo de condenado que asciende al cadalso, Arn masculló algo absolutamente ininteligible (pero sin duda no eran cumplidos ni buenos auspicios), dio media vuelta y marchó hacia la escalinata de Vindsborg.

        Los demás se quedaron mirando a Balduino, quien se rascó la cabeza, menos por los piojos que por tratar de recordar en qué estaba antes de la inoportuna irrupción de Arn.

          -Bueno, Wjoland-dijo al acordarse por fin-, me preguntabas qué debíamos hacer ahora que Evaristo agoniza. Sinceramente, ni yo lo sé; pero llevamos mucho tiempo planeando esto, así que sigamos adelante.

          -Hmmm... Sí, supongo que tienes razón-convino Wjoland.

       Y como en ese momento todos los demás recordaron que habían dejado las herramientas de trabajo dispersas en la playa, se fueron a recogerlas antes de que se extinguiesen las últimas luces del ocaso. Mientras tanto, Hrumwald y Wjoland se dispusieron a marcharse. 

           Ya habían montado ambos, cuando Balduino dijo a Wjoland, aprovechando que estaban a solas ellos y Hrumwald:

          -Te ahorraría el mal trago, si pudiera; pero necesito apoyo moral en esto.

       -Quiero ir contigo. Sólo espero que no lleguemos demasiado tarde-contestó ella.

       -Muy bien. Pasaré a buscarte poco antes del alba.

         -Haréis que sienta celos, señor...-intervino Hrumwald, sonriendo con timidez y en un tono que pretendía ser de broma, pero bajo el cual latía un temor muy real.

          -No lo creo, en vista de que nos acompañará una tercera persona que velará por nuestro buen comportamiento...-replicó tranquilamente Balduino, amagando una sonrisa.

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02 de Mayo, 2013    General

CCXIII

CCXIII

      El pelirrojo podía tolerar o manejar muchas cosas. otras sólo las podía entender, pero sólo eso ya era algo. Lo que no podía tolerar, manejar o comprender, pese a intentarlo de todas las maneras habidas y por haber, era que alguien como Arn se mostrara tan poco digno en la adversidad, adversidad que, por otra parte, era relativa: su salud física, al menos, era excelente. La mental estaba ya más sujeta a duda, porque Balduino empezaba a creerlo descerebrado, y lógicamente se hacía difícil saber si la falta de cerebro era garantía absoluta de carecer de problemas mentales (precisamente porque para tener tales problemas parece necesario que en primer lugar exista una mente), o si la misma carencia de cerebro debía considerarse un problema. Por lo demás, su familia se hallaba a salvo, y de todos modos Arn no parecía extrañarla. Había perdido su Condado, pero sí su vida, lo que no era poco, y encima seguía en una pieza y, hasta donde se sabía, se hallaba relativamente fuera de peligro. En este sentido, su suerte era increíble: los Kveisunger gustosamente habrían ajustado con él ciertas cuentas que su padre les había dejado pendientes, pero salvaba su cabeza por ser amigo de Balduino. Se respetaba su integridad física, pero nada más. Era la viva encarnación de la autocompasión y la quejumbre, y así no podía pretender que no se lo hiciese blanco de burlas rotundas y hasta crueles, que para fatiga y espanto del pelirrojo, le permitían victimizarse a sí mismo aún más.

          Siempre había sido apuesto, aunque en su apostura resultara aburrido, vacuo y hasta inexpresivo: más o menos como una estatua indudablemente bella, pero que por lo demás no inspirara ni un sentir o pasión. Ahora, sin embargo, esa apostura había desaparecido. Por un lado eso venía como anillo al dedo ya que, si Erik enviaba a sus hombres a husmear otra vez en Vindsborg, ni en sueños podrían éstos reconocer al ex Conde fugitivo en aquella figura lastimosa; pero Balduino había planeado hacerlo pasar como uno más de los convictos bajo su cargo, y en cambio, si le preguntaban, tendría que responder de él que era un viejo mendigo, pues eso parecía; y podía incluso tenerse la certeza de que sería posible hallar más dignidad en el más lamentable y atribulado pordiosero, que en Arn. Su andar era ahora propiamente el de un anciano vencido por el tiempo y los golpes de la vida, lento, cabizbajo y hasta rengo; renguera inexplicable, porque en ningún momento se había lesionado la pierna, y tampoco fingía para despistar a eventuales espías o intrusos.

         Un día, Balduino trató de quitarse la duda al respecto.

         -¿Te duele la pierna?-le preguntó, en tono impaciente.

         Arn meneó la cabeza con aire trágico.

         -Me duele el alma-replicó en tono sufriente.

          Ya que tanto empeño ponía en autoinmolarse en martirio, Balduino, iracundo, pensó que sería excelente idea darle una mano rompiéndole unos cuantos huesos a puñetazo limpio. La tentación era enorme, y si no Arn, a no dudar que al menos él, Balduino, habría quedado inmensamente satisfecho cediendo a ella. Contuvo no obstante sus ansias de sangre, dio media vuelta y prácticamente huyó para no cambiar de idea. Ya había zarandeado una vez a Arn frente a toda la dotación de Vindsborg; y aparte de que hasta a él lo asaltaban inevitables pruritos protocolares ante la idea de que apalear ex Condes se volviera una costumbre o un deporte, aquella primera paliza había sido completamente inútil.

            -¡Y pensar que la mayoría de los villanos lamentan, en al menos un momento de su vida, no haber nacido príncipes!-despotricó más tarde frente a Anders-. ¡Están locos!... ¡Mira a éste que tenemos con nosotros, y dime si no es menos humillante nacer siendo babosa!

       -Es que, Balduino, la idea que nosotros los villanos solemos hacernos de los príncipes es en general bien distinta de la realidad, según sé ahora-acotó Anders.

           Y no sólo el mero lloriqueo de Arn era insoportable sino, también, su estilo para hacerlo. La voz ronca y espeluznante de Kehlensneiter sonaba a música celestial después de padecer durante media hora los plañidos del depuesto Conde, tan exagerados, que más de una vez todos sintieron que se los tomaba en solfa. Incluso cuando no estaba lamentándose, el tono llorón de su voz era exasperante. En una ocasión en que Balduino reprendía a Arn por hablar así, Tarian, casualmente, se adentraba desnudo en el mar, y los gemelos Björnson, que ya estaban hartos de Fúlnir, suspiraron cansadamente al ver alejarse al muchacho-pez.

          -Cómo envidio a ese chico...-murmuró Per.

         -...Seguramente no hay llorones en el fondo del mar-concluyó Wilhelm.

            -Quizás nos convendría seguir a Tarian hacia las profundidades. Sufriremos menos si nos ahogamos-postuló Hundi, de mal talante-. Aunque mejor idea sería convencer a Fúlnir de que seguir a Tarian hacia el mar resolverá instantáneamente todos sus problemas. Quién sabe, quizás el señor Cabellos de Fuego nos daría permiso.

           -Qué va-terció Adler-. Temerá que Fúlnir atormente a los peces con sus quejas, y como tanto ama a los animales, querrá ahorrarles ese suplicio.

            -Y eso si Fúlnir no escoge como víctima al propio Tarian-opinó Gröhelle-. Una cosa es segura, Fúlnir no irá detrás de Tarian si cree que con eso terminarán sus problemas, pues eso pondría fin también a su deporte favorito, que es quejarse, y quejarse, y quejarse...

          En cuanto al aspecto general de Arn, era ahora, como ya se dijo, el de una persona muy mayor. No se afeitaba, y sus bigotes y barba estaban más descuidados que los del viejo Lambert; y en eso de la mugre no quedaban atrás sus cabellos. parecía haber encanecido más el último tiempo, pero no era posible estar seguro de qué había realmente bajo tanta roña. Los ojos azules tenían una expresión milenaria. Balduino había oído historias de vampiros varias veces centenarios que, por alguna razón, lamentaban no poder morir; y aun sin haber visto a ninguno en persona, imaginaba que su mirada tenía que ser idéntica a la que se veía ahora, perpetuamente, en el semblante de Arn.

           -Señor Cabellos de Fuego, más te vale que mantengas a tu amigo lejos de mí-advirtió un día Ulvgang a Balduino-. Intento ser paciente con él, pero es tan repugnantemente marica, que me dan ganas de vomitar. Si me limito a golpearlo, llorará aún más, y se pondrá a filosofar sobre las crueldades con que el injusto destino lo castiga; así que, si me jode mucho, tendré que, directamente, partirle el cráneo en mil pedazos para asegurarme de que se calle de una vez por todas.

             ¡Adelante, adelante!... No hay nada adentro de ese cráneo, así que date el gusto, pensó el pelirrojo. Pero se contruvo. Si porque está mal hacer esas cosas, o porque quería reservarse el placer de hacerlas él mismo, jamás se sabrá...
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01 de Abril, 2013    General

CCXII

CCXII

      Balduino se veía forzado a complejas asociaciones mentales, a primera vista inconexas unas con otras, para intentar aproximarse a la no menos compleja mente de Adam. Ursula consideraba abominable a este último; le parecía un cobarde y rastrero ayudante de siniestros hechiceros. Tampoco Ljottur le era muy querido que digamos, y esto podía no ser casual si se tenía en cuenta la similitud que había entre él y Adam. Ambos eran enclenques, si bien ahora Ljottur, merced a una mejor alimentación, empezaba a poner un poco más de carne entre sus huesos; y en un principio, lo rodeaba un cierto aire vil que recordaba el de Adam, aunque no era tan pronunciado como el de éste. Eso debía tener su importancia de alguna manera. Ljottur se parecía a Adam, y sin duda por eso no caía simpático a Ursula; y Adam, que a su vez detestaba a la giganta, reaccionaba solidarizándose con el primero... O bien sentía cierta empatía hacia él, y Ursula, notándola, endosaba a Ljottur la antipatía reservada originalmente a Adam... O bien, sencillamente, las mencionadas similitudes despertaban en este último y en Ursula las inevitables emociones antagónicas e independientes una de otra. La explicación más probable parecía la última, porque Ursula y Adam reñían por muchas cosas, pero Ljottur nunca llegó a ser motivo de discordia entre ellos. De hecho, y aunque Adam era relativamente amable con Ljottur, por la forma en que, a veces, lo miraba desde la distancia, era obvio que al mismo tiempo sentía cierto desprecio por él, igual que, tal vez, se despreciaba a sí mismo.

       Un probable motivo para dicho desprecio podía buscarse en el presunto pasado de Caballero de Adam. Ljottur era tan miedoso como Snarki lo había sido en otro tiempo, y los Caballeros a menudo eran desdeñosos con los cobardes. Quizás ése había sido en otro tiempo el caso de Adam, y tal vez conservara ese rechazo. El mismo Adam era un reconocido cobarde y, por lo tanto, la persona menos apropiada para repugnarse del miedo ajeno; pero, ya se ha dicho, también a sí mismo se despreciaba Adam, además de la probabilidad de que adhiriera a la humana tendencia de notar la paja en el ojo ajeno, pero no la viga en el propio. De todos modos, Balduino creía que la cobardía de Adam había sido muy exagerada, tal vez a consecuencia de la idea simplista de que todo oscuro secuaz de gente rayana en lo diabólico, por fuerza tenía que ser cobarde. El hecho de que hubiera osado traicionar en provecho propio a aquéllos a quienes servía era un indicio en contrario de que él lo fuera, pues obviamente había necesitado de una enorme dosis de coraje para desafiar así a la poderosa y temible Hermandad, que tarde o temprano acabaría encontrándolo y haciéndole pagar cara su traición. Adam había aceptado ese destino con fatalismo, pero sin verdadero miedo: lo encontrarían, lo matarían, no habría escondite posible; que así fuera.

      Posiblemente, entonces, Adam despreciara a Ljottur por miedoso, y a la vez le diera trato preferencial por encontrar que en otros aspectos se le parecía. Pero había otro probable motivo para el desprecio de Adam, que había que buscar en su propia falta de miedo a ser asesinado: nada parecía tener valor real para él, y su propia vida menos, que ninguna otra cosa; así que Ljottur, simplemente por parecérsele, quedaba igualmente devaluado. Fuera cual fuere el motivo, afecto no le tenía, y al enterarse de que, según Hendryk, Svartwulk intentaba proteger a Ljottur en sustitución de un espíritu que le sirviera de tótem, Adam opinó que esto explicaba que también los Kveisunger se mostraran protectores con el chico: debían ser mucho más animales de lo que parecían, si se preocupaban por alguien tan insignificante.

          Claro que, amarga constatación, había en Vindsborg alguien que no sólo resultaba más insignificante que Ljottur, sino también, a la vez (y aunque pudiera parecer contradictorio con su insignificancia), más irritante y aburrido. En otras palabras: Arn se estaba convirtiendo en el mayor dolor de cabeza de Balduino...
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23 de Marzo, 2013    General

CCXI

CCXI

        Los Kveisunger no sabían bien qué hacer o cómo tomar a Ljottur. Lo consideraban medio idiota, pero después de unos días dio la impresión de que les inspiraba cierta tosca ternura, y empezaron a mostrarse protectores con él. Honney lo comparó en algún momento con un animalito, una mascota; lo cual dio pie a muchos chistes acerca de que Ljottur era el único animal del señor Cabellos de Fuego que hasta la fecha no había mordido o atacado de cualquier otra forma a Honney, y que por eso éste se hallaba tan contento con él. Por su parte, el feroz e impredecible Kehlensneiter aparentaba indiferencia por Ljottur, se desentendía en general de él. Pero se murmuraba que en alguna ocasión, siendo de noche y creyendo que los demás dormían, se había levantado a tomar guardia y, ya a punto de salir, había vuelto sobre sus pasos para arropar a Ljottur, cuyas cobijas estaban en total desorden, exponiéndolo a tomar frío. Kehlensneiter no concedía este tipo de gentilezas a nadie, excepto Tarian y Hansi. De ser cierto este rumor, y Balduino tenía la corazonada de que lo era, la pretendida indiferencia de Kehlensneiter era fingida; pero como una corazonada no es una certeza, decidió investigar el origen se aquella versión, que de la que él se enteró por Karl, a quien, a su vez, se la había contado Adler. Así que una tarde, tras las labores del día, abordó a este último en compañía de Karl, para preguntarle si había sido testigo directo del suceso, o si simplemente lo conocía por otros.

        -No, no... Por otros-contestó el interrogado, un tanto nerviosamente.

         -¿Por quién, exactamente?-preguntó Balduino.

         -No recuerdo-fue la respuesta.

          -¡Pues haz memoria, hombre!...-se impacientó Karl.

          -Calma, Karl, calma...-dijo Balduino, apaciguador-. Vamos a ver, Adler, usemos la lógica: con seguridad no lo supiste por un Kveisung, pues ningún Kveisung sería tan indiscreto respecto a un asunto así. Es un episodio que muestra muy emocional a un compañero suyo y, por lo tanto, muy blandengue. Por una cuestión de códigos, algo así se mantiene en secreto. El único entre los Kveisunger que, quizás, podría atreverse a algo así sería Ulvgang, quien es más duro que los otros y se permite hablar de sus propias emociones, por lo que no creo que encuentre vergonzosas las ajenas; pero de todos modos, creo que ni él ventilaría algo así. Y si hubiera sido él, lo recordarías: si uno no es capaz de recordar que nada menos que El Terror de los Estrechos le ha hecho una confidencia, no sé de qué podríamos acordarnos en este mundo. Descartaría también a los Björnson y a Ursula, que se comportarían más o menos igual que ellos en este asunto. Es también poco probable que haya sido Adam: abúlico como es, encontraría igual de rutinario, aburrido o intrascendente que Kehlensneiter arropase a Ljottur o lo destripara... Aunque, ácido como es, también podría ocurrir que se burlase de él en su propia jeta, en cuyo caso quien terminaría destripado sería él.

        Adler exhaló un suspiro, visiblemente aliviado de que Balduino mencionara aquello.

         -Bueno, ahí está, señor Cabellos de Fuego-dijo-. Si algo de esto llega a oídos de Kehlensneiter, nos degüella, nos desuella vivos, nos fuerza a devorar nuestros propios intestinos... Ya sabes que no le gusta que uno ande diciendo cosas de él, así que no me exijas esa audacia...

           -Imbécil, ¿y para qué empiezas a hablar, y te arrepientes luego, entonces?-lo intrepó Karl, fastidiado-. Ya que has abierto tu boca, ábrela hasta el fin, desembucha; y luego, si Kehlensneiter se entera, puedes decirle que fue culpa mía, que quien fentiló todo este asunto fui yo. Entre la simpatía que me guarda y los años que tengo, que de todos modos ya estoy a las puertas de la muerte, el tema está resuelto.

         Adler se volvió hacia él con genuino horror en su rostro salpicado de cicatrices de viruela.

           -¿Estás loco?... ¡Yo nunca haría algo así, y de todos modos, dudo de que Kehlensneiter hiciera diferencias entre un infidente u otro! ¡Tal vez se tragara que iniciaste el rumor, pero si creyera que yo lo repetí, pagaría con mi vida tanto como tú!-miró otra vez a Balduino-. Señor Cabellos de Fuego, debo pedirte que olvides todo esto, será lo mejor.

         -Muy bien, muy bien, lo olvidaré... Pero antes de hacerlo, te diré algo, y medita muy bien al respecto: Kehlensneiter puede ser nuestro compañero o nuestro enemigo. Ambas cosas a la vez, no; es imposible. Deberíamos tener el coraje de ponerlo a prueba y descubrir si es una cosa u otra, fuera cual fuere el resultado. Por otra parte, respóndeme: si vamos a achicarnos frente a Kehlensneiter, ¿cuál es el sentido de entrenarnos para luchar contra los Wurms, que son mucho más temibles?

         -Sólo en parte tienes razón, señor Cabellos de Fuego. Pues los Wurms están lejos, y mi esperanzaes que nunca lleguen aquí. Esto es lo que me mantiene en Kvissensborg; pues, aunque quiero serte fiel, si de veras creyera que podrían venir, habría huido hace mucho tiempo.

          -Si de veras piensas así, eres muy tonto. No es imposible que alcancen estas costas algún día, aunque no es probable.

            -Ya lo sé, y por eso me tomo en serio todas tus órdenes. Pero el caso es que cuando vengan, si vienen, lo verdaderamente imposible sería la huida; así que no quedará más remedio que luchar y morir heroicamente, aunque uno en realidad mucho diste de ser un héroe. Triste consuelo, pero mejor eso que nada. En cambio, con Kehlensneiter hasta ese consuelo sería imposible. Hice algo que estaba mal, algo que a él no le agradaría. ¿Qué defensa queda cuando a uno lo paraliza la culpa y el terror de un verdugo de ojos espeluznantes resuelto a vengarse?... ¡Los ojos, señor Cabellos de Fuego, los ojos de ese hombre!... ¡Dios, si estoy seguro de que hasta la mirada de un Wurm parecería angelical por comparación!

        Y en ese instante, Adler miró hacia todas direcciones, asaltado por un  horrendo aunque afortunadamente vano presentimiento. 

          -Cálmate, hombre, Kehlensneiter no anda por aquí-lo tranquilizó Balduino-. Vamos, Karl.

          Daba la impresión de que menos trágico habría sido para el viejo Karl perder el único brazo que aún le quedaba, que no ser útil al pelirrojo en algún asunto. Balduino lo conocía de sobra; así que, cuando se retiraban, le dijo:

         -Cambia de cara, que lo que quería saber, lo he averiguado.

          -¿Sí?...-preguntó Karl, escéptico.

          -Así es. Con el terror que sienten hacia Kehlensneiter los posibles testigos de ese curioso incidente con Ljottur, es evidente que no andarían inventando chismes sobre él, conociendo a qué se arriesgan: describieron algo que realmente ocurrió y que, por insólito, les hizo olvidar por un momento toda prudencia. El hecho fue cierto, e importa un comino quién fue testigo del mismo. Es cierto que el viejo Lambert no teme tanto a Kehlensneiter; él podría animarse a divulgar zonceras sobre el buen cortagargantas, pero nunca antes demostró afición por el chisme, así que supongamos que no la tiene.

           Pero incluso admitiendo la realidad del incidente, por el momento Balduino no se sentía capaz de interpretarlo como era debido. Que Ljottur había tocado una fibra sensible en el corazón de Kehlensneiter, parecía un hecho; pero el motivo continuaba siendo un enigma. Habría que estudiar atentamente su conducta en busca de más evidencia. Por desgracia, el trabajo no dejaba mucho tiempo para ello, y menos teniendo en cuenta que había otros múltiples asuntos que atender.

        Casi tan inusual como el comportamiento de Kehlensneiter era el de Adam. Frente a Ljottur, éste deponía sus habituales burlas y sarcasmos. Cuando alguien se lo hizo notar, Adam replicó que Ljottur parecía una mente privilegiada por comparación con varios de los imbéciles que había en Vindsborg y que, por lo tnanto, merecía cierta deferencia. Cuál era la verdad latente bajo esta burla, imposible saberlo. Al principio, Balduino trató de llegar a ella partiendo del supuesto de que Adam de veras había sido Caballero en otro tiempo, lo que parecía comprobado por increíble que pareciera, y que frente a alguien tan vulnerable como Ljottur, sus antiguos instintos caballerescos afloraban en él muy a su pesar.

          Por desgracia, había una objeción a tal teoría: en otro tiempo,  Snarki, todavía obeso y sospechado de un crimen del que era inocente, se había visto igualmente necesitado de protección. Y con él, Adam no había mostrado la menor compasión. Al contrario, se había regodeado mortificándolo con insinuaciones macabras, como alusiones a esa horca que, por entonces, aguardaba a Snarki aunque se hubiera diferido su cita con ella por habérselo enviado a trabajar a Vindsborg. En ese asunto, Balduino sabía que Adam no había sido el único: de oídas le constaba que también Honney acostumbraba a divertirse de forma muy parecida con Snarki por el mismo tiempo. Por lo tanto, quizás entendiendo qué había llevado a Honney a comportarse así, se comprendieran también los motivos de Adam. A éste era inútil preguntarle: contestaría con burlas y estupideces. Así que Balduino optó por interrogar a Honney en la primera oportunidad que se le presentó.

          Pero el intento fue un fracaso:

           -¿Qué quieres entender, por qué Adam torturaba a Snarki recordándole a cada rato que lo aguardaba la horca?-preguntó Honney, desconcertado, cuando Balduino lo encaró-. No es complicado de entender. Adam es una basura, una mierda de tipo. Por eso lo hizo. ¿Qué es lo que no entiendes de ello?

            -Eh... ¿Es por eso mismo que tú también asustabas a Snarki?

           -¡Eso no, señor Cabellos de Fuego, eso no!... Yo sólo me divertía un poco, ¿qué quieres?, él era un  gordo miedoso, yo me aburría y él estaba ahí...-se interrumpió al notar que Balduino reprimía una carcajada-. ¿Qué?

          -Nada, olvídalo-respondió Balduino, meneando la cabeza. ¿Malvado... un Kveisung? ¡Cómo se atrevía a insinuar villanía semejante!...
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18 de Marzo, 2013    General

CCX

CCX

      Algunas de las reacciones de otros habitantes de Vinsdborg para con Ljottur eran lógicas o predecibles. Ninguna más que la de Hijo Mío, sin embargo. Emmanuel quería ser armado Caballero, así que haría cuanto Balduino le ordenara, incluso introducir su cabeza en las fauces de una fiera de ser necesario, con tal de alcanzar su meta. Al parecer, era esencial mostrarse amable y protector con Ljottur; por lo tanto, precisamente eso pensaba hacer. Lo cual no fue obstáculo para que igual diera a Balduino la sorpresa de su vida en otro aspecto. Ello ocurrió cuando Hansi, tras ausentarse de Vindsborg durante varios días, se dejó ver de nuevo por allí, llegando a la hora del desayuno. Nada más oír su voz desde el exterior, Emmanuel tragó apresuradamente cuanto tenía en su boca, hizo a un lado su tazón de cereal, se puso de pie de un brinco y acudió a su encuentro, gritando alborozado:

        -¡Eh, macho!... ¡Ya era hora de que vinieras a visitarnos, nos tenías olvidados!...

         Tamaña recepción era completamente inaudita. Para Hijo Mío, Hansi era Enano, El Monaguillo, Marica y muchas otras cosas más, a veces varias de ellas juntas, ninguna muy halagüeña; ¿qué significaba ahora aquello de macho?

          Sólo Anders no manifestó sorpresa alguna. Y es que sólo él sabía que Hijo Mío sentía más respeto con Hansi desde que se había enterado de la valiente conducta de éste durante el motín de Kvissensborg. Así que alzó la cabeza para explicar precisamente éso; pero la visión de múltiples caras poco inteligentes, estupefactas ante el misterioso comportamiento de Emmanuel, fue demasiado para él. Lo acometió un acceso de risa, una auténtica explosión, y los cereales a medio masticar salieron disparados de su boca cual proyectiles. Algunos de ellos impactaron en Ursula, su vecina más próxima.

        -¡ANDERS, VUELVE A EMPORCARME ASÍ Y TE JURO QUE DE UN GOLPE TE MANDO A CONTINUAR DESAYUNANDO AL CHIQUERO DE HRUMWALD!-vociferó ella, colérica.

           -EL EGIPCIO ESTÁ CADA DÍA MÁS LOCO-gritó por su parte el sordo Gilbert, resumiendo la impresión general.

          Quien menos que nadie entendía qué le pasaba a Emmanuel era el propio Hansi. No se había sentido valiente durante el motín de Kvissensborg, y no se le ocurría que Emmanuel pudiera considerar que sí lo había sido, y mucho menos que lo admirara o respetara más por ello. Es más, para sus adentros, recordando aquella noche, se decía que sólo de milagro no se había cagado encima.

        Soportó abrumado que Emmanuel le palmeara la espalda con desmedido entusiasmo y aún más energía, y que le rodeara los hombros con su brazo; pero no entendía nada y, peor aún, no le gustaba. Emmanuel y él podían ser eventuales aliados, no eran exactamente enemigos, pero ¡caramba!, la vida resultaba muy insípida sin un buen intercambio de pullas. Esperó a ver si Anders, quien por lo visto algo sabía qué locura afectaba a Hijo Mío, se decidía a explicarla; pero Anders, para variar, no podía parar de reír, por mucho que los demás prometieran violarlo si no aclaraba al menos el motivo de tanta hilaridad.

         Por fin, Hansi se hartó.

         -No seas aburrido...-murmuró, mirando a Emmanuel con disgusto y reproche.

           -¡Eh, prátar, cómo me dices eso, si yo te quiero!-exclamó Emmanuel, sin achicarse ni dejar de sonreír afablemente. 

          -CADA DÍA MÁS LOCO Y MÁS PUTO...-rectificó Gilbert a gritos.

          -El único prátar que puede tener aquí un negro como tú, es Terafá-dijo Hansi, sonriendo venenosamente.

           Perplejo y sombrío, Emmanuel se cruzó de brazos en gesto poco amigable. Al aprecer, las hostilidades acababan de reanudarse oficialmente.

          -¿Ah, sí?-replicó desafiante-. ¿Ah, sí?... ¡Pues gracias a Dios que soy negro sólo por mi color de piel, y no de puro mugriento, como cierto gadzo enano que conozco!... ¡Si hasta tocar a Terafá es menos merimé que tocarte a ti!

           Hansi evaluó pensativamente la ofensa y sonrió con maligno aunque inocente deleite. Ahora sí las cosas estaban, por fin, como le gustaban a él.

         -...pero igual te quiero, prátar-concluyó Emmanuel.
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23 de Enero, 2013    General

CCIX

CCIX

      Así que al día siquiente Anders fue a Kvissensborg, y Balduino disfrutó así de una relativamente silenciosa jornada laboral, durante la cual pudo entregarse a lo que le interesada. Sus reflexiones lo llevaron, en primer lugar, a Tarian. Recientemente, éste había sellado su amistad con Balduino merced al tatuaje en común representando a los delfines; y sin embargo, curiosamente, buscaba más la compañía de Ljottur... Quien, en cambio, le rehuía con idéntico empeño.

      Tras meditarlo, el pelirrojo llegó a la conclusión de que la amistad que Tarian le profesaba a él se fundaba sobre todo en la gratitud por haberlo salvado del horror de las mazmorras de Kvissensborg, pero a la vez se sentía un poco ajeno a él. A sus ojos, Balduino era una persona normal, o tan normal como pudiera serlo cualquiera que viviese en Vindsborg. El, por el contrario, se sentía como un inadaptado, como alguien que no encajaba del todo en tierra firme; y en Ljottur, que era otro bicho raro, debía ver a alguien similar. 

         Por desgracia, el sentimiento no le era correspondido, posiblemente porque Ljottur cargaba con la cruz de una fealdad muy acentuada, y la apostura de Tarian debía lastimarlo, igual que la belleza del sol lastima los ojos si  se lo mira muy directamente; y como se hace con el sol, Ljottur prefería desviar la mirada. Era verdad que en Vindsborg los feos eran mayoría, comenzando por el propio Balduino; pero la mayoría de esos feos tenían en compensación alguna otra cualidad que hacía que no les resultara envidiable la apostura ajena. Los Kveisunger, por ejemplo, se preciaban de ser los más bravos, duros y más temibles machos que pudieran hallarse. Que alguno de ellos lamentara no ser carilindo habría inspirado más burlas que comprensión. Entre ellos, parecía que cuanto más feo se fuese, mejor.

          Pero no ocurría así con Ljottur. Su fealdad resultaba grotesca, pero no aterradora, y era equiparable a la de una rata; no en vano había cargado en otro tiempo con el mote de Rattele, "ratita". Para colmo, a primera vista, Tarian era todo pureza y virtud, cual si de un ángel se tratara, aunque Balduino sabía que sus ocasionales desfachateces nada tenían de angelicales, ni de virtuosas; pero el caso era que esa aparente pureza podía parecer todo un reproche para quien sintiera sucia su propia alma. Y Ljottur sin duda sentía sucia la suya. Por un lado, porque sabía de sobra, incluso antes de verse restringido por Balduino, qué sufrimiento causaba a los pequeños animales que lograba atrapar y ensartar en ramitas puntiagudas. Por otro lado, él mismo padecía las secuelas de la perniciosa influencia de Gudhlek, el posadero al que Ljottur había servido durante cierto tiempo. 

           Determinar los alcances de esa influencia exigió cierto devaneo a Balduino, a quien el mero recuerdo del desagradable posadero despertaba una repugnancia tan visceral, que apenas podía soportarla. Y es que le había tolerado muchas cosas, excepto aquella amenaza dirigida a Ljottur: Los Caballeros vinieron por ti, te encerrarán en un calabozo oscuro y lleno de fantasmas. Aquello le había parecido el colmo del ultraje, dado que él era precisamente un Caballero y se consideraba un protector de desamparados, y no un malvado monstruo con el que se podía amenazar a niños y débiles para obligarlos a acatar cualquier orden y soportar calladamente cualquier suplicio. Ciertamente muchos Caballeros distaban de ser dechados de virtudes, pero Ljottur quizás no lo supiera; simplemente, sus cortos alcances hacían que cualquier cosa le pareciera temible. De hecho, su inteligencia parecía la de un niño pequeño, inferior incluso a la de Hansi, que era de lo más avispado. Y partiendo de la base de que los niños son lo que los adultos hacen de ellos, la conducta de Ljottur resultaba más comprensible teniendo en cuenta que durante cierto tiempo había estado sometido a Gudhlek.

        Este gustaba de sentirse poderoso. Su corpulencia física, sin duda, ayudaba a producirle esa sensación. Quizás algo en la posada de la que era propietario pusiera también su granito de arena para ello. No estaba mal ubicada; quizás fuera barata, aunque Balduino, Anders, Emmanuel y Hansi hubieran trabajado como condenados para pagar sólo una noche de alojamiento y comida. Ese había sido, posiblemente, un caso extraordinario, pero sin duda había contribuido a infundirle cierta sensación de poderío: un par de Caballeros (jamás había llegado a enterarse de que Anders seguía siendo, por el momento, un simple escudero) acudían a él, se rebajaban a trabajar como villanos porque necesitaban hospedaje y alimento. Ambos habían venido a él humildes y honestos, pero él había tomado humildad por humillación, y honestidad por necesidad extrema. Su razonamiento había sido que, si un Caballero no mostraba arrogancia ni hacía valer derechos de sangre entre los villanos, había caído en desgracia frente a otros más poderosos que él. Y estas circunstancias, había creído le permitían a él comportarse como un poderoso más, pese a ser sólo estúpido y mediocre; asumirse él mismo como un pequeño señor feudal, y hacer vulgares siervos suyos a aquellos dos Caballeros.

       Desde luego, como cualquier otra cosa, señores feudales habíalos buenos y malos; y Gudhlek, en ese rol, había resultado de los peores, los que utilizaban a capricho su posición privilegiada; los que arrojaban a sus súbditos hambrientos huesos mal pelados sobrantes de su comida para que se los disputen, y creían merecer gratitud eterna por ello. Y en su feudo asignaba a Ljottur el papel de bufón. Era su propiedad, su objeto de diversión; y por lo tanto, si algo o alguien amenazaba al bufón, lo defendería, igual que cualquier otro propietario podría defender su casa. Pero lo que él mismo hiciera luego con él, era otro cantar. Si se le entojaba, podía incluso matarlo sin pedir permiso ni rendir cuentas a nadie, porque era su propiedad.

          Balduino recordaba que la expresión de Ljottur, al verlo por primera vez, era más bien ladina y vil; le había desagradado instantáneamente. Ahora, en ese sentido, parecía otra persona; nunca más se le había visto aquella mirada horrible. Y el cambio se había operado, no progresiva, sino velozmente, al identificar a Balduino y Anders como Caballeros. El terror lo ganó entonces: allí estaban los malvados monstruos que, según Gudhlek, vendrían a buscarlo si se portaba mal. Ahora bien, ¿qué se entendía exactamente por portarse mal? Ateniéndose a que la mente de Ljottur era simple como la de un niño, y a que un niño es lo que de él hacen los adultos, podía suponerse que Ljottur imitaba a Gudhlek y que, por ende, quizás fuera capaz de muchas ruindades, apañado probablemente por el propio posadero siempre, por supuesto, que la ruindad no redundara contra éste. Quién sabía, incluso, si Gudhlek mismo no le había enseñado aquello de ensartar pequeños animales vivos en ramas puntiagudas.

           Pero, por supuesto, a nada de esto se refería el posadero con aquello de portarse mal. Lo que quería decir era que, en la posada, Ljottur no debía romper nada ni aun por accidente, ni robar comida por más que estuviera muriéndose de hambre, ni obedecer con lentitud si se le daba una orden, por cansado que estuviera. El bufón era un siervo más, y debía agradecer si su señor feudal le hacía el honor de simplemente permitirle estar vivo; y ni hablar si además lo vestía y lo alimentaba, aunque la vestimente fueran harapos y la comida resultara peor que la que preparaba Varg. Si pese a ello Ljottur tenía sus propias nociones sobre el bien y el mal -y si todo lo anterior era correcto, debía tenerlas, pues estando con Balduino su conducta no dejaba demasiado margen para reproches-, posiblemente fuera por instinto o resultado de malas experiencias. Al fin y al cabo, las eventuales víctimas de sus daños o insolencias debían haber montado en cólera contra Ljottur, asustándolo. De esos iracundos quizás lo salvara Gudhlek, pues al fin y al cabo, se trataba de su bufón, de su propiedad, circunstancia que, sin embargo, no lo privaba de apalearlo después, cuando le viniera en gana. Balduino no olvidaba cómo Ljottur había suplicado al posadero que en todo caso le pegara, pero que no permitiera que se lo llevaran los Caballeros; indicio claro de que sufría palizas frecuentes por parte del posadero, y que ya estaba resignado a ellas.

        Ahora, secuestrado por el Monstruo Pelirrojo, Ljottur descubría que éste no era tan malvado, después de todo. Al menos, por ahora la pasaba mejor con él que con Gudhlek, ya que comía siempre y nunca le pegaban; pero era mejor no fiarse, un monstruo era un monstruo, y a éste en particular había cosas que no le gustaban y le hacían enojar, bien se veía. En cuanto al tal Tarian, el hecho de que fuera tan bueno y hermoso le recordaba permanentemente que él era malo y feo. Mejor no tenerlo cerca...
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10 de Enero, 2013    General

CCVIII

CCVIII

      Balduino halló muy interesante analizar las relaciones entre Ljottur y los demás miembros de la dotación de Vindsborg, lo que al principio se complicó, con Anders parloteando como cotorra todo el tiempo. Alguna indirecta le hizo, citando palabras del Eclesiastés, ésas según las cuales hay un tiempo para hablar y un tiempo para callar; pero este último tiempo, por lo visto, Anders lo consideraba todavía muy lejano. Por esos días, en consecuencia, prefirió la compañía de Tarian, silencioso a la fuerza pero que, Balduino estaba seguro, habría permanecido bastante tiempo callado aun pudiendo hablar. Aunque acabó exigiendo a Anders menos cháchara y él no se ofendió, al rato se ofendió, al rato se olvidaba de dicha exigencia y reanudaba su cotorreo. Para colmo, estaba más parlanchín que de costumbre, exultante cada vez que la conversación se desviaba hacia su hijo. Constantemente, el orgulloso padre descubría inverosímiles parecidos entre él y Kon, y se ponía a disertar sobre ellos, y entonces no había forma de pararlo. No pudiendo hacer otra cosa, Balduino se esforzaba por distinguir esas supuestas semejanzas entre padre e hijo; pero sin éxito. A lo que más se parecía un bebé, según entendía, era a otro bebé; y en el caso específico de Kon, si se quería encontrar parecidos con alguien más, sería con su madre, por sus ojos azules. Sin embargo, Balduino hallaba muy difícil desilusionar a Anders, diciéndole sinceramente que estaba hablando puras gansadas.

          -Mira, Anders-lo cortó un día-, ya que hablas del tema, y puesto que eres señor de Kvissensborg, me parece mejor que al menos una vez por semana te des una vuelta por allí, aparte de los domingos que te tomas para ver a tu esposa y tu hijo; pues, ¿sabes?, uno siempre debe precaverse de eventuales traiciones y, por muy leales que parezcan Hildert y sus hombres, siempre es mejor andarse con cuidado. Uno de nosotros debe ir en persona a consolidar esa lealtad, y es mejor que lo hagas tú, ya que, aparte de que eres señor de Kvissensborg, a mí sólo me respetan, mientras que a ti te aman. De paso, por supuesto, podrías tomarte tu tiempo para estar en familia.

            -Pero si...-balbuceó Anders, confuso.

            Hasta él encontraba extraña la repentina sugerencia de Balduino. La mentalidad militar de éste, proclive a prever posibles traiciones, estaba muy relajada últimamente; y de todos modos, ¿por qué Kvissensborg, cuya dotación estaba ahora compuesta de orgullosos guerreros, y no por la torpe soldadesca de antaño? Los mayores peligros estaban en Vindsborg, con Kehlensneiter a la cabeza, por más que todo se viera tranquilo.

         Al fin, tras unos instantes de cavilación, barruntó qué se traía Balduino y sonrió, con esa espléndida sonrisa suya que lo hacía tan amado y que lo haría inolvidable para quienes lo conocieron.

       -Es deber de todo señor feudal recompensar a sus leales vasallos-dijo en fingido tono pomposo y condescendiente-; de modo que, por haberme servido bien, mañana te retribuiré con todo un día de silencio-y palmeó el hombro de Balduino mientras éste sonreía por contagio.
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SOBRE MÍ
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Eduardo Esteban Ferreyra

Soy un escritor muy ambicioso en lo creativo, y de esa ambición nació EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO, novela fantástica en tres volúmenes bastante original, aunque no necesariamente bien escrita; eso deben decidirlo los lectores. El presente es el segundo volumen; al primero podrán acceder en el enlace EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO I: INICIO. Quedan invitados a sufrir esta singular ofensa a la literatura

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